El pueblo amazigh lucha por su lugar en Túnez
A casi una década de la revolución tunecina, los amazigh, un pueblo originario del norte de África, sigue relegada, padeciendo la desigualdad mientras intenta preservar su cultura.
Por Pau González y Sam Kimball para El Salto Diario
Cerca del pueblo de Taoujout, un camino de tierra compacta lleva a una colina empinada hacia el asentamiento de casas de piedra encaramadas en su cima. En los puntos bajos, debajo del camino, las palmeras brotan entre jardines verdes. A solo seis millas del centro de la administración regional y de los lugares de interés turístico, Taoujout parece totalmente desconectado del mundo exterior, excepto por la carretera.
En la entrada del pueblo, una pequeña estructura cuadrada decorada con adornos de joyería tradicional sirve como centro cultural amazigh y escuela de idiomas. “Amazigh” es la palabra utilizada por los habitantes indígenas pre-árabes del norte de África para referirse a sí mismos. Ordinariamente, los árabes y europeos les han denominado bereberes, término que tiene sus orígenes en la palabra barbari, que significa bárbaro e incivilizado. Sin embargo, el lingüista Mohand Tilmatine, afirma que dicho concepto “no está reconocido por la población berberófona, que nunca lo usa como denominación propia”, y que “se considera, a juicio de los numerosos norteafricanos, a quienes se aplica como una palabra cargada de connotaciones negativas”.
En un escritorio vacío en el edificio, Ahmed Gwirah, presidente de la Asociación para la Preservación de los Pueblos Amazighs – Taoujout, habla de la historia de la marginación y el subdesarrollo de la comunidad amazigh: “La situación para nosotros, en Taoujout, fue mejor bajo los franceses. Construyeron mucho para nosotros, incluidos dos pozos. También construyeron los caminos que nos conectan (al exterior). Eso es desarrollo”.
Gwirah relata que después de la independencia de Túnez, los pueblos de montaña como el suyo, muchos de ellos de habla amazigh, fueron vistos como partidarios de Salah Ben Youssef, el archirrival político de Habib Bourguiba, primer presidente de Túnez y considerado padre de la independencia. También fueron el hogar de los fellagha, combatientes independentistas que atacaron puestos de avanzada de los colonizadores franceses, con quienes Bourguiba tuvo una relación cálida, incluso después de la independencia.
“La marginación real comenzó después de la independencia”, dice Gwirah, señalando que las autoridades gubernamentales construyeron nuevos asentamientos en las tierras bajas para los pocos pueblos de habla amazigh restantes. Apunta el caso de Zraoua, un pequeño pueblo de piedra en otra colina, a menos de ocho millas de Taoujout.
“El viejo Zraoua ahora está vacío de habitantes. Edificios y arquitectura amazigh, sin nadie viviendo allí. Las autoridades interfirieron con ellos después de la independencia. Cortaron el agua y la electricidad, y los obligaron a mudarse a Nueva Zraoua, en las llanuras de abajo”. Gwirah argumenta que trasladar a los rebeldes amazigh a estas aldeas recién creadas y quitarles las armas, era una forma de vigilarlos e integrarlos culturalmente en la mayoría de habla árabe, para consolidar el poder del Estado posterior a la independencia y el mandato de Bourguiba.
Gwirah explica que las leyes destinadas a delegar el poder a los municipios de un Estado altamente centralizado, se crearon con la adopción de la Constitución posrevolucionaria de Túnez, en 2014. Porque fue en Túnez donde se iniciaron las llamadas Primaveras Árabes, tras la movilización en 2011, que terminó con el mandato de más de 23 años de Ben Alí. Gwirah dudaba de la capacidad que dicha revolución tendría para lograr un cambio positivo y real en el sureste de Túnez, donde viven las últimas comunidades amazigh, pues la concentración de riqueza y poder prevalecen en el norte del país. “Las áreas del norte y la costa no se parecen en nada al sur. Las administraciones, el dinero y el desarrollo están en la capital”, resume.
En Nueva Zraoua, Ali Zieda, fundador de la Asociación Azro para la Cultura Amazigh, se sienta en una tienda cerrada, en la calle principal. El pueblo parece abandonado, con casi todos los residentes resguardándose en sus casas del sol del mediodía. Dice que los amazigh, en el pueblo, han estado protestando y recibiendo algo de atención del Estado.
“Después de la revolución comenzamos a tomar medidas –explica-. Formamos esta asociación, que habría sido ilegal antes. En el pueblo no teníamos escuela secundaria. Todos los niños tuvieron que estudiar en otras ciudades. Así que hicimos una gran sentada en Matmata, y finalmente el gobierno nos construyó una escuela secundaria”.
Las protestas han traído otras modestas mejoras a la aldea, como los médicos, que solían venir a trabajar a la clínica local una vez por semana. Ahora vienen tres veces por semana. Nueva Zraoua no tenía farolas. Ahora, dice, han presionado al Estado para que instale algunas.
Ali cree que el mayor progreso, sin embargo, ha sido en la preservación cultural. Cuenta cómo sus aldeanos fueron los primeros en producir rap amazigh. Su asociación, Azro, introdujo el uso del Tifinagh (el alfabeto amazigh), que una vez fue prohibido, y enseñó a los niños a leer y escribir en él.
A solo unas pocas millas de distancia, en Matmata, el centro municipal del área que comprende las aldeas amazigh, la infraestructura está en mejores condiciones, con un centro de salud, caminos pavimentados y escuelas bien construidas. Sin embargo, el distrito de la ciudad tiene los indicadores de desarrollo más bajos de todo el sureste de Túnez. Matmata está lleno de hoyos tallados en la tierra del desierto, que sirvió como hogar para las trogloditas amazigh, y como telón de fondo para el planeta Tatooine de Star Wars. Sin embargo, no quedan hablantes amazigh. Matmata, un nombre tribal árabe, solía ser llamado Āthweb –“Buena tierra”- por los lugareños.
Rebab Benkraiem, presidente del municipio de Matmata, cuenta que a pesar de las nuevas libertades ganadas tras la revolución, todavía hay una sensación de marginación cultural para algunos amazigh. Esto, después de décadas de censura, donde escribir o hablar su idioma en público invitaba al arresto, o hasta al peligro físico.
“Incluso con los estudiantes que vienen de las aldeas amazigh a la escuela en Matmata, puedes sentir que se sienten menos que otros. Se pegan entre sí, y cuando hablan entre ellos en el idioma amazigh, y les preguntas qué están hablando, te dicen: ‘No es nada’”, señala.
Sentado a su lado, Ghaki Jalul, vicepresidente del Congreso Mundial Amazigh, explica: “Tienen cuidado con aquellos que no hablan su idioma. Es un temor (de represalia por hablar amazigh) que han heredado durante más de 100 años, y no será fácil deshacerse de ese miedo”.
Y desde el estallido de la revolución tunecina hace casi 10 años, que emanó de regiones marginadas que exigían empleo y desarrollo, ha habido pocos cambios. Benkraiem hace un balance: “Es cierto, después de la revolución los ciudadanos pueden expresarse. Pueden hacer demandas al gobierno. Pueden protestar. Pero en desarrollo no hay nada nuevo. No hay nuevos trabajos para nosotros”.
Jalul indica que la marginación de la región por parte de los gobernantes de Túnez se remonta mucho más atrás que Bourguiba. “Desde la época de los beys (gobernantes locales otomanos), Matmata fue marginada. El Estado solo envió recaudadores de impuestos a Matmata para recaudar de las tribus vecinas, y se fue una vez que se había hecho el cobro”. Riadh Bechir, presidente de la Asociación de Desarrollo y Estudios Estratégicos de Medenine, una ciudad en el sureste de Túnez, explica los fracasos del Estado, que dejó al sur del país empobrecido y subdesarrollado. En la década de 1970, el Estado construyó fábricas en Gafsa y Gabès (una ciudad cerca de Matmata), pero no lograron generar suficiente empleo para que las regiones prosperen, recuerda.
La negligencia ha dejado a las aldeas amazigh doblemente marginadas, causando la emigración de sus pueblos y aldeas ancestrales en busca de empleo, afirma Bechir. “Los pobladores de Chenini y Douiret (pueblos amazigh ahora vacíos) y de los que están alrededor de Tataouine, la mayoría han huido a la ciudad de Túnez por trabajo. La mayoría de los vendedores de periódicos en la capital son amazigh de allí”, señala. En su opinión, desde la revolución de 2011 la situación de desarrollo en el sur no ha mejorado. Esto, argumenta, se debe en gran parte a la falta de una gobernanza competente, un conflicto político que impide la implementación de reformas y préstamos internacionales que el gobierno ha tomado para pagar salarios, en lugar de utilizar recursos para el desarrollo del sur.
Soubeika Bahri, profesora tunecina de Lingüística en la Universidad de Colorado, Denver, y que se especializa en amazigh tunecino, piensa que la aceptación e incluso el interés en la cultura amazigh entre los tunecinos comunes ha mejorado enormemente, pero la geografía los mantiene en una posición precaria. “Los amazigh son la comunidad más vulnerable afectada por la división geográfica en la economía tunecina y la distribución de la riqueza”, remarca.
Y aunque Bourguiba y su sucesor, Ben Ali, se fueron, dice Soubeika, su ideología nacionalista árabe, que marcó el pluralismo cultural, se ha mantenido en el centro de la política nacional: “Entre los políticos, incluso aquellos considerados progresistas, hay una tendencia a folklorizar a los amazigh, en lugar de reconocer y enseñar su idioma y cultura, para no ser considerados separatistas”. “Pero los islamistas han supuesto el mayor cambio –explica-. Niegan el pluralismo étnico. Su concepto de la nación musulmana ha jugado un papel crucial en la supresión de la identidad amazigh”.
*Por Pau González y Sam Kimball para El Salto Diario / Foto de portada: EPA