Celebrar la Pachamama: corpachar en armonía y coherencia
En agosto, homenajeamos a la Pachamama. El día central de la celebración es el 1°, pero la homenajeamos todo el mes: nos reunimos en comunidad, ofrecemos alimento a nuestra Madre Tierra y le pedimos «que vuelva», que nos provea de lo necesario para alimentarnos en el año que vendrá. ¿Quiénes podemos participar del ritual? ¿Todes, no importa dónde hayamos nacido? La respuesta es inclusiva y afirmativa. Todes quienes respetemos y valoremos la vida, quienes seamos coherentes el resto del año, somos bienvenides a corpachar. Gracias, Pachita, danos salud, hoy más que nunca.
Por Soledad Sgarella para La tinta
Muy nacida y criada en un edificio de barrio General Paz (tan centro de Córdoba que duele), mi contacto con el conocimiento ancestral, hasta que empecé a cursar en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, había sido casi nulo. Ni la época histórica (transitar la escuela en los importados noventa) ni el colegio de monjas me habían nombrado nunca a la Pachamama. Pero a fines de la facultad, allá por el 2005, el mundo ya se había ampliado para mí y había podido vivenciar varias celebraciones, y después, replicar la experiencia en las escuelas cada vez que lo permitían.
Pero como las revisiones nunca paran, hay preguntas que -cada vez- me interpelan: ¿Quiénes pueden/podemos celebrar la Pacha? ¿Es necesario ser parte de la comunidad de pueblos originarios? ¿Cómo no ser una snob, una progre universitaria pesada nacida en departamento? ¿Cómo no ser Macri en 2019 con esa foto tremenda en Purmamarca?
Al comunicarme con quienes saben, la respuesta es más amorosa y más simple: “En principio, creo que hay que tener por conocimiento que esta celebración tiene una dimensión espiritual profunda. Las personas que realizamos este ritual creemos en lo que realizamos. Esto es lo fundante del ritual: creer en eso. Entonces, cualquier persona, no únicamente los miembros de las comunidades originarias, pueden realizar esta celebración. Toda persona que valore, que reconozca el valor y la importancia que tiene esta celebración, puede. No es otra cosa que agradecer a la Madre Tierra por todos los frutos que uno recibe, por todos los alimentos que uno consume cotidianamente gracias a los cuales estamos de pie, caminamos, hablamos, vemos, sentimos”, me explica con claridad y paciencia Víctor Acebo, ex director del Instituto de Culturas Aborígenes y miembro del pueblo indígena.
La docente y música jujeña Cristina Paredes dice: “Todes podemos celebrar a nuestra Madre Tierra. Siempre y cuando no sea vacía esta ceremonia, este ritual. Quien celebre debe ser consecuente y vivir en armonía con la tierra, tener el respeto y el cuidado necesario, estar en defensa de los montes, en defensa de que no se contaminen los ríos, en defensa de que dejen de destruir los cerros, las montañas, sacando minerales y explotando, o haciendo sufrir a nuestros hermanos pueblos originarios. Entonces, si estamos con esta armonía y en esta lucha, podemos hacer el agradecimiento a nuestra Madre Tierra. Necesitamos una reflexión. Necesitamos encaminar nuestras acciones para que nuestra Madre Tierra no siga sufriendo y no sigamos destruyéndola. Cualquiera puede celebrar la Pachamama, siempre y cuando sea con respeto y sea coherente con mi vida, con mis actitudes. Y esa armonía tiene que ser también, por supuesto, con todos nuestros hermanes”.
El contenido y la temática de esta celebración es el agradecimiento. “Y sumado a esto, necesariamente va a aparecer el cuidado y la protección, y el respeto que uno tiene que tener por la Tierra. Y cuando uno habla de Pacha, está hablando no únicamente del pedazo de tierra que está delante de nosotros, sino que está hablando del universo, del aire, del agua, de los árboles. De todos estos elementos naturales que dan vida”, agrega Acebo.
Ante mis preguntas tan explícitas, Víctor también lo es: “En este tiempo, la celebración aparece con mucha fuerza en distintos espacios. Se agradece el movimiento que se va dando, cada vez hay más personas, más familias que lo van conociendo y lo van haciendo suyo. Lo importante es no hacerlo simplemente porque está de moda, de eso se trata. No es algo circunstancial. Uno tiene que creer en esto, de esa manera, no se va a volver uno un snob. Esta celebración implica un modo de vida, un modo de estar en interrelación con los otros y con la naturaleza, por eso, cuando hablamos de cuidado y protección, es ese amor que se tiene por la tierra y por lo que contiene la tierra. Los fenómenos que están ocurriendo no son casuales, son justamente por la falta de cuidado por algo que es nuestro y nos da vida”.
Verónica Talellis y Karen Avenburg explican que la celebración de la Pachamama es un ritual que se extiende a lo largo del mundo andino y que tiene un lugar central en la vida cotidiana de los habitantes de la zona. “Si nos remontamos a la época precolombina, vemos que la Pachamama se destaca por ser una divinidad del Imperio Incaico cuyo culto, difundido y recreado actualmente en toda la región de los andes centrales, se vincula al ciclo ritual-agrario”, dicen en el documento publicado para el IX Congreso Argentino de Antropología Social de la Universidad Nacional de Misiones.
Allí, las investigadoras señalan “que agosto es un mes crítico, cargado de angustia y de sacralidad. La naturaleza, en esta época del año, alcanza un estado límite, tanto por el rigor climático como por el agotamiento de pastos y reservas alimenticias”, y que en este sentido, los rituales propiciatorios destinados a la Pachamama tienden, por un lado, a aplacarla y, por otro, intentan ganar su favor.
El ritual consiste en una reunión entre familiares, vecines y amigues que preparan una comida que será compartida con la Pachamama -en un hueco en la tierra- y entre quienes estén allí. El hueco se cava en el mismo lugar de los años anteriores y, una vez que la comida está lista, se la dispone a su alrededor en vasijas y se agregan bebidas -caña, chicha, vino, cerveza, gaseosa-, cigarrillos, hojas de coca y elementos para sahumar. “Es entonces que se le da de comer a la Pachamama. Cada uno de los presentes se acerca a la “boca tierra”. Luego de persignarse, cada uno le sirve una porción de comida, bebida y hojas de coca; también enciende un cigarrillo y lo posa en el borde, ofrendando todo eso a la Tierra. Mientras se realiza esta acción, se agradece y se pide por la cosecha, por el rendimiento de la tierra durante el próximo año, por la hacienda y por el bienestar de familiares, amigos y toda la comunidad. Cuando ya todos le dieron de comer, se echa en la boca tierra lo que queda en los cuencos y se tapa el hoyo con piedras y tierra, poniendo a veces encima las botellas con el pico boca abajo. Seguidamente, se da comienzo al almuerzo. Por lo general, se dispone una mesa con las bebidas y los alimentos en grandes fuentes, de las que cada uno va tomando sus porciones con las manos. En algunos casos –aunque no es parte obligatoria del culto-, tras el almuerzo, sigue una copleada”, describen Talellis y Avenburg.
A días del primero de agosto, vayamos preparando la cazuela que vamos a compartir con quienes construimos comunidad, aun con los molestos tapabocas. En tiempos de pandemia, nunca más que hoy, queremos que la vida siempre vuelva. Que su ciclicidad nos conecte con la esperanza de volver a crecer, de volver a nacer, que la Pacha nos perdone y nos siga alimentando.
*Por Soledad Sgarella para La tinta / Imagen de portada: La tinta.