Eric Zemmour y el recuerdo de una Francia que nunca existió
Los exponentes más radicales y peligrosos de la ultraderecha se multiplican en el mundo. En el panorama francés, este sector aglutina el 70 por ciento de intención de voto para las presidenciales de 2022.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
Eric Zemmour tiene un discurso que se ubica a la derecha del que históricamente sostuvo Jean Marie Le Pen, del Frente Nacional, y actualmente Marine Le Pen, de la Agrupación Nacional. Polemista, periodista y panelista de televisión, escritor de best sellers, Zemmour es una figura muy popular en el país galo, pero poco hacía suponer que sería candidato a presidente. Menos aún, que además tendría posibilidades serias de disputar un segundo puesto e ingresar a un eventual balotaje contra el actual mandatario, Emmanuel Macron.
Si bien las encuestas aún lo sitúan lejos, su 10 por ciento no es tan magro como parece si se tiene en cuenta que, hasta hace algunos meses, prácticamente nadie creía que lograría los apoyos necesarios para convertirse en candidato al Eliseo. De acuerdo con la totalidad de las encuestas que se conocen, sumando los votos de la centroderecha, la derecha y la extrema derecha, estas fuerzas políticas rondarían aproximadamente el 70 por ciento. Este escenario entusiasma tanto a Le Pen como a Zemmour, conscientes de que, si logran llegar al balotaje, esta vez sí podrían derrotar al actual presidente, que cosecha grandes rechazos debido a su política económica, al manejo de la pandemia y a la situación de los trabajadores.
Judío e hijo de padres argelinos, Zemmour es un emergente del movimiento de los Chalecos Amarillos que, desde 2018, irrumpió en la escena política francesa. En Francia, la salida de la crisis parece querer ser por derecha y no por izquierda. Algunos lo han comparado con Donald Trump y, si bien hay puntos de conexión claro en ambos estilos, Zemmour prefiere reivindicar a Charles De Gaulle, de la misma manera que lo hace Macron.
Sin embargo, mientras el presidente prefiere hablar de Francia como un país inclusivo, que cobija a todos -aunque solo si se adaptan a la “cultura francesa”-, Zemmour agita el fantasma de la “islamización” de la nación. Para el candidato, “Francia ha dejado de ser Francia”, por lo que decidió tomar “nuestro destino en nuestras manos”. “Ya no es tiempo de reformar Francia, sino de salvarla”, asegura Zemmour. Según el ex panelista de televisión y escritor, su país “está a punto de desaparecer”. Su discurso parece calcado de la teoría del “gran reemplazo”, muy popular entre los seguidores más conspiracionistas de Trump o entre intelectuales de la extrema derecha, como el ruso Alexander Dugin.
Esta teoría, popularizada por el también francés de ultraderecha Renaud Camus, propugna que los franceses blancos católicos, y los blancos cristianos europeos en general, se encuentran siendo sistemáticamente reemplazados por población no europea. Es decir, árabes, levantinos, norteafricanos, subsaharianos y bereberes. De acuerdo con quienes creen en esta corriente, esto se estaría realizando a través de un plan masivo perpetrado por las élites globales y liberales, que incluye migraciones masivas y crecimiento demográfico. La teoría tiene sus orígenes en una novela publicada en 1973 por el francés Jean Raspail, titulada El campamento de los Santos, en la cual se describe el colapso de la cultura occidental a partir de una inmigración masiva de países periféricos. El escritor galo Michel Houellebecq se refirió a esto en su novela Sumisión, publicada en 2015, donde Marine Le Pen era derrotada en una segunda vuelta por un candidato descendiente de árabes y practicante del islam.
Los protagonistas de todas las novelas de Houellebecq suelen ser hombres de mediana edad, profesionales de clase media, algo deprimidos, obsesionados por el sexo y aplastados totalmente por la rutina. Todos estos son alter egos suyos que, tranquilamente, podrían ser una metáfora de esta sociedad que no se sabe muy bien hacia dónde va, pero que en el más optimista de los casos camina indefectiblemente hacia un quiebre definitivo con gran parte de lo que conocemos. Sociedades donde decenas de millones de puestos de trabajo quedarán totalmente inservibles, donde la brecha de desigualdad tanto socioeconómica como la del conocimiento, paradójicamente, será cada vez mayor y donde los extremismos de todo tipo y las brechas culturales entre Occidente y Oriente tienden a exacerbarse. El sujeto que Houellebecq describe en sus novelas conforma a buena parte de la base de seguidores de Zemmour, cuyos actos masivos han sorprendido a gran parte de la política francesa. En su iconografía, hay rememoras constantes a figuras de la historia como Napoleón, De Gaulle o incluso Brigitte Bardot.
En la Francia de la libertad, la igualdad y la fraternidad, no son poco comunes las expresiones racistas, xenófobas y reivindicadoras de la tradición blanca, europea y cristiana. Charles De Gaulle supo decir: “No hay que engañarse. Está muy bien que haya franceses amarillos, franceses negros y franceses morenos. Eso enseña al mundo que Francia está abierta a todas las razas y que tiene una vocación universal. Pero con la condición de que sean una pequeña minoría. Si no fuera así, Francia no sería Francia. Somos todos, ante todo, un pueblo europeo de raza blanca, de cultura griega y latina, y de religión cristiana… Basta de cuentos”.
La Francia dorada de la que habla Zemmour probablemente nunca existió, más allá de que sus riquezas durante el siglo XX se hayan construido, especialmente, a través del colonialismo de los mismos países africanos desde donde ahora proviene la inmigración que sus seguidores aborrecen. El año que viene, el país enfrentará una de las elecciones más decisivas de las últimas décadas. El descontento es grande, al igual que la desconexión de las élites para con su clase política. Y esto siempre suele ser terreno fértil para extremismos.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Foto de portada: Nicolas Tucat – AFP.