Cuenta atrás para la formación de un gobierno sin Netanyahu

Cuenta atrás para la formación de un gobierno sin Netanyahu
9 junio, 2021 por Tercer Mundo

El amplio frente anti-Netanyahu ofrece pocas novedades para los palestinos en Israel y en los territorios ocupados. El nuevo gobierno sostendrá las políticas de represión y ocupaciones ilegales.

Por Sarah Babiker para El Salto Diario

En la tarde del 7 de junio, la atención política israelí estaba puesta en la Knesset, pues se esperaba que el presidente del parlamento anunciara la fecha de votación del que podría ser el primer gobierno sin el presidente en funciones, Benjamín Netanyahu, en los últimos 12 años. Yariv Lavin, del Likud, sin embargo, no determinaba, como se esperaba, una fecha precisa para la votación, más allá de recordar que el plazo terminaría el próximo 14 de junio. Una decisión, la tomada por el compañero de filas del presidente saliente, que añade zozobra a un tenso panorama político, donde una coalición formada por centro y ultraderecha, y apoyada por un abanico dispar de partidos intenta apartar a Bibi del poder y evitar una vuelta a las urnas.

Ya la semana pasada, los líderes del centrista Yesh Atid y del derechista Yamina, Yair Lapid y Naftali Benett, respectivamente, tras haber alcanzado un acuerdo in extremis la noche del jueves 3 de junio -cuando expiraba el plazo para proponer un nuevo gobierno-, sumando el voto a favor de otras seis formaciones, intentaban desbancar al presidente del parlamento previendo que, como integrante del partido de Netanyahu, haría lo posible para alargar el plazo hasta la votación con el fin de ampliar las posibilidades de su compañero para torpedear la formación de un nuevo gobierno.

Ambos líderes son conscientes de que la concreción de su proyecto no es fácil: de un lado enfrentan la dificultad de mantener unido un ensamblaje de partidos de líneas ideológicas opuestas. La derecha nacionalista de Nueva Esperanza e Israel Beitenu, el socialdemócrata Meretz, junto al antaño hegemónico partido Laborista del actual ministro de Defensa, Benny Gantz, a la cabeza de Kahol Lavan, antiguo aliado de Yapir con quien concurriese en coalición en los anteriores comicios, para luego apoyar a Netanyahu, y por último la formación que ha supuesto la mayor novedad: el partido árabe-israelí Ra’am, que por primera vez llevaría a representantes de este sector de la población al Ejecutivo, formarían esta coyuntural alianza. Del otro lado, la coalición debe enfrentar la agresiva ofensiva de la ultraderecha -que no perdona a Yamina y los otros partidos de derecha el aliarse con una formación árabe- y el entorno del Likud, activado para erosionar las intenciones de voto de políticos que pertenecen a su ámbito ideológico, o que incluso provienen de sus filas. 

Israel Yair Lapid Naftali Bennet
Imagen: Yair Lapid y Naftali Bennett forman parte del establishment israelí.

Y es que Benjamín Netanyahu ya declaró abiertamente que plantaría batalla al esfuerzo por sustituirle al frente del Ejecutivo. El líder del Likud está experimentado en sorprender saliéndose con la suya, manteniéndose en el poder en las tres últimas y complejas elecciones. Tras el anuncio de la cita electoral del pasado marzo, resultado de la ruptura de su acuerdo con Gantz, usó todas las herramientas a su disposición, desde convertir la vacunación en una suerte de campaña electoral a azuzar a la extrema derecha, para diseñar un escenario favorable a su continuidad al mando.


Tampoco ha pasado desapercibido cómo la escalada de violencia de las últimas semanas que terminó con el bombardeo de Gaza, podría beneficiar a un líder al que su carácter de halcón convierte en una especie de protector del Estado judío. Desde que se anunciara la propuesta de Lapir y Bennett, Bibi agita a las derechas, que estarían organizando manifestaciones frente a las casas de los cargos electos para disuadirles de apoyar un gobierno que el propio Netanyahu ha tildado de extrema izquierda.


Las concentraciones, convocadas principalmente frente a las residencias de diputados de Yamina, han llevado a blindar una protección especial a varios de los líderes, pues se teme por su seguridad. La semana previa a la votación final ha adquirido una naturaleza de carrera agónica, ya que los partidos que han de respaldar la alternativa de gobierno suman 62 votos, de un total de 120, por lo que bastaría el cambio de opinión de unos pocos de estos diputados para que de nuevo se volviese a la indeterminación y a una nueva convocatoria de elecciones: serían las quintas en algo más de dos años.

Las vicisitudes de lo que parece un revoltijo de partidos unidos estratégicamente para provocar la salida de Netanyahu pero con diferencias considerables, acosados desde el exterior, muestra al menos una cuestión claramente: la derechización de la sociedad y el auge del supremacismo agitado por el Likud y su entorno, y el claro ocaso de las fuerzas socialdemócratas, tanto de los Laboristas, que quedan lejos desde hace tiempo de las primeras posiciones electorales, o de Meretz, que arrancó con fuerza con una propuesta liberal y ecologista y que hoy parece abocado a devenir un partido residual.

Muestra de lo lejana que queda la paz del guion es la tensión en torno a los supremacistas que están preparando para el próximo 10 de junio el desfile del Día de la Bandera, evento en el que se rememora la victoria israelí en la guerra de 1967 y con ella la anexión de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este. Celebrada normalmente el 10 de mayo, la marcha quedó pospuesta debido a la violencia desatada el pasado mes. Hamas ha advertido que si se acorrala o ataca la mezquita de Al Aqsa, de nuevo habrá consecuencias, mientras que Gantz ha abogado porque se cancele una marcha que, se prevé, no hará más que caldear el ambiente.

El bloque del ¿cambio?

Con el cambio como principal mensaje, y el relevo de Netanyahu como horizonte político común, lo cierto es que una parte considerable de los líderes y partidos implicados en este intento de formar Ejecutivo han trabajado bien cerca del mandatario, desde Lapid, que fuera ministro de Finanzas en 2013, a Bennett, ministro de la Diáspora entre 2013 y 2019, y al frente de la cartera de Defensa en 2020. Junto a ellos, partidos como Israel Beitenu, cuyo líder Avigdor Lieberman tuvo un lugar prominente -fue vice primer ministro, y ministro de Defensa y de Asuntos Exteriores- en los gobiernos de Netanyahu hasta el 2012. O el líder de Kahol Lavan, Benny Gantz, quien decidiera gobernar junto a Bibi el año pasado.

Los que estarán llamados a turnarse como líderes del Ejecutivo (el acuerdo es que Bennett -que solo cuenta con siete diputados dentro de los 61 que deberán apoyar al gobierno- lidere el país hasta 2023 y sea relevado entonces por Lapid), traen consigo un perfil acorde a los tiempos: mientras que el centrista es un conocido periodista y escritor, hijo también de un comunicador que hizo carrera política y una escritora, Bennet -quien a diferencia de su socio sí tiene carrera militar- es un antiguo empresario de software que se hizo millonario vendiendo una start up creada en su juventud, proviene de una familia estadounidense migrada al país, y representa una derecha dura, religiosa y aliada de los colonos, sin reparos en expresar su desprecio por los palestinos.

Israel reprime palestinos explanada de las mezquitas la-tinta
Imagen: Maya Alleruzzo / AP

Mientras, si algo certifica esta situación es la profunda crisis de la izquierda israelí, que solo cuenta con los seis diputados de Meretz y los siete del partido Laborista, y la consolidación de un sentido común cada vez más derechizado. De hecho, mientras desde las bases progresistas no hay mucha crítica a esta alianza, son las fuerzas sociales reaccionarias las que están impugnando la legitimidad de este eventual gobierno en las calles. Los progresistas no lo tendrán fácil para dejar su impronta en el gobierno; un ejemplo: cuando desde Meretz se anunció la intención de impulsar los derechos del colectivo LGTBI y el líder del partido Ra’am se opuso.


Para superar las evidentes distancias ideológicas, quienes apuestan por el nuevo gobierno están protagonizando una sucesión de gestos de acercamiento. Para algunos, el acercamiento implica salvar grandes distancias, ejemplo de ello es el propio Bennett, quien habría llamado “mega-terrorista” a Mansour Abbas, líder de Ra’am, y, sin embargo, una vez anunciado el acuerdo para el “cambio”, afirmó haberse equivocado durante una entrevista, en la que calificó a Abbas como “un líder valiente” y “un hombre decente”.


El líder de Ra’am, por su parte, que habla de la histórica participación en el gobierno de un partido árabe como una oportunidad para introducir políticas públicas que beneficien a esta población (que supone el 21 por ciento del total), habría estado intentando convencer sin éxito a las otras dos formaciones políticas palestino-israelíes para que apoyaran el nuevo gobierno. No han sido pocas las críticas desde el ámbito palestino que el líder islamista ha debido afrontar por prestarse a participar en la nueva coalición.

Continuidad para el pueblo palestino

Que Benett ya no siga considerando un terrorista a Abbas es seguramente un avance; otra cosa es en qué se traduce esto en el ámbito de las políticas. Hace un año, Netanyahu intentaba culminar un gran plan colonizador con el que se hubiera anexionado gran parte de Cisjordania. La agenda colonizadora sigue siendo rentable políticamente en el país, y aunque su plan en Cisjordania fue motivo de fricción con su ex socio de gobierno Benny Gantz, es por su historial en casos de corrupción por lo que es más cuestionado: son varios los juicios que aguardan a un mandatario, al que critican aferrarse al poder para evitar acabar en la cárcel.

De hecho, Bennett no tiene nada que envidiar en cuanto a retórica anti-palestina a Netanyahu: no cree en la solución de los dos estados, tiene por costumbre calificar a los palestinos como terroristas, niños incluidos, y ha llegado a afirmar en el pasado que habría que disparar a matar a los palestinos en lugar de detenerlos. Con esta derecha, no parece que sean necesarios grandes méritos para conseguir el carnet de centrista, un calificativo que en el caso de Yair Lapid se debe, sobre todo, al carácter laico de su formación, y su lucha por acabar con los privilegios de la población ultra-ortodoxa.

Lejos de la lucha por el poder en Tel Aviv, la población gazatí sigue viviendo en pleno colapso tras la ofensiva militar israelí que causó más de 200 muertos, y una vez más arrasó con centros de salud, infraestructuras y viviendas. El ascenso de un líder como Bennett al frente del gobierno israelí no augura ningún cambio para mejor para los palestinos de los territorios ocupados. Son varios los partidos que apoyarían este gobierno que no reconocen la solución de los dos estados, e incluso Lapid, aun aceptando esta vía, reivindica a Jerusalén como capital israelí.

Palestina niños enfrentan al ejercito de Israel la-tinta

De hecho, el conflicto por el próximo desahucio de varias familias palestinas en el barrio de Sheik Jarrah sigue abierto, con las recientes detenciones de quienes han devenido los líderes más visibles de la resistencia de los vecinos a abandonar sus hogares, los hermanos Mohammed y Mona El-Kurd. Mientras tanto, los palestinos asisten a la continuidad también en el ámbito internacional, con el último anuncio del nuevo Ejecutivo estadounidense de que el apoyo al Estado israelí seguirá siendo incondicional. Así, dejar atrás a Donald Trump, cuyo gobierno dio un espaldarazo a los intereses del Estado israelí apoyando su reivindicación de Jerusalén como capital, o facilitando la normalización de relaciones con varios países árabes, no parece que vaya a suponer un gran avance para el pueblo palestino.

*Por Sarah Babiker para El Salto Diario /Foto de portada: Alan Santos – PR

Palabras claves: Benjamin Netanyahu, Israel, Palestina

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