El último Falcon sobre la tierra, nuevos comienzos
Por Manuel Allasino para La tinta
El último Falcon sobre la tierra es la primera novela de Juan Ignacio Pisano, publicada en el año 2019, y ganadora del premio Fundación Medifé Filba. La narradora de esta historia es una joven que se encarga de cuidar a una niña, que es su sobrina; y a un hombre, que es su abuelo. Afuera de ese entramado familiar, hay un paisaje apocalíptico: todos los días, las pandillas de chicos en bici o a caballo se disputan el control de la zona. Tras una inundación inédita, la región se dividió en “Ciudad alta”, en donde viven con lujos y comodidades; y “Los marginados de abajo”, que no tienen nada. La protagonista tiene un poder: sabe leer y escribir. Pero debe poner sus servicios a alguna de las bandas en guerra.
En El último Falcon sobre la tierra, su primera novela, Pisano describe nueve días de una comunidad extraña marcada por la tragedia y las catástrofes, pero también por nuevos comienzos.
“En cuanto la luz del sol nos abandona por completo, dejo de corregir. Queda, para mañana, pasar en blanco la carta. La oscuridad, ahora, es total. El cielo está nublado y esconde la forma de la luna, que desconozco cómo será hoy porque hace rato no miro el cielo de noche. Conecto un portalámparas a una de las dos baterías de autos que, milagrosamente, logramos acumular. Tomo del estante de los libros Dailan Kifki, el favorito de Ema, y me pongo a leerle. Este es el momento del día en el que hay que guardarse. No asomar la cabeza. No mirar. Ahora es cuando los camiones pasan y transportan cosas que ignoramos, rodeados de hombres de azul cargados de armas largas. Ema espera, sentada en su colchón, a que comience la historia. El abuelo, que parecía dormido, se sienta en la cama con un esfuerzo que se evidencia en un gemido. Escuchá, dice. Hay algo que va con los camiones que no es un camión. Esos tienen motor diesel y los reconocería a una legua. ¿Me explico? Eso que suena ahí es el motor naftero, de tamaño y antiguo, a carburador. Por lo menos un tres litros. Mirá cómo lo aceleran las bestias. Tiene el caño de escape todo podrido. En una de esas es un Falcon. Asomate y fijate, nena. Dejo el libro sobre el estante, corro apenas la cortina y miro hacia afuera. Las luces de los camiones iluminan el suelo de concreto pozeado, los pedazos de material suelto, la tierra que flota frente a esas luces que cada tanto se reflejan en pequeños charcos de agua. Las ruedas gigantes de los camiones se deslizan despacio y cada tanto patinan un poco. El abuelo tiene razón: entre dos de los camiones pasa un Falcon, rojo, sin techo, como si lo hubieran vuelto descapotable a lo bruto o en un accidente al pasar por debajo del acoplado de alguno de los otros vehículos. Sentado en el baúl va el Chili. Maneja uno que no conozco y Perú los sigue a un costado, siempre sobre su caballo. Le falla un cilindro, dice el abuelo. El que afinó ese motor no sabía lo que hacía. Y las bujías deben estar muertas. Hay que ser un artista para trabajar sobre esos autos. ¿De qué color es?, dice. Rojo, digo. Si tiene el techo negro o gris oscuro es un Sprint, dice. No tiene techo, digo. Se lo cortaron parece. ¡Bárbaros!, dice. La caravana pasa y se pierde en la oscuridad de la noche. El abuelo gira la cabeza y estira el cuello, buscando encontrar los últimos jadeos de esos motores que se van. Se queda pensativo. Poneme la carrera otra vez, dice. Haceme el favor. Pero un rato nada más, abuelo. Tenemos que cuidarnos con el uso de las baterías. Prendo la notebook y abro el archivo. Con los auriculares puestos, le digo. Lo dejo acostado en la cama, vivo en los sonidos de las imágenes de su pasado. De pronto, algo rasca la puerta. Camino descalza y en sigilo, para no ser escuchada. Un ladrido. Cuando ya tengo la puerta abierta la veo. Volviste, Negra. Le digo. Ella mueve la cola, entra y se va directo a la cama de Ema que la recibe con un abrazo”.
En un mundo en el que los autos son una rareza, aparece un vehículo tan extraño como un animal mitológico: ¿el último Falcon de pie? El abuelo de la protagonista, un ex corredor de Turismo Carretera, es, quizás, el único capaz de devolverle la vida.
Juan Carlos Pisano escribe con precisión quirúrgica y una gran proximidad. Nos relata un paisaje desolador en donde todo se raciona: día a día, todo se va agotando de a poco, incluso el lenguaje.
“Cuando termino de revisar que de afuera nada quede visible, tapando con chapas y cartones todo hueco que pudiera quedar en la reja, paso por el jardín y voy hacia el fondo. El abuelo, apoyado sobre el parabrisas astillado del Falcon rojo sin techo, medio inclinado levanta una mano y le habla al vacío: vení, nena. ¿Pasa algo, abuelo?, digo. Sentate en el asiento del conductor. Necesito que me destrabes esto, dice y toca la chapa del capot con esas manos pesadas, haciéndolas sonar. Vas a encontrar contra la puerta, debajo del volante, una palanca. Tirá de ahí. ¿Me explico?, dice. Ema sube conmigo y se queda a upa. La Negra nos mira, recostada junto al sauce. A pesar de estar nublado, hace calor. Tiro de la palanca y algo se destraba. El abuelo camina con dificultad, apoyándose en el auto y en un palo de escoba que usa, ahora, de bastón y se le hunde con cada paso en la tierra húmeda. Mete la mano por debajo del capot, en la parte delantera, y lo levanta. Vení, dice. Salgo del auto con Ema. Me paro junto a él. Nos paramos, junto a él. Hacía tiempo que no lo veía con esa actitud, con esta vida. Hace tiempo, de hecho, que no caminaba más que de la pieza a la cocina. Ahora vos te vas a sentar de nuevo y le vas a dar arranque con la llave. Cuando yo te diga cortá, cortás. Y cuando yo te diga dale, le das de nuevo. ¿Me explico?, dice. Entiendo, digo. Sentada en el lugar del conductor, con Ema a upa, espero sus indicaciones. Dale, dice. Le doy. Pará, dice. Paro. Perú aparece en el jardín, con su caballo, entrando por atrás del sauce, desde el terreno baldío. Se queda mirándonos. Busca algo. Ema baja del auto y se para adelante suyo. Se miran. Él se saca la gorra y la saluda, gesticulando como siempre y con una sonrisa. El pelo de Perú hoy me resulta más corto todavía, más prolijo. Ema lo mira y le devuelve la blancura de sus dientes y esa vocal, tan suya, sale de su boca. Dale, dice el abuelo y yo le doy a la llave. El auto resopla. Pará, dice, y paro. El abuelo se da vuelta con dificultad, sabe que Perú está atrás suyo y le habla pero pifia el lugar y el otro se mueve, sin bajarse del caballo, un par de metros para quedar enfrentados. Ema lo sigue. Hay que trabajarlo, dice el abuelo, porque está desafinado y el motor no es el de un cero, ¿me explico? Voy a necesitar algunos repuestos. Y nafta, obviamente. Así, por más mano que le meta, no va a arrancar. Si me traen lo que les pido, lo dejo andando en uno o dos días. Le paso a Perú la funda de la tablet. En la hoja que me trajo antes anoté lo que pidió el abuelo. Perú asiente, apenas, con la cabeza y agarra la funda. La oscuridad de la noche va ganando, poco a poco, la escena. Perú se saca la gorra, nos saluda con sus modales anacrónicos, y se va al galope. ¿Cómo hará, me pregunto, para transmitirle al Chili lo que acá pasó? ¿Hablará con él?”.
El último Falcon sobre la tierra es una novela de Juan Ignacio Pisano en donde la esperanza adquiere a veces unas formas muy extrañas, mientras las baterías de la civilización están es sus últimas líneas; y todo está permitido para sobrevivir.
Sobre el autor
Juan Ignacio Pisano nació en Buenos Aires, en 1981. Es Licenciado en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de Universidad de Buenos Aires, especializado en literatura argentina y latinoamericana. Realiza su proyecto de doctorado mediante una beca del CONICET. Ha publicado artículos en libros y revistas especializadas, y dictado clases en escuela media y en universidades. Forma parte del Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino (GIIHMA), con quienes ha publicado dos libros, Se nos ve de negro vestido (2016) y Parricidas (2018). Publicó el texto “Zombi” (2018), en la antología literaria La Mano Maldita (Clara Beter Ediciones, 2018), el cual es parte de una novela inédita. El último Falcon sobre la tierra es su primera novela.
*Por Manuel Allasino para La tinta.