Free jazz: la libertad en los Estados Unidos negros
Siempre existió un soundtrack, una estética y un cine para las revueltas afroamericanas. Amiri Baraka dice que “la música negra es esencialmente la expresión de una actitud o una serie de actitudes frente al mundo, y solo secundariamente una forma de elaborar música”, y eso puede constatarse en el free jazz, tan radical como difícil de encasillar.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
“Pero justo cuando se levantan para relamerse, yo grito
¡COLTRANE! ¡STEVIE WONDER! ¡MALCOLM X!
¡ALBERT AYLER!
¡THE BLACK ARTS!”.
Amiri Baraka (En la tradición, 1982)
Si la música del movimiento por los derechos civiles de finales de 1950 y principios de 1960 había sido el góspel y el blues, el jazz clásico, modal y bebop, y el soul primigenio, la banda sonora de la generación posterior era mucho más radicalizada.
Durante 1960 y 1970, irrumpieron el free jazz y el funk como los motores culturales de las nuevas transformaciones que se anunciaban en los Estados Unidos. Así como, después de 1980 y 1990, cualquier lucha de la comunidad afroamericana va insoslayablemente unida al hip-hop y a su cultura. Es fácil ver (y escuchar) un hilo conductor en las luchas raciales en los Estados Unidos. Siempre existió un soundtrack, una estética y un cine para las revueltas afroamericanas. Uno de los ejemplos más bellos de esto sigue siendo la composición Alabama, de 1963, sobre un atentado del Ku Klux Klan (KKK) que asesinó a cuatro niñas afroamericanas en una iglesia de Birmingham, Alabama. El último show del saxofonista John Coltrane, pocos meses antes de morir, fue en el Centro Olatunji de Cultura Africana en Nueva York, frecuentado por miembros de las Panteras Negras.
El artista negro tiene una responsabilidad para con su comunidad, algo que no tiene el músico blanco. En palabras de Amiri Baraka: “La música negra es esencialmente la expresión de una actitud o una serie de actitudes frente al mundo, y solo secundariamente una forma de elaborar música”. El artista negro, a diferencia de los blancos, tiene una responsabilidad que no se puede separar de su obra ni su legado. Para Baraka, no se podía comprender el jazz fuera de sus condiciones concretas. Este era el relato de la experiencia negra en los Estados Unidos y el free jazz, su versión más acabada, radical y atonal. Algo así como el ruido de la revolución que venía a tirar por tierra cualquier atisbo de belleza entendida en el sentido tradicional.
A su vez, el free jazz, al igual que el Black Power, tenía algunas conexiones con el movimiento latino. En una de sus obras clásicas, Fire Music, de 1965, Archie Sheep publicó una pieza titulada Los olvidados. Charlie Haden, contrabajista del sexteto clásico de Ornette Coleman, grabó una famosa versión de Hasta Siempre Comandante, de Carlos Puebla.
Leroi Joines, poeta beatnik durante 1950, se rebautizó como Amiri Baraka en 1960 e ingresó al nacionalismo negro y el movimiento Black Power. Si bien tuvo varias polémicas debido a algunos poemas, cuanto menos cuestionables, sigue siendo una de las referencias en poesía y crítica musical afroamericana. Su juego de palabras con América y el Ku Klux Klan fue utilizado por infinidad de raperos o directores de cine afroamericanos, como Spike Lee. Rebautizando como AmeriKKKa a los Estados Unidos, Baraka se convirtió en una de las voces artísticas más importantes del movimiento Black Power.
El poeta, también critico cultural e historiador marxista, escribió: “Nunca hubo un equivalente de Duke Ellington o de Louis Armstrong en la literatura negra, e, incluso, la mejor literatura contemporánea escrita por negros no puede compararse con la fantástica belleza de la música de Charlie Parker”. En las últimas décadas, pocos intelectuales o políticos pueden escribir sobre la experiencia negra con la misma belleza y naturalidad que raperos como 2Pac en la década de 1990, o Kendrick Lamar en la era del Black Lives Matter.
Aunque Herbie Hancock dijera del estilo que era como “jugar tenis sin una red”, el free jazz sigue sonando extremadamente radical, con un nivel de abstracción no apto para oídos en busca de algo remotamente parecido a una melodía. Es más propio de la violencia de una pintura de Jackson Pollock que de la belleza taciturna de Edward Hopper.
En palabras de Steve Young, del Black Arts Movement, el free jazz es una música que encierra dolor, cólera y esperanza, la visión de un mundo mejor que el actual. No es casual que el mismo Pollock, siendo blanco, se sintiera tan atraído por el free jazz, asistiendo a conciertos de Ornette Coleman. Tampoco lo es que un gigante de la talla de John Coltrane, que venía de una tradición estilística más convencional, terminara sucumbiendo al estilo en los últimos años de su vida. El compromiso político de Coltrane iba de la mano con su sentido de la espiritualidad. Uniendo su voz a la del sufrimiento de la experiencia negra, sentía que se unía con Dios.
A diferencia de las tradiciones que lo precedieron, el hip-hop (el perteneciente al mainstream, al menos) no tiene problemas en buscar el oro, sino, más bien, todo lo contrario. Al contrario de la austeridad estética del free jazz, el rap se vanagloria en las grandes marcas de lujo y se las reapropia como objeto de prestigio.
Durante 1990, hubo todo un acercamiento del hip-hop al jazz y viceversa, que sirvió de puente entre las generaciones. El último disco de Miles Davis tuvo la participación del rapero Easy Mo Bee; Herbie Hancock y Brandford Marsalis grabaron con artistas de rap, y productores como Kanye West, Madlib o J-Dilla hicieron de los samples de jazz y soul su marca registrada. Sin embargo, el free jazz permanece, aún, bastante inescrutable. Tan radical que podría ser la banda sonora de los incendios y las revueltas en el mundo de hoy. Tan revolucionario que es imposible encasillarlo, empaquetarlo y venderlo dentro de la lógica de consumo. Una tradición donde Malcolm X, Albert Ayler y John Coltrane pueden convivir perfectamente.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta.