Luis Almagro otra vez hizo de las suyas en el autogolpe de Guatemala
Con niveles de pobreza y desnutrición del 70 por ciento en el país, el presidente guatemalteco se apoyó en la OEA para sumar poder, frenar las protestas y aplicar un ajuste mayor.
Por Andrés Gaudin para Tiempo Argentino
El ultraconservador Alejandro Giammattei llevaba sólo 10 meses en la presidencia de Guatemala cuando, en las dos últimas semanas, empezó a delinearse su pronta salida, por las buenas o por las malas, planificada por él mismo para quedarse en el cargo mediante un autogolpe de Estado o ignominiosamente echado por un pueblo al que ha estafado desde todos los ángulos.
Sea como sea, sin embargo, todo parece indicar que seguirá siendo el presidente. Presidente de facto, claro. En el primer caso, porque el drama montado con participación de la Organización de Estados Americanos (OEA) fue preparado justamente para eso, para legalizar la intervención del organismo dirigido por Luis Almagro. En el segundo caso, será un mandamás repudiado, pero sostenido por el establishment, principal beneficiario del fraudulento Presupuesto de Gastos de la Nación (PGN), que estos días ha estado planeando sobre la crisis.
Se sabía que el PGN votado el 18 de noviembre era rechazado por el grueso de la gente, a la que, además de Giammattei, estafaron sus propios líderes políticos, subastados a cambio de prebendas tales como la concesión de créditos blandos para la compra de automóviles. El PGN de 12.900 millones de dólares supera en 25 por ciento al que rigió en los últimos cuatro años, pero no es eso lo que desató la ira popular. El rechazo vino porque en la norma no se priorizó el combate a la pobreza (69,3 por ciento de los 17 millones de habitantes) ni se implantó un programa contra la desnutrición (71,1 por ciento). Vino porque se congelaron los gastos en educación y salud en momentos que la pandemia ya se llevó 4.000 vidas, y los contagiados superan las 120.000 personas. Y porque privilegia la obra pública, algo que sólo beneficia al establishment.
Según el sociólogo Sergio Rosales, del Ministerio de Desarrollo, más de seis de cada 10 guatemaltecos “son multidimensionalmente pobres, carecen de al menos cinco indicadores derivados de las áreas de salud y seguridad alimentaria y nutricional, educación, empleo, vivienda y servicios básicos”. Cifras oficiales indican que un promedio de 300 personas por día aspiran a ingresar a Estados Unidos como indocumentadas. La Unicef, el programa de Naciones Unidas para la atención de la niñez, redondea un cuadro desolador. “Las desigualdades son extremas –dice-, condenan a la mayoría de la infancia a una vida limitada por los efectos de la malnutrición”. “El aumento de la desnutrición en los menores de cinco años –agrega- es alarmante. Los índices más altos se encuentran entre los niños indígenas y en algunas regiones de origen maya (la etnia dominante) llega al 80 por ciento. Una dieta basada en tortillas de maíz causa daños con efectos permanentes”.
Ante este cuadro de descomposición social, el presidente y 116 de los 160 diputados del Congreso unicameral animan otro cuadro de descomposición. En el PGN, fijaron una partida de 65.000 dólares para las comidas de los legisladores en el hemiciclo (406,25 dólares por cada uno) y otra de 18.000 dólares mensuales para el catering de la casa de gobierno. El año pasado, al final de su mandato, el pastor evangélico Jimmy Morales, el predecesor de Giammattei, expulsó a la Comisión Internacional contra la Impunidad de Guatemala, un cuerpo solidario que actuó durante 12 años y sumó los mejores juicios. Durante su campaña, Giammattei prometió reabrirle las puertas. No lo hizo. Al irse, la Comisión hizo la última evaluación. Bajo el título Guatemala, país capturado, denunció que “el Estado fue cooptado por quienes buscan perpetuar la corrupción y la impunidad”.
Cuando las voces de la calle, en todo el país, se volvieron ensordecedoras, el vicepresidente Guillermo Castillo llamó a una conferencia de prensa con el único objetivo de pedirle a Giammattei que ambos renunciaran al unísono, en un mismo acto, para evitar las sospechas de un golpe de Estado. El presidente rechazó el convite y, en cambio, se encomendó a Almagro, pidiéndole que la OEA bendijera un autogolpe disfrazado como un valeroso acto de defensa de la democracia. Un día después, mientras ante una de las fachadas del Congreso miles de personas protestaban, en la fachada opuesta, y con complicidad policial, un pequeño grupo de encapuchados entraba al edificio y provocaba varios y espectaculares focos de incendio que no pasaron a mayores, pero llevaron, horas después, a que los diputados desandaran el camino y anularan el presupuesto de la deshonra.
Los guatemaltecos de la diáspora escriben donde pueden y donde pueden se hacen oír a nombre de su gente. Descreen de todo lo que pueda decir Giammattei. “No tiene ni ética ni moral ni decencia ni nada”, dijo uno de ellos al diario Reforma, de México. Y esbozó una breve, pero elocuente descripción del presidente: “Es un ser venal, de ultraderecha, defensor de la libre empresa, conservador en términos ético-sociales (contrario al derecho al aborto, al matrimonio igualitario y a la despenalización de las drogas). Y, como si fuera poco, es partidario de la pena de muerte y refrendó el acuerdo que Jimmy Morales firmó con Donald Trump, que convierte a Guatemala en una especie de reservorio del Triángulo Norte de Centroamérica, al obligar a Guatemala a recibir en asilo a los hondureños y salvadoreños expulsados de Estados Unidos”.
*Por Andrés Gaudin para Tiempo Argentino / Foto de portada: A/N