El exterminio de las voces del bosque

El exterminio de las voces del bosque
26 octubre, 2021 por Tercer Mundo

La vida de las últimas sociedades de cazadores recolectores en Etiopía y el este de África se ha visto gravemente afectada en los últimos años por el auge de la agricultura industrial.

Por Álvaro Minguito para El Salto Diario

El pueblo chabu llama a su lengua chawi kaw, que significa literalmente “la boca del bosque”. Originarios de las tierras altas del suroeste de Etiopía, entre los estados de Oromia, Gambela y la Región de las Naciones, Nacionalidades y Pueblos del Sur​ (RNNPS), son considerados los primeros ocupantes del territorio, que incluye la Reserva de la Biosfera del Bosque de Shekka. El clima en la zona es tropical y sus estaciones se reducen a dos, la seca y la lluviosa. Dos grandes ríos atraviesan el territorio, rico en multitud de especies animales y vegetales.

El aislamiento y la protección que ofrece la selva han permitido mantener a los chabu sus tradiciones durante generaciones. Entrar en un país actualmente en estado de guerra y circular hacia el sur por sus carreteras, la mayoría en mal estado por las lluvias y objeto de frecuentes ataques de bandidos al caer la noche, no anima al turismo de fotografías destinadas a Instagram o publicaciones que muestran poblaciones exóticamente adornadas para el visitante a cambio de unos birrs, la moneda etíope.

Y es que los chabu, y así lo afirman sus vecinos de otras etnias, son los habitantes originales del bosque. Los mitos sobre su origen recogen que, cuando Juk (dios) creó el mundo, convocó a sus habitantes al amanecer. Ellos fueron los últimos en llegar, debido a las lluvias y a la imposibilidad de salir del bosque en esas condiciones, hasta que este se hubo secado al mediodía. Así que Juk les otorgó el derecho sobre el mismo y sobre sus animales y plantas para que pudieran sobrevivir. Desde entonces, les provee de los recursos necesarios para su supervivencia. Estudios etno-arqueológicos recientes, como el llevado a cabo por el investigador Alfredo González-Ruibal en 2014, confirman la existencia de comunidades culturalmente similares (quizá sus ancestros) en la zona desde hace al menos 1.000 años.

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Imagen: Álvaro Minguito / El Salto Diario

Tierra y violencia

Hasta los años 1970, los antropólogos y lingüistas lo desconocían prácticamente todo sobre esta población, que vivía de forma independiente a la de otros grupos culturales de la región, como los shekka o los majanj. Hasta 1990, su economía se basaba en la caza, la pesca y la recolección, siendo una de las pocas sociedades de cazadores-recolectores que han sobrevivido culturalmente hasta nuestros días. En la actualidad, múltiples factores ponen en peligro su supervivencia. La principal amenaza es la perdida de sus tierras por parte de colonos del altiplano, que les arrebatan sus tierras y les obligan a vivir de un modo más sedentario.


Su subsistencia se basa en el cultivo de alimentos como el maíz o el taro, aunque los hombres continúan cazando la mayor parte de los días y las mujeres siguen recolectando multitud de productos del bosque, como raíces, bayas, frutos, corteza y un largo etcétera. Además, producen miel y comercian con ella semanalmente en mercados cercanos a sus hogares.


La cultura chabu promueve la igualdad y la vida en común, compartiendo incluso el cuidado de los niños. La toma de decisiones se lleva a cabo con la participación de hombres y mujeres. Para ellos, compartir y cooperar con el resto es la estrategia más adecuada para subsistir.

El gobierno etíope no los considera un grupo étnico, con las desventajas que eso conlleva en un país que se organiza como un sistema basado en demarcaciones establecidas en función de estas etnias. Al no existir, tampoco tienen representación política ni ayudas gubernamentales. Ni siquiera hay un censo de su población.

Frente a una población de más de 110 millones de etíopes, algunos estudios establecen un máximo de alrededor de 1.500 individuos repartidos en pequeños poblados o establecidos como familias extensas en el interior del bosque. Muy pocos viven en pueblos. Hasta hace pocos años, el intercambio de habitantes en estos poblados y su movilidad eran habituales, pero se han reducido debido a los ataques por parte de los colonos, que buscan quedarse con sus tierras o venderlos como esclavos.

La nueva frontera

Etiopía es un país con una alta densidad de población y los colonos buscan establecerse como granjeros en las tierras fértiles del sur, por lo que a diario llegan a esta zona autocares repletos de ellos, en busca de una nueva vida. La estampa recuerda a cómo debió de ser en realidad la conquista del oeste norteamericano: brutal y sin ley.

El conflicto estalló por una venta de un terreno a uno de estos colonos y la construcción de una valla para una iglesia, que acabó con el asesinato a machetazos de un niño chabu y su madre, que salió en su defensa. En venganza, el marido mató a dos colonos. Al final del día, ya habían sido asesinadas diez personas. Para el año nuevo etíope (11 de septiembre), los colonos organizaron una cacería y acabaron con la vida de 24 chabus más, provocando la huida del resto de ellos del pueblo de Yeri. La cacería continuó durante días por los bosques.

La violencia contra ellos no cesó en los años siguientes. Actualmente, muchos chabu continúan en búsqueda y captura por parte del Estado como resultado de este episodio, o condenados en prisión en Addis Abeba.

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Imagen: Álvaro Minguito / El Salto Diario

El gobierno etíope y las multinacionales del agronegocio fueron acusadas de no haber hecho más que contribuir a este clima de violencia y asesinatos, que algunos califican de “genocidio emergente”. Todo empezó en 1988, con el establecimiento de plantaciones de café en su territorio y la consiguiente deforestación. Los chabu se enfrentaron a los bulldozers y se encontraron con papeles que les obligaban a firmar cosas que no entendían.

Concretamente, en la RNNPS perdieron sus tierras a favor de los granjeros y la Gemadro Coffe Plantation, establecida en 1997 y con una extensión estimada de 2.300 hectáreas. La multinacional Starbucks ha sido uno de sus principales clientes, que publicita la venta del café etíope como un proyecto cuidadoso con el medio ambiente y sus trabajadores.

La realidad es que esta plantación está expulsando a los chabu de sus bosques y los hace vivir en condiciones de marginalidad y desarraigo. Y esto conlleva, además, la perdida de una cultura autónoma y única en el planeta, con una lengua prácticamente desconocida, unos mitos, unas tradiciones y una cultura material que desaparecerán en pocos años.

*Por Álvaro Minguito para El Salto Diario / Foto de portada:  Álvaro Minguito

Palabras claves: África, agronegocios, Etiopia

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