¿La rebeldía se volvió de derecha?
Adelantamos algunas claves del libro de Pablo Stefanoni, uno de los ensayos políticos más interesantes entre los publicados en lo que va del año. Se trata de una exhaustiva investigación sobre las nuevas corrientes de derecha -las derechas 2.0, según el autor-, que intenta explicar por qué el lenguaje de la trasgresión ya no parece ser patrimonio exclusivo de las identidades progresistas.
Por Gabriel Montali para La tinta
Mildred Hayes, el personaje de la notable Frances McDormand en Tres anuncios por un crimen, es una mujer destrozada por la violación y el asesinato de su hija. La película, emitida en 2017, narra las desventuras de una madre que decide hacer justicia por mano propia frente a la ineficacia de la investigación policial. Su tragedia es una revisión del drama de Hamlet, aunque desde un enfoque desenfrenado y posmoderno, o, en todo caso, posmoderno precisamente por desenfrenado. Porque Mildred está dispuesta a todo con tal de satisfacer su deseo de venganza. Ni siquiera la detiene el hecho de que sus acciones ponen en riesgo la integridad emocional del hijo que le queda. Y sólo al presenciar las consecuencias de sus actos, logra advertir el dilema ético al que la ha empujado su dolor: convertirse ella también en victimaria, ser ella misma una continuidad del espanto que ha destrozado su vida.
Lejos de colocarnos en el papel de jueces morales de las conductas ajenas –la normalidad Facebook y Twitter–, el propósito del filme es exponernos a toda la densidad dramática de nuestro presente, es decir, al hecho de que ya no parece posible dar respuesta a ciertas tragedias. El motivo puede ser una circunstancia de la gravedad de un asesinato o la precarización social, el desempleo y la contaminación, o pude ser algo de lo más nimio: el bache de una calle rota desde hace décadas que nos revienta una goma del auto. Da lo mismo. La agenda de nuestras preocupaciones está organizada por esa sensación de agobio que va del desamparo a la incertidumbre. Esa sensación de que ya casi nada en nuestra vida depende de nosotros. Por ello, hay un recurso metafórico que la película repite, en varias escenas, a modo de juego simbólico: la bandera norteamericana flameando en los parques, en los edificios públicos, en las paredes de los negocios, en el hall de los domicilios. Flameando como una presencia ausente de sentido que ya no significa nada, que ya no es testimonio de nada. Mero trapo que ha perdido su carácter de emblema capaz de aglutinar a la sociedad en función de una promesa de futuro. La mueca irónica de un Estado que se ha roto sin que podamos predecir lo profundo de sus fisuras ni imaginar lo que puede emerger de ellas en cualquier momento.
Sobre ese clima de época, trabaja Pablo Stefanoni en ¿La rebeldía se volvió de derecha?, su último libro, publicado a comienzos de este año por la editorial Siglo XXI. Lo hace con el mismo mérito de la película: se toma en serio las ideas de derechas –incluso las más excéntricas, lo cual probablemente le haya exigido un esfuerzo tan grande como peinar la pajarera de Trump– e intenta identificar qué circunstancias les dan origen y fundamento, digamos: a qué hilos se aferran los discursos que proponen soluciones antiprogresistas para el escenario de crisis en el que estamos viviendo. El resultado es la composición de un mapa variopinto de tendencias que van desde las utopías neorreaccionarias o anarcocapitalistas, con su sueño de sociedades sin Estado, o mejor: libres de impuestos, a fenómenos novedosos como el ambientalismo conservador y el nacionalismo homosexual. Es decir, un degradé de ideas con distintas dosis de antiestatismo, supremacismo blanco e intolerancia a la inmigración, que en sus expresiones más extremas comparten un denominador común: la idealización de una supuesta libertad perdida que se desea recuperar, pero no como un modelo para todos, al contrario, la libertad depende siempre de quién, de qué sexo, de qué origen, de qué color de piel, de qué creencias, en una suerte de anhelo nostálgico por los modelos de sociedad oligárquica del siglo XIX.
Para describir estas corrientes, el ensayo hilvana tres hipótesis más que significativas. Por un lado, que habitamos un presente sin horizonte en el que el futuro se parece más a una amenaza que a un territorio de expectativas, porque lo único que cabe esperar es una catástrofe. De nuevo, la sensación de que vamos derechito a reventarnos contra una pared porque vivimos en la época en la que todo se acaba: la modernidad, la historia, los recursos naturales y hasta la idea misma de progreso, con sus promesas de desarrollo. Por otro, que lo predominante en este contexto es la reacción conservadora contra el establishment, esto es: el deseo de previsibilidad y seguridad en todos los planos de la existencia, que puede manifestarse tanto contra la corrupción política o la pérdida de poder adquisitivo como contra la licuación de las identidades nacionales y sexuales, circunstancia que potencia en muchas personas las sensaciones de desamparo. Y por último, que la derecha le está ganando al progresismo la disputa por persuadir esas formas de indignación y no sólo debido a su desenfreno demagógico y a su falta de prurito moral, que le permiten decir cualquier cosa sin sostener sus propuestas en datos ciertos, al extremo de reducir la política al lenguaje del meme.
A su vez, Stefanoni coincide con ensayistas como Mark Fisher en otro diagnóstico: que el progresismo resultó más afectado que las derechas en su capacidad para imaginar otros mundos posibles. En parte, porque carga con el fracaso de los proyectos de socialismo real, que ya nadie en su sano juicio quiere repetir. También porque una de las consecuencias de ese fracaso fue la consagración del capitalismo como el único sistema viable, lo cual dificulta proponer alternativas que vayan más allá de la gestión distributista o más igualitaria de la renta. Y finalmente, porque ese límite puesto en la gestión de lo existente –la idea de que “es lo que hay” y “otra cosa es imposible”– conduce al imaginario derrotista que ha caracterizado a muchos de los gobiernos populares o socialdemócratas de las últimas décadas, que no lograron imprimir cambios estructurales de fondo en los modelos de sociedad capitalista.
Esto no significa, a criterio del autor, que no existan experiencias novedosas e interesantes en el progresismo, de las que menciona varios ejemplos; sino que, en líneas generales, son las derechas las que están captando las voces indignadas con la realidad. Lo sucedido en Cuba en estos días quizás sea un ejemplo de lo difícil que nos resulta a los progresistas repensar nuestras posiciones. El eje de nuestros discursos es la defensa de una utopía hacia atrás que no parece ser suficiente, en términos persuasivos, para disputar el sentido del mundo que viene. O lo que es incluso más preocupante: a veces nos empantanamos en una lógica de polarización que nos convierte en el perfecto revés de nuestros contrarios, empujándonos al sectarismo y, cuando no, a la mera defensa de lo indefendible.
Precisamente, lo más interesante del libro de Stefanoni es ese carácter reversible de sus inquietudes. La pregunta sobre si la rebeldía se volvió de derecha lleva implícita otro interrogante que no podemos dejar de atender: ¿por qué parece que la derecha puede ser audaz y nosotros no?, o bien: ¿por qué tantas personas nos identifican como los defensores del orden antes que como sus reales trasgresores?
Las respuestas a esas preguntas constituyen mucho más que un ejercicio de análisis: representan un desafío político frente a un futuro que pide a gritos una nueva épica. Ese estado de pasaje, de tensión entre el cambio –vaya uno a saber de qué tipo– y la continuidad de lo mismo es la forma de la crisis actual. Atravesamos esa clase de coordenadas en las que lo viejo parece morir sin que lo nuevo llegue a emerger en el horizonte. Pero contra toda tentación nihilista, las situaciones de crisis nunca son del todo un campo yermo: siempre hay algo gestándose, leudando dentro del horno de la historia. ¿Será la épica de un mundo más plural, democrático y económicamente justo, o será la pesadilla, no tan distópica, de Blade Runner? La pelota está en el aire y todo indica que nosotros también.
*Por Gabriel Montali para La tinta / Imagen de portada: fotograma Tres anuncios por un crimen.