Tengo miedo torero, los sueños y pesadillas de un país 

Tengo miedo torero, los sueños y pesadillas de un país 
9 diciembre, 2020 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Tengo miedo torero es la única novela de Pedro Lemebel, publicada en el año 2001. Ambientada en Chile, durante la primavera del año 1986, la historia retrata un barrio pobre de Santiago que está habitado por numerosas personas de izquierda, en plena época dictatorial con Augusto Pinochet en el poder. En ese contexto, llega al barrio la “Loca del Frente”, una travesti de más de cuarenta años que alquila una humilde casa donde vivir. Carlos, un muchacho del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, le ayuda a acomodar sus escasas pertenencias y, con el tiempo, tejen una relación amorosa que termina en fracaso y con el quiebre del vínculo. Así surge el escenario del año que pudo ser decisivo, pero no lo fue: las protestas, las rancheras y baladas de la época, el humo en las calles y el dictador Pinochet lidiando en la intimidad con sus fantasmas y pesadillas. 

Escrita en tercera persona, la novela Tengo miedo torero, que fue llevada al cine de la mano del director Rodrigo Sepúlveda en 2019, gira en torno al personaje principal “La Loca del Frente”, del cual Pedro Lamebel cuenta todo lo que piensa y lo que siente, e intercala pasajes dedicados a Augusto Pinochet y la relación con su esposa, Lucía Hiriart. 

Con una prosa notable, Lemebel realiza un manifiesto que explora la identidad homosexual y la alternativa travesti, y bucea en los sueños libertarios y las pesadillas conservadoras de un país. 

miedo-torero-lemebel-2“Entonces la casita flacuchenta era la esquina de tres pisos con una sola escalera vertebral que conducía al altillo. Desde ahí se podía ver la ciudad penumbra coronada por el velo turbio de la pólvora. Era un palomar, apenas una barandilla para tender sábanas, manteles y calzoncillos que enarbolaban las manos marimbas de la Loca del Frente.  En sus mañanas de ventanas abiertas cupleteaba el <>. Todo el barrio sabía que el nuevo vecino era así, una novia de la cuadra demasiado encantada con esa ruinosa construcción. Un mariposuelo de cejas fruncidas que llegó preguntando si se arrendaba ese escombro terremoteado de la esquina.  Esa bambalina sujeta únicamente por el arribismo urbano de tiempos mejores. Tantos años cerrada, tan llena de ratones, ánimas y murciélagos que la boca desalojó implacable, plumero en mano, escoba en mano rajando las telarañas con su energía de marica falsete entonando a Lucho Gatica, tosiendo el <<Bésame mucho>> en las nubes de polvo y cachuereos que arrumbaban en la cuneta. Solamente le falta el novio, cuchicheaban las viejas en la vereda del frente, siguiendo sus movimientos de picaflor en la ventana. Pero es simpático, decían, escuchando sus líricas pasadas de moda, siguiendo con la cabeza el compás de esos temas del ayer que despertaban a toda la cuadra. Esa música alharaca que en la mañana sacaba de la cama a los maridos trasnochados, a los hijos vagos que se enroscaban en las sábanas, a los estudiantes flojos que no querían ir a la clase. El grito de <<Aleluya>>, cantado por Cecilia, esa cantante de la Nueva Ola, era un toque de diana, un canto de gallos al amanecer, un alarido musical que la boca subía a su tope máximo. Como si quisiera compartir con el mundo entero la letra cursi que despegaba del sueño a sus vecinos con ese <<Y… y tu mano to-o-o-mará la mía-a-a-a>>. Así, la Loca del Frente, en muy poco tiempo, formó parte de la zoología social de ese medio pelo santiaguino que se rascaba las pulgas entre la cesantía y el cuarto de azúcar que pedían fiado en el almacén. Un boliche de barrio, epicentro de los cotorreos y comentarios sobre la situación política del país. El saldo de la última protesta, las declaraciones de la oposición, las amenazas del dictador, las convocatorias para septiembre. Que ahora sí, que no pasa del 86, que el 86 es el año. Que todos al parque, al cementerio, con sal y limones para resistir las bombas lacrimógenas, y tantos, tantos comunicados de prensa que voceaba la radio permanente”.

Durante las conversaciones con Carlos, la “Loca del Frente” saca a relucir su pasado ligado a la prostitución y cuenta la historia de una infancia muy difícil: huérfana de madre e hija de un padre abusador, a quien abandonó a los dieciocho años cuando este quiso obligarla a hacer el servicio militar.

Pedro Lemebel presenta una narrativa particular en donde expone la relación entre opresión política y opresión de género. Y funciona como motor de la novela para la denuncia y la crítica al modelo imperante. 

En un momento, todo se fusiona en el libro. Eso sucede cuando la historia de la “Loca del Frente” se cruza con la del dictador Augusto Pinochet a través de un hecho detonante: el atentado del año 1986.

“Todos los años era lo mismo, tanto acumular energía para septiembre y después todo seguía igual. Y de septiembre a septiembre el vaivén renovador no lograba ni preocupar al tirano, que cada fin de semana, cuando ardía la protesta, partía en la caravana de autos blindados a su casa de campo en el Cajón del Maipo. En esa quebrada florida cerca de Santiago, el sol primavero brillaba sólo para él, leyendo estrategias militares romanas para controlar la rebeldía. En ese silencio pajareado de jilgueros, escuchaba los timbales de la Marcha Radetzky con los ojos semicerrados, cabeceando el pear ronco de los cornos, sublimado por esos flatos de bronce hasta la elevación.  En tal nirvana hitleriano, los noticieros de radio y televisión estaban prohibidos, y más aún esa Radio Cooperativa y su tararán marxista que tenía revolucionados a los flojos de este país. A esa patota de izquierdistas que no querían trabajar y se lo pasaban en protestas y subversiones al orden.  No le aprendían a tanto joven honrado, a tanto trabajador que apoyaba al gobierno. Como esa cuadrilla de obreros que estaban arreglando el camino cuando la comitiva presidencial subía por la cuesta Achupallas. A esa hora, fíjese, tan tarde, señores, todavía trabajando, esos cabros que los saludaron sacándose los cascos. Esos eran hombres de bien que hacían patria. Muy de mañana, al alba del barrio todavía dormido, un auto se detuvo en la casa de la Loca del Frente y varios golpes apresurados zamarrearon la puerta. Ella, aún en los albores del sueño, saltó de la cama a medio vestir, cubriéndose pudorosa con su bata nipona regada de helechos plateados. No son horas para despertar a una condesa, refunfuñó, bajando la escala para abrir el picaporte. En el umbral, Carlos y dos amigos cargaban un agresivo tubo de metal que sin preguntarle introdujeron al interior. Déjenlo por aquí no más, susurró entre bostezos mirando el extraño aparato. Es delicado, son rollos de manuscritos súper valiosos. Más parece un condón  para dinosaurio, lo voy a transformar en una columna para la salita, y le cerró un ojo a Carlos, que despidiéndose en la puerta le trataba de decir: Después te explico. Pero ella no podía esperar, ni quedarse con la duda que hacía días rondaba su cabeza. Además, si nunca había prometido no hurguetear en las cajas, esto era diferente. Parece un torpedo submarino, pensó, despegando la cinta adhesiva que sujetaba la tapa. ¿Y si fuera eso? La duda paralizó sus dedos afirulados y detenidos por la corazonada. Pero no, Carlos no podía mentirles, no podía haberla engañado con esos ojos tan dulces. Y si lo había hecho, mejor no saber, mejor hacerse la lesa, la más tonta de las locas, la más bruta, que solo sabía bordar y cantar canciones viejas. Mejor volvía a pegar la cinta y se olvidaba del asunto. Más bien seguiría con su teatralidad decorativa. Y arremangándose la bata arrastró el pesado cilindro escaleras arriba, hasta ese rincón vacío de la sala. Allí quedaba bien, le daba sombre, por si acaso. Y terminó la escenografía coronando el blindado artefacto con una maceta de alegres gladiolos”.

Tengo miedo torero de Pedro Lemebel es una novela que toma el nombre de una antigua canción española y que, con una imaginería de excepcional riqueza lingüística, desarrolla una historia atrapante con una épica luminosa en tiempos oscuros. 

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Sobre el autor

Pedro Lemebel (Santiago de Chile, 1952-2015) fue un escritor y artista visual. Recibió el Fondo de las Artes y la Creación del Ministerio de Cultura de Chile para proyectos de creación; la Beca Guggenheim en 1999; el Premio Anna Setgers, en Berlín, durante 2005 y, en 2013, el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso que otorga la Universidad de Talca. Ha sido traducido al inglés, alemán, italiano y francés. Su obra narrativa está integrada por la colección de relatos Incontables (1986), la novela Tengo miedo torero (2001) y los libros de crónica La esquina es mi corazón (1995), Loco afán. Crónicas de un sidario (1996), De perlas y cicatrices (1998), Zanjón de la Aguada (2003), Adiós mariquita linda (2005), Serenata cafiola (2008), Háblame de amores (2012) y, publicado de forma póstuma, Mi amiga Gladys (2016). Murió en 2015 consolidado como una figura literaria y artística. 

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: literatura, Novelas para leer, Pedro Lemebel

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