Hablemos de la tristeza que sentimos

Hablemos de la tristeza que sentimos
22 abril, 2021 por Verónika Ferrucci

Hablemos de afectos en un mundo que nos desafecta con una eficaz pedagogía emocional neoliberal. Hablemos de la tristeza que estamos sintiendo, sin careteadas y sin trampas en medio del bombardeo persistente de falopas místicas, coaching y discursos mediáticos y políticos que sostienen narrativas optimistas y un imperativo de la felicidad individual en tiempos inciertos.

Por Verónika Ferrucci para La tinta

“No puedo continuar. Soy una grúa que la tormenta tiró al suelo.
Salgamos juntos aullando al cielo
como los lobos del desierto.
Por las tardes corto el pasto por monedas.
Te regalo las neuronas que me quedan.
La alegría de vivir sin futuro esperando que alguien llame a mi puerta”.

(Canción “Una piedra del Siglo XIX” de Antolín)

Desde la inminencia de la segunda ola, una banda de emociones latentes empezaron a recorrernos el cuerpo y tocar las fibras más sensibles al imaginar una cuarentena estricta como el año pasado. Scroll de colapsos en terapias intensivas, noticias de países vecinos en crisis, restricciones que nunca llegan del todo, aumento de precios, especulaciones en un mapa federal disputado por un contexto eleccionario, una catarata de odio y egoísmo por sobre el cuidado de la vida y la muerte más presentes. Y aunque no lo digamos del todo, porque, como decimos -sarcásticamente- con una amiga, “el futuro es negacionista”, en realidad, creo que volvimos a estar tristes o nunca dejamos de estarlo.

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(Imagen: Marthanalógica)

La semana pasada, en casi todos mis grupos de Whatsapp, circularon mensajes tipo: “Ya arranqué mal la mañana”, “estoy del ojete y bruxé toda la noche”, “cómo puede ser que la gente diga tantas giladas de la vacuna”, “no consigo laburo de nada”, “qué país de mierda”, “lloré en el trabajo, la gente está mal, posta”, “estoy flasheando que muera alguien de mi familia”. Una amiga con quien compartimos el laburo me manda un mensaje bien temprano: “Estoy de muy mal humor, te lo aviso porque voy a estar todo el día así”. Es un protocolo de cuidado que fuimos generando en el teletrabajo durante la pandemia.

Me llamó mi mamá y me dijo que, por las tardes, le viene una angustia en la panza y pienso en ese nudo que se nos ata con alguna tristeza. Me cuenta que no se ven con las amigas -todas de más de 70 años y comparten la experiencia de la viudez-. Decidieron que todos los días se van a llamar por teléfono fijo, una anacronía poética que las mantiene unidas. Me escribo con un pibe que conocí en Tinder, tuvimos algunos buenos momentos sexuales que se desvanecieron vertiginosamente -no tengo certezas, pero tampoco dudas de los malos tiempos para vincularnos-. Vivimos lejos, pero seguimos chateando casi a diario, quizá seamos una foto de los match para no sentirnos tan en soledad en un tiempo de emociones confinadas y deseos difusos.

Después del anuncio del presidente Alberto Fernández sobre las nuevas restricciones para el AMBA, Pía López posteó en su Facebook: “Apoyo las decisiones del gobierno nacional, pero interrogo mi propia tristeza, para no bardear la desazón de personas que siguen pensando que les pibes están mejor en la escuela que en las casas o que caminan de noche cuando termina la jornada laboral o que desesperan porque se acota su actividad comercial, pero no sus gastos. Las derechas interpretan posiciones subjetivas de derecha, pero también otras que no lo son, afectos y sensibilidades que tienen que ponerse en otros diálogos. (…) Esta persona que escribe, con casa y salario, una vida amable a puertas cerradas, sin embargo, se siente triste cuando piensa en transitar el aislamiento”.

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(Imagen: Marthanalógica)

En un gesto por desanudar y comenzar a tirar del hilo de la tristeza, se me ocurre que poner en duda la individualidad de las emociones y encontrarnos vulnerables y frágiles ante el mundo es un buen comienzo. La filósofa argentina Cecilia Macon prologa el libro de Laurent Berlant “El optimismo cruel”, allí cuenta que, en 2002, académic*s, artistas y activistas crearon el Public Feelings, un colectivo feminista queer autodefinido como feel tank, “un remedio irónico de estos think tanks en los que se escarba en vocabularios sofisticados para defender un determinado estado de cosas. Hicieron intervenciones en Chicago, Austin y New York en una performance dedicada a conmemorar el Día Internacional de lxs políticamente deprimidxs, guiados por el motto: ´¿Deprimidxs? Puede que sea político ́. Pertrechadxs con batas, pijamas, antidepresivos, tazas sucias y pantuflas, salieron a recorrer las calles recordando la conexión entre la depresión -pero también la ansiedad, la apatía y el entumecimiento- con el orden neoliberal”, detalla.

Podemos reversionar esa perfomance y seguir tirando del hilo de los efectos de la pedagogía emocional neoliberal. Te levantás y vas a laburar con el sostén de ficciones emancipatorias y narraciones libertarias construidas socialmente con tecnologías para el aislamiento, que refuerzan la idea de un yo libre, independiente y “empoderade” que nos aleja de sabernos precaries, vulnerables y entramades con otres. “Yo sigo para adelante”, «hay que seguir para adelante”, “yo me las arreglo”, “yo sonrío, no queda otra”, “el que quiere, puede”, “nadie me regaló nada”. Abundan y se oyen en todos lados, incluso, a veces, nos hacen algún eco adentro. Virginia Cano, docente, investigadora del CONICET y activista lesbiana, retoma a la escritora feminista británica-australiana Sara Ahmed, cuando nombra como “performativos esperanzadores” –y por eso mismo, devastadores– a ese tipo de enunciaciones que proliferan en el lenguaje y en las prácticas, y tienen la capacidad de moldear las conductas, pero, sobre todo, de condicionar o limitar las emociones. La racionalidad neoliberal se nos hace carne y nos auto-precariza, en lo propio no le debo nada a nadie y, entonces, me aseguro una manera devastadora de quedar inmunizade y desapegade del mundo.


“Cortar, separar, aislar, individualizar. Así opera el capitalismo afectivo. Ese que deja sus huellas e imprime sus ficciones en los medios masivos de comunicación, en los discursos científicos, en nuestras auto-narraciones y en nuestros cuerpos. La pedagogía afectiva ego-liberal infringe la herida que luego nos constriñe a vivir”, afirma Cano en su texto “Solx no se nace, se llega a estarlo. Ego-liberalismo y auto-Precarización afectiva”.


En la agenda anímica actual, el imperativo de la felicidad nos marca el rumbo, no importa a qué costo. La tristeza, la depresión, la soledad, las crisis tienen mala fama y suelen ser sólo acogidas desde la patologización o las terapias del coaching hechas a medidas de esta época -conllevan alguna cura que el mismo sistema produce y vende-. Ahí la trampa. Y ahora, en este mundo pandémico que no termina con una cuarentena ni en el corto plazo, esa pedagogía emocional se fortalece y redobla sus apuestas en una anestesia colectiva, en palabras de la escritora feminista canadiense Ann Cvetkovich, “sujetos sintientes”, una ciudadanía que descontextualiza las emociones y resuelve el conflicto de manera individual.

Un sálvese quien y como pueda: toma un curso de meditación, descarga un tutorial de filosofía new age, seguí a influencers del coaching y el voluntarismo mágico, negá, mirá la tele y repetí. Y así, te olvidás de que la tristeza que sentís la tenemos todes. A cada quien le resuena en algo diferente, pero cómo no estar tristes, si, como dijo Jorge Aleman, no es el tiempo de los procesos revolucionarios: “Este sistema está precisamente preparado para seguir como un alien reproduciéndose a sí mismo a través del caos”.

“No sé qué sería de mí sin mis amigxs”

A la tristeza, seguro le sobreviene algún miedo y puede parecer inquebrantable. “Un miedo no se deshace, sino que coexiste con una percepción del mundo a la que se queda pegado, indisolublemente. Lo que aparece en nuestros miedos son pedazos esparcidos de un rompecabezas que contiene en potencia lo que nos ha perseguido, decepcionado, lo que nos ha hecho soñar, tropezar, lo que ha constituido en filigrana un mundo posible para nosotros. Entonces, correr el riego de nuestros miedos quizás sea simplemente amansar su voz desnuda y, como los niños con la oscuridad amenazante que envuelve el sueño, contarse historias a sabiendas de que para cada susto hay un micro-hechizo, un talismán fugitivo tan límpido como una cantata de Bach”, dice la filósofa y psicoanalista francesa Anne Dufourmantelle.

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(Imagen: Marthanalógica)

Hay una generación que no pudo expresar la tristeza o la angustia porque era de minas, señal de debilidad o de puto, consecuencias de una distribución afectiva sexista. Otra generación corrió esos límites, pero tiene culpa de asumir la tristeza porque tiene los privilegios de tener laburo, casa y resto en el mes. Sin embargo, así andamos todes por el mundo, con alguna carga. ¿Qué hacemos con estas subjetividades tristes? No es una tristeza permanente ni inhabilitante, pero está latente. No hay certezas ni soluciones fáciles, pero tampoco dudas sobre la necesidad de apoyarnos entre nosotres y redoblar la apuesta contra lo trillado de “nadie se salva en soledad” y emancipar el relato del dolor que nos genera algo del mundo, algo de tu vida, de la vida de otres.

“Nadie viene sin un mundo” es una compilación de textos de Virginia Cano y su equipo de investigación, donde intentan dar cuenta de la vinculación entre aquello que somos y el mundo, entre la singularidad que somos y los dispositivos de producción, control y gestión de las subjetividades. Dirá la autora: “Al fin y al cabo, nuestra capacidad de emancipación o, más bien, de resistencia y subversión, anida -entre otras cosas- en nuestra habilidad para identificar, interrogar, negociar, disputar, hackear, reinventar, contaminar y/o apropiarnos de esas mismas tecnologías que nos producen”.

Mi tristeza es mi tristeza, pero no es solo un fantasma personal que me persigue en mi cabeza. “¿Acaso los que no conocen la angustia son completamente humanos?”, interpela Anne Dufourmantelle. Estamos tristes y estamos haciendo lo que podemos. Desmantelemos la yuta de catadores que jerarquizan qué es lo que hay que sentir. Y volvamos siempre a la red de amistades que nos sostiene. No se trata de descansar o volcar el sentir íntimo únicamente en un afuera que nos resuelva. Estamos de acuerdo en que hay que partir de un hacerse cargo de lo propio, pero sabiendo que somos parte de una trama donde “todes estamos rotes”, pero que, sin conciencia de ello, le somos útil al sistema. Quizá lo más revolucionario, hoy, sea en el mundo de los afectos. Desobedecer la pedagogía afectiva cruel, desmontar los mandatos para desplegar y ejercitar nuevas formas de querer y estar en la vida de otres, bancarnos, crear códigos y pliegues en los que resistamos los contratiempos de este mundo, en este aquí. Porque nos necesitamos para algún después.

«Breves momentos de paz después de la tormenta.
Caminamos a paso lento entre las ruinas. Todavía es demasiado lejos.
Sabemos con seguridad que algunas cosas ya no van a volver.
Vamos a caminar esta noche por el brillo perdido de nuestros actos, vamos a sobrevolarlo todo y a pensar una vez más en lo vivido, en el cálculo de todos los planetas con cualidades habitables, en el tiempo irreparable que nos separa de lo mejor, en la lista de estrellas más brillantes, en la lista de estrellas más grandes conocidas, en la lista de estrellas más luminosas, en la lista de estrellas más masivas, en el tiempo que podría ser una dimensión más entre miles de dimensiones. Nadie necesita mapas. Todavía es demasiado lejos».
Antolín Olgiatti

*Por Verónika Ferrucci para La tinta / Imagen de portada: Marthanalógica. 

Palabras claves: aislamiento social, pandemia, tristeza

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El «milagro» de Davos: zarandeos, glitter y cruces

El «milagro» de Davos: zarandeos, glitter y cruces
7 febrero, 2025 por Redacción La tinta

¿Pueden la fe y el folclore transformarse en espacios de resistencia, visibilización y lucha para las diversidades y disidencias sexuales frente a los discursos de odio que circulan y son legitimados por el presidente y sus políticas de Estado?

Por Lucas Leal para La tinta

A Lucía Riba, la primera teóloga feminista que conocí y que, sin saberlo, me hizo pensarme como creyente desde mi propia sexualidad. (2008)

A Susy Shock, la primera trava que conocí cantando zambas y coplas, y a la que escuché decir, por primera vez, que debíamos reapropiarnos de nuestro folclore y resignificarlo. (2010)

Para quienes crecimos en el interior, guitarra y rosario en mano desde pequeños, el folclore y la religión, con sus respectivos guiones, configuraron nuestras subjetividades, cuerpos y deseos, puesto que ―a diferencia de las grandes ciudades― la parroquia o el taller de folclore son los “únicos” espacios de socialización. Nací en un barrio de San Miguel de Tucumán, en una cultura en la que la religiosidad popular con sus misas, procesiones y devociones lo impregnaban todo. Durante toda mi adolescencia, participé activamente de un grupo juvenil en la capilla del barrio. Lo mismo podría decir del folclore, dado que, a los 8 años, aprendí a tocar la guitarra y, tiempo después, a bailar zambas y chacareras. Tardé mucho tiempo en comprender que estas dimensiones no se oponían a mi sexualidad porque ambas sostienen el binarismo y la heterosexualidad obligatoria como única forma válida y legítima de existencia. La Iglesia, por un lado, con sus discursos, doctrinas, rituales, y el folclore, por otro, con sus letras y figuras para la danza, actúan de modo performativo en una repetición que nos hizo/hace creer y pensar que nuestras vidas no valen por no “ajustarse” a esa “norma”. Mensajes tales como que la seducción y el deseo sólo son legítimos entre el varón y la mujer; que el único modelo de familia es heterosexual; que hay roles y modos de comportarse socialmente, y debemos cumplir con ellos por ser varones o mujeres se instalan en nuestras subjetividades desde estos dos dispositivos.

Para sorpresa de muches, sin embargo, algo “milagroso” suscitó el discurso en contra del colectivo LGBTIQ+, los feminismos y la perspectiva de género, entre otras cosas, que Javier Milei pronunció en Davos. ¿Pueden la fe y el folclore transformarse en espacios de resistencia, visibilización y lucha para las diversidades y disidencias sexuales frente a los discursos de odio que circulan y son legitimados por el presidente y sus políticas de Estado? ¿Es posible que estos dispositivos “tradicionales”, que en algún momento invisibilizan nuestras identidades, ahora, resignificados, acompañen la defensa de los derechos que hemos conseguido y que hoy pretenden quitarnos en esta llamada “batalla cultural”?

¡Y se va la primera!

El tradicional Festival de Cosquín 2025, que consuma el ideal del imaginario del folclore consagrando cantores y cantoras, se transformó, en su edición número 65, en un espacio de resistencia, lucha y visibilización de las diversidades y disidencias sexogenéricas.

Cabe mencionar, en primer lugar, la Luna disidente que, por tercer año consecutivo, se llevó a cabo en el conocido “Patio de la Pirincha”. Este espacio autogestivo y colectivo es el patio de una casa (¡el patio de quien conocemos como la Piri!) que fue transformándose, desde el año 2001 a esta parte, en un espacio de referencia para artistes y promotores de la cultura en el que se impulsan proyectos, talleres y espectáculos varios durante todo el año. La Luna disidente nace en 2023 por iniciativa de la Piri, Maxi Ibañez, escritor y poeta, y La Ferni, cantora trans no binaria. Esta noche arcoíris convoca artistes locales y de distintos puntos del país donde, desde el folclore, se celebra y se resiste. 

Algo totalmente “disruptivo” fue lo que aconteció, en esta edición, en el escenario mayor Atahualpa Yupanqui en la plaza Próspero Molina. En la segunda noche, la cantora cordobesa, Paola Bernal, abrió su presentación con una emotiva interpretación de la Canción de cuna para niñxs diversxs, de la artista travesti, Susy Shock. Esta canción aparece en una de sus frases, una plegaria por un mundo más digno y más justo para las infancias.

Días después, en la cuarta luna, la quenista iruyense, Micaela Chauque, dedicó una chacarera a las mujeres y las diversidades. En el escenario, irrumpió el conocido gauche disidente, Legon Queen, quien, junto a la bailarina trans, Valeria Ortega, entre redondas, zapateos y zarandeos, dieron un claro mensaje de resistencia con su mera presencia. El cierre de Micaela fue una verdadera fiesta multicolor con un enganchado de carnavalitos y las banderas del colectivo LGBTIQ+ flameando como signo de reconocimiento y visibilidad frente al odio y la invisibilización. 

La sexta luna contó con dos momentos significativos. Por un lado, la cantante Luciana Jury cerró su presentación con la canción “Las ramas”, de su propia autoría, mientras bailaba una pareja de mujeres y citó a Susy Shock al concluir la misma, con la conocida frase: “Buena vida y poca vergüenza”.  Minutos después, Micaela Vita, cantante del grupo Duratierra, hizo un llamado a reivindicar la memoria en nuestra patria y, entre los nombres de artistes y personas significativas, ante la ovación del público, dijo: “Esta es la patria de Diana Sacayán… de Susy Shock”. Acto seguido, junto al músico trans, Valen Bonetto, interpretaron la chacarera “La del Pueblo” que, entre otras cosas, dice: “Marica, ¿qué hay de la espina que te han clavao en el pecho? Tus alas de mariposa surcando un mundo deshecho; Marica, para cantar, que no se te olvide amar».

Sin lugar a dudas, uno de los momentos más relevantes del festival llegó en la séptima luna, cuando la reconocida cantora, Yamila Cafrune, invitó a compartir el escenario a La Ferni, quien, recordemos, en el año 2021, logró que el festival cambiara su estatuto que reconocía las categorías “voz masculina” y “voz femenina” por una categoría sin distinción de género, denominada “voz solista”. La canción elegida por La Ferni fue “Cantor(a) de oficio”, una bella poesía de Miguel Ángel Morelli que vio la luz en 1976, un contexto complejo y oscuro de nuestra historia si los hubo, en la voz de Mercedes Sosa. La letra pone de relieve la responsabilidad de les artistes en la construcción de un mundo más bello, con la música y la voz como herramientas. El momento culmen de la canción fue cuando La Ferni, con voz vibrante y emocionada, declaró: 

“Nadie debe creer que los, las y les artistas pertenecemos a un mundo extraño donde todo es escenario y fantasía. Les artistas somos hombres y mujeres, y también somos travestis, trans, no binaries, maricas, tortas, bisexuales, identidades sexogenéricas disidentes, legítimas, empoderadas, orgullosas y visibles que, ya sin ocultarnos nunca más, transitamos las calles y los días, sufrimos el sufrimiento de nuestro pueblo y latimos también con su alegría”.

Miro el video y se me pone la piel de gallina. ¿Quién diría que, en pleno 2025, en contexto de fascismos y en tierras cordobesas donde sabemos que existe una clara adhesión a las ideas de La Libertad Avanza, ella, en nombre de todes, nos hizo visibles? ¿Podemos imaginar la potencia que tiene decir y sostener en ese escenario, en el que aparentemente sólo tienen lugar el binarismo, el amor romántico con sus mitos y las performances normativas del género, que las identidades disidentes somos legítimas, empoderadas, orgullosas y visibles?

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Imagen: La Voz.

¡Y se va la segunda!

La jerarquía de la Iglesia, cuyos discursos y prácticas habitualmente se vinculan como contrarias a las diversidades y disidencias sexuales, tomó por sorpresa a la sociedad toda cuando, el 30 de enero, pudo leerse en redes sociales el comunicado de la Arquidiócesis de Mendoza por medio de la Pastoral de la Diversidad Sexual, que expresa su profunda preocupación “ante discursos que consideran al antirracismo, al feminismo y a la lucha por los derechos de la comunidad LGBTIQ+ como un cáncer que hay que extirpar«, señalando que dichas expresiones «promueven la discriminación y la violencia contra minorías» y resultan “alarmantes y contrarias a los valores evangélicos”. El comunicado expresa, sin titubeos: “No podemos ni debemos permanecer indiferentes ante estas manifestaciones de odio. Podemos tener diferencias de opinión o posicionamientos, pero nunca debemos dejar de abrazar y acompañar, desde los principios evangélicos, a las personas que integran estos colectivos, especialmente, a quienes son más vulnerables y marginados. Con estas palabras, la Arquidiócesis de Mendoza manifiesta su adhesión a la marcha antifascista y antirracista del 1° de febrero, e invita a la comunidad a sumarse al esfuerzo de construir “una sociedad donde nadie sea excluido y donde prevalezcan el amor, el respeto y la solidaridad”. Cabe mencionar que Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza y presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, permite la posibilidad de cambio con el nombre autopercibido para personas trans en las actas de bautismo oficiales y afirmó, recientemente, su preocupación ante «la desmesura de algunas afirmaciones que están apareciendo en discursos locales», alertando sobre el riesgo de retrocesos en derechos conquistados por consenso social.

A la contundencia de este comunicado, se sumó la Pastoral Social de la diócesis de Merlo-Moreno, afirmando que “rechaza enfáticamente las declaraciones discriminatorias y violentas del presidente Javier Milei en Davos”, dado que “estas expresiones que legitiman el odio, la persecución y estigmatización hacia las mujeres y personas del colectivo LGBTIQ+ vulneran los derechos humanos elementales y desconocen los marcos legales internacionales con rango constitucional en Argentina”. Continúa el comunicado: «En repudio a sus dichos; adherimos, convocamos y acompañamos la marcha que se realizará el día 1° de febrero de 2025». La libertad, se afirma, es con dignidad y justicia social, con y para todos. 

Otro gesto institucional provino del arzobispado de Buenos Aires, liderado por el arzobispo Jorge García Cuerva, quien expresó su malestar por la colocación de vallas en torno a la Catedral Metropolitana en la jornada de la movilización, ya que, desde agosto de 2023, se había decidido quitar las mismas sin que se hayan recibido ataques o agresiones por parte de manifestantes de ese tiempo a esta parte. Sin embargo, y tal como lo expresa el comunicado, el 1° de febrero, la catedral apareció vallada aún cuando, la tarde anterior, se expresó la negativa ante la consulta. El comunicado sostiene: “El Arzobispado de Buenos Aires quiere expresar que la imagen que hoy brinda la iglesia mayor no fue por decisión eclesiástica y a todos vuelve a reiterar su convicción de que nada se construye con el odio y la división ni dando expresiones subrepticias de ello por medio de signos externos (…) reiteramos el compromiso de la Iglesia católica en esta Ciudad de Buenos Aires de acompañar a todos sin hacer distinción alguna y de abrir siempre sus puertas para los que quieran seguir a Jesús”.  

¿Podría considerarse hoy a la Iglesia católica y el papa Francisco como nuestras alianzas en este momento? Le pregunté a Eduardo Mattio, docente universitario, con el que compartimos sorprendidos estas noticias. “Así parece”, me respondió. Ciertamente, desde hace un tiempo, el papa Francisco se ha pronunciado como líder de Estado, por ejemplo, en contra de la criminalización de la homosexualidad y ha promovido, en el seno de la Iglesia, la presencia de comunidades creyentes LGBTIQ+. Si bien no podemos negar la historia de oposición y los discursos eclesiásticos que durante siglos nos invisibilizaron, violentaron y marginaron. Pero, en este contexto, ¿no es acaso un bálsamo que, en medio de tanto discurso de odio, una institución como la Iglesia valide y legitime nuestras identidades con estos pronunciamientos? En medio de la violencia estatal, ¿no resulta relevante que Francisco y parte de la Iglesia apoyen, desde su lugar, nuestras luchas y derechos conseguidos? ¿No radica aquí el sentido profundo de la fe y de la práctica de Jesús en la que el amor al prójimo se expresa en gestos concretos de respeto, reconocimiento y valoración de la dignidad de toda persona? Al menos, esta es la Iglesia a la que adhiero y la que deseo. Y, sin lugar a dudas, esta perspectiva tiene que ver con la presencia y la militancia de muchas personas creyentes LGBTIQ+ que, desde dentro de las comunidades cristianas, resignifican las prácticas, los rituales y la doctrina.

 ¡Se acaba!  

Es 1° de febrero. Son las 18 horas. Y en la plaza Próspero Molina se inicia la marcha antifascista y antirracista convocada por el colectivo LGBTIQ+ que se unió, en esta localidad, a la marcha por el agua. Allí, están presentes locales, turistas y muches de les artistas nombrades a lo largo de este artículo. Cuando arrancó la movilización, sonaron las campanas de la parroquia en un claro gesto y señal de apoyo y acompañamiento a lo que estaba por acontecer.

Parece que esta “batalla” recién comienza, porque “resucitaron” en redes sociales y otros espacios esos discursos que vuelven a estigmatizar, patologizar y marginar nuestras identidades, pero, esta vez, legitimados por las palabras y las políticas de quienes nos gobiernan. Lo que nos queda es hacer lo que bien sabemos hacer como colectivo: organizarnos, visibilizarnos, resistir, luchar y crear belleza. Hacer memoria de quienes nos precedieron, hicieron historia y pusieron el cuerpo; habitar todos los espacios (sobre todo, ¡los que creímos que no eran para nosotres, como el folclore y la religión!) y resignificarlos para construir otras narrativas acerca de nosotres. Subamos a los escenarios y altares para contar lo hermoso que es ser quienes somos porque lo que está en juego es la comprensión de eso que llamamos “lo humano” y el reconocimiento, por parte de todas/es/os, de que nuestras vidas son deseables, son vivibles, ¡VALEN! Quizá, hasta que algunes entiendan esta cuestión tan simple, pero, a la vez, profunda, debamos seguir lo que decía la querida Lohana Berkins: «Que digan y piensen lo que quieran de nosotras… pero que no nos nieguen (ni nos quiten, agrego) los derechos que nos corresponden». 

*Por Lucas Leal para La tinta / Imagen de portada: La Voz.

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Palabras claves: Cosquín, Disidencias, Folklore, LGBTTIQ+

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