Triste, solitario y final, el sendero de la decadencia
Por Manuel Allasino para La tinta
Triste, solitario y final es la primera novela del escritor Osvaldo Soriano, publicada en el año 1973. La historia comienza cuando Stan Laurel (el actor cómico de la famosa serie del Gordo y el Flaco) acude al detective Philip Marlowe (el personaje creado por el escritor Raymond Chandler), también en el ocaso de su esplendor, para que averigüe por qué ya nadie lo llama para trabajar. La novela es una obra maestra de una comedia que roza, cuando no traspasa, el más puro surrealismo. Parodiando al conocido y esquemático cine norteamericano, la narración origina acontecimientos en los que el propio Soriano aparece como personaje para volverse cómplice de Marlowe y enfrentar así a las figuras más detestables.
Triste, solitario y final está dedicada a la decadencia, desde su título hasta la última línea con la que termina.
“Subió los escalones de tronco de pino del viejo chalet. Los yuyos habían cubierto el jardín. Abrió la puerta y encendió la luz del porche. <<Una tarde me voy a quedar a cortar los yuyos>>, se dijo. Entró. La sala olía a encierro y resultaba tan poco acogedora e impersonal como siempre. Preparó algo de comer en la cocina. Sacó el tablero y desplegó las piezas. En verdad no tenía ganas de jugar. Guardó el ajedrez. Se sentía peor que Capablanca. Comió poco. Encendió el televisor y vio el noticiero. El presidente Johnson ordenaba bombardeos en Vietnam. Apagó el televisor. Recordó algunas palabras que Laurel le había dicho esa mañana: <>. Tal vez ahora Stan estuviera viendo el noticiero. Tomó el teléfono y marcó el número que el actor le había dejado. –Habla Marlowe, señor Laurel. –Me alegra que haya cambiado de opinión, hijo. –No se trata de eso. Necesitaba hablar con alguien -Hubo un silencio en la línea. Durante casi un minuto no se atrevieron a interrumpirlo. Por fin, Laurel: -¿Por qué me eligió a mí?- Lo vi esta tarde en un cine. Daban Ojo por ojo. Hacía por lo menos diez años que no veía una película del gordo y el flaco. Me fui antes de que terminara, cuando llegó la policía. -¿Tiene alergia a la policía Marlowe?- Siempre lo arruinan todo- Es cierto, Ollie y yo terminamos perseguidos por el policía Sanford ¿Por qué eligió esa profesión? – Es muy difícil saberlo ahora. Trabajé con el fiscal del distrito hace tiempo, pero soy demasiado irrespetuoso con la autoridad. Decidí seguir solo. Desde entonces estuve varias veces en la cárcel. No me gusta colaborar. –Yo también necesitaba hablar con alguien- lo interrumpió Laurel. -¿Por eso fue a verme esta mañana? -Creo que sí. Iba a pagar su tiempo -deberíamos suscribirnos a Corazones Solitarios. -Creía que el cómico era yo, Marlowe. -Hace tiempo que dejó de serlo -Usted es muy duro conmigo. ¿Siempre es así? -En los ratos libres corto los yuyos del jardín y juego al ajedrez -La soledad lo ha vuelto hosco, Marlowe ¿Alguna vez quiso a alguien?-Una vez. Me casé con ella pero era demasiado tarde. No anduvo.-Quise decir si tuvo amigos- Recuerdo uno. Se llamaba Terry Lennox. Era inglés, como usted. Trabajó en películas, como usted. Estaba deshecho y terminó montando una comedia para escapar de la realidad. No volví a verlo. Estoy tan solo como es posible estarlo en este país. -¿Puedo verlo mañana, detective? -Le adelantaré cien dólares. ¿Está bien? -¡Al diablo con los cien dólares! Le dije que mi oficina no es un confesionario. Olvídese de todo. Tomaremos un gimlet y no lo veré más. Cuando quiere recordarlo iré al cine. Usted era más divertido antes, Laurel”.
En Triste, solitario y final, lo que Laurel quiere es que Marlowe investigue por qué ya nadie lo contrata como actor. Lógicamente, Marlowe se muestra duro, reticente, burlón, y rechaza la propuesta. Pero sucede algo que lo trastoca y es que, pocos días después de aquella visita, Stan Laurel muere. Al enterarse de la noticia, Marlowe acude al entierro, en parte porque lamenta no haber ayudado al viejo actor en decadencia antes de su muerte. En el entierro, Marlowe se fija en un hombre que se queda junto a la tumba de Laurel y que le ha traído flores. La persona en cuestión tiene pinta de extranjera y, cuando Marlowe se dirige a ella, corrobora esta sospecha: se trata de un periodista argentino que responde al nombre de Osvaldo Soriano y ha llegado a Los Ángeles para realizar un reportaje sobre el Gordo y el Flaco.
“Mientras subía los escalones de tronco, Soriano iba en silencio detrás del detective. –El sábado voy a cortar esos yuyos. Me parece que los descuidé mucho. Los vecinos tienen jardines bien cuidados, llenos de flores. Les molesta ver una casa que arruine la elegancia de toda la cuadra. Entraron. Marlowe encendió la luz. La habitación era fría pero no estaba tan descuidada como la oficina. Un gato negro, que dormía enroscado en el diván, se estiró como si fuera de goma. Hacía un gran esfuerzo por mantener los ojos abiertos. Saltó y caminó hacia Marlowe; dijo miau, se acarició una y otra vez en su pantalón y luego se sentó frente a él. Clavó sus ojos en los del detective. –Siempre hace lo mismo, como si me reprochara algo. Llegó un día, hace dos años. Estaba en la ventana, mirando hacia el interior. Abrí el postigo, pero en lugar de escapar, se quedó mirándome. Estaba flaco y sarnoso, tenía mugre y una mirada triste que no me sacaba de encima. <<Es lo único que te falta Marlowe>>, me dije y lo hice entrar. Ese día no fui a la oficina. Le puse alcohol en la sarna y le di de comer. Nunca llora ni me agradece nada. Salta por la claraboya y se va de paseo. Cuando estoy muy deprimido se acuesta a dormir. Un día descubrí que era él quien estaba deprimido y me fui a la cama, pero no pude dormir porque sus ojos brillaban demasiado en la oscuridad. ¿Cómo toma el whisky? –Con hielo, si tiene -Tengo. La factura de electricidad vence dentro de una semana. El gas ya está cortado. Hace años que estoy en bancarrota. ¿En la Argentina pagan bien a los detectives?-No sé, sólo se utilizan para conseguir divorcios- Quizás me gustaría Buenos Aires. ¿Cómo es? –Es una ciudad muy grande, más grande que Los Ángeles, sucia, llena de baches, de veredas rotas, de pizzerías, cines y comercios. Está rodeada de villas miserables, tan malas como las que ocupan aquí los negros. Allí la gente odia a los policías y desprecia a los norteamericanos. -¿A los norteamericanos pobres también? -sonrió Marlowe –No hay norteamericanos pobres en América Latina. No les sienta el clima. –No hay nada peor que un yanqui pobre, compañero. No hay clima que le siente. Aquí no tiene lugar; lo patean, lo meten preso por vagancia, lo llaman basura. Pero si se va a otra parte nadie quiere escuchar su música. –No crea que va a conmoverme. Ningún yanqui podría conmoverme. –Usted es comunista ¿eh? -¿Me permite que lo mande al carajo?- Perdóneme. Me puse cargoso. –Póngale leche al gato. Hace rato que lo mira. Parece enojado. -Ya le dije que siempre me mira. Tiene leche en el plato. -¿Quiere hablarme de Stan Laurel? -No es mucho lo que sé. Hace años que John Wayne me dio una paliza por su culpa, pero no lo lamenté. Laurel me había dado un billete de cien. –Hoy dijo que Laurel se estaba muriendo. ¿Qué quiso decir con eso? -Fue a verme para que investigara por qué nadie le daba trabajo. Me dijo que se estaba muriendo. Yo no quería saber nada de ponerme a trabajar para un viejo maniático, pero por fin acepté. En el fondo soy muy sentimental. Creo que perdí el tiempo. -¿Le contó cosas de su vida? -No muchas. Miré, yo soy un psicólogo aficionado, nada más, pero me di cuenta de que era un hombre destruido. Él y Hardy habían sido dos grandes cómicos, pero nadie se acordaba de ellos. Muerto Ollie, el flaco se quedó tan solo como ese gato”.
En Triste, solitario y final, los diálogos son, en buena parte, los que marcan el pulso narrativo y en ellos están perfectamente diferenciadas las personalidades de un detective duro que viene de vuelta de todo y de un ingenuo periodista argentino, que jamás habría podido imaginar que su vida iba a volverse tan sumamente complicada por culpa de un viaje aparentemente inocuo. A diferencia del personaje de Chandler, el Marlowe de Soriano es un hombre desgastado al que los años lo han maltratado con dureza. Ya no es el detective resolutivo de antaño; los años lo han vuelto más huraño, más hundido, en definitiva, es un perdedor parodiado desde lo grotesco.
“A mediodía la gente se atropellaba en las veredas, corría hacia los bares para tomar café, entraba y salía de las oficinas. Soriano pagó el taxi y entro en el edifico donde alquilaba Marlowe. Cuando abrió la puerta, el detective estaba sentado frente a un hombre gordo, rubio, de mirada huidiza, que pestañaba tras los lentes sin marcos. Marlowe se puso de pie, ceremoniosamente, y habló en inglés. –Señor Frers, éste es el señor Osvaldo Soriano, mi socio. -Soriano estrechó la mano del hombre. Sonreía lo hacía muy bien. Se sentó. –Mi socio -agregó Marlowe- es el detective de la sucursal Pinkerton de Buenos Aires. Colabora conmigo mientras visita Los Ángeles. Es un profesional excelente. Richard Frers miró a Soriano, que seguía sonriendo. Se sacó los lentes y los limpió con un pañuelo. Estaba nervioso y no podía ocultarlo, aunque hacía esfuerzos por mostrarse sereno. Preguntó a Soriano: -¿Cree que podría averiguar lo que necesito? -Soriano puso cara de no entender, aunque no dejó de sonreír. –Seguro. El señor Soriano averiguará todo enseguida –dijo Marlowe, mirando al argentino que entonces entendió la pregunta de Frers. –Claro -dijo Soriano en inglés. Se había puesto serio y pálido. Sacó un cigarrillo. –Es poco hablador -concluyó el hombre, con un movimiento de cabeza.-Me gusta. Está lleno de charlatanes de feria este oficio. Perdonen si ofendo. -¡Oh no! -gritó Marlowe, levantando los brazos con un gesto ampuloso. -Lo que usted dice es muy cierto. Hay un solo inconveniente, señor Frers. El señor Soriano no se dedica habitualmente a estos casos algo…digamos…algo triviales para él. Sus honorarios son quinientos dólares. –Usted me dijo que me costaría quinientos todo el servicio -protestó el cliente, pero sin demasiada convicción. –Es cierto. No preví la intervención de dos profesionales a la vez. Tendrá que dejar quinientos ahora y el resto al terminar. –Ya le di doscientos -aclaró Frers. –Por supuesto -sonrió Marlowe-, tiene su recibo. Necesitamos otros quinientos para empezar. Los gastos los facturaremos al final. –Está bien -Frers sacó la chequera- Pagaré porque no soporto más esta situación. Quiero que terminen en un par de días. Un informe detallado, sin que nadie lo sepa, y mucho menos mi cuñado. Nada de violencia. Miren y vayan a contarme. –Lo tendremos informado -dijo Marlowe- No se preocupe. Somos discretos y pacíficos ¿Trajo la foto de ella? –Claro, aquí está. De un bolsillo de su saco extrajo un par de fotos. Ella era una rubia de rostro provocativo. Las cejas finas y largas formaban una curva perfecta sobre los ojos claros. Reía con maldad. Estaba volcando una copa sobre la cabeza de un hombre flaco y morocho que ponía cara de víctima. Junto a ella estaba Frers, frío e indefenso. Una silla había caído al suelo y sobre la mesa quedaban las huellas de una tormenta. Frers chasqueó la lengua. Había enrojecido súbitamente. La otra foto era más clara. Ella aparecía junto a su marido en el jardín de una mansión veraniega. No reía y su cuerpo estaba tenso como el de una niña caprichosa a la que no dieron permiso para ir al cine. Soriano tomó la primera foto y miró un rato los labios gruesos y firmes de la rubia. Estaban abiertos y la lengua asomaba como acompañando una palabra cruel. Había visto pocas rubias como ésa. Tendría unos treinta y cinco años escondidos tras el maquillaje. –Es hermosa, Marlowe, pero no me gusta -dijo el periodista en castellano. Se mordió el labio superior y movió la cabeza”.
Triste, solitario y final de Osvaldo Soriano es una novela en la que el propio escritor es un personaje; y retrata de una manera formidable el sendero de la decadencia de figuras (Stan Laurel y Philip Marlowe) que fueron perdiendo el brillo de su luz con el correr de los años.
Sobre el autor
Osvaldo Soriano (1943-1997) comenzó a trabajar en periodismo (Primera Plana, Panorama, La Opinión) a mediados de los años 60 y se dio a conocer como escritor en 1973 con su originalísima novela Triste, solitario y final. Si bien publicaría sus dos libros siguientes (No habrá más penas ni olvido y Cuarteles de invierno) durante su exilio en Europa, la aparición de ambos en la Argentina en 1982 lo convertirían in absentia en el autor vivo más leído de su país. Su retorno con la democracia y su rol como alma mater del diario Página/12 reforzarían aún más este vínculo con los lectores: cuatro novelas más (A sus plantas rendido un león, en 1986; Una sombra ya pronto serás, en 1990; El ojo de la patria, en 1992 y La hora sin sombra, en 1995) y cuatro volúmenes con sus mejores crónicas periodísticas (Artistas, locos y criminales, en 1984; Rebeldes, soñadores y fugitivos, en 1988; Cuentos de los años felices, en 1993 y Piratas, fantasmas y dinosaurios, en 1996) habrían de convertirlo en un clásico contemporáneo de la literatura argentina.
*Por Manuel Allasino para La tinta.