La guerra cambia todo (o no tanto)
Los ataques de Rusia a Ucrania alteraron la agenda deportiva. También agitaron reclamos de selecciones para no jugar en Moscú. Historia y presente ambiguo del Schakhtar Donetsk, de equipo obrero a propiedad de un billonario. De la hipocresía de la guerra al auge cultural de un país en tensión desde hace una década.
Por Gonzalo Reyes para La tinta
Serhiy Zhadan es uno de los escritores de mayor crecimiento de los últimos años en Ucrania. Poeta, líder de una banda ska y activista político. Con 40 años, participó de las movilizaciones conocidas como Euromaidan, aquellas que estallaron en 2013 y derrocaron al por entonces presidente pro-ruso Viktor Yanukovych. Se autodefine como pro-Ucrania, pese a ser originario de Lugansk, uno de los dos territorios que, desde 2014, se autoproclamaron independientes del país.
Zhadan es parte de lo que se considera una nueva ola cultural, alentada por el viento de aquellas revueltas callejeras que inspiraron un renacer de la identidad ucraniana, que se contrapone a la herencia soviética. Sus escritos hablan de la guerra. “La guerra es lo más importante, lo más significativo y lo más terrible que ha sucedido -explicó en 2019-. Define el ritmo de la vida, el estado de ánimo, la forma en que se estructura tu día y todo lo demás”. Para Zhadan, la olla en la que se cocina esta nueva generación de artistas es la tensión bélica que se vive y se respira desde hace una década: “Para mí, todo cambió”, aseguró.
Cambió tanto que hasta el Schakhtar Donetsk tuvo que abandonar el Donbass Arena desde 2014, tras quedar destrozado por los enfrentamientos. El club más importante de Ucrania en los últimos 20 años es de la región separatista pro-rusa del este del país y actualmente hace de local en Kiev, capital y sede del gobierno central de Ucrania. Paradojas de la guerra.
Su éxito llegó gracias a la fortuna del magnate del acero y el carbón, el empresario Rinat Akhmetov, patrocinador y beneficiario del gobierno de Yanukovyck, quien mordió la mano de Vladmir Putin al querer asociarse a la Unión Europea (UE), en 2010. Al querer enmendar el error, provocó las manifestaciones callejeras y su conocido final.
Como la guerra cambia todo, Akhmetov también intentó cambiar su imagen. Como buen hombre de negocios, el hombre más rico del país y presidente del club más ganador, pecó de equilibrista y se mostró, desde 2014, demasiado ambiguo en un país agrietado entre nacionalistas y separatistas. De pro-ruso a promotor de una Ucrania amplia, los independentistas de Donetsk le expropiaron sus empresas y tuvo que huir a Kiev.
Con Akhmetov, el Schakhtar también cambió. Fue su revolución cultural y deportiva a base de billetes provenientes de su conglomerado energético DTEK. De vivir a las sombras del siempre campeón Dinamo de Kiev, pasó a ser el único club ucraniano en ganar una UEFA Europa League, 13 ligas y 13 copas en 20 años.
Pero también había cambiado antes. Pasó de ser un club con orígenes obreros y orgullo soviético a propiedad de un billonario que llegó en 1995, tras la caída del Muro de Berlín. El nombre “Schakhtar” deviene del movimiento de trabajadores soviéticos llamado “Stakhanovismo”, en honor al minero de las minas de Donetsk, Alekséi Stajánov. El mito soviético cuenta que Alekséi se destacaba por su capacidad de superar sus propios niveles de productividad, a tal punto que, un día de 1935, extrajo 102 toneladas de carbón en una sola jornada, batió el récord, fue héroe nacional e inspirador de un movimiento. De ese movimiento y de la unión de dos clubes nació, en 1936, el Schakhtar Donetsk.
Casi un siglo más tarde, el club emblema de Donetsk juega lejos de las minas de carbón del Donbass. En lugar de obreros rusos, el plantel se compone con una llamativa mayoría de jugadores brasileños que se convirtieron en el fetiche de la billetera de Akhmetov. Tras los primeros ataques de Rusia en la mañana del jueves, los futbolistas de Brasil que se desempeñan en Schakhtar y Dínamo de Kiev publicaron en sus redes un video desesperante: “Estamos viviendo un caos. Esperamos el apoyo de nuestro país. Hablamos en nombre de todos los brasileños en Ucrania”, escribió Marlon, defensor de 26 años.
Como dice Zhadan, la guerra o las crisis nos cambian el cotidiano, la organización de la rutina, la agenda, el calendario. El fútbol quedó suspendido en Ucrania desde este jueves. La Euroliga de básquet decidió suspender partidos en territorio ruso. Polonia, Suecia y República Checa piden a la FIFA no jugar el repechaje rumbo a Qatar 2022 en Rusia. La UE presiona a la UEFA para que también le quite a Rusia la sede de la final de la Champions League.
Mientras tanto, Gianni Infantino condenó los ataques a Ucrania y se mostró sorprendido: “Me he quedado impactado por lo que he visto”. Eso sí, aún no lo impactan las violaciones a los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBTQI+ en Qatar, ni tampoco el avasallamiento de los derechos laborales para la construcción de estadios faraónicos. Tampoco condenó los ataques de Israel a Palestina, que tuvieron un mínimo espacio en la prensa a comienzo de febrero. Al italiano, que llegó al trono de FIFA luego de que el FBI norteamericano descabezara a Joseph Blatter y compañía en 2015, tampoco le impactaron sus propias declaraciones días atrás cuando justificó su idea de organizar mundiales cada dos años, con el fin filantrópico de llevar progreso al mundo y así “brindarle esperanzas a los africanos de modo que no tengan que cruzar el Mediterráneo para conseguir una mejor vida”. Negocios son negocios.
La guerra no cambia todo. En esta misma semana, Turquía atacó Siria. Fue el tercer ataque con drones. Pero Recep Tayyip Erdogan ya habló de la necesidad de paz en Ucrania. La OTAN está integrada por las mismas potencias de siempre. La que destruyó los Balcanes, la de Afganistán e Irán. Estados Unidos agita las aguas desde lejos, mientras Europa teme por la provisión de gas que Putin podría mezquinar. A contramano, el Schalke 04 quita el sponsor de la firma rusa Gazprom en solidaridad al pueblo ucraniano. El club alemán ha sido foco de numerosas expresiones racistas en los últimos años, ya sea las proferidas por su hinchada como por sus dirigentes.
Ucrania no estalló ayer. Sus tensiones internas y externas se respiran desde hace una década, al igual que las nuevas expresiones culturales de la que Serhiy Zhadan se considera parte. “No es que los ucranianos se hayan vuelto más espirituales o que todos quieran leer libros, sino que en los momentos críticos es muy importante verse desde otro ángulo -explica el poeta del Donbass-. Es como un espejo: te miras al espejo y ves cosas que te gustan y cosas que no te gustan. Poder verlas hace que sea más fácil reconciliarte contigo mismo”.
*Por Gonzalo Reyes para La tinta / Foto de portada: A/D.