Borgestein, una atmósfera lisérgica 

Borgestein, una atmósfera lisérgica 
8 julio, 2020 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Borgestein es una novela de Sergio Bizzio, publicada en el año 2014. Un psiquiatra abandona la ciudad y se recluye en una pequeña casa en la montaña. Huye de un paciente, un psicópata de apellido Borgestein, pero también de la vida que lleva junto a una actriz con la que se casó un año atrás y a la que, desde entonces, no ha visto más que dormida. El lugar es paradisíaco, eso hace que inmediatamente se entregue al proyecto diario de no hacer nada, aparte de leer, fumar y beber. Hasta que comienza a sentirse irritable y perturbado por el ruido constante de una cascada que hay al lado de la casa. Es allí que decide emprender la ardua tarea de rellenar con piedras la hoya sobre la que golpea el agua, con el fin de silenciarla. Se convierte en el bicho raro, en el personaje extraño para los habitantes del pueblo al pie de la montaña. Todos se interesan por él, algunos visitándolo y otros acosándolo. También su mujer, un animal salvaje y, lamentablemente, el temible Borgestein. 

Sergio Bizzio nos sumerge desde la primera página en una atmósfera lisérgica en la que todo puede ocurrir y nos entrega una magnífica novela.  

Sergio-Bizzio-Borgestein-4“Me mudé a una casa en la montaña. Apenas la herida empezó a cicatrizar, cargué el baúl del auto y manejé siete horas hacia el oeste. A mitad de viaje Julia me llamó por teléfono. Acababa de despertarse. Había leído la nota que le dejé en la mesa de la cocina, con toda la información, así que no supo qué decir aparte de preguntar si me sentía bien. Era la misma y única pregunta que me había hecho en los días posteriores al ataque, siempre por teléfono. La herida no era importante; el cuchillo había golpeado contra el omóplato derecho y se había deslizado hacia abajo, abriéndome un taje de diez centímetros de largo. Julia no creyó necesario suspender la función. Yo mismo le pedí que no lo hiciera. Dos días después salimos en el diario. ´Acuchillan al marido de Julia Navarro´.  Fue por el diario que me enteré de la detención de Borgestein, y también de la angustia de Julia.  Pasé la noche en un hotelito al costado de la ruta. Campo alrededor. A la hora de la cena descubrí que era el único pasajero. Crucé unas palabras con la dueña y me fui a dormir. En mitad de la  noche me despertaron los relinchos de un caballo. Volví a dormirme y a despertarme; uno puede pedir que hagan callar a un niño, incluso a un perro, pero a un caballo…. Miré hacia afuera por la ventana. No se veía nada. Prendí el velador y repasé las rutas en el mapa y las fotos impresas de la casa. Era un pequeña casa de madera y piedra, construida de un plumazo y como incrustada en la ladera de la montaña, a pocos metros de una cascada. La había descubierto por internet. La había comparado por internet. Nunca había ido”.

En Borgestein de Sergio Bizzio, el protagonista atraviesa una etapa amorosa complicada: su matrimonio parece desmoronarse. Allí está una de las múltiples líneas narrativas, porque la novela es un flexible fresco de tramas cruzadas entre el lirismo descarnado y el relato de suspenso, ofreciendo imágenes de una plasticidad lisérgica casi palpable.

“Me concentré en la cascada. Examiné el lugar desde el que saltaba (un muro acanalado y playo) y me paré a escucharla en distintos puntos a la redonda. Descubrí que por efecto de la vibración de las puertas y las hojas de las ventanas, si no estaban firmemente cerradas, se abrían. Naturalmente, lo que hacía ruido era el golpe del agua en la hoya; el resto debía ser bastante silencioso. De modo que había dos formas de atenuar el impacto: dividir el salto (el chorro) en varios hilos o brazos para que éstos golpearan sin fuerza contra la roca, o rellenar la hoya.  Dividir la cascada no era imposible, pero rellenar la hoya era no sólo más fácil sino también la única opción a mi alcance.  La hoya tenía unos tres metros de diámetro por dos de profundidad la medí con un palo. Eché un vistazo alrededor. ¿Había suficientes piedras sueltas para llenar un pozo de esas dimensiones? Me pareció que no. Tendría que cortarlas, o arrancarlas, o acarrearlas quién sabe desde dónde. Hice una primera prueba con una piedra del tamaño de una pelota de básquet. La transporté diez metros y la arrojé en la hoya sin ninguna dificultad. La segunda piedra era del mismo tamaño que la anterior, y también la tercera, pero la cuarta ya pesaba como la cabeza de un loco. Las había llevado subiendo, bajando, acercándome a la hoya lateralmente, y el resultado de las tres “experiencias” había sido bastante desalentador: en cualquier dirección que me moviera lo decisivo era siempre el terreno. Subir daba lo mismo que bajar. No había ninguna diferencia. Informe, irregular, resbaloso, empinado, el terreno lo decidía todo (el terreno en combinación con mi estado físico, que era más bien lamentable). En ciertos sectores, bajar me resultaba incluso más difícil que subir; debía hacer un esfuerzo extra para que la piedra no se me cayera de las manos, como si ante la posibilidad de un resbalón me agarrara de ella; al subir, era la piedra la que parecía agarrarse a mí. Completé el día (todavía muy soleado) leyendo. Y mientras leía calculé que si echaba a diario en la hoya una determinada cantidad de piedras podía llenarla al cabo de dos meses y medio. ¿Iba a quedarme dos meses y medio en la montaña? Sí, ¿por qué no? Pero ¿tendría la disciplina necesaria para echar en la hoya ese número de piedras cada día durante dos meses y medio? Una vez completado el relleno, tendría que ponerme a trabajar en la inclinación; debía darle a la obra una inclinación determinada, para que el salto dejar de ser un salto y el agua se deslizara sobre el relleno en lugar de golpearlo. Con el tiempo, la cascada puliría las piedras hasta formar un tobogán, una canaleta, sin alterar su belleza en ningún punto del recorrido”.

Borgestein es un texto de observación, un registro de una serie de estados mentales. 

Un médico psiquiatra es atacado por un paciente psicópata (poeta sin gracia de apellido Borgestein) y, a su vez, eso le permite escapar de un matrimonio sin futuro. Se traslada a una casa en la montaña, frente a una cascada, para intentar recuperar la tranquilidad y encontrar una soledad verdadera. Pero, de repente, aparece una ciclista, un puma, unos curiosos y se hace amigo de un grupo de poetas que empiezan a visitarlo. También llega un loro, gente que está haciendo una película porno y, por si fuera poco, el propio Borgestein. Y ya nada será igual.

La novela que tiene dos comienzos: uno, el de Borgestein, el paciente que apuñala al psiquiatra a la salida del consultorio, y el otro, la descripción del matrimonio que este psiquiatra tiene con una actriz exitosa. Ella llega a casa todas las noches a la una o dos de la mañana, cuando él duerme. Y por la mañana, cuando él se levanta, la que duerme es ella. Así que hace ya más de un año que no se ven despiertos.

“Julia llegó sin aviso el martes al mediodía. Una chispa, seguida de una llamita dificultosamente sofocada, obligó al dueño del teatro a una serie de refacciones y trámites legales, por lo cual el elenco disponía de al menos una semana libre. No sé si se dice libre. En las últimas semanas casi no habíamos hablado y su llegada me sorprendió. Pero me sorprendió todavía más que viniera en compañía del tal Gualicho. ¿Era su amante? ¿Era su cómplice? ¿Acompañaba a Julia porque ella se lo había pedido, a modo de protección, ya que Julia venía a decirme que se había enamorado de otro, como si eso pudiera convertirme en un monstruo peligroso? No me hice ninguna de estas preguntas. ¿Dónde iba a dormir? Eso fue lo segundo que pensé. Lo primero que pensé estuvo vagamente relacionado con la idea de que lo segundo sería demasiado. ¿Pensaba alojarse en casa? Había algo ominoso en el hecho de que Julia me plantara al tal Gualicho en el living. La casa tenía una sola habitación. Y Julia, por supuesto, lo sabía. La posibilidad de levantarme a la mañana y encontrármelo hizo que algo en mi mente, ya desconcertada por la visita, se saliera de foco: ¿la había recibido con un beso? ¿Nos habíamos abrazado? No me relajé hasta que Julia comentó que Gualicho había reservado un cuarto en el hotel del pueblo. Hasta ese momento no había sido capaz ni de escuchar lo que decían.  Debo haber actuado como un sonámbulo, porque mientras volvía en mí creí escuchar, superpuestas, la voz de Gualicho, que decía algo sobre el paisaje, y a Julia preguntándome si me sentía bien…  -¡El loro!- grité apenas las cosas terminaron de aclararse. El loro estaba parado en la punta de una rama como una hoja más, esperando la oportunidad de entrar. Fui corriendo a abrirle la puerta. Cuando giré para volver junto a Julia y su amigo, que seguían afuera, me los llevé por delante. Les pedí que no entráramos todavía: primero debía entrar el loro. Gualicho, que a primera vista era un tipo serio, se puso serio. –Es un loro muy querido -le expliqué -vivió un tiempo conmigo y se fue, y ahora está de vuelta. Ya lo van a conocer. Para apartarlos de la casa los llevé a la cascada. Julia me preguntó en voz baja si me pasaba algo. Sentí una alegría inmensa al escucharla; dos o tres semanas atrás hubiera tenido que repetir la pregunta, o levantar la voz. ¡La escuchaba! Se lo dije sin dejar de mirar al loro, lo que pareció aumentar su contrariedad. Pero era cierto: el sonido de la cascada era muchísimo menos grave, menos amplio y profundo; sin duda la decena de cargas de piedras del día anterior había marcado una diferencia considerable. Estaba en la etapa final”.

Borgestein de Sergio Bizzio es una novela que narra la historia de un hombre que lucha contra el sonido del agua. Un psiquiatra que quiere silenciar el golpe de una cascada sobre una hoya, porque el ruido lo enloquece. 

Bizzio pone la mirada en cosas chiquitas y sutiles, y eso lo lleva a su contrario: a la creación de una novela de una gran imaginación y con tintes lisérgicos. 

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Sobre el autor

Sergio Bizzio nació en Ramallo, provincia de Buenos Aires, en 1956. Novelista, dramaturgo, poeta, guionista y director de cine, publicó las colecciones de poemas Gran salón con piano, 1982; Mínimo figurado, 1990; Paraguay, 1995 y Te desafío a correr como un idiota por el jardín, 2008, que incluye todos sus libros anteriores con una amplia selección de poemas hasta entonces inéditos. Ha escrito las novelas El divino convertible, 1990; Infierno Albino, 1992; Son del África, 1993; Más allá del bien  y lentamente, 1995; Planet, 1998; En esa época, 2001; Rabia, 2004, Era el cielo, 2007; Realidad, 2009; Aiwa, 2009; El escritor comido, 2010; y el libro de relatos Chicos, 2004. Es autor de las obras de teatro Gravedad, 2000; La China, 1997; y El amor, 1997 –las dos últimas en colaboración con Daniel Guebel, con quien también escribió la novela El día feliz de Charlie Feiling, 2006-. Varios de sus relatos y novelas fueron adaptados para el cine en la Argentina, España y Francia. Ha sido traducido al inglés, francés, italiano, portugués, hebreo, búlgaro, holandés y alemán. 

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Borgestein, literatura, Novelas para leer, Sergio Bizzio

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