Amuleto, una nube densa lo cubre todo
Por Manuel Allasino para La tinta
Amuleto es la sexta novela del escritor chileno Roberto Bolaño, publicada en 1998 y reeditada en 2018. La protagonista Auxilio Lacouture, uruguaya residente en México, “la madre de los poetas mexicanos” y “la madre de la poesía mexicana”, como ella misma se considera, es una férrea amante de la poesía y el teatro.
A través de las páginas, Auxilio cuenta su vida en la capital mexicana, de día, realizando trabajos domésticos y, de noche, inmersa en la bohemia literaria. Pero todo cambiará el 18 de septiembre de 1968, cuando el ejército invade la Universidad Nacional Autónoma de México, apresando a todos sus funcionarios, académicos y estudiantes, salvo a ella, que consigue permanecer oculta durante trece días dentro de un baño en la Facultad de Filosofía y Letras. En esa traumática experiencia, Lacouture reflexiona sobre sus años ya vividos en México y cuenta con detalles su relación de amistad con los poetas españoles León Felipe y Pedro Garfias, y también recuerda anécdotas con pintoras y poetisas como Remedios Varo, Leonora Carrington, Eunice Odio y Lilian Serpas.
Con una prosa innovadora y audaz, Roberto Bolaño nos sumerge en la noche oscura que avanza por las calles del DF barriéndolo todo: poetas, amores y pasiones.
“Yo soy amiga de todos los mexicanos. Podría decir: soy la madre de la poesía mexicana, pero mejor no lo digo. Yo conozco a todos los poetas y todos los poetas me conocen a mí. Así que podría decirlo. Podría decir: soy la madre y corre un céfiro de la chingada desde hace siglos, pero mejor no lo digo. Podría decir, por ejemplo: yo conocí a Arturito Belano cuando él tenía diecisiete años y era un niño tímido que escribía obras de teatro y poesía y no sabía beber, pero sería de algún modo una redundancia y a mí me enseñaron (con un látigo me enseñaron, con una vara de fierro) que las redundancias sobran y que sólo debe bastar con el argumento. Lo que sí puedo decir es mi nombre. Me llamo Auxilio Lacouture y soy uruguaya, de Montevideo, aunque cuando los caldos se me suben a la cabeza, los caldos de la extrañeza, digo que soy charrúa, que viene a ser lo mismo aunque no es lo mismo, y que confunde a los mexicanos y por ende a los latinoamericanos. Pero lo que importa es que un día llegué a México sin saber muy bien por qué, ni a qué, ni cómo, ni cuándo. Yo llegué a México Distrito Federal en el año 1967 o tal vez en el año 1965 o 1962. Yo ya no me acuerdo ni de las fechas ni de los peregrinajes, lo único que sé es que llegué a México y ya no me volví a marchar. A ver, que haga un poco de memoria. Estiremos el tiempo como la piel de una mujer desvanecida en el quirófano de un cirujano plástico. Veamos. Yo llegué a México cuando aún estaba vivo León Felipe, qué coloso, qué fuerza de la naturaleza, y León Felipe murió en 1968. Yo llegué a México cuando aún vivía Pedro Garfías, qué gran hombre, qué melancólico era, y don Pedro murió en 1967, o sea que yo tuve que llegar antes de 1967. Pongamos pues que llegué a México en 1965. Definitivamente, yo creo que llegué en 1965 (pero puede que me equivoque, una casi siempre se equivoca) y frecuenté a esos españoles universales, diariamente, hora tras hora, con la pasión de una poetisa y la devoción irrestricta de una enfermera inglesa y de una hermana menor que se desvela por sus hermanos mayores, errabundos como yo, aunque la naturaleza de su éxodo era bien diferente de la mía; a mí nadie me había echado de Montevideo, simplemente un día decidí partir y me fui a Buenos Aires y de Buenos Aires, al cabo de unos meses, tal vez un año, decidí seguir viajando porque ya entonces sabía que mi destino era México, y sabía que León Felipe vivía en México y no estaba muy segura de si don Pedro Garfias también vivía aquí, pero yo creo que en el fondo lo columbraba. Tal vez fue la locura la que me impulsó a viajar. Puede que fuera la locura. Yo decía que había sido la cultura. Claro que la cultura a veces es la locura, o comprende la locura. Tal vez fue el desamor el que me impulsó a viajar. Tal vez fue un amor excesivo y desbordante. Tal vez fue la locura”.
Para Auxilio Lacouture, los días transcurren entre trabajos humildes y esporádicos que sobrelleva con noches inagotables compartidas con la bohemia de la ciudad. Luego de la invasión militar a la Universidad, Auxilio atraviesa trece largos días de encierro y aislamiento forzado para no ser descubierta en un baño de la facultad de Filosofía y Letras: allí cambiarán su forma de ver el pasado y de afrontar el resto de su existencia. En los recuerdos de Lacouture, aparecen y desaparecen poetas, poetisas y artistas, que le dan bocanadas de aire ante tanto encierro.
“Ay, me da risa recordarlo. ¡Me dan ganas de llorar! ¿Estoy llorando? Yo lo vi todo y al mismo tiempo yo no vi nada. ¿Se entiende lo que quiero decir? Yo soy la madre de todos los poetas y no permití (o el destino no permitió) que la pesadilla me desmontara. Las lágrimas ahora corren por mis mejillas estragadas. Yo estaba en la facultad aquel 18 de septiembre cuando el ejército violó la autonomía y entró en el campus a detener o a matar a todo el mundo. No. En la universidad no hubo muchos muertos. Fue en Tlatelolco. ¡Ese nombre que quede en nuestra memoria para siempre! Pero yo estaba en la facultad cuando el ejército y los granaderos entraron y arrearon con toda la gente. Cosa más increíble. Yo estaba en el baño, en los lavabos de una de las plantas de la facultad, la cuarta, creo, no puedo precisarlo. Y estaba sentada en el wáter, con las polleras arremangadas, como dice el poema o la canción, leyendo esas poesías tan delicadas de Pedro Garfias, que ya llevaba un año muerto, don Pedro tan melancólico, tan triste de España y del mundo en general, qué se iba a imaginar que yo lo iba a estar leyendo en el baño justo en el momento en que los granaderos conchudos entraban en la universidad. Yo creo, y permítaseme este inciso, que la vida está cargada de cosas enigmáticas, pequeños acontecimientos que sólo están esperando el contacto epidérmico, nuestra mirada, para desencadenarse en una serie de hechos causales que luego, vistos a través del prisma del tiempo, no pueden sino producirnos asombro o espanto. De hecho, gracias a Pedro Garfias, a los poemas de Pedro Garfias y a mi inveterado vicio de leer en el baño, yo fui la última en enterarse de que los granaderos estaban deteniendo y cacheando y pegándole a todo el que encontraban delante sin que importara sexo o edad, condición civil o status adquirido (o regalado) en el intrincado mundo de las jerarquías universitarias. Digamos que yo sentí un ruido. ¡Un ruido en el alma! Y digamos que después el ruido fue creciendo y creciendo y que ya para entonces yo presté atención a lo que pasaba, oí que alguien tiraba de la cadena de un wáter vecino, sentí un portazo, pasos en el pasillo, y el clamor que subía de los jardines, de ese césped tan bien cuidado que enmarca la facultad como un mar verde a una isla siempre dispuesta a las confidencias y al amor. Y entonces la burbuja de la poesía de Pedro Garfias hizo blip y cerré el libro y me levanté, tiré de la cadena, abrí la puerta, hice un comentario en voz alta, dije che, qué pasa afuera, pero nadie me respondió, todas las usuarias del baño habían desaparecido, dije che, ¿no hay nadie?, sabiendo de antemano que nadie iba a contestar, no sé si conocen la sensación, una sensación como de película de miedo, pero no de esas en donde las mujeres son sonsas sino de esas en donde las mujeres son inteligentes y valientes o en donde al menos hay una mujer inteligente y valiente que de repente se queda sola, que de repente entra en un edificio solitario o en una casa abandonada y pregunta (porque ella no sabe que el lugar en donde se ha metido está abandonado) si hay alguien, alza la voz y pregunta, aunque en realidad en el tono con que hace la pregunta ya va implícita la respuesta, pero ella pregunta, ¿por qué?, pues porque ella básicamente es una mujer educada y las mujeres educadas no podemos evitar serlo en cualquier circunstancia en que la vida nos ponga, ella se queda quieta o tal vez da algunos pasos y pregunta y nadie, evidentemente, le responde. Así que yo me sentí como esa mujer, aunque no sé si lo supe en el acto o lo sé ahora, y también di unos cuantos pasos como si caminara por una enorme extensión de hielo. Y luego me lavé las manos, me miré en el espejo, vi una figura alta y flaca, con algunas, demasiadas ya, arruguitas en la cara, la versión femenina del Quijote como me dijera en una ocasión Pedro Garfias, y después salí al pasillo, y ahí sí que me di cuenta enseguida de que pasaba algo, el pasillo estaba vacío, sumido en sus desvaídos colores crema, y la gritería que subía por las escaleras era de las que atontan y hacen historia”.
Amuleto de Roberto Bolaño es una novela que ahonda en las aventuras vividas que funcionan como vía de escape ante un panorama de miedo e incertidumbre.
Sobre el autor
Roberto Bolaño (1953 – 2003), narrador y poeta chileno, es autor de libros de cuentos (Llamadas telefónicas, Putas asesinas, El gaucho insufrible, Diario de bar –en colaboración con A. G. Porta- y El secreto del mal), novelas (Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce –en colaboración con A. G. Porta-, Monsieur Pain, La pista de hielo, La literatura nazi en América, Estrella distante, Los detectives salvajes, Amuleto, Nocturno de Chile, Amberes, Una novelita lumpen, 2666, El tercer Reich, Los sinsabores del verdadero policía y El espíritu de la ciencia-ficción), nouvelles (Sepulcros de vaqueros), poesía (Reinventar el amor, La Universidad Desconocida, Los perros románticos, El último salvaje y Tres) y libros de no ficción. Está considerado una de las figuras más importantes de la literatura contemporánea en español. Fue galardonado, entre otros, con los premios Rómulo Gallegos, Salambó, Altazor, National Book Critics Circle Award y Ciudad de Barcelona.
*Por Manuel Allasino para La tinta.