Pasaje al acto, un viaje inmóvil
Por Manuel Allasino para La tinta
Pasaje al acto es una novela de la escritora Virginia Cosin, publicada en el año 2019. La protagonista de la historia está temporalmente internada en un psiquiátrico. Allí, explora la locura, el dolor, la angustia, el abandono del padre y el amor como una trampa. De los múltiples ojos que la observan, los más filosos son los suyos. Mientras repasa su incapacidad para actuar, relee de principio a fin Madame Bovary hasta establecer con el personaje de Flaubert una relación que va más allá de cierta inclinación por la fantasía y la muerte.
Virginia Cosin, con un lenguaje vital, retrata la angustia de una mujer. Y cava dentro de su cabeza para descubrir qué hay durante un viaje inmóvil.
“Esa noche apagué la tele y revisé el celular. Había un mensaje de mi jefe. Me invitaba a salir. Me preguntaba si me parecía mal. Era canchero y tierno a la vez. ´Puedo recibir un no como respuesta´, decía. Esperé al día siguiente para contestar. Le dije que era un poco complicado y que lo más sensato, si quería preservar mi trabajo, era declinar la propuesta. Estaba siguiendo el manual de la chica digna. En realidad esperaba que insistiera un poco. Al día siguiente, insistió. Pero mi jefe, aunque yo era bastante Maggie, no era Spader. Salimos algunas veces y creí que por fin iba a poder ser normal. Él pensaba que yo era una especie de intelectual o algo así, eso le resultó muy atractivo. Después simplemente le parecí rara, intratable. Al mes de estar juntos me llevó un fin de semana a la playa. Alquiló una de esas cabañas super cómodas. Yo me sentía asfixiada y salía a caminar sola, algo que a él le molestaba. Charlamos bastante sobre nuestras vidas pasadas, pero enseguida fue evidente que cuando se terminaran las anécdotas no iba a haber más nada de qué hablar. Así y todo pensaba en volver a casarme y tener una familia. Imaginé una casa con pileta, un estudio para mí sola, una ventara que diera al jardín con niños corriendo y una biblioteca llena de libros, de piso a techo, para escribir, cerca del corazón salvaje, en un ambiente confortable y hermoso. Hasta ese momento, siempre había estado con intelectuales o artistas, troskos, progres, sin auto o con autos destartalados, sin casa o con casas medio destruidas. Mi ex marido era un profesor universitario de esos que andan en alpargatas y tienen dos jeans y tres remeras en el placard porque no necesitan más que eso. En cambio mi jefe tenía buzos y camperas de GAP, muchos pares de zapatillas, pilas de remeras y cosas así de inservibles y lindas. Hace meses que no hablamos, salvo por trabajo. Ya se dio cuenta de que no soy lo que él pensaba. Parezco la mujer ideal, pero cuando empiezan a desenvolver el paquete se produce la desilusión. Debajo del papel brillante hay otro de peor calidad y debajo otro: papel madera, papel de diario. Finalmente, lo que queda, es pura carencia. Siento un cansancio y una desesperación de una clase que ya conozco, pero decido no seguir aguantando. Esta vez va en serio, me digo. Me lo digo como por tercera o cuarta vez. Ya perdí la cuenta. Si pudiera, hilaría uno por uno los motivos que me llevaron a este momento en el que sólo pienso que soy una carga para todos los que me quieren y escribo una carta pidiendo perdón, trato de justificarme, y voy hasta el baño y abro la canilla de la bañera y pongo el tapón y busco la botella de vodka que compré para preparar tragos el día que festejé mi último cumpleaños, el número treinta y siete, y busco las cajas de ansiolíticos que me fueron recetando a lo largo de meses de llorar a mares y los voy sacando de los blísters de a uno me los meto en la boca y empujo la bola de pasta que forman todos juntos con tragos de alcohol y, mientras espero a que hagan efecto, entro en el agua y dibujo los azulejos del baño”.
Pasaje al acto es la segunda novela de Virginia Cosin, publicada por la editorial Entropía a fines del año pasado. Desde el título del libro, se disparan múltiples sentidos. Uno es el del acto mismo de la escritura, como tabla de salvación o herramienta de aniquilación. Otro es el significado psicoanalítico del acting out que se lee como una conducta reiterada y violenta que revela algo del pasado.
Virginia Cosin relata una historia en la que las preguntas no tienen una respuesta única ni simple. La protagonista se expone con sus debilidades y contradicciones. Cruel y transparente.
“Me hacen escribir una lista con las cosas que considero básicas para permanecer una temporada en la clínica de recuperación. Así la llaman. Preferiría que la llamaran ´el psiquiátrico´, o ´el loquero´, o mejor aún ´el frenopático´, como en esa novela que leí hace un siglo, en alguna de mis otras vidas. Le entrego el papel más tarde a una mujer. No están permitidos los dispositivos electrónicos como celulares, laptops o tablets. Hago una lista en la que incluyo ropa, efectos personales para la higiene como shampoo, crema de enjuague, crema para la cara, varios libros, cuadernos y lapiceras. Antes me hicieron llenar una ficha y me llevaron por unos pasillos hasta la zona de las habitaciones. El piso es de baldosas cremita, las paredes están sucias. Pasamos por una sala de estar o un comedor, con sillas y mesas de plástico, un televisor prendido y olor a sopa de verduras mezclado con desinfectante. La habitación tiene cuatro camas. Colchones delgados como láminas. Mesa de luz: no. Estantes o placard o algo para guardar mis cosas: no. De todos modos no llevo nada. Sólo lo puesto. En la habitación, ocupando una de las camitas, una chica tirada mira el techo. Me saluda y me pregunta si soy nueva. Le digo que sí, pero que pienso irme esa misma noche, al día siguiente a más tardar. La chica se da vuelta hacia la pared contra la que se apoya la cama y se queda así un rato. Después vuelve a girar y me mira. Habla como un oráculo: -Armate de paciencia, si no acá te volvés loca. Ya no sé ni cómo me llamo, todos me dicen O. –Pienso en la ventaja de los buenos modales. O. hace un pequeño relato, como si lo supiera de memoria, como si lo hubiera dicho muchas veces a muchas chicas nuevas, a muchas compañeras de cuarto que llegan y se van. Me cuenta cómo abandonó al hijo, que quedó al cuidado de sus padres, para irse del país a trabajar de lo que fuera, de camarera, de bailarina, de maquilladora de televisión, lejos, lejos, y cómo se drogó, con cocaína, ácido, heroína y todo lo que pudo, hasta que un día se encontró viviendo en la calle, y cómo sus padres la buscaron y la encontraron y que desde hace ya unos años esta es su casa, el asilo, así lo llama ella, y que se quedaría para siempre ahí, que no quiere irse nunca. Después hace un largo silencio y vuelve a darse vuelta. No sé dónde poner las manos. Los pies. Tengo ganas de comerme las extremidades. De tragarme a mí misma”.
La novela de Virginia Cosin es atrapante desde la primera página por la forma en que está escrita: el relato en primera persona de la internación después de un intento de suicidio tiene flashbacks al pasado con los textos que la narradora va escribiendo en sus cuadernos, con sus recuerdos familiares y de pareja; y se van intercalando de una manera no lineal ni cronológica.
“Antes de mi próxima sesión con el psiquiatra elaboro una serie de argumentos más o menos sólidos para que me dejen salir de acá, pero espero no resultar demasiado convincente. No estoy segura de lo que quiero. Este lugar me da miedo, aunque más miedo me da lo que soy capaz de hacer cuando no me controlo. Nadie puede garantizarme que voy a recuperar el dominio de mis actos. Sentada en el borde de la cama, las manos sobre mis muslos, con el torso inclinado, en posición de largada no consigo, sin embargo, moverme, la mirada fija en la punta de las zapatillas. Ni siquiera sé quién me puso esta ropa. Tengo el pelo grasoso, hace días que no me lo lavo. Cuando Esther, mi psicoanalista, me habló de la posibilidad de una internación, imaginé una especie de clínica más parecida a un spa que a este edificio viejo y gris. Esther es una mujer elegante y algo fría, aunque a veces tiene raptos de ternura. Sé que hizo lo posible por ayudarme, pero en un momento se dio cuenta de que algo en mí se resistía y, ya hacia el final de la última sesión, me dijo que quizá lo que yo necesitaba era liberarme de toda la carga y la exigencia que la vida adulta me imponían, y que en un lugar como este iba a poder descansar. Ahora miro las paredes sucias y me siento atrapada, más presa que contenida”.
Pasaje al acto de Virginia Cosin es una novela que trabaja la idea de que no hay amor posible sin la falta. Es ágil y, a la vez, muy intensa. Es una literatura que conmueve, sin ser condescendiente.
Sobre la autora
Virginia Cosin nació en Caracas, Venezuela, en 1973, pero vive en Argentina desde los cinco años. Publicó la novela Partida de nacimiento (2011) y cuentos en varias antologías. Además, coordina talleres de lectura y escritura en el Sportivo literario, escribe sobre cine y literatura en distintos medios nacionales, y es la directora editorial de la revista digital Atletas.
*Por Manuel Allasino para La tinta.