El planeta en llamas
El fuego acecha Atenas y otras ciudades de Europa oriental, pero la tragedia ya afecta a todo el globo e, incluso, alcanza regiones como el Ártico.
Por Canal Abierto
La mayor ola de calor en décadas aviva 118 focos de incendio en toda Grecia. En el extremo oriental de la nación, Atenas amaneció ayer cubierta de humo, cenizas y operativos de evacuación; al oeste, el fuego viene amenazando los restos arqueológicos de Olimpia, la ciudad donde nacieron los Juegos que hoy tienen lugar en Tokio.
Si bien los portales de noticias reflejan particularmente el desastre que vive la capital y ciudad ícono de la antigüedad clásica, toda la región atraviesa una situación parecida, con múltiples focos en Turquía, Albania y Macedonia del Norte. Y lo más graves es que las proyecciones están lejos de ser alentadoras: la nación helena soporta una de las peores olas de calor en décadas, con temperaturas que, durante el día, rondan los 45 grados y, por la noche, no bajan de 33.
Un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, según sus siglas en inglés) reveló que 2019 y 2020 se han caracterizado por una actividad incendiaria excepcional en términos de severidad y emisiones. La combinación de olas de calor prolongadas, sequías acumuladas y baja humedad, unida a una vegetación muy seca y bosques sin gestión, generaron focos de fuego más rápidos y de una virulencia nunca vista.
La situación incluso afectó al Ártico, donde, en 2019, llegaron a arder 5,5 millones de hectáreas que resultaron en la emisión de 182 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera, tres veces y media más de lo que emite Suecia en un año. En Alaska, alrededor de 600 incendios consumieron más de un millón de hectáreas de tundra y bosque.
En otras latitudes, la situación es similar o aún más acuciante. El año pasado, los incendios de la Amazonía brasileña superaron en un 45 por ciento al promedio de la última década, sin lugar a dudas, debido a los altos niveles de deforestación ilegal.
“Si continúan las tendencias actuales, habrá devastadoras consecuencias a largo plazo debido a la liberación de millones de toneladas adicionales de dióxido de carbono. Esto se suma a los impactos inmediatos de los incendios que diezman la biodiversidad, destruyen ecosistemas vitales, amenazan vidas, propiedades, medios de vida y economías, y representan un riesgo de graves problemas de salud a largo plazo para millones de personas”, señaló el estudio del WWF.
Los incendios forestales y el cambio climático constituyen un círculo vicioso. A medida que aumenta el número de incendios, también lo hacen las emisiones de gases de efecto invernadero y se incrementan la temperatura general del planeta y la sucesión de eventos climáticos extremos.
Desde 2001, la temperatura media del planeta no deja de crecer. Los 20 años más cálidos han sucedido en los últimos años y la década 2010-2019 fue la más caliente desde que hay registros (1880). En 2019, la temperatura estuvo por encima de la media para el periodo 1981-2010 en casi todo el planeta y se convirtió en el año más caliente jamás registrado en Europa.
El fuego y la peste
Existe una relación directa entre los incendios, la deforestación y las pandemias: la destrucción de los bosques, en especial, los tropicales como la Amazonia, Indonesia o el Congo, posibilita que los seres humanos entren en contacto con poblaciones de fauna silvestre portadoras de patógenos.
Lo que habitualmente se llama “expansión de la frontera agrícola” no es otra cosa que la tala o la quema de grandes porciones de bosques para la ganadería o la agricultura. Y es esta, en parte, el caldo de cultivo para la propagación de nuevos virus, como el Sars-CoV-2, causante de la COVID-19.
En este sentido, números especialistas vienen poniendo el foco en la relación entre el surgimiento de virus de origen zoonóticos y el sistema alimentario agroindustrial imperante. “La cría industrial de cerdos, vacas o aves es un factor fundamental para la incubación constante de virus que potencialmente puedan repercutir en epidemias. Cerca del 70 por ciento de la tierra agrícola está orientada a la cría industrial de animales, sea para la producción de forraje (en su mayoría, soja y maíz transgénico) o pasturas. Esto implica una expansión de la frontera agrícola y gran desforestación, factores de ruptura y destrucción de hábitats naturales que terminan expulsando a diversas especies. Es en el marco de este proceso que pudo darse la mutación de un virus en un murciélago para luego devenir en lo que hoy conocemos como coronavirus”, apuntó en diálogo con Canal Abierto la directora para América Latina del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (ETC), Silvia Ribeiro.
Argentina
En 2020, los incendios forestales aumentaron un 13 por ciento en todo el mundo. Y en septiembre de ese año, el segundo país más afectado por estos eventos fue Argentina. Los hubo en 11 provincias, aunque los focos principales fueron el Delta del Paraná y Córdoba. En esta última, el año pasado, prendieron fuego unas 350 mil hectáreas (la Ciudad de Buenos Aires tiene una superficie total de poco más de 20 mil).
Se estima que el 90 por ciento de los focos fueron producto de fuegos mal apagados o intencionales. No son pocos los colectivos ambientalistas y especialistas que apuntan a la relación que existe entre las áreas devastadas y diversas concesiones mineras o proyectos agropecuarios o inmobiliarios.
El año pasado, el Congreso argentino aprobó una ley que protege los ecosistemas del fuego accidental o intencional, y prohíbe la venta de terrenos incendiados en plazos que van de 30 a 60 años, para evitar prácticas especulativas y emprendimientos inmobiliarios. “Los incendios forestales tienen causas, pero también nombres y apellidos”, afirmó en aquel entonces a Canal Abierto el diputado nacional Leonardo Grosso.
*Por Canal Abierto / Foto de portada: Louisa Gouliamaki – AFP