Resolución IHRA: abrir las puertas para criminalizar a quienes critican al Estado de Israel
Por Leandro Albani para La tinta
El 8 de junio pasado, la Cancillería Argentina publicó la resolución 114/2020, mediante la cual se adopta la definición de Antisemitismo de la Alianza Internacional para la Rememoración del Holocausto (IHRA, por sus siglas en inglés). La definición que asumió el Estado argentino señala textualmente que el antisemitismo es “una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto”.
Cuando se conoció esta noticia, en el país se levantaron voces que alertaron sobre las implicancias que una resolución de este tipo puede tener hacia futuro. En una carta dirigida al canciller Felipe Solá, decenas de personalidades –entre las que se encuentran el Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, y Nora Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora- indicaron que, con la resolución, “no queda muy claro por qué se considera que esto significa que la definición de antisemitismo se equipara con antisionismo”.
“No es ilógico pensar que esto podría dar lugar a una serie de interpretaciones que –como ha sucedido en muchas ocasiones- lleva a impedir denuncias sobre violaciones de derechos humanos, ocupación ilegal de territorios o aplicación de políticas avasalladoras de la dignidad humana, como viene ocurriendo desde hace más de siete décadas con el caso del pueblo palestino, entre otros temas”, remarcaron los firmantes de la misiva.
La resolución de la Cancillería despertó un debate sobre el peligro de acusaciones penales o condenas públicas a quienes defienden el derecho de los palestinos y las palestinas a sus tierras originarias, ocupadas ilegalmente por el Estado israelí.
La tinta habló sobre este tema con David Comedi, investigador principal del CONICET en Física y miembro y portavoz, en Argentina, de la Red Internacional Judía Antisionista (IJAN). Además de la profunda explicación que Comedi hace sobre la resolución aprobada, también se refiere a la utilización de varios términos (entre ellos, antisemitismo y sionismo) por parte de la dirigencia israelí a lo largo y ancho del mundo.
A su vez, Comedi brinda un panorama de la actualidad en el Estado de Israel y en Palestina, situaciones cruzadas por los intentos de anexión de Cisjordania por parte del gobierno israelí. Este nuevo avance de Tel Aviv sobre el territorio palestino fue permitido luego de que el primer ministro Benjamín Netanyahu y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmaran el denominado Acuerdo del Siglo, el cual nunca fue discutido con la parte palestina.
—¿Qué significa la resolución aprobada por Cancillería Argentina?
—Depende. Este tipo de resolución, que es la adopción de una definición de antisemitismo, lo que busca –por lo que sabemos, por sus antecedentes- es abrir la puerta para que se pueda, con mayor facilidad que antes, criminalizar a la posición antisionista, a quienes critican y condenan al Estado de Israel por los crímenes de limpieza étnica, de apartheid y crímenes de guerra que lleva a cabo en Palestina.
¿Cómo sabemos eso? Por sus antecedentes. Es como un criminal que sabés que es un criminal, pero que, por ahí, ahora se porta bien, pero nunca lo sabés del todo. Lo que dice mucha gente adepta a este gobierno es que adhirió a la definición, pero que no va a ir más allá. La definición en sí misma no menciona ni al Estado de Israel ni al antisionismo, y ni siquiera al sionismo. Pero es una definición ambigua. Por ejemplo, menciona el ataque a las instituciones judías, pero, por institución, muchas veces, se pone al Estado de Israel, que mucha gente llama el Estado judío. Eso es lo que pasó en otros lugares, hay antecedentes: por ejemplo, han destruido la carrera política de Jeremy Corbyn en Inglaterra por defender los derechos palestinos. Por eso, las reacciones nuestras son de alerta. Habría que preguntarle a un abogado por el aspecto legal y hasta qué punto podría ser utilizado como forma de molestar a la gente. Y no digo de meterla presa, pero nomás que te pongan una denuncia penal encima es un dolor de cabeza, es toda una historia. Te puedo decir que, de facto, ya deben estar callando muchas voces sólo por intimidación.
Por otro lado, ya ha servido para provocar una respuesta intensa. Por ejemplo, la organización sionista argentina ya amenazó con usar la nueva definición de antisemitismo para mover una acción judicial contra los legisladores del Frente de Izquierda de los Trabajadores (FIT) y ellos sacaron unos comunicados bastante intensos, que nosotros, desde la IJAN, hemos manifestado apoyo, solidaridad y también los hemos felicitado pues, a pesar de haber cometido un error grave, tal vez porque se dejaron envolver o porque pensaron que no era estratégicamente el momento de oponerse, terminaron condenando contundentemente esta definición de antisemitismo y sus objetivos espurios.
—Después de que se aprobó la resolución por parte de Cancillería y con las voces críticas que surgieron, apareció otra vez el debate sobre el término antisemita. ¿Cómo ves esa cuestión terminológica?
—La palabra antisemitismo fue acuñada por un antisemita, un antijudío alemán, Wilhem Marr, precursor de la teoría de la raza germánica, la cual estaría amenazada por la raza judía, idea que después fomentaría Adolf Hitler. A fines del siglo XVIII, empiezan los estados-nación y todos los pueblos que empiezan a organizarse en ellos, y, en Alemania, este tipo dice que los judíos son un caso digno de sospecha, porque ellos son extranjeros, son una nacionalidad aparte, son el “pueblo judío”. Es el concepto de pueblo judío, que lo usa mucho la corriente protestante evangélica en Europa, ya desde los siglos XV y XVI; se usa mucho el término de pueblo judío, el pueblo errante, que un poco tiene que ver con las grandes expulsiones que ocurrieron por intolerancia religiosa. Pero después de muchas generaciones, llamar a una persona “extranjera” por el sólo hecho de ser descendiente de alguien que fue expulsado, o de un refugiado o migrante, como si llamáramos “extranjeros” a los hijos o nietos de italianos, sería considerado xenofóbico.
En esa época, los judíos son tomados por Marr como un pueblo digno de sospecha, extranjeros de una nacionalidad distinta. Él asegura que no se pueden integrar, por eso hay que expulsarlos u oponerse o luchar contra ellos. Así surge la palabra “antisemita”, inventada por un antisemita. Antisemita en el significado que él le da. Pero la palabra está mal elegida, porque semita representa una cultura asociada a lenguas. La primera vez que se utilizó la palabra semita fue en el contexto de la región de El Levante, donde se hablaban muchas lenguas: el arameo, el hebreo, pero también está el árabe, el fenicio. Si vamos a guiarnos por el origen de la palabra, la mayoría de los semitas no son judíos y se puede decir que muchos judíos ni siquiera son semitas. El judaísmo se pasa de generación en generación, no siempre por una cuestión genética; a veces, por una cuestión de conversión religiosa, hay gente que, por ejemplo, viene de pueblos con otras culturas, como los jázaros –esto lo dice el historiador israelí Shlomo Sand-, donde hay evidencias que ese pueblo, por orden del rey, se convirtió en masa al judaísmo, y que muchos de los que hoy se llaman ashkenazi –los judíos originarios de Alemania, de Europa Occidental, de Rusia- vienen de ahí.
Hay estudios de ADN, pero, ahora, en el siglo XXI, no le damos tanta importancia a esa cuestión genética. Utilizar la palabra semita para designar a un pueblo, que además también es un mito, porque no se trata de un pueblo (el “pueblo judío”), sino europeos de fe o de ascendencia judía, es una forma despectiva para discriminarlos y después decirles que no son germánicos, etcétera, sino “semitas”, es un concepto que tendría que ser abolido. Se demostró que la cuestión de raza ya ni se sustenta científicamente. Eso tampoco designa una raza, sino una cultura y las culturas cambian con las generaciones, entonces, no tiene sentido más que para discriminar, denigrar y cercenar la libertad de personas.
Pero el sionismo adopta esa palabra de brazos abiertos, porque hace alusión a El Levante, a la tierra palestina. El sionismo surge como respuesta a lo que ellos, en ese momento, llamaban antisemitismo, es decir, a la judeofobia, al antijudaísmo. Entonces, argumentan que, como no los dejan integrarse, van a hacer su propio Estado. Theodor Herzl, el padre del sionismo, que escribe el libro El Estado judío en 1896 y que convoca al Primer Congreso Sionista Mundial en Basilea en 1897, habla muchísimo de los antisemitas. Y dice: vamos a convertirlos en nuestros aliados, porque ellos van a provocar el desplazamiento de masas judías desde Europa al Estado judío.
En resumen, la palabra, por un lado, está mal definida. Por otro lado, fue definida por una persona que habría que condenarlo más que asumir sus definiciones. Pero, como vemos, tiene un significado estratégico para el sionismo y, por eso, la difunde todo lo que puede.
—Si tenés que explicar el sionismo de forma sencilla, ¿cómo lo harías?
—El sionismo es una ideología política, que surge a fines del siglo XIX como respuesta al antijudaísmo, que era bastante intenso en aquella época en Europa Occidental, en Francia, en Alemania, en Rusia. Y promulga la creación de un Estado judío, establece el postulado de que el judaísmo es una nacionalidad, que es distinta a la de los pueblos donde están los judíos, y que, por lo tanto, tienen que empezar su propio nacionalismo. Para eso, toma elementos de lo peor del colonialismo europeo, que es la idea de llevar la civilización occidental a costa del desplazamiento del pueblo originario donde se establezca el Estado. Y elige Palestina como lugar definitivo, y, por lo tanto, es una condena de muerte al pueblo palestino. Establece que el judío tiene que irse de los países donde vive, se autodiscrimina, e impone una identidad judía nueva, que es nacionalista, por medios muy agresivos. Y al mismo tiempo, por perseguir al pueblo originario de Palestina por el hecho de no ser judío, y de discriminar quién tiene derechos y privilegios en base a si es judío o no es judío, se puede decir que el sionismo es claramente una forma de racismo. Tiene elementos de colonialismo, que se define como colonialismo de asentamiento, porque va destruyendo los vestigios de la civilización que está presente en el territorio que va a colonizando. A su vez, va imponiendo una nueva cultura, nuevos poblados y establece un sistema de apartheid, que es el Estado de Israel hoy en día, donde hay una supremacía judía a costa del pueblo originario de Palestina.
Cuando surgió el sionismo, por todos estos motivos, tuvo una fuerte oposición de los judíos en todo el mundo. Por ejemplo, un argentino-judío o un estadounidense-judío se sentía judío, pero sin otra nacionalidad que argentino o estadounidense. No se sentía de una nacionalidad distinta. Se estaban viviendo épocas donde las sociedades estaban abandonando la religión, influenciadas por el iluminismo, y buscaban la democracia, los derechos humanos, la libertad, la igualdad, la fraternidad. Se supone que esa debía ser la forma de combatir al racismo que existía contra los judíos o cualquier racismo. Con el triunfo del nazismo en Alemania, también hay un aumento del apoyo al sionismo por parte de muchos judíos. Hoy en día, la mayoría de los judíos son sionistas de alguna manera, pero diría que la mayoría de los sionistas no son judíos. Como ejemplo está todo el movimiento evangélico.
—En Estados Unidos, hay un movimiento sionista no judío muy grande.
—Exacto. Son muchos más en número y, muchas veces, son mucho más sionistas que muchos de los judíos, sobre todo, las nuevas generaciones de Estados Unidos. Una importante y creciente minoría de la nueva generación de judíos no se siente tan identificada con el Estado de Israel ni con el sionismo. Es verdad que los motivos por los cuales diferentes personas adhieren al sionismo son distintos. Algunos por motivos religiosos, como los evangelistas. En Inglaterra, por lo menos un siglo antes de que Herzl publicara su libro, existía un movimiento cristiano sionista (el movimiento restoracionista), mucho antes que a los judíos se les hubiera ocurrido. Promovían la idea que los judíos tenían que volver a ser como el pueblo hebreo de la biblia y redimirse, volviendo a su tierra bíblica, y que eso traerá la segunda venida de Jesús, y esos judíos van a perecer y ser quemados en el infierno. Esa es un poco la idea. Ellos aún apoyan el sionismo, porque dicen que así se acaba la herejía judía, de alguna manera.
Por lo tanto, el sionismo es una forma de antijudaísmo. Y cuando dicen que se defienden de los antisemitas, en realidad, están adoptando sus ideas y se autodiscriminan, se tienen que encerrar en un gueto –que es el Estado de Israel-, tener un ejército fuerte, armas nucleares que, dicho sea de paso, son utilizadas para fomentar los intereses imperialistas en la región y más allá.
—¿Cómo ves que el Estado de Israel maneje estas cuestiones de términos tan sensibles?
—Es un manejo medio básico. Lo que hacen, constantemente, es acusar de “antisemita”, o sea, de antijudío, a cualquier persona que condene las políticas antipalestinas, pero también antiárabes, del Estado de Israel. El Estado de Israel ha bombardeado no sólo Gaza y Cisjordania, sino que ha destruido grandes partes de El Líbano varias veces, Jordania, ha bombardeado muchos países árabes y casi nunca ha sido en defensa propia. Siempre ha sido para imponer una hegemonía en la región. Todas esas políticas antiárabes y antipalestinas las defienden con el argumento de que quien se oponga a sus políticas es porque, en el fondo, son antijudíos, antisemitas. Incluso, han dicho que los propios palestinos son antijudíos. Hubo alguno que otro palestino antijudío, como Amin Al Husayni –que es un personaje palestino polémico que existió en las décadas de 1920, 1930 y 1940-, y que personalmente terminó buscando alianza en el nazismo para luchar contra el sionismo. Pero el nazismo, de alguna manera, veía con simpatía al sionismo, porque era una forma de cumplir con sus ideas de llevarse a los judíos de Europa. Hay un capítulo del nazismo donde se reúnen con líderes sionistas, justamente para negociar el traslado de judíos adinerados a Palestina con productos alemanes de alto valor: es el Acuerdo de Haavará, que es un acuerdo de transferencia, que sirvió para crear una gran parte de la infraestructura industrial del proto-Estado de Israel en la década de 1930. Este es un capítulo que lo tratan de meter debajo de la alfombra y dicen que era para salvar a los judíos del genocidio nazi, pero es una gran mentira. Por un lado, no se sabía que iba a ocurrir un genocidio y, además, la negociación de este acuerdo incluía que se podían ir un reducido número de alemanes judíos, los más adinerados, con sus bienes adquiridos en Alemania, lo que significó una forma de romper el boicot internacional que existía contra los bienes de Alemania por haber abrazado al nazismo. De esa manera, al proletariado judío lo dejaron totalmente abandonado. No fue un rescate de judíos, fue, más que nada, una negociación entre dos regímenes que tenían cierto grado de afinidad: el sionismo y el nazismo. El líder sionista encargado de negociar ese acuerdo de Haavará, Haim Arlozorov, fue asesinado y se metió todo debajo de la alfombra. Pero los bienes alemanes, como máquinas industriales de alto porte, fueron llevados a Palestina.
Es una gran mentira decir que el antisemitismo, o, más correctamente, el antijudaísmo o judeofobia, se manifiesta a través de la crítica o condena a todas estas políticas del Estado de Israel, racistas, colonialistas y que tienen un registro enorme de violaciones a los derechos humanos, de crímenes de guerra, incluso, con acusaciones de crímenes de lesa humanidad, que es el apartheid, o de genocidio. Estas denuncias no tienen motivaciones antijudías, sino que tienen que ver con el respeto a la vida, a la diversidad, con una oposición legítima al racismo sionista. Todo esto es un deber de cualquier persona que busque la justicia. Como no tienen argumentos, dicen que los palestinos son antijudíos. En realidad, es al revés: la causa sionista es antipalestina.
—¿Qué opinás del plan de anexión de Cisjordania?
—Es el nuevo capítulo del famoso Acuerdo de Oslo (1993), que, para los palestinos, era un camino a la solución de los dos estados. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) reconocía la existencia del Estado de Israel, los límites de la línea verde establecidos en 1948, y el Estado de Israel reconocía a la OLP como interlocutor. Lo que ocurrió fue que el Estado de Israel empezó a colonizar y a poner colonos en las zonas de Cisjordania y Gaza, que debían ser sede de un futuro Estado palestino. Israel justificaba esto diciendo que lo tenían que hacer por seguridad. Uno de los negociadores palestinos, en ese momento, dijo que era como estar negociando cómo se iban a distribuir una pizza mientras una de las partes se estaba comiendo toda la pizza. Eso fue lo que pasó durante los años después de Oslo. Y se creó la Autoridad Nacional Palestina (ANP), una forma de autogobierno palestino. A partir de la firma de ese acuerdo, el Estado de Israel se dedicó a provocar y continuar el avance del frente colonizador en Cisjordania. Hoy en día, tenemos más de 600 mil colonos israelíes judíos en Cisjordania, incluyendo Jerusalén del Este. Posteriormente, ese acuerdo se reveló como una estrategia del colonialismo sionista para poder colonizar, incluso, utilizando a la ANP como elemento colaborador. Porque la ANP tiene una policía, encargada del orden, que fue frenando cualquier resistencia a la colonización. Entonces, fue un negocio redondo para el sionismo.
¿Qué pasa hoy con Trump? Trump dice que fracasaron las “negociaciones” de Oslo, que los palestinos “perdieron todas las oportunidades que les dieron”. Como decía Abba Eban, un viejo negociador sudafricano-israelí y que fue ministro del Exterior del Estado de Israel, “los palestinos nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad”. En realidad, lo que estaba ocurriendo era que se ponía algo imposible en las cláusulas del “acuerdo”, para que los palestinos no pudieran decir que sí. No puede haber una negociación entre dos fuerzas tan desiguales: hay una que impone condiciones, porque tiene todas las armas. Aparte, Estados Unidos nunca fue un intermediario legítimo, porque siempre fue una potencia imperialista que apoyó al sionismo.
Ahora con Trump, dicen cínicamente que Oslo fracasó y que, para salir del estancamiento, se va a hacer “un nuevo acuerdo de paz”. Pero llaman a los palestinos y les dicen lo que van a hacer: la anexión de Cisjordania, la legitimación de la anexión que hizo el Estado de Israel de los Altos del Golán en Siria, la legitimación de la ocupación de Jerusalén Este, Estados Unidos pone su embajada en Jerusalén, reconocen a esta ciudad como “la capital eterna del pueblo judío”.
Eso es decirles a los palestinos que firmen su rendición. No es un acuerdo de paz, es una provocación, un documento de capitulación. Pero los palestinos dicen que no van a levantar la bandera blanca y siguen con sus reivindicaciones, saben que han sido engañados durante años con el Acuerdo de Oslo, porque, mientras creían estar negociando, Israel ha avanzado su frente colonizador y han perdido un montón de territorio y recursos naturales.
Ahora, hay una gran discusión en la sociedad palestina sobre qué modalidad de lucha hay que tomar. Hay una nueva generación que no se rinde, tanto en Palestina como en el exilio. Los partidos políticos palestinos más importantes declararon que se unen a pesar de sus diferencias, para encontrar una estrategia común y oponerse a este avance del imperialismo y del sionismo. Una de esas estrategias es el movimiento global por el Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) al Estado de Israel, que sigue el llamado palestino de 2005 y que se inspira en el movimiento antiapartheid con el mismo nombre, que ayudó a derribar el apartheid de Sudáfrica en la década de 1990.
Lo que se debe entender es que la expansión colonial de Israel va en desmedro alevoso del derecho internacional, que establece que no se puede adquirir territorio por la fuerza. Se puede conquistar temporariamente por cuestiones de seguridad, pero después no se pueden colonizar esos territorios. Finalmente, se tiene que negociar, a cambio de una paz, la devolución de dichos territorios. El Estado de Israel nunca hizo esto, sino que colonizó y violó el derecho internacional sistemáticamente. Y, en eso, la ONU fue clarísima al respecto, aunque sólo en palabras, nunca en sanciones. Es curioso, porque la ONU fue creada, a partir de la Liga de las Naciones, por los países que ganaron la Segunda Guerra Mundial. Por supuesto que, en el papel, se establece el derecho internacional y la Carta Internacional de los Derechos Humanos. Eso se utiliza para detener cualquier agresión o movimiento que busque violar esas leyes, pero, cuando se trata de esos países colonialistas, hacen la vista gorda. En este caso, el Estado de Israel es protegido en el Consejo de Seguridad de la ONU por Estados Unidos con su derecho a veto.
Lo que intenta hacer Estados Unidos con el mal llamado “Acuerdo del Siglo” es garantizar la impunidad del Estado de Israel, permitir que continúe colonizando Cisjordania y reducir a los palestinos a bantustanes en territorios desconectados, que implique que los palestinos tengan que pasar por check points, como ocurrió en las décadas de 1980 y 1990 en la Sudáfrica del apartheid. Este acuerdo es oficializar el apartheid que ya existe de facto y hace rato en Cisjordania.
*Por Leandro Albani para La tinta