Hay que sentarse y escribir

Hay que sentarse y escribir
29 marzo, 2021 por Leandro Albani

Hugo Montero, uno de los directores de la revista y editorial Sudestada, falleció con apenas 44 años. Sus libros, sus reflexiones y su militancia quedan como legado y enseñanza.

Por Leandro Albani para La tinta

“…lo único que siento como una verdadera obligación es hacer las cosas cada vez mejor, que mi obra, nuestra obra, como dice Galeano, tenga más belleza que la de los otros, los enemigos”.
(Haroldo Conti)

—Che, Hugo, ¿cómo hacés para escribir tanto?

—Y, hay que sentarse y escribir.

Más de una vez le hice esa pregunta a Hugo Montero, mientras las horas frenéticas en la redacción de la revista Sudestada, en Lomas de Zamora, se estiraban entre charlas, armar paquetes con pedidos, ir al correo, tomar mates, compartir risas y chistes, y andar metidos en vaya a saber cuántos proyectos de libros, ferias, más libros, más ferias y cierres de revistas.

Esa pregunta que le hice tantas veces siempre tuvo la misma respuesta. En él, un periodista exquisito que, como nadie, sabía lo que era rumiar ideas durante horas silenciosas para después descargarlas como dardos en palabras y párrafos, escribir era la herramienta y el fúsil rebelde de nuestros días. Y, en eso, apostó su vida. 

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(Imagen: Sebastián Trípoli / Último Round)

Trabajar al lado de Hugo siempre fue raro. Estar con el autor de tantos buenos libros, de notas trepidantes que se publicaron en casi todas las tapas de Sudestada, fue una mezcla de enseñanza, gratitud, asombro, incógnitas. Era un tipo de pocas palabras y modales cortos, y como soy parecido en eso de ser corto, las horas en la redacción podían estirarse en silencios casi eternos cuando estábamos solos, cortados con pocas frases y algunos monosílabos que tirábamos al aire. Eso alcanzaba. Para qué más.

Hugo fue (y es) un polemista agudo. Ahora pienso: de la escuela de David Viñas. Ni complaciente ni políticamente correcto. Al pan, pan y al vino, vino. Cuando Hugo reflexionaba sobre los grises de la historia, lo hacía sobre los hombres y mujeres que construyeron y navegaron esa historia. Para él, el “hecho objetivo” estaba claro: o se está de un lado o del otro. Pero en esos grises, supo encontrar las vidas íntimas de sus protagonistas. Un ejemplo: su libro sobre el copamiento al cuartel de La Tablada. Para mí, esa historia de la década de 1980 era una nebulosa que nunca entendí del todo. Pero leer el libro de Hugo fue una revelación: de lo que realmente había pasado, ya que la investigación que hizo estuvo “ajustada como un guante”, como Ernesto Guevara decía que tenía ser la verdad; pero también el impacto vino por el lado de las historias de esos hombres y mujeres que jugaron sus vidas por un mundo más justo. En ese libro, Hugo desarmó toda la propaganda mediática que se había construido alrededor de los y las militantes del Movimiento Todos por la Patria, y los mostró en su más cabal humanidad. Y mostrar esa humanidad, como lo hizo Hugo, fue un golpe directo al corazón de un sistema que nos transforma en números, en terroristas, en locos o en delincuentes.

En estos últimos días de tantas despedidas, leí muchas cosas sobre Hugo. Me quedo, entre tantas otras, con una reflexión del periodista Tomás Astelarra, que escribió que Hugo podría haber sido “una figura rutilante del periodismo progresista bien pago o hasta incluso venderse a los medios hegemónicos por una mejor paga y una comodidad y fama de esa que asegura este capitalismo de muerte a sus cómplices intelectuales. Sin embargo, como todes les cumpas de Sudestada, apostó a crear un medio nuevo, a cargar mochilas de revistas por los subtes, a ganar dos mangos por su brillante laburo y abrir las puertas a miles de voces que no tenían lugar en otros medios, a generar fuentes de trabajo, pensamiento crítico, a escuchar”.

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(Imagen: Sebastián Trípoli / Último Round)

Ahora sé que, tal vez, por ser tan, pero tan cortos en eso de charlar entre los dos, nunca le agradecí del todo algunas cosas. Como cuando volví al país y, literalmente, yo estaba en la lona. Sin muchas vueltas, Nacho Portela y Hugo me dijeron: “Lea, venite a Lomas y seguro armamos algo así te ganás unos pesos”. En el frenesí del kirchnerismo de ministerios bien pagos, supuestos espíritus latinoamericanistas y bolivarianos, y vaya a saber qué otros derroches, Hugo y Nacho fueron los únicos que me tiraron esa soga desde donde comencé a reconstruir los años de ausencia en el país. Para Sudestada, pagar un salario implicaba un esfuerzo denodado, pero eso no importó. Ahí estuvo Hugo, diciendo “hola, che” cuando entrabas a la redacción, poniendo el agua para el mate y abriendo, religiosamente, un paquete de galletitas de vainilla para compartir.

El resto, las idas y venidas, las carcajadas, los festejos, las discusiones acaloradas, las visiones encontradas, son parte de una memoria que –en mi caso- siempre va a estar latiendo al lado del corazón: el recuerdo de haber compartido una redacción con uno de los mejores periodistas de nuestra época.

*Por Leandro Albani para La tinta / Foto de portada: Sebastián Trípoli / Último Round.

Palabras claves: Buenos Aires, Hugo Montero, Sudestada

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