Los catorce cuadernos, brutalidades luminosas
Por Manuel Allasino para La tinta
Los catorce cuadernos es una novela de Juan Sklar, publicada originalmente en el 2014 y reeditada en 2020. Durante un insoportable enero en Buenos Aires, un grupo de ocho personas decide alquilar una casa en el Tigre para convivir: sol, jardín, río, un montón de porro, una canoa, música y una camarita GoPro para filmarlo todo son lo justo y necesario para atravesar el verano. El protagonista y narrador de esta historia, un guionista en crisis que se parece mucho al autor, pasa un mes en el Delta junto a un colectivo en el que hay, sobre todo, extraños. En ese clima enrarecido, hay mujeres como tierra incógnita, la ventana de las drogas psicotrópicas, el tarot, el vegetarianismo y alguna que otra práctica esotérica.
Con una prosa ágil, transgresora, pero, sobre todo, verdadera, Juan Sklar nos regala un libro perfecto entre el relato existencial, la crónica de juventud y la novela erótica.
“Salí de la casa de Galletita a ese calor asqueroso que espero solo exista en Buenos Aires. Noventa y cinco por ciento de humedad, cuarenta de térmica y amenaza de desmayo inminente. Ese calor que te recuerda que deberías haberte ido de vacaciones. Para que un programa de televisión argentina de ficción esté al aire en abril, se tiene que empezar a grabar en febrero. Para que eso suceda los guiones tienen que estar escritos un mes antes. Y para eso hay que arrancar a escribir en noviembre. Cuando el país entero afloja y empieza pensar a dónde se va a ir a chapotear el verano, los guionistas de televisión estamos empezando a trabajar. Me tomé el 140 al centro y de ahí el 33 hasta San Telmo. Otro enero en Buenos Aires en mi departamento sin balcón. No me molesta escribir para la tele. No me molesta escribir programas para niños. Lo único que quisiera es tener un poco de verde, una pileta, unas chicas en bikini. Un balcón no estaría mal. Prendí la computadora. Media hora después, boludeando por las redes sociales aparece la solución. Mi amiga Bruja había alquilado una casa en el Tigre para ocho personas, todo enero, y les faltaba un ocupante. Una cama vacía en una casa enorme junto al río. Perfecto. La llamé. Le pregunté si podía sumarme. Me dijo que sí. -¿Quiénes van? –Vamos mi novio, yo, una pareja de amigos, El Tierno y dos chicos más. -¿Solteras? -Lesbianas. –Ah. A mí qué me importa. Dos parejas, un amigo y dos lesbianas. Está bien, no me voy a besar con nadie en todo enero, pero es mejor que estar solo trabajando en el asfalto. Tampoco que en Buenos Aires tuviera muchas posibilidades de romance. La ciudad había quedado vacía y Galletita no volvía hasta dentro de dos semanas. Galletita. No era hermosa, pero me gustaba. Y creo que yo le gustaba a ella. El sexo había estado bien una primera vez. Bruja es la novia de mi amigo Palito. Más que amigo, conocido. Trabajamos en un proyecto juntos y pegamos buena onda. Algunos años íbamos al cumpleaños del otro, algunos años no. Cada vez que nos encontrábamos charlábamos un rato y por Facebook hablábamos de cine. Palito es director y siempre tiene las últimas novedades del cine indie norteamericano. Creo que le hubiera gustado ser yanqui. Con Bruja yo tenía un vínculo parecido. Buena onda, encuentros casuales, no mucho más. Ella tira el Tarot en un boliche de esoterismo que tiene en la Galería del Patio del Liceo, esa galería que antes era un rejunte de comercios inmundos ( está a unas cuadras de la casa de mis padres y de chico iba a comprar juegos para el Sega Génesis) y ahora está copado por lo más moderno del hipsterío porteño que desearía haber nacido en Williamsburg o en Berlín Este. Hay galerías de arte, ateliers, peluquerías de vanguardia que reniegan de ser vanguardia, librerías especializadas y locales de cómics importados. Abajo hay un puestito que vende cocktails, para que todo el mundo pueda lucir sus anteojos de marco grueso y su impronta de artista mientras se toma un Cynar con pomelo. En su local Bruja vende libros de cualquier tipo de creencia esotérica, velas, adornos, amuletos, mazos de Tarot, palo santo y aceites aromáticos. Arriba, en un entrepiso, tira las cartas. Es la típica cueva esotérica con santería para apuntalar el negocio pero, en vez de estar atendida por viejas viudas tiene al frente dos minitas (Bruja y su socia) muy lindas y perfumadas y bien vestidas a la moda. El local, además, está alimentado con la onda de diseño que domina toda la galería. Los viernes a la tarde se arma una pequeña movida con música, tragos y un desfile de chicas lindas que uno intuye hacen cosas interesantes y artísticas. Lo que Bruja ofrecía para el verano estaba muy bien. Una casa grande sobre el río para ocho personas con muelle, parrilla, jardín enorme, hamaca paraguaya y canoa para salir a pasear: 1500 pesos por mes. Había fotos. Prometía. Escribir podía escribir en cualquier lado y mejor hacerlo rodeado de verde y agua que cemento y ruido. Si había una reunión, me tomaba la lancha y me volvía a Buenos Aires. El tema de la guita lo solucioné rápido. Puse mi departamento en los avisos clasificados de Craigslist y en dos días se lo había alquilado a una turista de República Checa por la misma plata que a mí me salía el alquiler en el Tigre. El plan era perfecto. Escapaba de Buenos Aires sin gastar un peso y me instalaba en el único lugar que está tan cerca como para poder seguir conectado y al mismo tiempo es tan distinto que lográs sentirte de vacaciones”.
Al protagonista lo consume el deseo sexual: se masturba, corretea chicas y, eventualmente, consigue tener relaciones con alguna. Pero la insatisfacción sigue, inalterada, y el círculo vuelve a rodar, más vicioso que nunca.
Con extractos psicológicos y filosóficos; y citas de Lacan, Nietzche, Kant y Houellebecq, Juan Sklar nos ofrece una novela de aprendizaje y sensibilidad generacional.
“Desde el lunes a la mañana en la casa habíamos quedado solamente Bruja, Bebota, Pintor y yo. El Tierno, Palito, Bola de Fuego y Agua de Tanque habían vuelto para trabajar. Bruja había logrado escapar de reuniones y otra citas que le demandaba el local de esoterismo y entonces decidió quedarse a para la semana entera en el Delta. En esos días pude avanzar mucho con el trabajo. La obra de teatro y la película infantil iban tomando forma. La dinámica de trabajo remoto con los otros autores (que estaban en Buenos Aires) funcionaba. No me volvía loco. Avanzaba. En los recreos nadaba y salía a remar. Remontamos el río Espera hacia adentro, en dirección al Esperita. -¿Vos qué decís? ¿Me vuelvo a Buenos Aires o me quedo hasta el fin de semana? -preguntó Bruja. –Quedate -Vos porque no querés quedarte solo con Pintor y Bebota. –Hoy hizo treinta y ocho grados y noventa por ciento de humedad ¿Qué vas a hacer en Buenos Aires? –Nada. Extraño a Palito. Igual, al pedo que vaya. No me va a dar bola. Está con la otra. -… -Su película. Está terminando de editar. –El otro día, antes de venirnos a la Isla, pasé por el estudio donde están haciendo la música. Está quedando buenísima. La secuencia inicial parece sacada de Los Goonies. –Ni se lo digas que se cree el Spielberg de las pampas. A mí ya no me presta atención. Durante el rodaje no garchamos ni una vez. –Lo entiendo- A mí entendeme -Cuando filmo algo que es mío, ni me hago la paja. -¿Vos? -Te succiona toda la libido. –Bueno, que se ponga las pilas, porque lo dejo. La novia del otro director está igual. –No son las únicas. -¿Viste que la mujer de Francis Ford Coppola viajó con él a Filipinas durante el rodaje de Apocalypse Now para hacer un documental de la filmación? Bueno, Coppola estaba como loco. Mientras filmaba reescribía el guión. Echó a Harvey Keitel a dos semanas de empezar y lo contrató a Martin Sheen que se infartó durante la filmación. Y mucho antes de terminar ya se había gastado toda la guita que había ahorrado en su vida. Dormía cuatro horas por días y bajó veinte kilos. -¿Garchaban? -Algunos días ni siquiera hablaban.-Listo, me separo. -Yo sé que se siente como que no te quiere, pero sí. Báncalo. –Yo lo banco, pero necesito un poco de cariño. –Es un momento. Después va a volver. Siempre volvemos. Además, si vos no estuvieras, él no podría hacer lo que está haciendo. –En la semana ni me habla.-Pero sabe que estás ahí -¿Qué soy yo, un florero? –Ojo que nos vamos a chocar contra el muelle. Dale derecha. –Derecha. –No. Sos la novia de un tipo talentoso que está haciendo su primera película. –No quiero ser la novia de. –Cuando hacés tus ágapes místicos en la Galería del Patio del Liceo, él es el novio de la emprendedora esotérica. –No. Él es el director talentoso que va a los ágapes de su novia esotérica. –Estás mambeando.-Obvio que estoy mambeando. Me cogen una vez por mes.- Izquierda, izquierda. –Izquierda, izquierda. –Bancalo y bancátela. El viernes vuelve a la Isla y todos felices. Y cuando la película se estrene y vos vayas a la premier con él, vas a estar orgullosa. Sin vos, no podría terminar la película”.
Los catorce cuadernos de Juan Sklar es una novela poderosa con una escritura rápida, precisa y atrapante, que nos habla de la soledad, el sexo, el amor y la madurez con una visión irónica en tiempos de crisis existencial.
Sobre el autor
Juan Sklar (Buenos Aires, 1983) es escritor, docente, guionista y columnista de radio. En radio, condujo las columnas Cartas al hijo (Vorterix) e Ideologías animadas (Metro). Ambos segmentos radiales se transformaron luego en libros de ensayos. Los ciclos en los que participó como guionista ganaron los premios Martín Fierro, Clarín Espectáculos y FundTV. Pertenece al consejo de redacción y es colaborador habitual de la revista Orsai. Dirige el taller de escritura “El cuaderno azul”. Sus novelas Los catorce cuadernos (2014) y Nunca llegamos a la India (2018), reeditadas ahora en Emecé, tuvieron una excelente repercusión de público y crítica.
*Por Manuel Allasino para La tinta.