Un día en la vida de los pastores de Hebrón
Los pastores de Palestina viven la represión cotidiana del Estado de Israel en sus más diversas formas. Para ellos, arrear a sus ovejas se transforma en un trabajo de máximo riesgo.
Por Santiago Montag, desde Palestina, para La tinta
Llegar a Palestina desde Argentina es como usar un microscopio para observar el universo. Un viaje de lo general a lo particular. De simpatizar a participar. De ver a oler, a sentir, a tocar. De llorar los golpes a recibirlos, tanto en el cuerpo como en las emociones. Es el pasaje a recibir risas, lágrimas, abrazos. A recibir miradas de rechazo de un lado y de esperanzas del otro. A ver tanto la discriminación como la integración.
En Palestina, descubrí que el dicho “el diablo está en los detalles” es aplicable a lo que sucede en las calles y en el campo de esta región. Me refiero a la ocupación, por supuesto, como el diablo que está presente constantemente. Esta figura mística que aparece en la biblia no es aleatoria. Ahmad, un pastor de Um al-Kahair (en árabe: أم الخير), me contó: “En Palestina, cada acto está atravesado por la política, pero también por la religión, incluso la comida que comemos. El sionismo está en todo: hasta quiere apropiase del humus que comemos cada día”.
En el caso del proyecto sionista, o nacionalismo judío, este parte de la utilización de la biblia como un documento histórico de propiedad de las tierras donde hace cientos de años que viven familias árabes, cuya identidad se termina de conformar como palestina desde fines del siglo XIX y, sobre todo, a partir de la Nakba (la Catástrofe, en 1948), cuando cientos de miles fueron desplazados de sus tierras a partir de la resolución de partición de la ONU de 1947 (sin consulta a ningún palestino).
“Nosotros no tenemos ningún problema con los judíos –me dijo Hassan, de la comunidad de Shweyke (en árabe: شويكي)-, solo con los soldados y los colonos que nos quitan nuestras tierras”.
Cisjordania, para los distintos partidos sionistas religiosos, se llama Judea y Samaria, los nombres bíblicos de esa región. Esto ha marcado un cambio en el uso de conceptos y nombres geográficos, que comenzó a implementarse fuertemente a partir de 1967 para hacer polvo la forma de nombrar el lugar que llevaba siglos.
La política de asentamientos está acompañada del proyecto sionista. Dos hitos la multiplicaron en Cisjordania: la Guerra de 1967 y los acuerdos de Oslo a partir de 1993. Este segundo hito dio como resultado que la región de Cisjordania sea un archipiélago de zonas controladas por un híbrido entre la municipalidad palestina, con un gobierno semi-autónomo (y brazo de la ocupación israelí), dentro de la ocupación militar. Esto, por supuesto, no frenó el avance de los asentamientos, sino que la expropiación de tierras palestinas por diversos mecanismos se hizo más profunda. Para los palestinos es perder una parte importante de su identidad, de su historia y la conexión con sus ancestros. Muchos de ellos son beduinos y necesitan espacios amplios para su desarrollo, pero son empujados a vivir en casas pequeñas y no en sus grandes tiendas donde acudir a compartir el té o pastorear ovejas y cabras.
Es así que toda colonización tiene a sus llamados colonos. Y en Israel, existe un tipo particular: los nacionalistas religiosos. Estos personajes combinan el fanatismo religioso con la misión nacional de construir el Gran Israel, conquistar las tierras que, según Dios, encomendó al “pueblo elegido”.
Cada acto, cada centímetro ganado, es un paso más en la batalla. Los colonos encierran el peor racismo, un odio completo hacia la existencia palestina, alimentada por el Estado de Israel y una ideología alejada de los valores que dicen representar como “única democracia liberal de Medio Oriente”.
Cuando llegué a Israel, me puse en contacto con una organización llamada Ta’aiush, integrada por rudos defensores de los derechos humanos que pelean contra el apartheid israelí hacia los palestinos. Informan, monitorean y hacen de escudo sobre todo lo que sucede en el sur de Hebrón, incluidas las colinas de Masafer Yatta (en árabe: مسافر يطا).
El paisaje supera cualquier descripción bíblica. Las colinas están decoradas con rocas y hierba. Las lagartijas y zorros habitan salvajes acompañados del aire inmaculado. Hace frío a la sombra y el sol acaricia tibio. Esto permite entender que el lugar sea mucho más que un hogar para los palestinos.
Los pastores cada día deben hacer su recorrido para alimentar a las ovejas y cabras. Nasser, un joven alto de unos 22 años, mientras trata de que las ovejas no coman hierba con espinas, me relata que esa “porción de tierra fue declarada por los israelíes en 1980 como área de ejercicios militares. Hicieron acuerdos con nosotros para dejarnos vivir tranquilos, pero nunca los respetan”.
Más tarde, la región formaría parte del Área C, según los acuerdos de Oslo que rediseñaron la ocupación de Cisjordania desde 1967. Allí viven cientos de familias de pastores y cultivadores de olivos. Algunos, incluso, se han asentado luego de ser desplazados en otras ofensivas israelíes. Y a pesar de haber llegado a varios acuerdos para no tocar a las comunidades vecinas, cientos fueron desalojados por el ejército. Al mismo tiempo, los asentamientos de colonos han funcionado como una extensión del trabajo sucio del mismo Estado israelí.
Ali vive con su familia en la aldea de Umm Al Arais, cerca de Shweyki (en árabe: شويكي), bajo el hostigamiento de los asentamientos de Shim’a (en hebrero: שמעה) y Eshtamo’a (en hebreo: אשתמוע), colonias “ilegales” bajo la corte israelí. “Ese que ves allá es un ‘outpost’ (o puesto de avanzada) –me describió Ali-. Aunque se supone que son ilegales, construyen donde y cuando quieren. Y el Estado de Israel les da los servicios, agua, electricidad, acceso asfaltado, todo. Mientras que nosotros somos los legítimos dueños y no tenemos nada de eso”.
Recientemente, el gobierno de Tel Aviv aprobó nuevos servicios para estos puestos de avanzada, que comienzan funcionando como granjas de pastoreo donde viven israelíes de forma “voluntaria”, un plan que utiliza el Estado de Israel para evadir las leyes internacionales de ocupación, según la Cuarta Convención de Ginebra (vinculada a las formas de trato de población civil ocupada en tiempos de guerra).
Las granjas son la forma más común de puestos de avanzada de los colonos y, según se estima, actualmente hay unas 50 en Cisjordania. Israel las considera como puestos de avanzada “eficientes” por ser de bajo costo, ya que en su mayoría consisten en una familia, ovejas y voluntarios para ayudar a cuidar el rebaño. Estos colonos utilizan el pastoreo para ampliar el territorio del puesto de avanzada, expulsando a los palestinos, cuyos rebaños pastaban en la misma área antes de que apareciera el Estado israelí.
Dimos varias vueltas entre las colinas de Khirbet Zanuta (en árabe: خربة زنوتا) y Bir Al Eid con el ganado de ovejas y cabras, que devoraba todo a su paso. Desde los puestos de avanzada de Meitarim, cerca del asentamiento de Eshtamo’a y Shima’a -de los más nuevos que hay-, un grupo de jóvenes colonos comenzó a gritar en hebreo. Estaban lejos, a una montaña de por medio. “Tienen un perro asesino -me dijo Ali-. El problema que tengo es guiar al ganado de vuelta al corral, es un proceso lento y una de mis ovejas está embarazada. Si se asusta mucho, puede perder la cría”.
Los colonos se acercaron a toda prisa, cruzando la “frontera” estipulada por el acuerdo entre los pastores y el ejército para evitar conflictos. Mientras se veían las cuatro figuras atravesar los últimos metros, agitando los brazos, mis amigos me dijeron: “No hay que darles ningún motivo para que nos ataquen, hay que documentar y demostrar que los atacantes son ellos y nosotros estamos tranquilos”. Intentamos retrasarlos lo más que pudimos para evitar que ataquen al ganado, poniendo nuestros cuerpos en el medio. Eran jóvenes de entre 15 y 17 años, y estaban furiosos. “Son nuestras tierras”, pronunciaron a los gritos mientras tiraban piedras a las ovejas.
La situación fue muy tensa. Nos gritaban e insultaban en la cara, con mucho odio. Uno de ellos era militar y se mantuvo al margen filmando, por si respondíamos. Nasser estaba muy nervioso. Llegaron sus hermanos a ayudar y lograron cuidar de las ovejas. Uno de ellos debía cubrirse el rostro y evitar entrar en provocaciones, ya que tiene un permiso para trabajar en Israel. Si dice o hace cualquier cosa que lo vincule con una agresión a un colono o contra el Estado de Israel, el permiso queda revocado y pierde su posibilidad de ganar dinero para su familia. Esa misma realidad viven cerca de 200.000 palestinos en Cisjordania. Es uno de los miles de mecanismos que utiliza Israel para forzar a que renuncien a sus reclamos de autodeterminación.
Finalmente, los colonos se fueron luego de arruinar el día de trabajo de los pastores. Allí finalizó nuestra tarea, pero no el día. Fuimos en camioneta a toda prisa a respaldar a otro pastor palestino, su rebaño y a unos activistas que estaban recibiendo piedrazos de los colonos de Mitzpe Yair, en Atariya. El ejército llegó para frenar los ataques. Lo curioso es que los uniformados mediaban con los colonos para que frenaran sus ataques, aunque ellos mismos viven en los distintos asentamientos ilegales. Para algunas cosas, son civiles que trabajan la tierra, pero para otras son soldados de ocupación.
Luego de que la calma volvió, el grupo se reunió para ir a Qawawis, donde los colonos bloquearon el camino de tierra que da acceso a una pequeña aldea. Para esto, utilizaron piedras gigantes y enormes pozos realizados con una excavadora mecánica. Allí estuvimos palanqueando durante un par de horas entre todos para liberar el paso a los palestinos para acceder con sus autos, la única manera de conseguir una salida a la ruta para comprar víveres. No pudimos sacar todas las piedras, pero logramos hacer un camino alternativo. Todo esto con las miradas del ejército y los colonos que gritaban insultos, sobre todo a las mujeres, a las que les decían “putas”. Ese mismo sábado, los colonos intentaron ahuyentar a los pastores en Umm Lasefa, pero los jóvenes del pueblo salieron y los mantuvieron alejados.
Esto fue solo un día en la vida de los pastores del sur de Hebrón. Allí resisten el proyecto sionista de cambiar la composición étnica de la región, de judaizar Cisjordania y terminar con la limpieza étnica hasta el río Jordan. Ali hace pocos meses recibió un ataque de colonos en su casa con bombas molotov en la noche. Incendiaron su casa, hirieron a su familia con quemaduras y perdieron gran parte de sus pocos bienes. Cuando le pregunté a Ali cuál es su sueño en su vida, me contestó: “Dormir una sola noche en paz. Estamos cansados, pero nuestra presencia aquí es importante. Debemos resistir para ser libres desde el río hasta el mar”.
*Por Santiago Montag / Foto de portada: Santiago Montag.