El sueño de los murciélagos, la épica suburbana
Por Manuel Allasino para La tinta
El sueño de los murciélagos es una novela del escritor Pablo Ramos, publicada en 2011. Ambientada durante la última dictadura cívica, militar y eclesiástica, la historia se centra en el viaje a la infancia suburbana de Gabriel, alter ego del autor, para embarcarnos en una aventura que dejará huellas muy profundas en todos.
El taller del padre de Gabriel está por cerrar debido a la situación económica y la familia de Marisa hace lo imposible día a día para poder sobrevivir. Ante ese escenario, recurren a la bruja del barrio que parece tener la solución de todos sus males: un hechizo que consiste en sacrificar un murciélago albino y derramar su sangre sobre la tumba de un santo. Deciden llevarlo a cabo. Entonces, rápidamente, reúnen a la barra de amigos y le piden ayuda a Rolando, un hombre muy especial, amigo de Gabriel, que trabaja en el cementerio. Guiados por él, el grupo se enfrentará a una realidad muy dura.
Con una prosa precisa y el toque de humor necesario, Pablo Ramos nos ofrece una novela sobre la amistad y los vínculos familiares, que transcurre en el período más oscuro de nuestro país.
“Llegué a Las Brujas de Karadajian con las primeras gotas de un agua helada. Toqué timbre y entré, porque así se hacía en ese lugar: uno tenía que tocar timbre, aunque la puerta estaba siempre abierta, y meterse sin esperar a que nadie lo invitara. Adentro casi no se veía nada. El salón, iluminado con unas pocas luces rojas y verdes, parecía un club de amigos del infierno. El techo estaba lleno de serpentinas y guirnaldas, como si hubieran festejado un cumpleaños, y el piso era una alfombra de papel picado y puchos. Sonaba un tema de los Supercoop, un grupo que estaba muy de moda por aquellos días. Al compás de la cumbia, bailaban acá y allá unas mujeres que debían de tener un promedio de sesenta años, si tomamos en cuenta la nieta de Karadajian, de ocho, que estaba jugando con un globo, sentada en la alfombra mugrienta. Era horrible. Me acerqué, todavía con la bicicleta en la mano, para ver mejor. Nadie se había dado cuenta de que yo estaba ahí. Estaba por tocar el timbre de la bici cuando un sapucay feroz estremeció el salón: Rolando estaba entre las mujeres. -Rolando, eh, Rolo –le grité, y el círculo de concubinas de la momia (porque lo único que les faltaba eran las vendas) se abrió y pude ver a mi amigo, con un sombrero de rancho de Telgopor celeste y rojo y un silbato en la boca. Bailaba un pasito todo hacia delante que consistía en flexionar las rodillas, echar la espalda hacia atrás e ir avanzando con las manos en la cintura y a los saltitos cortos. Como en ese juego de pasar por debajo de la soga. Así. A mi me pareció de lo más deprimente. -Gavilán pollero, amigo entrañable -gritó, y levantó los brazos. –Soy el Rey Salomón y sus princesas. A mí me parecía el doctor Salamín, una especie de odontólogo forense festejando la extracción número mil de los doce cadáveres que tenía al lado. -Tenemos la solución a todos los problemas, Rolando -le dije -pero necesitamos de tu ayuda. No sé si habrá oído toda la frase pero fue nomás sentir que yo necesitaba su ayuda para que se pusiera serio y me llevara aparte. –¿Pasa algo malo, Gavilán? -me preguntó. -No, nada, bueno: todo. Aunque tenemos la solución. Necesito crucificar un murciélago blanco primogénito pichón sobre la tumba de una persona santa. -Ah, una pavada -Sí. ¿Nos podes ayudar? -Pero, decime ¿para qué quieren crucificar un bichito de semejantes características biológicas? -La bruja Sara se lo dijo a la madre de Marisa; si hacemos eso se salva el colectivo de Lalo y también el taller de papá. -Bueno, bueno. Hay problemas en casa. Pero si es brujería de la Sara es brujería de la buena. Aparte es una de mis mejores clientes de insumos sepulcrales. -¿Y que es eso de insumos sepulcrales? -Son elementos del uso cotidiano para brujas y santeros. Huesillos de dedos, pedacitos de carne de pelo, tierra blanca bendita o maldita y otros menesteres prohibidos para las criaturas aterrables como vos. -Yo no soy una criatura alterable. -Te dije aterrable, a-te-rra-ble: que se caga en las patas. -Ah, eso sí. Bueno ¿nos vas a ayudar o no?-dije y lo miré. Rolando a veces daba miedo. -Claro, todo sea por esas nobles causas, querube. Aunque debo reconocerlas como perdidas. -¿Perdidas por qué? -Es que se viene la globoestabilización, no es algo que te pueda explicar así nomás, es la manera en que el mundo va a ser dentro de veinte años. Vos lo vas a ver, yo no. -¿Y como va a ser? -Nadie va a fabricar nada, todo va a venir hecho como de la Luna o de Júpiter todavía no lo sé. Pero ya no va a haber una familia que tenga un colectivo. Los colectivos van a ser todos de esa gente lunática o jupiteriana. Y así sucesivamente. -No entiendo nada. -Lo vas a ver, más que a entender, querubín”.
Sara, una bruja que, según cuentan, “te puede hacer crecer serpientes en los intestinos”, fue quien sugirió el rito mediante el cual se solucionan completamente los problemas económicos familiares. Un simple conjuro de sangre donde el sacrificio de un murciélago blanco primogénito sobre la tumba de una persona santa actuará como desatanudos universal. Gabriel abre la convocatoria para la hazaña e incluye a su hermano Alejandro, a la vecina Marisa y a algunos chicos y chicas de la barra del barrio que no pasan los doce años. Todos caminan bajo las órdenes de Rolando, el sepulturero amigo aficionado al alcohol, que los conducirá al interior del cementerio para poder realizar el sacrificio.
“Mamá se había quedado preocupada, porque los viajes en camión al sur en invierno son muy peligrosos. Las rutas se atascan de nieve, y en las peores zonas se puede perder el control y volcar. Y, aparte (esto se lo oí decir un día que discutió con papá a los gritos), el camino está lleno de ranchos de mujeres de la calle como en la Villa Mariel. Papá le había dicho que esas mujeres estaban todo el año, no solo en el invierno, y que en verano andaban directamente por la ruta mostrándoles todo a los camioneros que pasaban. Cosa que fue peor, mamá le tiró con un plato, papá se agachó y el plato se rompió contra la pared de la cocina. Entonces papá tomó un bolso, metió dos o tres cosas adentro, nos dio un beso a Alejandro y a mí, y salió de casa para tomarse el colectivo hasta la empresa de transporte donde tenía que retirar el camión. En cuanto se fue, mamá se metió en la pieza, salió con un saco, un gorro y una bufanda y me dijo que corriera a la parada y se lo diera a papá. -Te lo manda mamá para que no tengas frío en el viaje -le dije a papá. No terminé de hablar que vimos el colectivo que se acercaba. -Yo hago esto para conseguir más plata y salvar el taller, Gabriel -me dijo papá, y yo sé que me habló con sinceridad. De no ser así no me habría hablado, como siempre. -Nosotros lo vamos a ayudar a Coco, papá- le dije antes de que se subiera al colectivo. Pero él ya estaba en ese mundo de pensamientos al que yo no podía entrar ni que me pusiera a llamarlo a los gritos. Pensé que ahora mamá estaba preocupada por papá, porque no le había dado la posibilidad de despedirse como era debido y él se iba en una travesía de mil veces a la costa (así me lo había explicado Coco) y merecía al menos un beso de despedida. Además, toda esa preocupación que tenía por culpa de la plata. La plata es lo peor que hay, sobre todo cuando falta. Todos los problemas que se tienen porque falta plata. El taller, que tanto amaba papá, se venía abajo y nosotros no podíamos hacer nada. Pensé que mamá a veces era injusta. Pero yo no había tomado conciencia todavía de la necesidad que tenía mamá de papa, y papá de irse lejos de casa. Cada tanto, supongo, y un poco, para no tener que hacerlo del todo y para siempre. Terminamos de comer y mi hermano me codeó. Yo era el consentido de mamá y él, el de papá. Entonces cuando había que pedirle algo a uno o al otro, sencillamente nos turnábamos. A veces salía mal, sobre todo cuando sospechaban que nos queríamos mandar la cagada del año. Pero últimamente, con los problemas del taller y la vuelta de papá a tener que hacer esos viajes largos, no nos daban tanta importancia y yo hasta algunas noches zafaba de bañarme y todo. Así que le dije a mamá que nos íbamos a jugar a la payana a la casa de Marisa. Lo único que nos pidió fue que no volviéramos tarde y, ya que iba a lo de Marisa, le devolviera una tartera a Leila. Esos riesgos menores eran siempre posibles, ahora yo iba a tener que ir a lo de la bruja Sara con la tartera de Leila”.
El sueño de los murciélagos de Pablo Ramos es una novela que narra aventuras construidas con estallidos, escombros y descarrilamientos por un grupo de chicos y chicas que transitan sus días entre la inocencia de la infancia y la terrible crueldad de la dictadura.
Sobre el autor
Pablo Ramos nació en 1966 en Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Ha publicado el libro de poemas Lo pasado pisado (1997) y las novelas El origen de la tristeza (2004), La ley de la ferocidad (2007) y En cinco minutos levántate María (2010), y los libros de cuentos Cuando lo peor haya pasado (2005), que obtuvo el primer premio del Fondo Nacional de las Artes (2003), el primer premio del Fondo Nacional de las Artes (2003) y el primer premio Casa de las Américas de Cuba (2004), y El camino de la luna (2012). El sueño de los murciélagos recibió el galardón The White Ravens otorgado por la Jugendbibliotek. Su obra ha sido traducida al francés, portugués y al alemán. Residió un año en Berlín, en el marco del Programa de Artistas del DAAD. Como músico, lidera la banda de rock Analfabetos y es coautor de las canciones del disco El hombre y las ganas de comer (nominado a los premios Carlos Gardel 2011) junto a Gabo Ferro. Además, integra el dúo con el guitarrista y compositor Ernesto Snajer.
*Por Manuel Allasino para La tinta.