El juguete rabioso y sus territorios en pugna
Por Ezequiel Buyatti para La tinta
Por las chatas calles del arrabal, miserables y sucias, inundadas de sol, con cajones de basura
a las puertas, con mujeres ventrudas, despeinadas y escuálidas hablando en los umbrales
y llamando a sus perros o a sus hijos, bajo el arco de cielo más límpido y diáfano,
conservo el recuerdo fresco, alto y hermoso.
Roberto Arlt, El juguete rabioso
Era una hora en que la pesadez de la digestión me traía en el semisueño visiones truncas
con frialdades de panoramas metálicos y con tumultos en ciudades lejanas y exóticas,
a la orilla de mares tranquilos o al comienzo de dilatados desiertos.
Roberto Arlt, “Recuerdos del adolescente”
Existe en El juguete rabioso, novela de Arlt publicada en 1926, un sentimiento de crisis que se potencia con la incomodidad, el rechazo, el asombro o la amenaza a raíz de las transformaciones de la modernización urbana. La ciudad como infierno, la ciudad como espacio del crimen, las aberraciones morales y la traición, la ciudad opuesta a la naturaleza, la ciudad como laberinto tecnológico: todas esas visiones están en la literatura de Arlt, quien entiende, padece, denigra y celebra el despliegue de relaciones mercantiles, la reforma del paisaje urbano, la alienación técnica y la objetivación de las relaciones humanas.
Cuando se publica El juguete rabioso, la novela de la ciudad, en ascenso, se enfrenta con la culminación de la novela rural, Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes, en declinación. Ese texto marca el final del proceso de desplazamiento de la palabra literaria del campo a la ciudad y propone una interpretación de la vida urbana con recursos variados y en múltiples planos. Noé Jitrik (1987) sostiene que la falta de acuerdo entre lo viejo y lo nuevo se instala en la escritura de Arlt, produce desgarramientos, discrepancias. La imagen de la ciudad tiene aspectos de una vejez de fondo. En medio de la modernización de la ciudad, entre los golpes de campana de los tranvías y sus chispas violetas, Arlt entrelaza en la percepción de Astier, narrador de la novela, la siguiente imagen: “[…] el cacareo de un gallo afónico venía no sé de dónde”, como figura que contiene reminiscencias de una zona campestre inhallable. Por estas razones, no se podría decir que Arlt emplea tal o cual recurso, sino, al revés, tal vez “es empleado” por recursos que se le imponen como necesarios, como emanados de la situación misma en la que se sitúa su narración, mediante una prosa que es tensionada por la incipiente modernización, en esos lugares o territorios tanto simbólicos como materiales en pugna.
La tensión de la época en la cual escribe Arlt necesita de marcos adecuados para inscribirse y explicarse. Eso genera descripciones de ambientes que son los grisáceos de una ciudad que está creciendo al impulso de una prosperidad que contiene los gérmenes de un sentir angustiante tanto por lo nuevo como por lo viejo: “A momentos la súbita claridad de un rayo descubría un lejano cielo violeta desnivelado de campanarios y techados. El alto muro alquitranado recortaba siniestramente, con su catadura carcelaria, lienzos de horizonte” (Arlt, 2015, p. 47). Ese sentir angustiante sometido a descripciones grisáceas ya estaba presente en el fragmento “Recuerdos del adolescente”, fragmento que Arlt suprime en la publicación final de 1926: “Distinguíamos horizontes plomizos, variados por agolpamientos de nubes obscuras, distancias verdegrices, y nos llegaba el estridente ulular de las locomotoras lejanas, de las cuales solo veíamos un raudo penacho de humo negro blanco” (Arlt, 1922, p. 158).
Brotan los oficios y las costumbres, surgen los ambientes específicos y los lenguajes característicos. Son imprescindibles las referencias topológicas. Sobreviene, a partir de esa intención fundamental, una diversidad que puede dar lugar a un documento sobre la vida argentina y porteña entre 1920 y 1940. Sin embargo, la textualidad de Arlt no solo se reduce a ese aspecto, sino que puede existir “una suerte de residuo escriturario que todavía forma parte de nuestras posibilidades de escribir” (Jitrik, 1987, p. 120).
El frecuente y abundante geometrismo que vehiculiza varias de sus descripciones se implanta y, al mismo tiempo, define un mundo que no sería otro que el de la técnica, sinónimo de modernidad indispensable; fábrica y automatización, algo inaudito desde una mentalidad rural o barrial, todavía contemporánea a la inmigración. No obstante, los mismos elementos instauran la instancia de la destrucción que se expresa mediante una escritura que alimenta metáforas descriptivas, fuente de aniquilación y dialéctica que alude a la situación de la escritura, entre la producción y la muerte, y al destino social, entre el desarrollo de sus fuerzas y la imposibilidad de dirigirlas humanamente. En este sentido, Astier recordará, en un tono nostálgico y taciturno, frente a la exigencia de la madre para que trabaje: “Creía verla fuera del tiempo y del espacio, en un paisaje sequizo, la llanura parda y el cielo metálico de tan azul” (Arlt, 2015, p. 66).
Arlt es productor de una textualidad que reúne lo vigente y lo que ya no convence. Proporciona un sistema de atmósferas o de conflictos que tiene la forma de un análisis de un momento histórico. Se concentra en las clases medias, pero inscribiéndole un matiz de frustración, de fracaso y de marginación. Tienen que decidirse a asumir una derrota y no lo pueden hacer: “[…] no hacíamos más que exasperarnos sordamente contra algo desconocido que no podíamos afrontar” (Arlt, 1922, p. 152) sostendrá el narrador del fragmento “Recuerdos del adolescente” que será germen de esa desidealización y de ese carácter pesimista de la novela.
En Arlt, diversas capas del habla urbana podían entrar en una escritura que, desde el inicio, deseaba trascenderlas: el lunfardo, el coloquialismo, la llaneza. Por lo tanto, la “corrección” es un obstáculo que se convierte en traba ideológica y, en consecuencia, escena de conflictos más amplios. Se podría ver en la textualidad de Arlt la materia y la oportunidad para entender la escritura como una actividad que se rellena de todas las demás y manifiesta su conflicto, es decir, su historicidad.
El conflicto entre inmigrantes y argentinos, entre clase obrera incipiente y burguesía, fue cambiando de forma en la medida en que hombres y mujeres del interior se ciudadanizaron y modificaron el concepto de clase obrera. Siendo otra la ciudad, otra debía ser la respuesta escritutaria, otros los problemas para hacer entrar en ella lo que era la forma de la ciudad: momentos de indecisión y reinterpretación. Estos momentos son para Sarlo (2007) los que conforman a Buenos Aires como “el gran escenario latinoamericano de una cultura de mezcla” (p. 11). Es decir, modernidad europea y diferencia rioplatense, aceleración y angustia, tradicionalismo y espíritu renovador, criollismo y vanguardia. La ciudad misma es objeto del debate ideológico-estético: se celebra y se denuncia la modernización, se busca en el pasado un espacio perdido o se encuentra en la dimensión internacional una escena más espectacular. El nuevo paisaje urbano, la modernización de los medios de comunicación, el impacto de estos procesos sobre las costumbres, son el marco y el punto de resistencia respecto del cual se articulan las respuestas producidas por la literatura de Arlt asediadas por “el dinamismo de todo lo circundante que con sus rumores de hierro gritaba en nuestras orejas” (Arlt, 2015, p. 35).
La mirada de Arlt se mezcla en el paisaje urbano con un ojo y un oído que se desplazan al azar. Tiene una atención flotante que pasea por el centro y por lo barrios, metiéndose en la pobreza nueva de la gran ciudad y en las formas más evidentes de la marginalidad y el delito; robar era considerado por Astier como una “acción meritoria y bella”. El transitar literario de Arlt, en su itinerario de los barrios del centro, atraviesa una ciudad cuyo trazado ya ha sido definido, pero que conserva todavía muchos espacios sin construir, baldíos o zonas despobladas: “[…] prevaleció [la superioridad intelectual de Astier] para ir a robar fruta o descubrir tesoros enterrados en los despoblados que estaban más allá del arroyo Maldonado en la parroquia San José de Flores” (Arlt, 2015, p. 27).
La densidad semántica del período de la modernización trama elementos contradictorios que no terminan de unificarse en una línea hegemónica. Esta densidad se trasluce en los sintagmas arltianos que condensan exquisitas paradojas, discrepancias o construcciones dialécticas a lo largo de El juguete rabioso: “cierta jovialidad dolorosa”, “entramos sonriendo en el pecado”, “nostalgia dulce”, “estremecido de sabrosa violencia”; como también en el fragmento “Recuerdos del adolescente”: “admirable simplicidad destructora”. En efecto, en la novela coexisten elementos defensivos y residuales frente a programas renovadores; rasgos culturales de la formación criolla al mismo tiempo que un proceso descomunal de importación de bienes, discursos y prácticas simbólicas. Es una novela de incertidumbres, pero también de seguridades. Sarlo (2007) sostiene que “La modernidad es un escenario de pérdidas, pero también de fantasías reparadoras. El futuro era hoy” (p. 25). En este sentido, el postulado de Sarlo respecto de la modernidad se asemeja a la sentencia de Arlt en el prólogo a Los lanzallamas: “El porvenir es triunfalmente nuestro”. Estas ideas de “fantasías reparadoras”, de destrucciones vigorizantes, de escribir libros que encierren “la violencia de un cross a la mandíbula” y de un porvenir que se sitúa en el presente, funcionan como modos de intervenir la realidad, de discutir la sociedad en la que se vive. Es decir, existe una fantasía reparadora de injusticia.
Estas nociones se observan de manera explícita en las palabras del narrador de “Recuerdos del adolescente”: «Yo alternaba mis lecturas de Proudón y Bakunine con el estudio de la química de los explosivos. Un regocijo extraño el de asimilar nociones de potencia destructora utilizables en cualquier momento de voluntad suprema, jugaba en mis pesadillas, y comprendía que éramos numerosos aquellos que vislumbrábamos a través de las llamaradas y remolinos de humo negro del incendio, hacinarse las ciudades, unas sobre otras bajo una bóveda de trozos de hierro y ceniza aventados a los espacios por el formidable aliento de la explosión». (Arlt, 1922, p. 158)
Más allá de que Silvio Astier en el capítulo III de El juguete rabioso contestará: “No soy anarquista, pero me gusta estudiar, leer”, la novela contiene ese germen anárquico del fragmento suprimido. No solo en las alusiones a Bonnot (mecánico y anarquista expropiador francés) y a Valet, o a denominar al robo como meritorio y bello frente a las vejaciones de la modernidad capitalista, sino también en esa fantasía reparadora de injusticia que Astier sueña: “¿Qué pintor hará el cuadro del dependiente dormido, que en sueños sonríe porque ha encendido la ladronera de su amo?” (Arlt, 2015, p. 98). Quizás, en ese cuadro, se vislumbren, se condensen y, en fin, se supriman, las contradicciones, las tensiones, los conflictos y las inequidades de una incipiente ciudad bajo las llamas de una literatura incendiaria.
Referencias bibliográficas
Arlt, Roberto, El juguete rabioso, Buenos Aires, Edicol, 2015.
Arlt, Roberto, “Recuerdos del adolescente” en Revista Babel, Buenos Aires, 1922.
Jitrik, Noé, “La presencia y vigencia de Roberto Arlt”, en La vibración del presente: trabajos críticos y ensayos sobre textos y escritores latinoamericanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1987.
Sarlo, Beatriz, Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, Buenos Aires, Nueva Visión, 2007.
*Por Ezequiel Buyatti para La tinta.