“Los gobiernos conservadores han logrado la irrelevancia de América Latina”
En esta entrevista, Marco Enríquez-Ominami, coordinador del Grupo de Puebla, habla sobre la actualidad latinoamericana, las tensiones entre fuerzas de izquierda y derecha, y la importancia real del continente para las grandes potencias.
Por Mauricio Caminos para La tinta
“Perdona si se corta la señal, estoy en los cerros del sur del país”, se disculpa Marco Enríquez-Ominami del otro lado de la videollamada, celular en mano y desde el asiento del acompañante en un auto que recorre la Patagonia chilena. En tiempos de la virtualidad, desde ese mismo teléfono, el cineasta y ex candidato presidencial del país trasandino coordina el Grupo de Puebla, el espacio progresista latinoamericano que, a dos años de su conformación, ya integra a mandatarios como Alberto Fernández (Argentina), Andrés Manuel López Obrador (México), Luis Arce (Bolivia) y hasta el recientemente electo Pedro Castillo (Perú), así como a los ex jefes de Estado Lula Da Silva y Dilma Rousseff (Brasil), José Mujica (Uruguay), Rafael Correa (Ecuador), Evo Morales (Bolivia) y Ernesto Samper (Colombia). “En el grupo de WhatsApp, hay 56 líderes -confiesa Enríquez-Ominami entre sonrisas-. Hay un diálogo muy rico”.
Pero más allá del costado humano que puede mostrar del Grupo de Puebla, su coordinador también responde sobre su visión política de Latinoamérica, un territorio que él reconoce en disputa entre fuerzas de izquierda y de derecha, aunque no tiene influencia en el concierto internacional. “Los gobiernos conservadores han logrado la irrelevancia de América Latina”, dice en esta entrevista, afirmando, incluso, que ni siquiera Estados Unidos mira hacia el sur del Río Bravo.
“Este es el continente del retraso, del rezago”, marca con pesimismo, aunque cuando se le pregunta qué opciones de salida existen, explica que la única posible es integrada entre todos los países, a partir de ejes clave como comercio, economía, salud, energía, migraciones y hasta fuerzas armadas. También insiste en que hay que reemplazar a la Organización de Estados Americanos (OEA), como recientemente propuso López Obrador. Y no escapa al debate sobre Cuba o Venezuela, dos países simbólicos para el progresismo, donde admite que puede haber represión, pero exige que haya diálogo: “Me preocupan los derechos humanos en Chile, Colombia, Venezuela, Cuba, en todas partes”.
—Se cumplen dos años de la formación del Grupo de Puebla, con presidentes de importantes países como miembros e importantes dirigentes de otros países que fueron gobierno o tienen posibilidades serias de serlo. ¿Cómo analiza la trayectoria del bloque?
—El Grupo de Puebla ha crecido mucho, de manera insospechada, la verdad. Éramos 32 líderes en esta iniciativa que pensábamos con Alberto Fernández y el ex presidente de Colombia Ernesto Samper, entre otros, cuando nos reunimos hace exactamente dos años en Puebla. El único gobierno progresista que había era México y, de repente, Alberto es electo presidente en Argentina, hay un golpe en Bolivia y nos tocó ayudar el rescate de Evo Morales. Luego, vuelve el MAS con Luis Arce, acabamos de ganar Perú, están las protestas más importantes en la historia de Chile, también hay movilizaciones en Ecuador, pierde Donald Trump, sale libre Lula; nos toca, junto al gobierno de España, participar en el debate sobre la deuda de los países de renta media, participamos en debates en las Naciones Unidas con la directora de la Cepal. No te quiero aburrir, pero es muy impactante el crecimiento exponencial.
—Su enumeración también muestra los intensos movimientos y discusiones que hay en la región. ¿América Latina está en disputa?
—Hay una gran batalla en América Latina. Hay un momento entre ellos y nosotros.
—¿Quiénes son “ellos”? Ve una grieta en el continente. ¿Es insalvable?
—En materia de política exterior, está el Grupo de Lima, que es una lógica, y el Grupo de Puebla, que es otra, claramente distintas. El Grupo de Puebla es un grupo dialogante, que no está por la confrontación. Pero creo que, efectivamente, el Grupo de Lima es la expresión de un tipo de política exterior muy ideológica. Nosotros creemos que se requieren políticas exteriores menos ideológicas y más políticas. Esa es la diferencia. Para la derecha, por ejemplo, Unasur era menos ideológica que Prosur, la Celac es menos ideológica que el Grupo de Lima. La derecha hace política exterior con ideología y en la izquierda somos mucho más politizados. Lo de ellos es una ideología que invade sus cancillerías y que ha sido un fracaso: Prosur no logró ninguno de sus objetivos; el Grupo de Lima quería invadir Venezuela y le fue mal. Son un desastre en política exterior. Y creo que el Grupo de Puebla ha colaborado en dar elementos para tener una mirada política, no ideológica.
—Usted mencionó a varios bloques regionales y, justamente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) pidió reemplazar a la OEA. ¿Esa iniciativa es parte de la agenda progresista?
—Estuvo muy bien lo que dijo el presidente de México. La OEA fue partícipe del golpe de Estado en Bolivia y todavía debe explicaciones. Evidentemente, es una institución que hay que refundar desde su financiamiento hasta su lógica. Fíjate que hay tratados que obligan a los Estados latinoamericanos y no a los Estados Unidos en materia de derechos humanos. Su sede está en un país que no se siente obligado a honrar los principios que usted y yo estamos obligados a respetar. La OEA pertenece a un impulso post Segunda Guerra Mundial, que no es el de una era post COVID-19. ¿En la política exterior de hoy qué tiene que ver la OEA, que ha sido improductiva en la estabilidad regional? Si no, miremos lo que ha pasado en Brasil, Ecuador, Chile, Venezuela, Cuba. La pregunta sería cuál es el éxito de la OEA, más que incendiar la pradera.
—La OEA será otro escenario de disputa con la derecha.
—Es que, mientras tengamos gobiernos de derecha en América Latina, la OEA va a seguir gobernada como una institución intervencionista, injerencista e ideológica. Pero eso lo sostienen Sebastián Piñera o Iván Duque por ahora, que ya veremos si resisten a la ola democrática que está recuperando fuerzas. Si en Brasil gana Lula, que es muy probable, ahí sí vas a tener un punto de quiebre en este ciclo político. Y creo que con Alberto Fernández, Luis Arce, López Obrador y, ahora, Pedro Castillo, hay un espacio y, allí, el Grupo de Puebla jugó un rol muy importante.
—¿Hay una segunda ola progresista? ¿Y es más moderada que la primera, teniendo en cuenta que, salvo Lula, estos nuevos líderes que usted nombró tienen un perfil bien distinto a Chávez, Kirchner, Correa o Mujica?
—Efectivamente, hay un péndulo. Por ejemplo, la clase media argentina o chilena le dieron su confianza a la derecha y se la acaban de quitar. En un contexto muy empobrecido, hay sectores populares que hoy día están castigando a la derecha. En Chile, los que queremos un cambio ya somos una mayoría del 80 por ciento, teniendo en cuenta las últimas tres elecciones: gobernadores, constituyente y plebiscito. Y eso que éramos la catedral del capitalismo después de Estados Unidos.
—¿Qué incidencia tiene Estados Unidos en la disputa de América Latina?
—Estados Unidos juega un rol trascendente, aunque creo que, con Joe Biden, hay cosas que van a cambiar y otras que no, como la irrelevancia de América Latina. Somos profundamente irrelevantes ante ellos, no estamos en su radar. Total y absolutamente. Antes está Irán, Rusia, China… No somos nosotros, aunque le duela a la élite latinoamericana. No estamos ni entre las primeras diez prioridades y, con suerte, lo estarán México, Cuba o Venezuela.
—¿Ni siquiera a partir del avance de China en la región por medio de inversiones o infraestructura?
—Somos un territorio en disputa, pero eso no quiere decir que seamos geopolíticamente una fuerza de influencia. Porque además estamos divididos. Los incompetentes gobiernos conservadores han logrado la irrelevancia del continente. De 32 países, más de 20 están gobernados por la derecha: Ecuador, Chile, Colombia, Brasil, Uruguay, El Salvador, Honduras, Guatemala… Sí, estamos en un mejor momento, pero queda mucho por avanzar en valores humanistas. América Latina es el continente del retraso, del rezago. Somos el 8 por ciento de la población mundial y aportamos un tercio de las muertes de la COVID-19. Hay países que están en 1950, en términos del impacto económico de la COVID-19. Somos una región arrasada por el narcotráfico, con inmigración, con decenas de miles de pobres…
—Ante semejante panorama, ¿qué oportunidades reales tiene la región de dar vuelta la página?
—Necesitamos seis pasos al menos: uno, la integración en el sur y la colaboración con Centroamérica y el Caribe; dos, la coordinación sanitaria y migratoria, que no la tuvimos porque cerramos las fronteras unilateralmente; tres, volver a comerciar mucho más entre nosotros; cuatro, avanzar en materia energética; cinco, buscar la economía de escala, por ejemplo, comprando vacunas en conjunto; y por último, la coordinación militar, ya que sigue siendo obsceno en algunos países el gasto militar, cuando apenas se tiene recursos en salud. Después, también avanzaría sobre el tema de la deuda de los países, incluso los temas de Venezuela y Cuba. Es decir que hay una agenda continental que, si estuviéramos integrados, podríamos hacerle ver a las grandes potencias que somos una voz, que hoy no somos.
—Identificó a Venezuela y Cuba como prioridades para Estados Unidos, y también entre las preocupaciones del Grupo de Puebla. ¿Cuál sería una salida a sus crisis?
—Dialogando. Lo importante en Venezuela y Cuba es dialogar. Y denunciar las sanciones a Venezuela o el bloqueo en Cuba, que son inhumanos. Todo lo contrario a lo que hace el Grupo de Lima. Es lo que hay que hacer, muy simple.
—¿Pero hay diálogo en esos países, donde ha habido hechos de represión? ¿Hay un doble estándar a la hora de cuestionar políticas antipopulares de países enemigos, pero de justificarlas en países amigos?
—Entiendo hacia dónde va la pregunta, pero no. A mí me preocupan los derechos humanos en Chile, Colombia, Venezuela, Cuba, en todas partes. Esa es la diferencia con la OEA. Nos hemos pronunciado, pero también hemos dicho que la peor solución es la injerencia. Hay un gobierno que propuso intervenir Venezuela, otro gobierno que propuso sanciones a los ministros de Cuba. ¿Has visto una sanción a los ministros de Chile, cuando hubo gente que terminó ciega o muerta en las protestas? Nada. El doble estándar está justamente en las diplomacias conservadoras. Nosotros no. Tenemos preocupación por los derechos humanos, no solamente en un país.
—Simbólicamente, ¿Cuba es, de alguna manera, el último bastión del progresismo latinoamericano?
—Yo tengo doble nacionalidad, chilena y francesa. Coordino el Grupo de Puebla, pero soy un líder chileno, así que solamente me pronunciaré con lo que hemos acordado todos: no al bloqueo, lo que no quita que entendemos que hay molestias en Chile, Colombia, Cuba, Venezuela. Sabemos que hay protestas importantes, lo sabemos.
—Déjeme entonces llevarlo a Perú, porque usted incluyó a Pedro Castillo como parte del Grupo del Puebla. Reconocieron su victoria antes que nadie, aunque previo a las elecciones, no estaba en el radar de la izquierda. ¿Cómo se integra su figura en el bloque progresista, teniendo en cuenta algunas de sus posiciones conservadoras?
—Reconocimos el triunfo de Pedro Castillo y no nos equivocamos, respetando la autodeterminación de los pueblos. Había evidencia suficiente de que no hubo fraude, aunque sí un resultado muy estrecho. Y, por supuesto, tenemos diferencias, pero el Grupo de Puebla tiene vocación democrática, buscando las cosas que nos unen. Seguro hay diferencias entre el proceso de la izquierda de Chile o el peronismo en Argentina, y entre las posiciones de Rafael Correa o Samper, por ejemplo. Samper es militante del partido Liberal colombiano, Alberto Fernández es peronista, yo soy progresista. Cada uno tiene su apellido, pero no es algo que nos atormente. No queremos caer en la patología de una cierta izquierda que está en la identidad y no en la unidad.
—Buscan una mirada más pragmática.
—Dile productiva. ¿De qué sirve que tú estés en tu esquina, creyéndote puro, casto, si sigue la pobreza avanzando? Hay algo más grande que simplemente cautelar tu identidad con esta fantasía de la pureza. Yo, particularmente, soy gran admirador de Alberto Fernández por su capacidad de unirse con Sergio Massa o Cristina Fernández. Antes de la pandemia, iba casi una vez al mes a Buenos Aires y me acuerdo de haber visto las discusiones entre Alberto Fernández, Cristina Fernández y Sergio Massa. Esas las vi yo, no me las cuentan. ¡Pero están juntos! Y para el bien de Argentina y de América Latina, la política exterior tiene valores humanistas y no ideológicos.
—¿Y ellos tres tienen la misma visión latinoamericana?
—Yo soy amigo de Sergio Massa, pero no soy su vocero. Y soy muy respetuoso y admiro lo que significa Cristina Fernández para América Latina. Por lo tanto, no soy ni vocero ni me pondré de árbitro o profesor de escuela, no voy a evaluar. También soy íntimo amigo de Alberto, así que tengo un conflicto de intereses para ser analista de esas tres figuras.
—Pero entiendo que el desafío del Grupo, en el largo plazo, es trascender a los gobiernos o a sus dirigentes.
—Cumplimos dos años y tenemos al menos cinco gobiernos con ministros, presidentes y cancilleres en el Grupo de Puebla. Eso era insospechado cuando lo fundamos. Este es un grupo autoconvocado, de liderazgos progresistas, de personas y no de partidos, de animales políticos con cicatrices. Así que es un honor como coordinador que crezca.
—En tiempos de virtualidad y con las distancias geográficas, ¿coordina el Grupo, valga la redundancia, desde un grupo de WhatsApp?
—En el grupo de WhatsApp, hay 56 líderes. Hay un diálogo muy rico.
—¿Cada dirigente está con su propio celular?
-Está Alberto, AMLO no, pero sí el vicecanciller de México o el presidente de Morena (el partido oficialista); están Lula y Dilma Rousseff; está el equipo de Pepe Mujica, porque él no usa WhatsApp, Rodríguez Zapatero, Martín Torrijos, Alicia Bárcenas… No me acuerdo de todos, hay mucha gente.
*Por Mauricio Caminos para La tinta / Foto de portada: La Prensa