La muerte no absuelve a nadie
Nos enseñaron a dar condolencias ante todas las muertes. Murió el comunicador Mario Pereyra: ¿Cómo compadecerse de quien hizo tanto daño? No vamos a romantizar la muerte, así como no vamos a olvidar quién fue el mayor influencer de la derecha y el odio de las últimas décadas.
Por Redacción La tinta
«El ruin será generoso
Y el flojo será valiente
No hay cosa como la muerte
Para mejorar la gente».
Jorge Luis Borges
Murió uno de los difusores, ideólogos y militantes del cordobesismo que impregnó de odio a una sociedad cordobesa que justifica la pobreza. Sembró y alimentó intolerancia, racismo, macartismo y rechazo a cualquier forma de disidencia. ¿Qué es dar las condolencias entonces? ¿Qué nos duele y qué no? La palabra «condolencia» viene del latín condolentia y significa «cualidad de quien se compadece, quien siente lástima». No sentimos lástima y no vamos a romantizar una muerte. Menos que menos, esta muerte. No vamos a dar las condolencias por la muerte de Pereyra.
Lo que en realidad nos duele es el odio que desde hace décadas sembró en Córdoba uno de los más poderosos empresarios y comunicadores que supo hacer eco de los surcos conservadores, anti populares y eclesiales de la docta. Un artesano radial que supo alimentar y darle cauce al cordobesismo.
El 7 de junio pasado, día de les periodistes, Pereyra salía como el vencedor de la paródica copa tintera #ColegasNoSon. La impunidad de una lengua mordaz lo llevó a ser reconocido como “el peor periodista del país” según la opinión de quienes nos leen. Como toda ironía, este fatality daba cuenta de una aversión de muchas personas por lo que generaba como periodista y los sentidos que sembraba desde una empresa de comunicación que monopoliza la audiencia, las radios, los oídos desde el norte hasta el sur, del este al oeste.
Fue el mejor de los espadachines que libran batalla por la desinformación y el odio, y profundizan un daño difícil de revertir y con consecuencias de muerte para grandes segmentos de la población. El odio se inocula y Mario sabía cómo hacerlo, performateando creencias y valores con mentiras e intolerancia, siendo un militante antiderechos, constituyéndose en uno de los grandes operadores políticos.
“Mario Pereyra era locutor, nació hace 75 años en San Juan, pero era como el fernet, el cuarteto, los alfajores de fruta, el Reloj Cucú y el clásico de fútbol entre Belgrano y Talleres. Bien cordobés”, dicen desde La Nación. Jorge Cuadrado expresó en La Voz del Interior que Pereyra fue líder durante 40 años y un imprescindible. Así se legitiman, entre ellxs, los no colegas.
Hizo radio desde muy joven, apenas terminado su secundario, pasando por diversas emisoras, pero al migrar en 1983 a Córdoba, se produjo su salto liderando la audiencia radial. En 1990, se integró como accionista de Radiodifusora del Centro S.A. y, a partir de LV3 Radio Córdoba, construyeron Cadena 3 Argentina, una red de emisoras en todo el territorio del país, constituyéndose en el primer medio de cobertura nacional generado y conducido desde el interior, disputando el monopolio centralista de Buenos Aires, pero edificando un imperio de odio desde la docta. ¿Cuántas generaciones crecieron con el eco de Cadena 3 de fondo, una verdadera cortina musical de Córdoba?
“Soy un tipo de centro derecha, como Macri, que tiene el pensamiento mío… como me pareció ver que el presidente Carlos Menem interpretaba más o menos lo que pienso de la política. ¡Y era peronista! Eso se lo digo a la gente y a mucha gente no le gusta. Algunos me insultan, dicen cosas feas, pero, a esta altura, lo único que yo quiero es a la República”, dijo en una entrevista para La Voz.
Fue adulador y cómplice de genocidas propios y vecinos. Marito se encargó de defender a Videla, llamó “estimado general” a Menéndez en una entrevista en su programa de televisión, después de ser indultado en el gobierno de Menem. Fue un acérrimo antiestatista, salvo para reprimir, defender y sostener a sus amigos poderosos o recibir pauta publicitaria. Militó y movilizó contra las medidas de protección pública por la COVID, que lo terminó matando. Estas medidas le sirvieron de excusa para seguir destilando odio contra el actual gobierno. «Ni Pinochet hacía eso, pobrecito Pinochet», llegó a decir apenas hace unas semanas.
Aliado de la Iglesia conservadora de esta ciudad, el Arzobispo Monseñor Ñáñez también le hizo una mención especial en la mañana del domingo: “Un recuerdo cariñoso para con él en su tarea, en su función, él se mostró siempre respetuoso, delicado, cordial, servicial para con mi ministerio, lo recuerdo con cariño y gratitud”.
Pero en simultáneo, hubo personas que pudieron expresar sus pensamientos sin autocensurarse ni ser corporativos ante la muerte del «gran dueño» de la audiencia. El periodista Pablo Ramos expuso: «Cada mañana, cada día, una caterva de gusanos parlanchines fue infectando miles de oídos entre cuartetos, chivos, chistes, noticias. El odio se propagó hasta naturalizarse; misóginos, racistas, conservadores; los comentarios, las opiniones, los juicios, fueron moldeando el sentido común. La voz que decía representar lo popular era la voz que sometía lo popular al gusto del mercado, lo reducía a la repetición que impone la costumbre. Nos fuimos acostumbrando a la cucaracha en la oreja, al emporio de sus acólitos socios, al imperio de sus oscuros sentidos».
La escritora cordobesa Claudia Huergo también ensayó en redes sociales un obituario sincero: «Murió el gran envenenador de las mañanas. El gran fachetizador, el que militó el odio desde la hora cero, el que hizo todos los días un poco más inhabitable y hostil y oscura esta tierra. Ya se deshacen las voces tibias en llamarlo maestro. Dejó su semilla”.
* Por Redacción La tinta