Vikinga Bonsái, cultivar un bonsái propio
Vikinga Bonsái de Ana Ojeda no trata de vikingas ni de bonsáis, pero sí de las pequeñas fortalezas que se forjan ante la ausencia de unes y la emergencia de otres. Una novela en clave feminista que invita a jugar con la lengua.
Por Luis Seia para La tinta
«…el nuevo año transcurría inmóvil, como un tronco dormido. En la igualdad de las horas no hay lugar para la memoria ni para la esperanza: pasado y futuro son dos estanques muertos».
Casi como en una profecía, Ana Ojeda introdujo estas palabras de Carlo Levi en Vikinga Bonsái (Eterna Cadencia, 2019), aparecida a mediados de 2019, cuando nada sabíamos del año inmóvil que nos esperaba. En su novela, en cambio tbcredit, Ojeda no deja línea huérfana de vibración ni lugar para quedarse cual tronco dormido. Se trata de una narrativa que puede asemejarse al cultivo de un bonsái: requiere de un cuidado intenso y constante de cada trama a fin de moldear la belleza en lo pequeño y lo cotidiano. Lo mismo que sucede con las personas y el lenguaje.
En 1845, Sarmiento escribió uno de los libros que han parido, entre otros, a la literatura argentina. Casi dos siglos años después, Ojeda se planta como heredera-hereje (una especie de “herejera”) de toda aquella tradición para descolocarla y darla vuelta; acción más que Fecunda para una narrativa que se encarga de los acontecimientos, las mujeres y las cosas.
Fue llamativo que, a las semanas de publicarse, Vikinga Bonsái haya sido catalogada como “la primera novela escrita en lenguaje inclusivo”, pues poca justicia le haríamos si la redujéramos a una aventura meramente lingüística. La escritura de Ojeda va mucho más allá y conjuga no solo un amplio arsenal de giros y contragiros idiomáticos, sino también un compromiso con las voces y las tramas que pueblan el relato.
En su costado estético, se trata de un viaje psicodélico a las profundidades de la lengua; una serie de alocadas dislocaciones sintáctico-morfológicas recaladas con lucidez, especie de interlengua millennaria que clama una lectura en estado de alerta para no perderse guiño alguno en el maremágnum. En su costado ético, la obra transcurre en ausencia de la figura paterna en la dinámica familiar ampliada, donde una muerte sorpresiva se gestiona colectivamente con lo que hay a mano, con lo que se llega a combinar entre las rutinas de las amigas más cercanas.
El universo de Vikinga no relega lo doméstico a un plano secundario, más bien presenta la gran tragedia vital como un continuo que se desarrolla a través de cada una de las tareas que reproducen el mundo: hacer la comida, bañar a las criaturas, limpiar la casa, poner la mesa, entretener a la niñada; acciones todas llevadas a cabo por las protagonistas de la Historia, pues no hay quién se haga cargo –o, mejor dicho, sí lo hay, pero está lejos, desconectado e inalcanzable debido a sus quehaceres–. Existe un término en inglés, resourceful, que quizás permita unir este universo con la forma de escritura que despliega su creadora. Una traducción casera del término sería algo así como “ingeniose para afrontar dificultades”, una cualidad que deben forjar estas mujeres y niñes –forzades a hacerse cargo de la situación–, como así también la demuestra Ojeda al hacer explotar su inventiva literaria, desafiando lúdicamente gramáticas y tradiciones.
Vikinga Bonsái parece plenamente consciente de albergar una aspiración redentora hacia todas aquellas sujetas que –al decir de Virginia Woolf– han cocinado todas las comidas, lavado los platos y las tazas, y enviado les niñes a la escuela… de las cuales ninguna biografía, ni historia, tiene una palabra que decir. Resulta difícil no maridar la labor escritural de esta furibunda resourcefulera con el espíritu emancipatorio de Woolf. Si la británica de Bloomsbury leyera esta novela, no quedan dudas de que le darían ganas de cultivar su bonsái propio.
Sobre la autora
Ana Ojeda (Buenos Aires, 1979) es escritora y editora. Publicó las novelas Modos de asedio (2007), Falso contacto (2012), No es lo que pensás (2015) y Mosca blanca mosca muerta (2017), los relatos de La invención de lo cotidiano (2013) y Necias y nercias (2017), y el volumen de microrrelatos (o poemitas en prosa) Motivos particulares (2013). Por su obra literaria, ha obtenido el segundo premio Casa del Escritor 2005, la mención de honor en el III Premio Nacional “Laura Palmer no ha muerto” 2012 y fue primera finalista del Premio Indio Rico 2014.
*Por Luis Seia para La tinta.