62/Modelo para armar, una inquietud constante
Por Manuel Allasino para La tinta
62/Modelo para armar es una novela de Julio Cortázar, publicada en el año 1968. Fue escrita a partir de una idea esbozada en el capítulo 62 de su anterior novela, Rayuela, y la acción transcurre indistintamente en París, Londres o Viena. Tiene la particularidad de no tener capítulos, eso genera segmentos narrativos separados por espacios en blanco que el lector o lectora puede ordenar a su gusto y preferencia. El punto inicial donde la novela despega es el restaurante Polidor de París, en una nochebuena, donde los espejos devuelven las imágenes de los presentes y Juan, personaje que ocupa el centro gravitacional del relato, escucha decir “Quisiera un castillo sangriento” a un comensal que pedía, en realidad, un “chateaubriand saignant”, es decir, un “bife sangrante”. Ese deslizamiento, que Juan, traductor, malentiende o maltraduce, da lugar a las articulaciones que el texto disemina desde los significantes.
En 62/Modelo para armar, Cortázar propone un juego en donde quien lee se convierte en una parte activa que va, página a página, descubriendo el hilo conductor y dando forma a los personajes.
“Hasta el final pensaré que puedo haberme equivocado, que las evidencias que te manchan contra mí, que me vomitan cada mañana en una vida que ya no quiero, nacen quizá de que no supe encontrar el verdadero orden y de que tú misma no entendiste nunca lo que estaba pasando, Heléne, que no entendiste nunca lo que estaba pasando, Heléne, que no entendiste la muerte del muchacho en la clínica, la muñeca de Monsieur Ochs, el llanto de Celia, que simplemente echaste mal las cartas, inventaste un gran juego que te vaticinó lo que no eras, lo que todavía me obstino en querer que no seas. Y si me callara traicionaría, porque las barajas están ahí, como la muñeca en tu armario o la huella de mi cuerpo en tu cama, y yo volveré a echarlas a mi manera, una y otra vez hasta convencerme de una repetición inapelable o encontrarte por fin como hubiera querido encontrarte en la ciudad o en la zona (tus ojos abiertos en esa habitación de la ciudad, tus ojos enormemente abiertos sin mirarme); y callar entonces sería vil, tú y yo sabemos demasiado de algo que no es nosotros y que juega estas barajas en las que somos espadas y corazones, pero no las manos que las mezclan y las arman, juego vertiginoso del que sólo alcanzamos a conocer la suerte que se teje y desteje a cada lance, la figura que nos antecede o nos sigue, la secuencia con que la mano nos propone al adversario, la batalla de azares excluyentes que decide las posturas y las renuncias. Perdóname este lenguaje, el único posible. Si me estuvieras escuchando asentirías, con ese gesto grave que a veces te acerca un poco más a la frivolidad del narrador. Ah, ceder a esa moviente armazón de redes instantáneas, aceptarse en la baraja, consentir a eso que nos mezcla y nos reparte, qué tentación Heléne, qué blando boca arriba sobre un mar en calma. Mira a Celia, mira a Austin, esos alciones flotando en la conformidad. Mira a Nicole, pobrecita, que sigue mi sombra con las manos juntas. Pero demasiado sé que para ti vivir es hacer frente, que nunca aceptaste autoridad; aunque sólo sea por eso, sin siquiera hablar de mí o de tantos otros que también jugaron los juegos, me obligo a ser esto que no escucharás o escucharás irónica, dándome así la última razón de que lo diga. Ya ves que no habla para otros aunque sean otros los que escuchan: dime, si quieres, que sigo jugando con palabras, que también yo las mezclo y las tiro en el tapete. Reina de corazones, ríete una vez más de mí. Dilo: No podía impedirlo, era cursi como un corazón bordado. Yo seguiré buscando el acceso, Heléne, cada esquina me verá consultar un rumbo, todo entrará en la cuenta, la plaza de los tranvías, Nicole, el clip que llevabas la noche del canal Saint-Martin, las muñecas de Monsieur Ochs, la sombra de Frau Marta en la Blutgasse, lo importante y lo nimio, todo lo barajaré otra vez para encontrarte como quiero, un libro comprado al azar, una guirnalda con luces y hasta la piedra de hule que buscó Marrast en el norte de Inglaterra, la piedra de hule para tallar la estatua de Vercingétorix encargada y pagada a medias por la municipalidad de Arcueil para consternación de vecinos y bien pensantes”.
La confusión con la frase del comensal no remite a ninguna historia interna de la narración, sino a significantes que orbitan el texto, que comienzan a entrelazarse no por la casualidad, sino por un deliberado plan, el que leímos en Rayuela, en ese capítulo 62: donde Morelli esboza, a partir de las investigaciones de un científico sueco, la idea de una novela. “Todo sería como una inquietud, un desasociego, un desarraigo continuo…”.
Entre las páginas de la novela, encontraremos vicisitudes simultáneas de los personajes en tres ciudades europeas: en Londres, la pareja Marrast / Nicole se debate en una crisis sin salida y dos argentinos, Calac y Polanco, vagan por la ciudad dedicándose a ocupaciones descabelladas mientras dialogan a cada rato en un lenguaje inventado; Austin, joven flautista inglés, alumno de francés de Marrast, se incorpora al grupo de amigos; más tarde, llegarán a Londres Tell, “la danesa loca”, que acude en ayuda de Nicole, y Celia, que ha huido de París a raíz de la agresión de Hélène. En Viena, Juan trabaja como intérprete diplomático y comparte su habitación de hotel con Tell, la amante de la que no está enamorado, pero que alivia, de a ratos, su amor infeliz por Hélène. Hacia el final de la novela, todos los personajes convergen en París.
“Más tarde, después de una interminable caminata por el Strand basada en el cálculo hipotético del número de gnomos que le faltaba pintar a Nicole, se concedió el lujo de admitir con una satisfacción de electricista que el inesperado parentesco de Harold Haroldson y Mr. Whitlow había cerrado eficazmente uno de los contactos del circuito. Las primeras soldaduras habían estado aparentemente desprovistas de toda relación entre sí, como ir uniendo piezas de una meccano sin proponerse ninguna construcción en particular y de golpe, pero eso no era tan nuevo entre nosotros cuando se lo pensaba un poco, la piedra de hule llevaba a Mr. Whitlow y éste a Harold Haroldson que a su vez conectaba con el retrato del doctor Lysons y los neuróticos anónimos. A mi paredro una cosa así le hubiera parecido natural, y probablemente también a Juan que tendía a verlo todo como en una galería de espejos, y que por lo demás ya debía haberse dado cuenta de que Nicole y yo habíamos entrado a formar parte, desde una tarde en una carretera italiana, de ese calidoscopio que él se pasaba la vida queriendo fijar y describir. En Viena (si estaba en Viena, pero debía estar porque Nicole había recibido una postal de Tell tres días antes, andaba por Viena y se estaba metiendo como siempre en historias absurdas, aunque poco derecho tenía yo a decir eso de Juan a menos de media hora de mi conversación con Mr. Whitlow y la noticia sobre la especialista en botánica que se pasaba las tardes estudiando el tallo del hermodactylus tuberosis), en Viena podría ocurrir que Juan tuviera tiempo sobrado para pensar en nosotros, en Nicole perdida en algo que ni siquiera era un abandono porque nadie la había abandonado, y en mí tomándome ahora esta cerveza tibia y preguntándome qué iba a hacer, qué me quedaba por hacer”.
62 / Modelo para armar de Julio Cortázar es una novela que propone un recorrido donde el lector es una pieza fundamental. Pero es, sobre todas las cosas, un manifiesto literario. Una invitación a sumergirse en lo fantástico.
Sobre el autor
Julio Cortázar es uno de los escritores argentinos más importantes de todos los tiempos. Nació el 26 de agosto de 1914 en Bruselas, mientras su padre encabezaba la misión económica en la embajada argentina en Bélgica. Al finalizar la guerra, la familia regresó a la Argentina y se instaló en Banfield. Cursó estudios de magisterio en la Escuela Normal Mariano Acosta de Buenos Aires, donde, más tarde, obtuvo el título de profesor normal en Letras. Entre 1937 y 1939, trabajó como docente en varias ciudades del interior, publicó con seudónimo la colección de poemas Presencia y escribió sus primeros cuentos. En 1944, comenzó a dictar cursos de literatura francesa y de Europa septentrional en la Universidad de Cuyo, en Mendoza. Realizó la carrera de traductor, escribió las novelas Divertimento y El Examen (editadas en 1986; de esta última, formaba parte el Diario de Andrés Fava, texto que Cortázar decidió excluir de la obra y que aparecería recién en 1995. En 1944, Borges dio a conocer “Casa tomada”, su primer cuento. En 1949, publicó Los reyes. En 1951, obtuvo una beca que le permitió viajar a París, desde donde desarrolló una obra literaria única dentro de la lengua castellana. Ese mismo año, apareció en Buenos Aires Bestiario, su primera colección de relatos. Ya en Francia, Cortázar publicó algunos de los cuentos más perfectos del género en sus libros Bestiario, Final del juego (1956), Las armas secretas (1959), Historias de cronopios y de famas (1962) y Todos los fuegos el fuego (1966), y un ciclo de novelas –Los premios (1960), Rayuela (1963), que conmocionó el panorama cultural de su tiempo y marcó un hito insoslayable dentro de la narrativa contemporánea, y 62/modelo para armar (1968)-. Posteriormente, se conocen La vuelta al día en ochenta mundos (1967), Último round (1969), Libro de Manuel (1973), Octaedro (1974). A fines de 1973, Cortázar recibió amenazas de la Triple A, hecho que le imposibilitó regresar al país. Reconocido como escritor universal, Cortázar continuó su obra: Alguien que anda por ahí (Madrid, 1977), Un tal Lucas (1979), Queremos tanto a Glenda (México, 1980), Deshoras (Madrid, 1982) y desarrolló una literatura de compromiso con Latinoamérica. En 1983, con la recuperación de la democracia, viajó a la Argentina. Murió en París el 12 de febrero de 1984.
*Por Manuel Allasino para La tinta.