El hambre oculto en Marruecos

El hambre oculto en Marruecos
1 noviembre, 2021 por Tercer Mundo

Aunque las estadísticas oficiales sugieren que el país norafricano no padece hambre, la realidad es otra, encubierta por la falta de datos fiables y el estigma social.

Por Red Global

El hambre está tan presente en el imaginario marroquí como en la realidad. A lo largo de la historia, el pueblo de Marruecos ha sufrido sequías cíclicas, marginación, exclusión, y el robo sistemático de sus riquezas y cosechas por parte del Mahkzen, el régimen político dirigido por la monarquía.

El sector agrícola del país emplea al 40 por ciento de la mano de obra y contribuye al 15 por ciento del PBI, por lo que la economía del país y la situación económica de su población son muy vulnerables a los cambios del mercado mundial y al cambio climático.

Además de los retos que presenta la pandemia de la COVID-19, el país sufrió una grave sequía en 2019 y 2020. La capacidad de las presas que abastecen el vasto sistema de riego del país en el sur y el este se redujo al 37 por ciento a nivel nacional en octubre de 2020, mientras que el déficit de agua superficial alcanzó un récord del 94 por ciento, según Abdelhamid Aslikh, el jefe de la agencia de reservas de agua de la región de Agadir. Esto afectó, en gran medida, a la producción de cereales. Esta producción en 2020 fue un 39 por ciento inferior a la de 2019, mientras que las importaciones de trigo aumentaron un 46,3 por ciento.

La última sequía tuvo un fuerte impacto en los sectores rural y agrícola, que llevan décadas sufriendo el aumento de las sequías y la desigualdad consagrada por el dominio del Mahkzen. Este impacto es claro en el hambre generalizada en Marruecos.

Marruecos sequias la-tinta

Según el Mapa del Hambre de las Naciones Unidas y el Índice Global del Hambre (IGH), el problema no es una preocupación importante en el país. El IGH clasificó a Marruecos en el puesto 44 de los 107 países evaluados, con una calificación de hambre “baja”, y la ONU evaluó igualmente que un pequeño porcentaje de la población sufre desnutrición.


Los activistas de Marruecos que ven la realidad sobre el terreno tienen poca fe en estas cifras oficiales. Atribuyen una subestimación sustancial y la falta de voluntad del gobierno para informar con precisión sobre la situación, lo que es posible gracias al control del sistema monárquico. Además, los activistas señalan que el inmenso estigma social, asociado al “hambre” en el país, hace que muchas personas no admitan su situación.


Las cifras son especialmente difíciles de creer si se tiene en cuenta que la tasa nacional de pobreza multidimensional entre los niños es del 39,7 por ciento y que en las zonas rurales esta cifra llega al 68,7 por ciento. La pobreza multidimensional considera factores como el acceso a la educación, la atención sanitaria, el agua, la higiene, la vivienda y la alimentación y nutrición.

Hambre en el granero

Mohammed, un niño de la aldea de Ouled al-Saghir, en la provincia de Settat, a pocas horas de Casablanca, es un rostro humano de esta pobreza multidimensional. El niño que corre por los campos, persiguiendo a un perro y a un rebaño de ovejas, está a punto de cumplir siete años. Sin embargo, su aspecto sugiere que tiene tres o cuatro.

Mohammed no fue a la escuela, a pesar de todos los programas educativos del Estado. Su esforzado padre, que trabaja todo el día pastoreando ovejas y vacas para una familia adinerada, nunca tuvo la oportunidad de pensar en la educación de su hijo. Lleva años trabajando sin un salario adecuado. Solo ha podido conseguir un alojamiento básico para su familia, ya que la promesa de una remuneración de 150 dólares al mes nunca se cumplió.

Mohammed acompaña a su padre en el pastoreo de las ovejas y a su madre cuando ordeña las vacas, y ayuda en el trabajo. No tiene tiempo para jugar con otros niños y, en su lugar, ha hecho amigos con unos muñecos rotos que encontró abandonados en el patio trasero de la casa.

La alimentación de Mohamed se limita a dos comidas al día, con el pan y el té como ingredientes principales. El pan tiene un enorme simbolismo en la cultura popular marroquí y constituye un elemento esencial en la mayoría de los platos populares. De hecho, los marroquíes se refieren a su trabajo o empleo como “la punta del pan”, o simplemente “el pan”. Otros expresan su orgullo por haber crecido a base de “pan y té”. El pan se considera tan sagrado que las sobras no se mezclan ni se tiran con otros restos de la comida. En Marruecos, algunas personas besan el pan si cae al suelo y lo consideran una de las más importantes bendiciones de Dios.

Sin embargo, esta reverencia por el pan esconde una larga historia de malnutrición y el miedo inherente de millones de personas, marginadas al hambre o a la pérdida de sus medios de vida.

La madre de Mohammed dice que su cuerpo no ha crecido en los últimos tres años y que es posible que sufra una enfermedad. Le han aconsejado que lo lleve a un sacerdote, aunque ella duda, con la esperanza de que su hijo pueda curarse por voluntad divina. Es posible que Mohammed sufra de desnutrición o de alguna de las enfermedades que prevalecen en estas zonas, pero los residentes saben muy poco sobre el hospital más cercano, salvo que está muy lejos. Lo más lejos que van es el mercado semanal, a unos cuantos kilómetros de distancia.

Pero no son solo los niños como Mohammed los que soportan el peso de la pobreza multidimensional. Las mujeres también sufren el peso de la vida rural y de una marginación aplastante que lleva a muchas a emigrar a las ciudades para buscar cualquier trabajo disponible, bajo cualquier circunstancia, con el fin de garantizar una vida mejor para sus hijos. Esta elección es recibida con escepticismo por las generaciones mayores, pero a muchas mujeres jóvenes ya no les importa esta actitud conservadora.

La madre de Mohammed no se atreve a viajar a la ciudad, porque ha oído historias de horror sobre el sufrimiento de los pobres en las fábricas y los asentamientos. Está decidida a que su hijo no caiga en el trabajo doméstico infantil ni sea víctima de la trata de personas. Prefiere vivir en la región semiárida, afectada por la sequía y la falta de programas adecuados de desarrollo rural antes que convertirse en uno de los residentes de los barrios pobres aplastados bajo la rueda del “Plan de Emergencia Económica” de la ciudad.

Marruecos clases humildes la-tinta

El hambre sigue a la gente a las periferias urbanas

Ninguna ciudad simboliza la “gloria” económica de Marruecos como Casablanca. Es el principal centro económico, su eje industrial y la puerta del reino al mundo. Con su gran puerto y aeropuerto, contribuye a un tercio del PBI nacional del país. Sin embargo, sus 3,7 millones de habitantes sufren enormes desigualdades sociales, y muchas personas siguen gimiendo bajo el peso del hambre, que se ha agravado con la pandemia de la COVID-19.

El centro de la ciudad es una imagen de prosperidad y desarrollo, con sus rascacielos, sedes corporativas, hoteles y puntos de venta de marcas mundiales. En cada esquina, la gente espera los distintos medios de transporte y no faltan los vehículos privados. Este es el “centro útil” de Marruecos, a diferencia de las regiones que las antiguas autoridades coloniales francesas tildaban de “Marruecos inútil”. Cualquiera que pasee por esta parte de la ciudad, no creería que está en un país del “tercer mundo”, en “vías del desarrollo”.

Sin embargo, más allá de estas calles acomodadas y de sus habitantes, surge una imagen drásticamente diferente, que contradice por completo la propaganda del régimen y de sus medios de comunicación cooptados.

Entre el sector invisible de los trabajadores de la ciudad, están los “Mikhala”, que se ganan la vida recogiendo basura y restos de comida, botellas de cerveza vacías o electrodomésticos rotos. Pasan las noches corriendo detrás de los camiones de basura para recoger todo lo que puedan vender a las fábricas de reciclaje.


Los Mikhala suelen estar confinados en los asentamientos y zonas marginales. Se reúnen al final del día en cementerios y lugares desiertos para tomar una copa o algo que pueda darles calor. Pasan el resto de la noche bebiendo cualquier cosa que puedan comprar con sus limitados medios.


Un trabajador de la sanidad pública dijo que los servicios de urgencias del hospital suelen recibir cada día a muchas de estas personas con problemas de salud críticos. Muchas de ellas caen enfermas tras comer alimentos podridos o consumir alcohol tóxico. A veces, las mujeres embarazadas acuden para dar a luz y acaban abandonando al bebé o intentando deshacerse de él. Muchos de ellos padecen VIH, sífilis y hepatitis o enfermedades contagiosas.

La mayoría de los Mikhala viven en “Al-Karyanat”, que son barrios de ocupantes ilegales, construidos principalmente por campesinos pobres llegados de diferentes regiones del país solo para ser explotados en complejos industriales, puertos y servicios diversos, que forman parte de lo que los medios de comunicación llaman “Plan de Emergencia Económica”.

Los programas industriales de la ciudad necesitan mano de obra barata y no cualificada. No tienen contratos de trabajo ni derechos básicos. Los trabajadores pasan largas horas retribuidas con salarios insostenibles y normalmente se ven obligados a construir pequeñas chozas para alojar a sus familias. Normalmente, estos asentamientos no cumplen las normas mínimas elementales de habitabilidad y carecen de agua, electricidad y desagües.

Con la transformación de Casablanca en la mayor ciudad económica de Marruecos, el número de estos trabajadores aumentó a cientos de miles y los asentamientos se convirtieron en poblados rodeados de vallas para ocultar la magnitud de la tragedia.

Al mismo tiempo, la mafia inmobiliaria ha puesto sus ojos en los terrenos en los que se asientan estos barrios. Se intenta aprobar proyectos de ley y sentencias que expulsen a estos residentes. Los que tengan suerte, podrán recibir una compensación mínima. Muchos otros no. En lugar de los asentamientos, se levantarán centros comerciales, hoteles y proyectos inmobiliarios de lujo.

Cabe destacar que los 14 jóvenes que perpetraron los atentados terroristas del 16 de mayo de 2003 en Casablanca procedían del corazón de estas barriadas, de las mencionadas franjas de miseria. El karyan o barrio del que procedían se llama “Karyan Touma”. Se criaron en la miseria y se nutrieron de ideas fundamentalistas mucho antes de que decidieran atentar con explosivos contra dos restaurantes turísticos y otras zonas. El olor del hambre se extendió a partir de este acto terrorista, además de una larga marginación.

Marruecos Casablanca barrios pobres la-tinta

Pobreza y hambre en los barrios marginales

En una de las zonas de la “Ciudad Blanca” de Casablanca, concertamos una cita con activistas de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos y nos trasladamos a un douar, una comunidad residencial no estructurada, en Ain Sebaa, al norte de Casablanca.

El objetivo es examinar el estado de algunas personas después de que las autoridades demolieran varias casillas en Karyan Touma. Varias familias del barrio se habían negado a que se destruyeran sus casas, por la falta de confianza en las promesas de que obtendrían viviendas “decentes” dentro del Programa de Vivienda Social, e insistieron en obtener documentos oficiales que lo demostraran.

Nada más llegar a Karyan Touma, nos encontramos con vastas zonas llenas de escombros de casas que habían sido demolidas. Salpicando el paisaje, estaban las chozas de decenas de familias que se habían opuesto a la demolición. Alrededor del douar, asoman torres de hormigón gris. “Es como Gaza”, dice uno de los residentes que nos recibe, burlándose de la escena.

Las aguas residuales fluyen abiertamente, su olor acre es imposible de ignorar. Cerca hay un enorme contenedor de basura. Al margen, pero no fuera del recinto, el cadáver de un burro muerto yace en una gran fosa cerca de las casas de los residentes. “La zona está infestada de ratas que entran en nuestras casas todo el tiempo”, dice un joven que nos saluda.

Hablamos con Abdul Ali, que vive en el mismo barrio y trabaja como guardia de seguridad. Está casado y tiene una hija. Uno de sus hermanos también trabaja como guardia de seguridad y tiene seis hijos, mientras que otro hermano tiene cuatro niños y trabaja estacionando autos. Todos viven en el mismo recinto con sus dos hermanas viudas.


Para Abdul Ali, la pandemia fue una larga lucha contra el hambre: “Durante los días de la pandemia, la situación era trágica. Una persona salía a la calle para sacar adelante a los niños, mientras que otras se quedaban en el ‘parking’, un lugar donde la gente espera hasta que un contratista les ofrece trabajo por un mísero salario. Casi todo el mundo perdió su trabajo. Durante la cuarentena, comíamos lo que nos proporcionaban los grupos de caridad y las asociaciones, y todo el mundo estaba endeudado. Algunos pasaron el último Eid al-Adha sin un sacrificio”.


El Eid al-Adha es de gran importancia para los musulmanes y en la sociedad marroquí se considera una desgracia si una familia no puede permitirse un sacrificio. En muchos casos, las familias, especialmente las madres, juegan al “escondite” con el hambre. Una mujer cuenta cómo intenta romper la monotonía de la dieta de “pan y té” con lo que tiene a mano. Una “comida” en su casa es a veces una mezcla de dos tipos de verduras y especias en lugar del famoso tagine o una mezcla de harina barata en “cuscús”, sin tener los componentes mínimos de estos famosos platos. “Lo más importante es mantener a los niños tranquilos”, dice la mujer.

Cuando el hambre se vuelve negociable

La gravedad del hambre es una oportunidad para los políticos, señalan los activistas de derechos humanos. El ejemplo más destacado es el del designado primer ministro Aziz Akhannouch. Akhannouch, el hombre más rico de Marruecos y el duodécimo más rico de África, era también ministro de Agricultura, Pesca, Desarrollo Rural, Agua y Bosques, y, por tanto, responsable de la gestión de las sequías que causaron estragos en el país.

Su fundación benéfica distribuyó alimentos, a los que pronto siguieron tarjetas que invitaban a la gente a unirse a su partido, la Agrupación Nacional de Independientes. Esta fundación benéfica es un arquetipo clásico de las instituciones que comercian con el hambre y la miseria de la gente para obtener beneficios electorales, afirman los activistas bajo condición de anonimato. Estas prácticas son habituales entre los partidos conocidos como “majzanos”, leales al Al-Makhzan, el régimen monárquico de Marruecos. Parece que le ha funcionado a Akhannouch, cuyo partido se ha convertido en el más importante en las recientes elecciones.

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El hambre en Marruecos se manifiesta en la ausencia de soberanía alimentaria. El hambre acecha los sueños de los pobres y desposeídos en Marruecos, tanto en las zonas rurales remotas como en el corazón de la metrópoli. Los dolores del hambre son manipulados por los gobernantes: los hambrientos son movilizados como votantes y utilizados para crear una falsa legitimidad para el régimen.

El hambre es también el arma clave de la represión si los pobres no se comportan. En 1981, la gente salió a las calles de Casablanca y otras ciudades en lo que se conoció como el “Levantamiento del Pan”. Exigían mejores condiciones de vida. El monarca de la época, Hassan II, hizo una declaración infame: “Haz que tu perro se muera de hambre para seguirte”.

*Por Red Global / Foto de portada: Issam Oukhouya – AP

Palabras claves: Marruecos, Pobreza, sequías

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Siria naufraga en medio de las sanciones occidentales

Siria naufraga en medio de las sanciones occidentales
9 abril, 2025 por Redacción La tinta

Más de 100 días después de la caída de Bashar al-Asad en Siria, el país lucha por recuperarse tras 14 años de guerra. El proceso de transición política sigue estancado y la economía continúa desplomándose bajo las sanciones extranjeras, donde los primeros en sufrir son los y las ciudadanas comunes.

Por Santiago Montag, desde Siria, para La tinta

Siria parece no poder levantarse desde el derrocamiento de al-Asad. El panorama es desolador: en Damasco, sus residentes solo tienen unas pocas horas de electricidad al día y otras zonas enfrentan condiciones aún peores; el precio del pan se ha multiplicado por ocho desde diciembre, condenando a la población al hambre; la gente hace cola durante horas para retirar los pocos billetes disponibles en los cajeros automáticos antes de que se agote el efectivo.

Los precios de la moneda y el combustible danzan al ritmo de la inestabilidad. El flujo de importaciones aumenta, pero la escasez de dinero físico y la falta de opciones de pago digitales significan que pocos sirios pueden permitirse comprar nuevos bienes, ya que el 69% de la población (14 millones de personas) vive por debajo del umbral de la pobreza. Las esperanzas iniciales, luego de la caída de al-Asad, se han visto frustradas por la falta de empleo y la destrucción generalizada del país.

En gran medida, estas dificultades económicas reflejan la destrucción causada por décadas de dictadura, guerra civil y meses de inestabilidad posterior al régimen. Sin embargo, las sanciones occidentales, impuestas por Estados Unidos y Europa, inicialmente destinadas a castigar a Asad por los crímenes contra la población siria, también tienen una responsabilidad importante. Estas sanciones han convertido a Siria en un Estado paria para las instituciones financieras, las empresas y la mayoría de los gobiernos que hayan considerado invertir en el país. Como resultado, Siria no puede importar fácilmente moneda física, tiene acceso limitado al sistema bancario global y lucha por generar ingresos por exportaciones, y, mucho menos, por asegurar la inversión necesaria para la reconstrucción urgente del país. Escuelas, hospitales, viviendas y otras infraestructuras siguen en ruinas.

Al mismo tiempo, muchos sirios han regresado a sus antiguos hogares en barrios bombardeados porque no pueden pagar el alquiler en las ciudades. Como resultado, viven en zonas sin servicios básicos como electricidad o agua potable. Otros permanecen en campos de refugiados debido a la guerra y al terremoto de 2023 en la placa de Anatolia. Otros han sido desplazados recientemente en el norte del país tras los enfrentamientos entre las fuerzas encabezadas por los kurdos y las milicias respaldadas por Turquía.

Para abordar estos problemas, las organizaciones humanitarias, que han asumido la responsabilidad de proporcionar desde servicios básicos hasta apoyo psicológico y rehabilitación de infraestructuras, corren el riesgo de perder financiación. Organizaciones vinculadas a la ONU, así como grupos como la Media Luna Roja Árabe Siria y Oxfam, están recibiendo menos recursos, lo que pone en peligro la supervivencia de miles de pobladores. Los donantes europeos, en una conferencia liderada por la Unión Europea (UE) este año, prometieron 5,8 billones de euros, mientras que, en 2024, sus promesas alcanzaron los 7,5 billones de euros, un recorte drástico.

El argumento para mantener las sanciones es obligar al presidente interino, Ahmad al-Sharaa, a adoptar una vía más liberal, alineada con Occidente. Hasta ahora, la UE ha suspendido algunas sanciones, pero esto no constituye una solución estructural. Países como Qatar se han comprometido a invertir en Siria solo si se levantan las sanciones. A menos que las sanciones se eliminen pronto, conducirán a una catástrofe económica que bloqueará cualquier perspectiva de construir un futuro para el país, libre de tensiones y violencia.

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En Damasco, miles de personas se enfrentan a la pobreza. Las calles están repletas de puestos que venden todo tipo de artículos, como ropa de segunda mano, zapatos, cigarrillos, semillas traídas de Turquía, juguetes y baratijas. El trabajo infantil es frecuente en estas tiendas. Imagen: Santiago Montag.
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Imagen: Santiago Montag.
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En Al Hol, al noreste de Siria, al menos 50.000 personas siguen dependiendo de la escasa ayuda humanitaria internacional. El Grupo Blumont, financiado por USAID, ha renovado su financiación solo hasta septiembre de este año. Imagen: Santiago Montag.
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Campo de desplazados en el Estadio Municipal Al Tabqa, en Raqqa. Miles de kurdos huyeron de los ataques en Sahba y Manbij a principios de diciembre. Ahora, dependen de la ayuda humanitaria, principalmente, de la Media Luna Roja Kurda. Imagen: Santiago Montag.
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Dos hombres están sentados frente a un cajero automático fuera de servicio en Damasco. Los cajeros automáticos están vacíos en todo el país. Para retirar efectivo, la gente debe salir temprano por la mañana y hacer largas filas. Imagen: Santiago Montag.
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Un hombre vende pan retirado de una panadería del gobierno. Estas panaderías proporcionaban pan barato a miles de sirios, pero muchas han sido destruidas durante la guerra. Las sanciones dificultan su reparación o reconstrucción, lo que genera largas colas para conseguir el alimento. Imagen: Santiago Montag.
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Obreros de la construcción en el campo de refugiados de Yarmuk reconstruyen edificios destruidos durante la guerra. Los salarios de los trabajadores no superan los dos dólares al día. Imagen: Santiago Montag.
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Imagen: Santiago Montag.
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Imagen: Santiago Montag.
Los suburbios de Jobar, Ghouta, Yarmuk, al-Hajar al-Aswad, Tadamon y otros fueron devastados por la guerra. Algunas de estas zonas son inhabitables, mientras que otras se están reconstruyendo lentamente. Imagen: Santiago Montag.
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Un niño juega entre las ruinas de la escuela Al-Quds. En la pizarra, se lee la última clase de inglés, fechada el 18 de octubre de 2012. El sistema educativo necesita nueva financiación para restaurar la educación y la infraestructura de calidad. Imagen: Santiago Montag.
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Muchos sirios están restableciendo sus negocios en zonas devastadas por la guerra, pero no consiguen financiación adecuada de los bancos. Estos negocios se sostienen gracias al esfuerzo y la resiliencia de sus propietarios en las peores condiciones. Imagen: Santiago Montag.
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Imagen: Santiago Montag.
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Cientos de sirios huyen de los altos alquileres del centro de Damasco hacia las afueras. La mayoría vive en zonas destruidas, sin agua ni electricidad, mientras soportan duros inviernos sin puertas ni ventanas. Imagen: Santiago Montag.
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Un voluntario ayuda a reparar Palmira. La ciudad ha sido devastada por la guerra, pero también por la incapacidad de Asad para reconstruirla. Ahora, los ciudadanos están levantando las ruinas ellos mismos. Imagen: Santiago Montag.

*Por Santiago Montag para La tinta / Imagen de portada: Santiago Montag.

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Palabras claves: Bashar Al Assad, Fotogalería, siria

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