El salto de papá, todo está guardado en la memoria

El salto de papá, todo está guardado en la memoria
15 diciembre, 2021 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

El salto de papá es una novela del escritor, sociólogo y periodista Martín Sivak, publicada en el año 2017. El libro retrata la historia única y universal de un padre y un hijo: el 5 de diciembre de 1990, un grupo de obreros que levantaba un hotel en pleno centro de Buenos Aires vio cómo Jorge Sivak se lanzó al vacío sin darles tiempo a impedirlo. Era comunista y también banquero, y ese día se había decretado la quiebra de su empresa. Martín Sivak, que en el momento del suicidio de su padre tenía quince años, reconstruye desde el duelo una vida que brilló y se extinguió ante sus ojos. Para eso, escarba en la saga familiar que incluye la construcción de un imperio económico por parte de su abuelo Samuel, los años de la dictadura militar y la infancia del exilio en Punta del Este. También los dos secuestros de su tío Osvaldo Sivak y la aparición de su cuerpo en 1987, en plena transición democrática; y las zozobras personales y económicas de su padre Jorge. 

Con El salto de papá, Martín Sivak nos entrega una obra desgarradoramente bella y dolorosa, relatada con tensión literaria y emocional.

martin-sivak“Papá se mató el día en que el Banco Central formalizó la quiebra de su banco, último sobreviviente de un conjunto de empresas de la familia que medio siglo atrás había fundado Samuel, el dueño de Posadas, gracias a unos fondos del Partido Comunista local y a su habilidad para los negocios. Por esas horas el presidente George Bush (padre) empezaba su visita a la Argentina, mientras caía el Eurocomunismo. Papá moría –murió- marxista-leninista, como se había reivindicado siempre.  No dejó una carta, ni un borrador o notas sueltas. Nada, ni una sola palabra. Su estado depresivo –tres meses entonces- le aplastó el tramo final de su vida con psicofármacos, acompañantes terapéuticos, psiquiatra, psicoanalista y psicólogo de familia. Nunca antes se había deprimido de esa manera. Ni siquiera se había dejado ver abatido.  En esos meses finales a veces vestía jogging con zapatos de traje. A sus hijos nos pedía abrazos; compartíamos sesiones cortas de abrazos. Empecé, ahí, a pensar en su muerte. La imaginé producto de un paro cardíaco inducido por los tres paquetes diarios de cigarrillos. O de un secuestro y asesinato, como el de su hermano. O de una distracción al cruzar la calle. Un par de años antes, cuando todavía lo creía inmortal, le habría preguntado qué música le gustaría que sonara en su velatorio. No quiso contestar. Insistí. Resignado, entregó su único guion post mortem: una canción tristísima cantada por un comunista como él, Alfredo Zitarrosa. Adagio en mi país”. 

A lo largo de veinticinco años, Martín Sivak llevó una suerte de diario íntimo, tomó notas y les escribió correos electrónicos a su hermano y sus amigos contándoles quién era ese padre contradictorio, idealista y vulnerable al que nunca dejó de extrañar. Todo eso fue madurando hasta dar a luz El salto de papá, un libro con un universo hipnótico y conmovedor del que es difícil salir indemne. 

“Dos días antes de morir, papá me tomó un examen. Estaba acostado en la alfombra de mi habitación: miraba la cobertura, en vivo, del último levantamiento carapintada. Su televisión se había roto hacía un mes.  La declinación de un hombre o de su familia se puede observar en la parálisis frente a pequeños desperfectos domésticos.  En una casa de 750 metros cuadrados mi pantalla de 14 pulgadas parecía la mejor conexión con el mundo exterior. Recordamos aquel encuentro con Seineldín. Y me sorprendió con una pregunta: <<¿Qué opinas de lo que está pasando?>>. Papá nunca preguntaba así. Él opinaba y, a partir de ahí, empezaba el intercambio. Durante años pensé que con esa pregunta quería ver si yo había aprendido todo lo que me había mostrado. Papá escuchó mi respuesta –que olvidé por completo- y no dijo nada. Como si no tuviese nada que acotar. Como si mi voz hubiese alcanzado para saber algo de mí. El 5 de diciembre el presidente George H. W. Bush visitaba Buenos Aires, todavía en alerta por el levantamiento militar fallido que intentaba repudiar su presencia. Era un miércoles húmedo y gris; el diputado trotskista Luis Zamora lo insultó en el Congreso de la Nación. Poco después del mediodía escuchaba discos de pasta en la Thonet cuando papá entró y se despidió. Llevaba puesto un traje que acentuaba los veinte kilos que había bajado desde que empezó su depresión final. Me dio un abrazo largo. Papá sabía, por medio de un amigo periodista, que esa tarde el Banco Central decretaría la quiebra de Buenos Aires Building. Después de dos generaciones, la familia Sivak abandonaba su condición de propietaria de los medios de producción para volver a vender su fuerza de trabajo (la FT, como nos enseñaron en la universidad). A las 2 de la tarde yo tenía una clase de francés, porque las Flores de Bach no habían logrado mejorar mi desempeño y tenía que dar un examen en diciembre para aprobar. Después de la lección con la profesora Luciana, mientras caminaba de vuelta hacia casa, Pablo Torre, el padre de mi amigo Agustín, apareció en su auto: <<Te estoy buscando. Tu madre quiere hablar con vos>>. Mamá bajó las escaleras caracol de mármol blanco apoyada en la baranda dorada. Una amiga le sostenía el hombro. Se tragaba el llanto y lloraba a la vez. –No, no, no. ¿El abuelo? –pregunté, con temor a lo obvio. –No. -¿Quién? –Papi. Salí corriendo del garaje al jardín y me tiré al césped con los pies para adelante como para barrer una pelota. Después, a la pileta de cabeza. Mientras braceaba bajo el agua, decía no puede ser, no puede ser, no puede ser. Veía las burbujitas como diálogos de historietas que decían <<Pue-de-ser. Pue-de-ser>>. Las burbujitas tenían razón. Todavía no sabía cómo había muerto. Entré al living con las zapatillas y el jogging empapados. Al rato, cuando mi hermano llegó a casa, quise ser quien le diera la noticia. Gabito tenía once años. El jogging amarillo que llevaba puesto lo aniñaba aún más. En ese momento, en la sede de Buenos Aires Building, el comisario Nelson Corgo, jefe de seguridad del banco, sacaba su pistola y apuntaba a la cabeza del acompañante terapéutico: -¡Tu función era cuidarlo siempre, pelotudo! –le gritó-. ¡¿Cómo mierda lo dejaste solo?! Papá le había dicho a Alejandro: <<Esperame en el banco>>. Mientras las secretarias lloraban y los teléfonos sonaban sin parar, los dos ejércitos de ocupación se volvían a encontrar, representados por Corgo y Alejandro. Corgo creía que sus custodios se habían encargado de proteger y cuidar al doctor, pero que los psicólogos lo habían dejado morir”.

El salto de papá de Martín Sivak es una novela que hurga en la memoria más íntima para volver a las preguntas que quedaron sin respuestas, preservadas tercamente por el amor.  

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Sobre el autor 

Martín Sivak nació en Buenos Aires en 1975. Licenciado en Sociología (Universidad de Buenos Aires) y doctor en Historia de América Latina (Universidad de Nueva York), ha trabajado más de veinte años como periodista. Publicó El asesinato de Juan José Torres (1997), El dictador elegido: biografía no autorizada de Hugo Banzer Suárez (2001), El doctor: biografía no autorizada de Mariano Grondona (2005), Santa Cruz: una tesis (2007), Jefazo: retrato íntimo de Evo Morales (2008, traducido al inglés, francés, italiano y chino) y los tomos Clarín, el gran diario argentino: una historia (2013) y Clarín, la era Magnetto (2015), que serán editados en inglés en un solo libro en los Estados Unidos. Es docente universitario, editor y escribe para diarios y revistas de la Argentina y el exterior. 

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: literatura, Martín Sivak, Novelas para leer

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