Pablo Hasel y el test de Brandenburg
La justicia del reino de España condenó al rapero Pablo Hasel por sus comentarios sobre el sistema de corrupción imperante entre la nobleza del país.
Por Lucas Gatica, desde España, para La tinta
El rapero Pablo Hasel ha sido condenado en España a nueve meses y un día de prisión bajo la caratula de enaltecimiento del terrorismo. Este tipo de delito ha estado en la mesa de la opinión pública recientemente, ya que el gobierno del Partido Socialista-Unidas Podemos pretendía eliminarlo, argumentando que entra en contradicción con la libertad de expresión ciudadana. Pero la coyuntura, la pandemia y las distintas diferencias dentro de la coalición de gobierno han dejado aparcado ese tema, que hoy recobra más nitidez con el caso Hasel.
La condena de la Audiencia Nacional se basa en los 64 mensajes publicados por el rapero en sus redes sociales y en una canción difundida a través de YouTube. Entre otras cosas, Hasel apuntaba al emérito rey Juan Carlos y a su hijo, el actual rey Felipe. Gran parte de los tuits hacían mención a los “negocios mafiosos” entre la Casa Real y Arabia Saudí, chanchullos que ahora ya son vox populi y que se encuentran bajo investigación judicial.
También llamaba a actuar de manera violenta contra distintos dirigentes y actores políticos. Entre las cosas que escribió Hasel, y por las que fue condenado, están las siguientes: “¡Merece que explote el coche de Patxi López!”; “No me da pena tu tiro en la nuca, pepero. Me da pena el que muere en una patera. No me da pena tu tiro en la nuca, socialista”; “Que alguien clave un piolet en la cabeza de José Bono”; “El mafioso de mierda del rey dando lecciones desde un palacio, millonario a costa de la miseria ajena. Marca España”; “Pena de muerte ya a las Infantas patéticas, por gastarse nuestra pasta en operaciones de estética”, entre otras lindezas. Uno puede reprochar determinadas ideas, discutir distintas miradas, pero terminar en la cárcel por este tipo de absurdos y comentarios en la web, es una extralimitación.
¿Hasta dónde puede llegar la libertad de expresión? ¿Dónde empiezan las calumnias e injurias?
Por un lado, es plausible que al censurar toda expresión que potencialmente pueda motivar violencia daría lugar a una censura radical de ideologías políticas, organizaciones sociales, credos religiosos, luchas históricas, reivindicaciones, etc. Es decir, el actuar punitivamente contra todo lo que potencialmente incite a cometer acciones violentas nos llevaría a un régimen de libertades limitadas al extremo.
Por otro lado, ¿cómo combinar libertad de expresión con la responsabilidad por la expresión y actos propios? ¿Solo a posteriori se debe exigir la responsabilidad de los actos? ¿El renunciar a perseguir actos que motiven e induzcan a personas a delinquir, asesinar, atentar, discriminar, implica una ausencia del Estado y una desprotección del conjunto social? ¿Hay una manera de ejercer un control a priori, sin que por ello se vea amenazada la libertad de expresión? Esas son algunas de las preguntas clave y parece complicado salir del laberinto fácilmente.
Salvando las tremendas distancias entre el caso Hasel y el de Clarence Brandenburg, vale la pena recordar este último. Estados Unidos es el país que se vanagloria de reivindicar y ensalzar la libertad de sus ciudadanos, entre ellas la de expresión.
En 1964, en pleno auge del Ku Kux Klan, Clarence Brandenburg, representante por Ohio de esa nefasta organización, pronunció públicamente un discurso en el que reclamaba “vengarse” de los negros y judíos. La idea que él proponía era la de expulsarlos a África e Israel, respectivamente. En una primera instancia, los tribunales del estado de Ohio condenaron a Brandenburg con una pena de hasta 10 años de prisión, porque consideraban que la arenga del partidario del Klu Kux Klan incitaba a la violencia. No obstante, el Tribunal Supremo del país anuló la decisión, apelando que el Estado no puede sancionar los llamamientos abstractos a la violencia o la desobediencia.
En ese contexto, ¿podrían los tuits y canciones de Hasel superar la prueba de Brandenburg? Sí. ¿Son considerados punibles estas expresiones abstractas del rapero? No. Con el antecedente de Brandenburg, y bajo esa óptica, Hasel debería estar hoy en las calles.
¿Podemos detestar y rechazar varias de las expresiones del músico? Sí, con todo el derecho. Pero eso no significa que sus tuits fueran a constituir o sostener acciones violentas inmediatas y concretas. A lo sumo, podría ser sancionado públicamente, obligado a participar en talleres de formación, concienciación, lo que se quiera, pero no ser encarcelado.
“Al final no ha habido la suficiente solidaridad para parar esto que nos afecta a la mayoría que no tenemos garantizada la libertad de expresión”, escribió Hasel antes de ser detenido en su Twitter. “Van a encarcelarme por contar hechos objetivos, pero jamás van a doblegarme”, agregó.
Más allá de todo, lo que verdaderamente llama la atención es que en pleno siglo XXI, en un país que se supone moderno y que compone la Unión Europea (UE), una persona termine entre rejas por el hecho de twittear -violentamente o no- y expresar ciertas ideas políticas.
*Por Lucas Gatica para La tinta / Foto de portada: Oriol Bosch – ACN