El túnel, la conciencia de la nada
Por Manuel Allasino para La tinta
El túnel es una novela del escritor Ernesto Sábato, publicada en el año 1948. La breve e intensa novela se ubica dentro de lo que se conoce como “literatura existencial”. Juan Pablo Castel, personaje principal, reflexiona desde la cárcel las causas que lo llevaron a matar a su amante María Iribarne, quien era su única vía de salvación.
El narrador describe con detalles una historia de amor y muerte en la que muestra la soledad del individuo contemporáneo. Es un drama de la vida interior, en donde las personas, en la bestial búsqueda de la comprensión, ceden a la mentira, a la hipocresía y a los celos.
Ernesto Sábato, con una alucinante historia, da testimonio de una valiente introspección y de cierta memoria culpable.
“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona. Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase «todo el tiempo pasado fue mejor» no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que –felizmente- la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que <<todo tiempo pasado fue peor>>, si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como una temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la venganza. ¡Cuántas veces he quedado aplastado durante horas, en un rincón oscuro del taller, después de leer una noticia en la policial! Pero la verdad es que no siempre lo más vergonzoso de la raza humana aparece allí; hasta cierto punto, los criminales son gente más limpia, más inofensiva; esta afirmación no la hago porque yo mismo haya matado a un ser humano: es una honesta y profunda convicción. ¿Un individuo es pernicioso? Pues se lo liquida y se acabó. Eso es lo que yo llamo una buena acción. Piensen cuánto peor es para la sociedad que ese individuo siga destilando su veneno y que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar su acción recurriendo a anónimos, maledicencia y otras bajezas semejantes. En lo que a mí se refiere, debo confesar que ahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad, liquidando a seis o siete tipos que conozco. Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejó de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva”.
El túnel de Ernesto Sábato es la primera novela del multifacético argentino que, además de escritor, fue físico y pintor. Al momento de su publicación, fue bien recibida por unos y mal recibida por otros, con la particularidad de que fue censurada en España durante la dictadura franquista por ser considerada “inmoral”.
El pintor Juan Pablo Castel es la voz narrativa que relata con lujos de detalles el proceso psicológico que lo llevó al asesinato de María Iribarne, su amante. La relación entre ambos comienza tras una exhibición de arte en la que Castel advierte que María es la única persona entre los asistentes, críticos incluidos, que ha reparado en una escena marginal de su cuadro La maternidad. Es por ello que Castel se obsesiona al creer que solo ella es capaz de comprenderlo. Al tiempo de comenzar a salir juntos, descubre que ella está casada con Allende, un hombre ciego. Ese hallazgo marca un fuerte quiebre en Castel.
“Imaginaba, pues, que ella me hablaba, por ejemplo para preguntarme una dirección o acerca de un ómnibus; y a partir de esa frase inicial yo construí durante meses de reflexión, de melancolía, de rabia, de abandono y de esperanza, una serie interminable de variantes. En alguna yo era locuaz, dicharachero (nunca lo he sido, en realidad); en otra era parco; en otras me imaginaba risueño. A veces, lo que es sumamente singular, contestaba bruscamente a la pregunta de ella y hasta con rabia contenida; sucedió (en alguno de esos encuentros imaginarios) que la entrevista se malograra por irritación absurda de mi parte, por reprocharle casi groseramente una consulta que yo juzgaba inútil o irreflexiva. Estos encuentros fracasados me dejaban lleno de amargura, y durante varios días me reprochaba la torpeza con que había perdido una oportunidad tan remota de entablar relaciones con ella; felizmente, terminaba por advertir que todo eso era imaginario y que al menos seguía quedando la posibilidad real. Entonces volvía a prepararme con más entusiasmo y a imaginar nuevos y más fructíferos diálogos callejeros. En general, la dificultad mayor estribaba en vincular la pregunta de ella con algo tan general y alejado de las preocupaciones diarias como la esencia general del arte o, por lo menos, la impresión que le había producido mi ventanita. Por supuesto, si se tiene tiempo y tranquilidad, siempre es posible establecer esa clase de vinculaciones entre temas totalmente ajenos; pero en el ajetreo de una calle de Buenos Aires, entre gentes que corren colectivos y que lo llevan a uno por delante, es claro que había que descartar casi ese tipo de conversación. Pero por otro lado no podía descartarla sin caer en una situación irremediable para mi destino. Volvía, pues, a imaginar diálogos, lo más eficaces y rápidos posible, que llevaran desde la frase: ´¿Dónde queda el Correo Central?´ hasta la discusión de ciertos problemas de expresionismo o del superrealismo. No era nada fácil. Una noche de insomnio llegué a la conclusión de que era inútil y artificioso intentar una conversación semejante y que era preferible atacar bruscamente el punto central, con una pregunta valiente, jugándome todo a un solo número. Por ejemplo, preguntando: ¿Por qué miró solamente la ventanita? Es común que en las noches de insomnio sea teóricamente más decidido que durante el día, en los hechos. Al otro día, al analizar fríamente esta posibilidad, concluí que jamás tendría suficiente valor para hacer esa pregunta a boca de jarro. Como siempre, el desaliento me hizo caer en el otro extremo: imaginé entonces que me interesaba (la ventana) casi se requería una larga amistad: una pregunta del género de: ¿Tiene interés en el arte?”.
Juan Pablo Castel tiene una relación con María Iribarne regida por la incomunicación. Sumergido en un mar de delirantes y tormentosos pensamientos, Castel concluye en que María ha tenido y tiene muchos amantes, y que él es sólo uno más de esa lista de amores.
Ernesto Sábato nos regala una historia llena de aventuras amorosas y oníricas; con una trama policial que nos muestra a un Juan Pablo Castel debatiéndose por comprender las causas más profundas que lo llevaron a matar a la mujer que amaba.
“Quedamos en vernos pronto. Me dio vergüenza decirle que deseaba verla al otro día o que deseaba seguir viéndola allí mismo y que ella no debería separarse ya nunca de mí. A pesar de que mi memoria es sorprendente, tengo, de pronto, lagunas inexplicables. No sé ahora qué le dije en aquel momento, pero recuerdo que ella me respondió que debía irse. Esa misma noche le hablé por teléfono. Me atendió una mujer; cuando le dije que quería hablar con la señorita María Iribarne pareció vacilar un segundo, pero luego dijo que iría a ver si estaba. Casi instantáneamente oí la voz de María, pero con un tono casi oficinesco, que me produjo un vuelco. -Necesito verla, María –le dije- . Desde que nos separamos he pensado constantemente en usted cada segundo. Me detuve temblando. Ella no contestaba. -¿por qué no contesta? -le dije con nerviosidad creciente. -Espere un momento –respondió. Oí que dejaba el tubo. A los pocos instantes oí de nuevo su voz, pero esta vez su voz verdadera; ahora también ella parecía estar temblando. – No podía hablar –explicó. -¿Por qué? -Acá entra y sale mucha gente -¿Y ahora puede hablar? -Porque cerré la puerta. Cuando cierro la puerta saben que no deben molestarme. -Necesito verla. María -repetí con violencia -No he hecho otra cosa que pensar en usted desde el mediodía. Ella no respondió -¿por qué no responde? -Castel… -comenzó con indecisión. -¡No me diga Castel! -grité indignado. -Juan Pablo… -dijo entonces, con timidez. Sentí que una interminable felicidad comenzaba con esas dos palabras. Pero María se había detenido nuevamente. -¿Qué pasa? –pregunté -¿Por qué no habla? -Yo también –musitó. -¿Yo también qué? -pregunté con ansiedad. -Que yo también no he hecho más que pensar. -¿Pensar en qué? -seguí preguntando, insaciable. -En todo. -¿Cómo en todo? ¿En qué? – En lo extraño que es todo esto… lo de su cuadro… el encuentro de ayer… lo de hoy… qué se yo… La imprecisión siempre me ha irritado. -Sí, pero yo le he dicho que no he dejado de pensar en usted –respondí. -Usted no me dice que haya pensado en mí. Pasó un instante. Luego respondió: -le digo que he pensado en todo. -No ha dado detalles. -Es que todo es tan extraño, ha sido tan extraño… estoy tan perturbada… Claro que pensé en usted… MI corazón golpeó. Necesitaba detalles: me emocionan los detalles, no las generalidades. -¿Pero cómo, cómo? … -pregunté con creciente ansiedad -Yo he pensado en cada uno de sus rasgos, en su perfil, cuando miraba el árbol, en su pelo castaño, en sus ojos duros y cómo de pronto se hacen blandos, en su forma de caminar… -Tengo que cortar –me interrumpió de pronto –Viene gente. -La llamaré mañana temprano –alcancé a decir, con desesperación. –Bueno -respondió rápidamente”.
El túnel de Ernesto Sábato es una novela que, a través de una trama policial y de suspenso, se bucea en el tremendo drama de los seres humanos y su sinsentido más doloroso: la conciencia de la nada.
Sobre el autor
Ernesto Sábato nació en Rojas, provincia de Buenos Aires, en 1911. Cursó estudios de Filosofía en la Universidad de La Plata, trabajó en el Laboratorio Curie y abandonó la ciencia en 1945 para dedicarse a la literatura.
Ha escrito varios libros de ensayos –entre ellos, Uno y el Universo (1945), Hombres y engranajes (1951), El escritor y sus fantasmas (1963), Apologías y rechazos (1979)- y tres novelas: El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abadón el exterminador (1974).
Escritores tan dispares como Camus, Greene, Thomas Mann, Quasimodo, Piovene, Gombrowicz y Nadeau han escrito con admiración sobre su obra. En 1983, fue elegido presidente de la CONADEP. Fruto de las tareas de dicha comisión fue el sobrecogedor volumen Nunca más, conocido como “Informe Sábato”. En 1984, obtuvo el Premio Cervantes y, en 1989, el Premio Jerusalem. El volumen Entre la letra y la sangre (1989) reúne sus conversaciones con Carlos Catania.
*Por Manuel Allasino para La tinta.