El tiempo no está de nuestra parte en Libia
El país del norte de África está al borde de la guerra abierta. El control del territorio y el petróleo es disputado por Egipto, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, Francia, Rusia y Estados Unidos.
Por Vijay Prashad para CounterPunch
Ahmed, que vive en Trípoli, Libia, me envía un mensaje de texto, en el que dice que la ciudad está más tranquila que antes. El ejército del general Jalifa Haftar, que controla gran parte del este de Libia, se ha retirado de la parte sur de la capital y ahora se ha hecho fuerte en la ciudad de Sirte y en la base aérea de Jufra. La mayor parte de la población libia vive a lo largo de la costa del mar Mediterráneo, que es donde se localizan las ciudades de Trípoli, Sirte, Bengasi y Tobruk.
Haftar, que fue, en otro tiempo, íntimo de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), sigue ahora emprendiendo una guerra aparentemente interminable y brutal contra el Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), reconocido por las Naciones Unidas, con sede en Trípoli y dirigido por el presidente Fayez Al Sarraj. Para enmarañar aún más las cosas, Haftar toma su legitimidad de otro gobierno, con sede en Tobruk, que está formado por la Cámara de Representantes (CR).
Ahmed dice que el silencio es engañoso. Las milicias continúan patrullando las calles a lo largo de la avenida Salah Al Din, cerca de donde vive, donde puede anticiparse el repiqueteo de los disparos.
El 8 de julio, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, hizo una declaración que podría haberse emitido en cualquier momento de la última década. “El tiempo no está de nuestra parte en Libia”, anunció. Expuso la serie de problemas a que se enfrenta el país, incluido el conflicto militar, el estancamiento político entre el GAN y la CR, el número de desplazados internos (400.000 de siete millones de habitantes), los continuos intentos de los migrantes de cruzar el mar Mediterráneo, la amenaza de la COVID-19 y los “niveles sin precedentes” de “injerencia extranjera”.
El Consejo de Derechos Humanos de la ONU aprobó una resolución para enviar una misión de investigación a Libia, que examine las violaciones de derechos humanos perpetrados en esta guerra, incluidas las fosas comunes encontradas en Tarhuna. La credibilidad del Consejo está en duda. Una anterior comisión de investigación para Libia, constituida en 2012 para estudiar los crímenes de guerra durante 2011-2012, se cerró debido en gran parte a que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se negó a cooperar con la investigación. Una segunda misión, auspiciada en marzo de 2015, cerró sus trabajos en enero de 2016 con el acuerdo político que creó el Gobierno de Acuerdo Nacional.
Guterres no mencionó la guerra de la OTAN de 2011. Me informan que quiere nombrar un Representante Especial junto con la Unión Africana y que le gustaría llevar a cabo una revisión completa de la misión de la ONU. Todo eso está muy bien, pero carece de lo esencial: una mirada honesta a la guerra que la OTAN provocó en el país, fomentando un conflicto que parece no tener fin.
Injerencia extranjera
Las declaraciones sobre Libia están plagadas de evasivas. Los términos de “injerencia extranjera” y “esfuerzos respaldados por el extranjero” aparecen incluidos en las conversaciones y declaraciones oficiales sin ninguna clarificación. Pero todos saben bien lo que está pasando.
Le pregunto a Rida, que vive en Bengasi (ahora bajo el control del general Haftar), qué piensa de esas frases. “Todos sabemos lo que está pasando”, me dice a través de un mensaje de texto. “El gobierno en Trípoli está respaldado por Turquía y otros; mientras que Haftar cuenta con el apoyo de Egipto y otros”, escribe.
En el fondo, dice, esta es una disputa entre dos potencias regionales (Turquía y Egipto), así como una competencia entre la Hermandad Musulmana (Turquía) y sus adversarios (Egipto y los Emiratos Árabes Unidos). Mezclados con todo esto, hay una serie de contratos para llevar a cabo perforaciones en alta mar en el este del mar Mediterráneo, que también involucran a Chipre y Grecia.
No parece ser suficiente que este sea un conflicto regional. Hay pruebas acumuladas de que el general Haftar está contando con los apoyos de mercenarios armados (de Rusia y Sudán) y por envíos de armas desde Francia, mientras que Estados Unidos parece haber asegurado sus jugadas con el apoyo a ambas partes en el conflicto.
El año pasado, las fuerzas del general Haftar se movieron rápidamente hacia Trípoli, pero finalmente fueron rechazadas por la intervención de Turquía (que proporcionó ayuda militar al gobierno de Trípoli, así como mercenarios sirios y turcos).
A finales de diciembre, Turquía suscribió formalmente un acuerdo militar y de seguridad con el GAN, con sede en Trípoli, lo que permitió que los turcos le transfirieran equipos militares. Este acuerdo rompió los términos de la resolución 2292 de la ONU, de 2016, recientemente reafirmada en la resolución 2526. Egipto y los Emiratos Árabes Unidos han estado suministrando abiertamente armas a Haftar.
Las fuerzas del gobierno de Trípoli se han trasladado ahora a la ciudad costera central de Sirte, que se ha convertido en el punto caliente de esta lucha.
El gobierno de Tobruk, que respalda al general Haftar, y un consejo de tribus pro-Haftar, instaron al general egipcio, Abdul Fatah Al Sisi, a intervenir con todo el potencial de las fuerzas armadas egipcias en caso de que Sirte caiga ante el gobierno respaldado por Turquía. El simulacro militar de Egipto, llamado Hasm 2020, se produjo junto con el anuncio de maniobras (Navtex) de la marina turca frente a la costa libia.
Es una situación muy peligrosa, una guerra de palabras que se intensifica entre Turquía y Egipto: este último país acaba de trasladar equipos militares a su frontera con Libia.
Petróleo
Por supuesto, el petróleo es una parte importante de la ecuación. Libia dispone, al menos, de 46.000 millones de barriles de petróleo crudo dulce; este petróleo es muy valioso para Europa debido a sus bajos costes de extracción y transporte. Países como los Emiratos Árabes Unidos, que están presionando por el embargo del petróleo libio, se benefician de la retirada del petróleo libio, iraní y venezolano de los ya reducidos mercados petroleros mundiales. La Corporación Nacional de Petróleo de Libia (CNP) ha detenido las exportaciones de petróleo desde enero: la producción de petróleo de Libia, desde aproximadamente 1,10 millones de barriles por día, ha caído hasta casi 70.000 barriles por día.
Ni Haftar ni el Gobierno de Acuerdo Nacional en Trípoli pueden decidir nada respecto a la exportación de petróleo del país. El petróleo no ha salido del país durante la mayor parte de los últimos seis meses, con unas pérdidas, según la CNP, de aproximadamente 6.740 millones de dólares. El general Haftar controla los principales puertos petroleros del este, incluido Es Sider, y varios campos petrolíferos clave, entre ellos, el de Sharara.
Ninguna de las partes quiere que la otra se beneficie de las ventas de petróleo. Las Naciones Unidas han intervenido para tratar de resolver las diferencias, pero, hasta ahora, ha habido progresos muy limitados. Todo el conflicto se basa en la creencia de que cualquiera de las partes está pensando que podría ganar una victoria militar y, por lo tanto, apoderarse de todo el botín; nadie está dispuesto a comprometerse a nada, ya que cualquier acuerdo de este tipo significaría una partición de jure del país en sus mitades oriental y occidental, con la media luna petrolera dividida entre las dos.
Zona desmilitarizada
El secretario general de la ONU, Guterres, se ha rendido ante la realidad. En su reciente declaración sobre Libia, enumeró una serie de “esfuerzos de desescalada, incluida la creación de una posible zona desmilitarizada”; esta “zona de desmilitarización” se trazaría probablemente en algún lugar cerca de Sirte, dividiendo efectivamente Libia en dos partes.
Ni a Ahmed ni a Rida les gustaría que su país se dividiera, que su petróleo se desviara luego a Europa y sus riquezas fueran saqueadas por los oligarcas de ambos lados. Sí, en 2011, no se sentían muy cómodos con el gobierno de Muammar Gadafi; pero ambos lamentan ahora una guerra que ha destrozado a su país.
*Por Vijay Prashad para CounterPunch / Traducción: Sinfo Fernández / Foto de portada: Mohamed Messara – EFE