La resistencia de Artsaj y ¿un futuro de paz?
Durante más de seis semanas, el pueblo armenio se defendió por su derecho a la autodeterminación de los ataques de Azerbaiyán, Turquía e Israel.
Por Emiliano Fidel Lomlomdjian para La tinta
En la madrugada del 27 de septiembre, el pueblo armenio se levantó con la noticia de que Azerbaiyán, en alianza político-militar con Turquía (integrante de la OTAN) e Israel, había vuelto atacar la República de Artsaj. Como en mayo de 1918, cuando sonaron las campanas de Sardarabad por el avance genocida del Imperio Otomano, ese día se escuchaban las sirenas por la arremetida del ejército azerí en toda la zona, incluida la capital Stepanakert.
Tras las agresiones, en las Repúblicas de Armenia y Artsaj se declaró la ley marcial y la movilización general. Del otro lado de la frontera, el gobierno azerí también decretó la ley marcial y el toque de queda en varias de sus regiones.
Durante 44 días, los invasores fascistas de Ilham Aliyev, Recep Tayyip Erdogan y Benjamín Netanyahu bombardearon posiciones militares y asentamientos civiles. “No atacamos a civiles, no atacamos ciudades en Nagorno Karabaj (Artsaj) después del 10 de octubre. Antes, sí, lo admitimos”, aseguró el líder del Estado de Azerbaiyán el 5 de noviembre.
En total, fueron reconocidas por la Defensa de Artsaj, hasta hoy, las muertes de más de 1.300 militares armenios, de 53 civiles y más de 156 heridos civiles. Además, alrededor de 13.000 objetos civiles sufrieron daños en la infraestructura, como el Hospital de Maternidad Infantil de Stepanakert o la Catedral Gazanchetsots, de la ciudad de Shushí.
Por su parte, hubo más de 7.630 militares azeríes fallecidos y 5.000 resultaron heridos. Más de 90 civiles azerbaiyanos murieron por la desestimación de sus autoridades a evacuarlos, cuando Artsaj había anunciado qué objetivos militares atacaría –los cuales se encuentran cercanos a poblados-.
Cabe señalar que las agresiones ejecutadas por las fuerzas azerbaiyanas fueron dirigidas por altos mandos del ejército turco, como reveló un prisionero de guerra azerí. Además, varios de los drones destruidos por la defensa armenia eran los Bayraktars turcos.
Los más de 2.500 mercenarios que llegaron desde la Siria ocupada y Libia fueron reclutados por la inteligencia del auto-proclamado sultán turco, revelaron desde el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (SOHR), y varios funcionarios de Armenia, Rusia y Francia.
Las bombas de racimo de procedencia israelí -prohibidas a nivel internacional por la Convención de Ginebra- se utilizaron para atacar asentamientos civiles y pacíficos, aseguraron Amnistía Internacional y Human Rights Watch. El Servicio Estatal de Situaciones de Emergencias de la República de Artsaj reportó el 13 de octubre que, sólo en Stepanakert, se encontraron 260 proyectiles de metralla sin explotar.
También, las fuerzas azeríes quemaron casi 2.000 hectáreas de bosque en la región, causando daños irreparables a la flora y la fauna. Según el gobierno de Karabaj, fueron quemadas 1.815 hectáreas de área forestal con municiones que contienen fósforo -también prohibidas-.
Durante este mes y medio, el Estado de Israel no dejó de enviar aviones de carga de Tel Aviv a Bakú con armamento militar (el ATS) para que se utilice en la guerra. “El gobierno de Israel es también responsable de este nuevo genocidio”, declaró el presidente karabajtsí, Arayik Harutiunian, el pasado 11 de octubre.
El pueblo y las autoridades de Armenia y de Artsaj, como su diáspora, denunciaron todos estos crímenes cometidos por las invasoras Azerbaiyán y Turquía. En el mundo, se alzaron los gritos de solidaridad con los pueblos de la región que sufrieron estos ataques. Por ejemplo, el ex presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales Ayma, pidió por la paz en Armenia y Artsaj; el diputado armenio en la Asamblea Nacional de Turquía, Garo Paylan, exigió en reiteradas ocasiones que se cumpla el alto el fuego; y los organismos derechos humanos nacionales condenaron los ataques sobre el pueblo armenio. Asimismo, militantes de izquierda, revolucionarios y de derechos humanos de Armenia, Azerbaiyán, Georgia, Turquía, Rusia, Argentina y varios países del mundo se expresaron por el fin del conflicto. Cientos de movilizaciones se realizaron a lo largo y ancho del planeta para que se reconozca el derecho a la autodeterminación del pueblo de Artsaj y terminar con la guerra.
En tres ocasiones, se había intentado frenar las hostilidades por cuestiones humanitarias en el Cáucaso Sur: primero, el 10 de octubre con la mediación de Moscú; después, el 17 del mismo mes bajo la tutela de París; y por último, el 26 de octubre en Washington. Pero todos estos acuerdos fueron violados por el Estado de Azerbaiyán.
Finalmente, con el auspicio del Grupo de Minsk, de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), el primer ministro armenio Nikol Pashinian, el presidente azerí Ilham Aliyev y el líder ruso Vladimir Putin firmaron un acuerdo, que dice: “Se declara un alto el fuego completo y de todas las hostilidades en la zona del conflicto de Nagorno-Karabaj a partir de las 00:00 horas de Moscú del 10 de noviembre de 2020. La República de Azerbaiyán y la República de Armenia se detienen en sus posiciones”. Los jefes de Estado acordaron que Armenia cede los territorios de Gazakh (el cordón de seguridad de Armenia) y de Karbajar; que durante 10 años se despliegan las Fuerzas de Paz rusa en la región para garantizar la seguridad a lo largo del corredor de Lachín (que une Armenia y Artsaj) y del corredor que une Najichevan con Azerbaiyán; y que se realice un intercambio de prisioneros de guerra y de cadáveres.
Entonces, ¿por qué se produjo esta escalada bélica en el Cáucaso Sur?
Porque el Estado azerí desconoce el derecho a la autodeterminación del pueblo de Karabaj, que proclamó su República independiente el 10 de diciembre de 1991. Bajo los fundamentos de la misma legislación por la cual su país se separó de la Unión Soviética (URSS), el gobierno de Aliyev no acepta la manifestación soberana de Artsaj, esgrimiendo el principio de integridad territorial.
Además, porque Erdogan y su “hermano menor” -como él lo llama-, el presidente azerí, persiguen su premisa “neo-otomana” de reconstruir la “integralidad del Imperio Otomano” con todos los pueblos túrquicos unidos. No hay manera de cumplir este objetivo sin barrer con todas las diferentes nacionalidades de Medio Oriente, como los armenios, los kurdos, los alevíes y los yezidíes, entre otros.
En definitiva, hubo estados agresores -Azerbaiyán, Turquía e Israel- y un pueblo agredido -el de Armenia y de Artsaj-, que durante seis semanas resistió por el derecho a su autodeterminación en la región de Nagorno Karabaj.
Como hace 100 años, las tierras armenias en la región del Cáucaso Sur quedaron reducidas por el avance genocida. Como hace 100 años, las fuerzas ultranacionalistas y fascistas avanzaron sobre los pueblos. Pero también como hace 100 años, es necesario que los pueblos vuelvan a unirse para terminar con el sufrimiento que vienen atravesando hace décadas.
Llámese panturquismo, sionismo, fundamentalismo, imperialismo o fascismo, el enemigo que enfrentan en la región es el mismo: el capitalismo. Armenios, kurdos, palestinos, árabes, turcos, azeríes, yezidíes, alevíes, griegos y asirios, entre otros, todos ellos deben superar los límites de las causas nacionales y entender que la causa de los pueblos es una sola. Porque son los mismos pueblos quienes resisten por el derecho de vivir en paz en Rojava, en Siria, en Palestina o en Artsaj.
*Por Emiliano Fidel Lomlomdjian para La tinta / Foto de portada: David Zahramanian