Si, como dijera Benjamin, el narrador es aquel que recuerda por excelencia y se vale de los relatos de muchos narradores anónimos, Waiki, o más bien su espectro, insiste en esa premisa y la convierte en acto de resistencia. Tal vez, por eso, al inicio del libro, accedemos a una breve explicación, se nos advierte que la historia que leeremos obedece a las lógicas de un mundo desigual, depredador. Nacemos, vivimos, morimos; pero algunos más rápido, con la prisa febril del barrio, al ritmo de las balas.
La memoria de Wk es implacable, persiste en aquello que muchos se esfuerzan por olvidar, o más bien, ignorar. Escribe sobre lo dicho: reescribe los discursos hegemónicos que circulan sobre los barrios, dotándolos de tridimensionalidad, a la vez que revela su vacuidad y protagonismo en la construcción de un imaginario falaz que avanza sobre el margen. Al Fuerte Apache estéril de la televisión y los diarios, Wk le confiere la complejidad y vitalidad de un fuego cruzado que no se dispara de un sólo lado.
El narrador ha tomado el discurso por asalto y nos ofrece –primicia absoluta– la historia de primera mano. Y lo hace a la manera de “pequeñas fotografías que solo pasan, sin permiso, sin preguntas, solo pasan”; captura acontecimientos, en principio dispersos, instantáneas que, también, abren la posibilidad de una contemplación más general, sugerida. Son relámpagos, pequeños fragmentos, que llevan implícitos el fantasma de un todo, en el escenario de una sociedad fracturada. Pero si entre los restos, desde la ultratumba, sobrevive la autobiografía de un profesor, es porque trae algo que no muere, capaz de conjurar la tragedia: el ejercicio de la amistad.
En el epílogo-funeral, los amigos de Wk, a la manera de su maestro, comienzan a contarlo, a revivirlo desde el relato. A fin de cuentas, recibió dos tiros en la boca, pero siguió gritando, es un fusilado que escribe.
El libro se encuentra en preventa exclusiva. Para adquirirlo, escribir a trenenmovimiento@gmail.com
*Por Martina Delgado para Tiempo Argentino.