La querella por el alma de Bolivia
La asociación entre el gobierno de facto y la ultraderecha logró postergar nuevamente las elecciones presidenciales, violando leyes internas y compromisos internacionales.
Por Sacha Llorenti para Nodal
Montada sobre el caballo cojo de un fraude inexistente, la derecha boliviana intenta emprender el camino de lo que es legalmente imposible: la proscripción del MAS-IPSP (Movimiento al Socialismo – Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos). Sin embargo, después de un cruento golpe de Estado, de masacres, de violaciones masivas de los derechos humanos, de la persecución despiadada, del “lawfare”, y considerando todo lo que está en juego, esa amenaza no debe ser tomada a la ligera.
Parte de su estrategia es la inauguración de una etapa de la narrativa de odio en contra del MAS-IPSP. No es algo nuevo, como la gota que intenta labrar la piedra. Desde hace mucho tiempo, y desde varios medios de comunicación, políticos, analistas y periodistas han insistido en construir una matriz comunicacional de permanente estigmatización del partido y de sus militantes.
La quema de la Whipala, la golpiza a indígenas en las ciudades más importantes, la quema de casas de dirigentes del MAS-IPSP, la organización de grupos paramilitares y el golpe de Estado no surgieron espontáneamente. Tampoco las masacres, la persecución y su justificación son solo producto de cierta inclinación patológica a la violencia: son parte de un proyecto diseñado de escarmiento y sometimiento.
Durante los 14 años del gobierno de Evo Morales, se desplegó una campaña que empezó con el discurso de odio. El constante objetivo es la normalización del rechazo contra el MAS-IPSP y contra los masistas para criminalizarlos. “Los salvajes”, “las hordas”, “las huestes”, los “grupos afines al MAS”, “los allegados al masismo”, eran responsables de todo lo malo.
Si bien es posible que estos elementos sean comparables con otros de polarización política, signada por la clase social, en el caso boliviano, el elemento más importante de esta dinámica está basado en la etnicidad. Es decir, la campaña contra el MAS-IPSP está cimentada en uno de los principios organizacionales de la sociedad colonial y neocolonial, que era contar con una sociedad segregada y con una jerarquía basada, en gran medida, en el capital étnico. Esa especie de apartheid que regulaba el ascenso social basado en la trilogía del color de piel, el idioma materno y el apellido.
El MAS-IPSP: el partido que no lo es
Para entender el odio al MAS-IPSP, hay que entender qué es el MAS-IPSP. El Movimiento al Socialismo -Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos-, nombre con el que el partido está legalmente inscrito, nació en 1995, cuando la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, la Confederación de Mujeres Campesinas de Bolivia Bartolina Sisa y la Confederación de Comunidades Interculturales de Bolivia tomaron una decisión histórica: la construcción de su propio instrumento político, dar el salto cualitativo de la lucha sindical a la lucha electoral.
Al principio, se intentó inscribir al partido con el nombre de Asamblea por la Soberanía de las Pueblos (ASP) y, luego, como Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP). Ambos esfuerzos fracasaron por una suerte de “proscripción preventiva”, realizada ilegalmente por la Corte Nacional Electoral de entonces. La sigla “MAS”, que ya estaba inscrita, fue cedida y utilizada para participar en las elecciones de 2002. Poco después, se añadieron las cuatro letras que, en realidad, representan la identidad histórica del movimiento: IPSP.
Entonces, el MAS-IPSP es más que un partido político, es un instrumento de los movimientos sociales. Nace de la decisión de las organizaciones sociales indígenas y campesinas más importante del país. Ese es su núcleo, pero no su límite. El MAS-IPSP es una alianza de movimientos sociales rurales y urbanos que se expande y se contrae, de acuerdo con la coyuntura, y que ha logrado vencer electoralmente con 53,74 por ciento (2005), 64,22 por ciento (2009), 61,36 por ciento (2014) y 47,08 por ciento (2019). Datos que por sí solos destruyen el intento propagandístico de calificar al gobierno de Evo como una tiranía o una dictadura.
Durante sus 14 años en el poder, y sin dejar de reconocer los errores cometidos, el MAS-IPSP logró estabilidad política, crecimiento económico y desarrollo social. El PIB creció de 9.500 a 40.500 millones de dólares; la inflación tuvo un promedio de 1,5 por ciento; las Reservas Internacionales crecieron de 1.700 a 8.900 millones de dólares; la inversión pública creció 629 a 4.400 millones de dólares; la deuda pública se redujo de 51 a 25 por ciento con relación al PIB; el salario mínimo creció de 54 a 300 dólares mensuales; el desempleo bajó de 8,1 a 4,3 por ciento; la esperanza de vida subió de 64 a 73 años; el índice de Gini bajó de 0,60 a 0,46; Bolivia fue clasificada por la ONU por primera vez como país de “Desarrollo Humano Alto”.
El MAS-IPSP es la consecuencia de la historia corta de los movimientos sociales indígenas y campesinos, y de la historia larga que pasa por los levantamientos populares de principios del siglo XXI y de la década de 1990; del indianismo de 1970; del fracasado proceso de la revolución de 1952 y de las gestas de Pablo Zárate Willka, Julián Apaza y los hermanos Katari.
El pavor a la igualdad
Sin embargo, así como existe continuidad histórica en la lucha de los pueblos indígenas en Bolivia, también existe una pervivencia de los métodos con los que la élite ha pretendido y pretende mantener o recuperar sus privilegios.
La palabra “masista” sustituye a la de “indio” o “indiada”, y en ella se esconde el racismo que impulsa una élite resentida por los avances económicos y sociales de quienes, hasta hace 14 años, estaban en las periferias, no solo del poder, sino de las ciudades, de las oficinas públicas, de la cultura, de sus centros comerciales, de sus barrios, de sus escuelas. Tema digno de estudio desde la sociología de la memoria.
Además, al transformar el Estado, el MAS-IPSP rompió el estigma que asociaba a la izquierda nacional con la mala administración, la hiperinflación, la inestabilidad política, la división interna, la derrota o la claudicación de ideales para alcanzar el poder. Mantuvo, en la medida de las posibilidades globales, su carácter anticapitalista, anticolonialista y antiimperialista.
Por supuesto que el objetivo de la derecha es desmontar el Estado Plurinacional, reconstruir la estructura de poder y dominación política, económica, social y cultural; para ello, inevitablemente, intentarán rearticular las estructuras de violencia, discriminación, desigualdad y subordinación.
La derecha boliviana ha demostrado ser inmune a las transformaciones sociales y tenerle pavor a la igualdad. Esa derecha representa a una élite que asume al control del poder como un derecho inherente a su condición y siempre ha entendido la transferencia de ese poder como una suerte de “adelanto de legítima”, es decir, como una herencia natural transmitida en vida.
La querella por el alma
Que el pasado cercano o lejano nos sirva de alerta. Si las elecciones no satisfacen sus intereses, la derecha boliviana no dudará en intentar ejecutar golpes de Estado o emprender aventuras separatistas para mantener sus privilegios.
Del resultado de la elección prevista para el 18 de octubre, dependerá quién controla los recursos naturales y las empresas estratégicas, quién se beneficia del excedente económico, quién negocia ante el FMI en nombre de los bolivianos; se definirá si se continúa el camino de la erradicación de la pobreza, de la lucha contra la desigualdad; en síntesis: se dirimirá si se trunca o no el proyecto de una Bolivia como una comunidad con un destino común construido por todas y todos.
Por eso es que la persecución, los intentos de proscripción y los esfuerzos por impedir las elecciones no son meros rasgos de la política coyuntural, sino que representan la larga querella por el alma, por la esencia, de ese lugar que hoy llamamos Bolivia.
*Por Sacha Llorenti para Nodal / Foto de portada: AP