Más allá de la grieta, la resignación
La incomodidad, la resignación y la falta de confianza en el diálogo forman parte de las actitudes que predominan en torno a la polarización política a un año y medio de la pandemia. En esta nota, las politólogas Valeria Brusco y Analía Orr comparten los resultados de entrevistas realizadas en un primer semestre donde se refleja que la mayoría considera inútil intentar persuadir a otres que cuentan con posiciones políticas abiertamente diferentes.
Por Valeria Brusco y Analía Orr para La tinta
Cuando, el año pasado, el gobierno nacional convocó desde el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación a las diferentes universidades a pensar y producir insumos en plena crisis sanitaria por la COVID, 18 de las casas de altos estudios conformaron lo que hoy es la Red ENCRESPA. Académiques de distintos puntos del país se organizaron para aportar desde las Ciencias Sociales a un momento histórico global que, de mínima, nos hace replanteanos lo que creíamos como certezas. Para abordar la línea representaciones y creencias de la sociedad argentina, en esta convocatoria desde el Programa de Investigación de la Sociedad Argentina Contemporánea (PISAC), surge el Proyecto “Identidades, experiencias y discursos sociales en conflicto en torno a la pandemia y la postpandemia”.
De los testimonios de las entrevistas, surge que la mayoría de les entrevistades manifiesta recelo y expresa rechazo frente a discusiones políticas polarizadas, y ante la defensa de posiciones rígidas. Es notable que la mayoría considera inútil intentar persuadir a otres que cuentan con posiciones políticas abiertamente diferentes.
Por ejemplo, encontramos expresiones que denotan una ausencia de confianza en la posibilidad del diálogo y en sus efectos: “El que tiene su postura va a seguir teniendo su postura y que vos le digas algo no lo va a cambiar”; “Yo pienso que la gente trata de no involucrar la política en las charlas porque es para amargarse”; “No, no, dejo que hable y decí lo que quieras. No te voy a contrariar. No te voy a decir nada. No, dejá, chau, que pase. No, no me interesa”.
En ese sentido, las actitudes frente a la polarización abarcan desde la resignación hasta la incómoda convivencia en la vida social con familiares y amigues. El arco de expresiones se extiende desde la idea de que una discusión encendida genera división y eso es algo malo – con predominio en votantes macristas-, mayor disposición a la discusión en quienes cuentan con identificaciones fuertes con el peronismo y actitudes de rechazo a la discusión política por razones que incluyen desde la incredulidad (“No tiene sentido discutir porque no van a cambiar nada”) hasta la inutilidad de esa tarea en los antipolíticos.
Con relación a quienes cumplen funciones políticas, se les percibe distantes y enredades en enfrentamientos que no expresan el día a día de les ciudadanes: “Todo el tiempo se están peleando y vos estás en el medio (…) Lo que le pasa al Jefe de Gobierno de la Ciudad o al Presidente me queda muy lejos” (desempleado, 41 años); “Prendés la tele y tenés el que se pelea uno con el otro porque no hay una organización… son miserias” (ama de casa y emprendedora, 58 años).
El reclamo de cooperación para enfrentar este momento pandémico se repite: “Tendrían que ponerse de acuerdo y tirar todos para el mismo lado” (empleada doméstica, 46 años); “Están haciendo cosas que no deben hacer con todo lo que estamos viviendo” (jubilada, 59 años). El espacio político se percibe cristalizado, no se puede modificar el estado de división, las opiniones están solidificadas. Aun siendo testigos de grandes contradicciones o incoherencias o sinsentidos, no hay posibilidad de deliberar y, de ahí, reconstruir una posición, encontrar un punto común.
Otro motivo para no involucrarse en el diálogo es la asunción de las razones del otre. Por ejemplo, un trabajador de fábrica de botellas de Buenos Aires le niega relevancia a la discusión política porque interpreta que “cada uno opina desde su interés” sobre las restricciones en pandemia. De ahí que descree del diálogo porque no se asume que sea posible una visión del interés común.
En síntesis, entre las entrevistas analizadas, se destacan dos rasgos. Por un lado, la falta de confianza en el diálogo como mecanismo para la resolución de ciertos desacuerdos y en la posibilidad misma del cambio de percepciones o posiciones políticas. No hay diálogo porque no hay ninguna expectativa de resultados en términos de modificar posicionamientos. Por otro lado, el temor a la pérdida de relaciones, vínculos y afectos a causa de sostener discusiones políticas. El diálogo no sólo se percibe como inútil, sino también perjudicial en términos personales y sociales.
Nos preguntamos qué consecuencias implica para la democracia el estado de cosas descripto. Es decir, ¿cómo producir convivencia democrática y elaborar procesos plurales de toma de decisiones si no hay confianza en la palabra, en el debate o en cualquier posibilidad de reflexividad? La democracia se convierte en un régimen de convivencia incómoda en el cual nos turnamos para ganar o perder, y, mientras tanto, no nos hablamos.
Además, ¿qué lugar asume la política en la vida de las personas que temen expresarse, incluso entre sus afectos más cercanos? ¿Cuáles aprendizajes habremos de desarrollar para recuperar una esfera de debate público participativo? Estas son preguntas que tendrán una respuesta colectiva y su contenido influirá sobre el futuro de nuestra democracia. Por ello, quienes investigamos y enseñamos en Ciencias Sociales estaremos atentes a elaborar aportes que permitan pensar y pensarnos en democracia, no sólo después de la pandemia, sino también más allá de la grieta.
*Por Valeria Brusco y Analía Orr para La tinta / Imagen de portada: ENCResPA.