La Casa de los Caballos: lo perdido, lo liberador

La Casa de los Caballos: lo perdido, lo liberador
16 noviembre, 2021 por Soledad Sgarella

Este fin de semana son las últimas funciones de una obra de teatro que nos coloca, sin vueltas, frente al mar de incertidumbres que las pérdidas nos traen. Con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro y el Fondo Nacional de las Artes, y ganadora del Fondo Estímulo a la creación cordobesa, «La Casa de los Caballos» es una invitación a la contemplación de lo incierto, pero con la firme intención de encontrar allí los propios rumbos.

Por Soledad Sgarella para La tinta

Canta Gabo Ferro en una de sus canciones más bellas: “¿Dónde queda lo que creés? ¿Dónde queda lo que ves? / ¿Dónde se irá, si se va? ¿Dónde se fue? ¿O será que ya no está? / Si hay Dios, si hay amor, si hay vida después / si hay mundo, si hay hoy, hay mañana, hay tal vez si hay ayer, si hay recuerdos, si hay de haber o ay de doler”.

Quienes han ido a ver La Casa de los Caballos salen de El Cuenco movilizadxs, como si una tormenta de arena, dicen, lxs hubiera enceguecido por un rato para después abrir miradas y -por qué no- corazones y cabezas. Lo que se conjuga entre un diseño de luces muy preciso, una escenografía impactante y fuertísimos textos produce, en principio, un oleaje intenso de revisiones y preguntas.

rodo-ramos-teatro
(Fotografía: Rodrigo Brunelli)

Es que la obra del dramaturgo y actor Rodo Ramos -dirigido por Gastón Mori- nos adentra en un océano de intensidades. Una amiga psicoanalista fue precisa: “El protagonista completa los espacios con las palabras, le pone decires a algo de lo absolutamente imposible de soportar, como debe ser la experiencia de la muerte que -por supuesto- no conocemos. Todo va a estar bien, le dice su madre en el momento más gratificante, pero el protagonista se apropia de esa frase tal vez cliché para construir algo propio. Propio, pero, además, vivificante”. Sin desconocer la tristeza de la pérdida, dar vuelta los sentidos comunes, los prejuicios y los mandatos es lo que le hace vivir.

En esta nota, Ramos habló con La tinta y nos contó los trasfondos de una obra que abre puertas infinitas y galopantes, como el propio mar.

—¿Por qué creaste una obra que dice ser un estudio sobre la muerte y la pérdida de las cosas? ¿Fue en pandemia? Justo un tema tan de estas épocas y tan necesario de abordar…

—Me gusta mucho escribir desde la idea de la “certeza”, desde lo que ya existe y fue nombrado, desde lo que se dice “es así”. Creo que es una forma de encontrar alguna “certeza” que me oriente entre tanta incertidumbre, como lo fue el proceso de pandemia que vivimos y aun seguimos viviendo.

El proceso de esta obra fue escribir con el diccionario al lado. La obra está dividida en capítulos, que son definiciones concretas y certeras sobre lo que voy a contar en escena. Es un estudio real sobre la muerte, otra de las cosas que nos genera incertidumbre, tratar de encontrar certezas es lo que nos ayuda a entender algo que no conocemos o a ponerle palabras. Creía necesario ponerle palabras a los procesos de duelos o a los procesos de pérdidas, no voy a nombrar la muerte, sino a la pérdida. ¿Qué es lo que nos queda a nosotros que estamos aquí aún?


«La pérdida entendida como duelo fue lo que me llevó a escribir. El duelo de una heterosexualidad forzada por un Cistema: unos simples zapatos vienen a romper una estructura heredada y a poner sobre las manos de este niñe lo que realmente es, el poder asumir lo que uno es. El proceso había comenzado hacía unos años y en pandemia encontré un texto guardado en la computadora, comencé a trabajarlo de nuevo y me fue llevando por unos caminos hermosos en la escritura».


—¿Cuál creés que es el rol del arte (si es que creés que lo tiene) para abordar estas temáticas tan sensibles? ¿El arte nos “sirve” para algo en tiempos hostiles?

—Creo que sí, el arte moviliza, sensibiliza, interpela, enoja… el arte muestra distintos puntos de vista de los temas que atraviesan a la sociedad y que a veces cuesta ponerle palabras. La Casa de los Caballos toca un tema sensible, el dolor de perder a alguien; es muy duro y vuelvo a la incertidumbre que nos provocan esos “cortes” definitivos: la muerte es lo más concreto que existe, perder algo también. Pero las pérdidas vistas desde “que uno pierde”, pero a veces “uno gana también”, y en la obra este niñe pierde, pero gana una identidad (que es un montón).

El arte hoy, en estos tiempos que corren, está batallando con algo mucho más grande que él. Esa hostilidad que nombrás está convirtiéndose en un monstruo sin pies ni cabezas (derecha extrema, neoliberalismo) y que avanza velozmente. Creo que el arte, o por lo menos el teatro (que es el lugarcito que ocupamos), está ahí, batallando esa hostilidad, y es una batalla que peleamos siempre creo, desde que comenzó todo, pero la pandemia hizo que todo fuera mucho más rápido.

—Leyendo la sinopsis, sabemos que la obra sucede en paisajes con mar: ¿por qué elegiste ese contexto en esta ciudad tan mediterránea? 

—Los otros días me preguntaron exactamente lo mismo y mi respuesta fue: siempre estuvo el mar en el texto, además de que es uno de mis lugares favoritos en el mundo. Yo vengo de la pampa gringa, la llanura en todos sus sentidos y cardinalidades, vengo de mares verdes.

Lo que sucede con el mar es que me produce esa incertidumbre que nombré anteriormente cuando lo veo y el mar es un paisaje tan incierto. Creo que el mar es la metáfora perfecta para simbolizar la incertidumbre que genera la pérdida y es que el mar, cuando uno lo mira, por más inmenso que sea, uno se siente solo frente a él, se siente un poco indefenso y además es un terreno completamente desconocido. El mar es la metáfora perfecta para contar mi historia. Una excusa perfecta para regalarle el mar a los/as/es espectadores cordobeses.

Yo digo en un momento “a veces el mar se debe sentir solo” y es que el mar te genera eso, y en la obra este niñe que trata de encontrarse a sí mismo, y que esos zapatos verdes le muestran un mundo que desconocía o que conoce, pero solo con su cuerpo. El mar le viene a traer un poco de tranquilidad. Es que los procesos de asumirse como uno es un proceso bastante solitario y este niñe, aún con el mar como aliado, se siente solo, así, como el mismo mar.

—¿Nos contás algo de la producción fotográfica? Son hermosas las fotos y las gráficas.

—Con Rodrigo Brunelli trabajamos con el mar, con el hundirse, con el dejarse caer, con la soledad. El proceso de la fotografía fue uno de los últimos en aparecer y fue el broche de cierre para la obra. Después de muchos ensayos, tratamos de entender bien a dónde queríamos ir con la obra para tener muy clara la idea de la gráfica y tratar de que, con la fotografía, podamos contarle a la gente de qué se trata La Casa de los Caballos.

La gráfica principal es la caída, es el dejarse caer, pero no el dejarse caer para no volver a salir, sino el dejarse caer para ver todo con otro panorama y así, con el impulso de la caída, poder salir con más fuerza a la superficie.

La Casa de los Caballos. Viernes 19 y 26 de noviembre a las 20:30 h en El Cuenco Teatro (Mendoza 2063, Alta Córdoba). En escena: Rodo Ramos | Voz en off: Tomás Leaño | Dramaturgia: Rodo Ramos | Diseño de Iluminación: Rodrigo Brunelli | Diseño y Realización de Escenografía: Rodo Ramos | Rodrigo Brunelli | Diseño de Sonido y Video: Horacio Fierro | Operación de video: Raquel Ambrosino | Vestuario: Lucas Mana | Fotografía y Diseño Gráfico: Rodrigo Brunelli | Producción: El Cuenco Teatro | Dirección: Gastón Mori.

*Por Soledad Sgarella para La tinta. Fotos: Rodrigo Brunelli.

Palabras claves: El cuenco, Teatro

Compartir: