El campito, un universo suburbano y delirante
Por Manuel Allasino para La tinta
El campito es una novela de Juan Diego Incardona, publicada en el año 2009. En esta historia, el Gran Buenos Aires se transfigura en un espacio maravilloso, en una unidad territorial hacia donde se va deshaciendo la ciudad. Allí, dialogan, discuten y pelean el espacio público y la propiedad privada. A través de un literatura fantástica, en donde los residuos industriales crean animales fabulosos, Juan Diego Incardona entrelaza a la mitología barrial con la peronista histórica y crea un libro en el que se anudan el loteo suburbano y sus personajes a un gran relato nacional.
El propio Incardona aparece como personaje. A través de Juan Diego, el escritor, relata la historia que le cuenta Carlitos, ciruja andante y especie de trovador que va divulgando sus delirantes aventuras en una Matanza en clave subdesarrollada, entre basurales, mutantes producto de la contaminación del Riachuelo y barrios secretos creados por orden de Eva Perón. Juan Diego Incardona, en menos de doscientas páginas, realiza una épica fantástica del pueblo peronista.
“Enseguida asomó el cantante. Era un hombre flaco y barbudo. Tendría unos cincuenta años, capaz un poco más. Estada todo despeinado y venía mal vestido, como un ciruja. Los dobladillos de los pantalones se le habían descosido y por eso al caminar se pisaba pedazos de la tela. Los zapatos, atados con cordones de zapatillas, estaban embarrados. En la mano traía una petaca. Lo acompañaba un gato grande, manchado en todo el cuerpo. –Buenas -nos dijo -¿Les molesta si me siento con ustedes? -No, para nada. Siéntese -le contestamos. –Mi nombre es Carlos, pero me dicen Carlitos, y ojo que no tengo nada que ver con el que ganó las elecciones. ¿Cómo se llaman ustedes? –Leticia, Moncho y Juan Diego.-Un gusto pibes -Igualmente, ¿de dónde viene? -Ahora, de ninguna parte en especial, siempre estoy dando vueltas, pero en realidad yo soy de La Sudoeste. ¿Conocen? –No -contestaron mis amigos -¿adónde queda? –Cruzando el arroyo Don Bosco, por atrás del Mercado Central. Es un barrio medio inaccesible, pero esto es a propósito. Lo construyó la CGT. -¿La CGT? -Sí, y por encargo de la señora, Dios la tenga en la gloria. Antes de morirse mandó a construir un montón de barrios secretos, para refugiados políticos. Es que ella ya sabía la que se venía. Algunos dicen que los hizo el marido, pero nada que ver, él ni estaba enterado, fue ella. –¿Y dónde están los otros barrios? -preguntó Moncho. –Es difícil de explicar. Además, yo sólo estuve en algunos. Y dudo que alguien los conozca a todos, porque están muy escondidos. –Yo sí conozco La Sudoeste –dije. -Me llevaron allá cuando era chico, para curarme una culebrilla. –Ah, entonces conocés a la Chola -comentó. –Esa mujer es propiamente una santa, curó a mucha gente. ¿Juan te llamabas vos? –Juan Diego -Carlitos se quedó un rato mirándole. -¿Y cómo se llama su gato? -preguntó Leticia, rompiendo el silencio. –No tiene nombre, porque él no es un animal doméstico, es un gato salvaje, un gato montés. -¿Pero qué edad tiene el gato?-¿Este? Es más grande que yo. Es un tipo de gato muy longevo. Nos hicimos amigos hace muchos años. ¿Quieren que les cuente la historia? –Por favor –nos entusiasmamos.. Carlitos se puso cómodo, apoyándose contra la pared, destapó la petaca y nos convidó. Todos bebimos, para no despreciar. Uno por uno fuimos probando la bebida, muy fuerte, con un poco de gusto a limón. Después, él le pegó un sorbo largo, la tapó y la dejó en el piso. En todo Celina no se escuchaba otra cosa que no fueran nuestros pequeños ruidos. El gato nos miraba fijo y Carlitos miraba la nada, cuando empezó”.
En El Campito, se describe con precisión ese lugar del conurbano en donde se generan los más grandes jugadores de fútbol del mundo y también se llevan adelante los más atroces asesinatos de niñas adolescentes. Allí, se unen de forma extraña la gloria de la gesta deportiva y la basura.
El propio Incardona (Juan Diego, en el libro) es quien tiene la sensibilidad suficiente para sentarse a escuchar a Carlitos con sus historias fantásticas mientras el viejo hace changas en Villa Celina.
“Subimos al barranco. El cielo estaba cada vez más claro. Faltaba poco para que amaneciera. Caminamos unos metros y nos metimos en el cañaveral. –Pero che, ¿por qué tenés tanto miedo? –Señor, ¿usted no oyó hablar de Riachuelito? -¿Quién es ese? -No es una persona señor, es un pez, una criatura de río gigante que nada de los dos lados del Puente La Noria, tanto en el Riachuelo como en el Matanza. Dicen que le pusieron ese nombre porque se parece a Nahuelito, el famoso dinosaurio del Nahuel Huapi de Bariloche. Pero este no es un animal prehistórico como aquel, nada que ver, este es un bagre común y corriente, que creció mucho más de lo normal. -¿Y cómo pudo pasar algo así? –Por la contaminación señor, no es el único caso. Algunas especies crecieron, otras se achicaron, otras cambiaron de color. A cada una le tocó una suerte distinta. Todo depende de cómo se lo tomó cada organismo. El río y las orillas están llenas de animales deformados y plantas desproporcionadas. -¡Qué bárbaro! Me gustaría verlo. -¿Quiere que lo lleve? Si acepta, puedo ser su guía. Yo le debo un gran favor, usted me salvó la vida. –Sí, mostrame. ¿Por dónde hay que ir? –Nos tenemos que meter en el sudoeste. Allá adelante hay un puentecito que construimos nosotros, hay que cruzarlo. Usted va a tener que pasar con precaución, porque es más pesado que la gente de mi barrio. –Pero yo no soy gordo- Ya sé, pero es alto, y mi gente es toda como yo. -¿Tan bajitos? -Sí, señor, esto es por lo que le decía antes, por la contaminación. -¿Y de qué viven ustedes? –Principalmente del río. -¿Pero hay peces acá? – ¡Por supuesto! ¿Acaso no le conté del Riachuelito? Se ve que usted no me cree. –Sí, sí, te creo, es que no conocía todo esto. –Mire, el río está lleno de peces, de algas, de todo hay. Lo que pasa es que esto no lo puede comer cualquiera. La gente de la Capital, la clase media, no tiene defensas, si prueba algo se muere enseguida, pero nosotros tenemos anticuerpos, así que podemos comer plantas y animales contaminados. A los peces les debe pasar lo mismo, por eso sobreviven. –Hay una cosa que no entiendo. ¿Ustedes vinieron acá y empezaron a achicarse? – En realidad, yo nací en esta zona. Los que vinieron fueron nuestros padres, y ellos no eran adultos en esa época, era chicos, la mayoría huérfanos, o abandonados, que habían sido criados en el Hospital de Lactantes. Cuando vino la Revolución Libertadora, todos los refugiados del peronismo fueron divididos por grupos y por ramas, para que poblaran los barrios secretos. La CGT se encargó de todo. Se lo habían prometido a la señora antes de que se muriera. A los chicos lactantes les tocó nuestro barrio. Una vez ahí, con el paso de los años, se dieron cuenta de que ninguno aumentaba de estatura. – ¿Y los hijos heredaron la misma contextura física? –Exactamente -Una pregunta. Tengo entendido que los barrios secretos tienen formas de cabezas humanas, igual que Ciudad Evita. ¿El de ustedes también? –Por supuesto, señor, el nuestro tiene la forma del coronel Mercante, el gobernador. De ahí su nombre: Barrio Domingo Mercante. Él es uno de nuestros próceres principales. Por eso, cada 20 de febrero tenemos feriado, porque es el aniversario de su muerte”.
A lo largo de tardes ociosas en Villa Celina, Carlitos le cuenta al alter ego de Incardona, Juan Diego, y a sus amigos (con el tiempo, termina contándolo a todo el barrio con un micrófono) la historia de los barrios secretos hechos a imagen y semejanza de los “bustos peronistas”. Ciudad Evita, el Barrio Mercante, el barrio Finochietto, barriadas de ubicación secreta en las que residen tribus míticas del peronismo: las Delegadas censistas, los enanos peronistas producidos por la contaminación y grupos perdidos y unidos por las calles muertas.
“De pronto, el gato se asustó, y nos pareció escuchar gritos. Paramos las orejas y reconocimos las voces de Aldo y de Ramón. Pedían ayuda desde algún lugar del alto, así que empezamos a subir de nuevo la barranca, pero al llegar a la mitad, vimos que venían corriendo, desesperados, hacia nosotros. -¡Corran! -decían. -¡Corran por sus vidas! -Entonces retumbó la tierra. Un alarido fenomenal, mezcla de rugido y lamento, viajó por el aire vibrando en los árboles y las piedras. Aldo y Ramón bajaron a toda velocidad y se alejaron, siguiendo la orilla del Río de Fuego, hacia la Matanza. Gorja, el gato y yo nos quedamos ahí sobre la mitad de la colina, duros por el susto, o por esperar la aparición monstruosa, porque la única fuerza que vence al miedo es la curiosidad. El Esperpento no se hizo esperar. Primero, fue una sombra bien larga, proyectada por el farol de la última esquina, que todavía iluminaba colgando de los cables enredados en un pino, después, fue una nube de polvo, levantados por los pasos de la bestia, y por último, se hizo finalmente de carne y hueso, un titán, horrible y poderoso, tan alto y musculoso que su cuerpo equivalía al de veinte hombres comunes. Estaba cocido en todas partes y lleno de cicatrices. Tenía el torso descubierto y usaba una gigantesca bandera argentina atada a la cintura, que le cubría las partes más íntimas. Levantaba a cada rato las manos en un acto reflejo, imitando el famoso saludo del General. Cada vez que lo hacía, se quejaba, a veces más fuerte, a veces más despacio, pero su voz era siempre terrorífica por lo potente y lo salvaje. No decía palabras, solo gritaba sin sentido, como un bebé. Nos quedamos mirándolo de frente, apenas a unos metros de distancia, hipnotizados por sus ojos que parecían de pescado. Él también nos clavó la vista y dejó un momento de gritar. Babeaba una saliva espesa como la espuma del detergente. Parecía rabioso. Pasó un rato y nadie hizo nada, hasta que el gato, sorpresivamente, avanzó unos pasos y empezó a hincharse, con los pelos de punta. Gorja, lleno de pavor, me dijo llorisqueando: -El gato se está convirtiendo en hombre gato. Aprovechemos para escapar. –No, esperá, no te muevas. El Esperpento, al ver cómo se prendían los ojos rojos del gato, se asustó y se tapó la cara con las manos. El gato, envalentonado, maulló desafiante, pero al monstruo le hacía daño el sonido y entonces se enfureció. En menos de un suspiro, se lanzó contra el animal, y de un manotazo, lo hizo volar por el aire. Gorja y yo salimos corriendo hacia el río. A mitad de camino, nos topamos con el cuerpo del gato montés. Parecía más muerto que vivo pero, al tocarlo, comprobé que todavía respiraba. Entre los dos, lo alzamos y lo cargamos. El monstruo se quedó donde estaba. Gritaba y se golpeaba, victorioso, el pecho y la cabeza. Después, levantó las manos del General, y mirando la nada, se río, demente. Tratamos de alejarnos, pero después de un rato, el monstruo se acordó de nosotros y empezó a perseguirnos. –Tirémonos al rio -propuso Gloria -y crucemos al otro lado, tenemos tres minutos antes de que el agua nos queme. No quedaba otra. Quizás la luz de las llamas lo detendría. Nos metimos en el agua y nos pusimos a nadar, despacio, porque cargábamos al gato, que seguía inconsciente. El agua era termal y eso daba una sensación agradable, pero al llegar a la mitad, el cuerpo empezó a arderme. Aguanté como pude, hasta que cruzamos la otra orilla. Recostamos al gato y miramos enfrente. El monstruo no se animaba a cruzar. Se tapaba la cara por la luz violeta y de a poco se fue alejando. Gorja y yo nos sentamos en el suelo, muertos de cansancio. Estábamos todos colorados”.
El Campito de Juan Diego Incardona es una novela en donde la vida cotidiana no se distingue del teatro de operaciones de una batalla que necesita ser contada. El libro es realista y, al mismo tiempo, fantástico, y relata una historia dantesca sobre la mitología peronista y suburbana.
Sobre el autor
Juan Diego Incardona nació en Buenos Aires en 1971. Dirigió la revista el interpretador. Publicó Objetos maravillosos (2007), Amor bajo cero (2013), Villa Celina (2014), El campito (2014), Las estrellas federales (2016), Rock Barrial (2017) y cuentos en varias antologías, entre ellas, Buenos Aires/Escala 1:1 (2007), In Fraganti (2007) y Un grito de corazón (2009). Compiló junto a Santiago Llach el libro Los días que vivimos en peligro (2009). Actualmente, dicta talleres literarios y coordina la revista de cultura y territorio, La perla del oeste, de la Universidad Nacional de Hurlingham.
*Por Manuel Allasino para La tinta. Imagen de portada: Elio Villate.