Éste es el mar, atravesar el universo de lo desconocido
Por Manuel Allasino para La tinta
Éste es el mar es una novela de la escritora y periodista Mariana Enriquez, publicada en el año 2017. En el libro, se retrata la historia de las Luminosas y su relación con las famosas Leyendas de la música. Un poco de fantasía, rock y mitología, tiene el cóctel que propone Enriquez, quien hurga en lo macabro y atraviesa el universo de lo desconocido y monstruoso para posicionarse en un territorio poco explorado de la literatura argentina.
Con un mundo narrativo muy propio, Mariana Enriquez desarrolla una novela breve, enmarcada dentro de la literatura fantástica.
“Toda su especie vivía en perpetuo movimiento y nunca dormía, como los tiburones. Cada noche iban a gritar a algún show, generalmente en diferentes países. Cada día debían hacer guardia frente a un hotel, la puerta de un teatro o de un estadio, con las caras pintadas con corazones y logos, las manos aferradas a fotos y pósteres, llorando y pataleando. Debían leer todas las entrevistas y aprenderse de memoria las respuestas, repetirlas, citarlas. Debían entrar en redes sociales, en foros y tumblrs y Facebook y snapchats e instagrams y youtube y twittear y postear, dejar comentarios, crear rumores, amenazar con suicidarse. Debían hacerse amigas de fans reales y conseguirles objetos preciosos, discos y fotos autografiadas, algún RT o mejor aún, un follow, hasta un DM. Alguna remera descatalogada, la posibilidad de estar en primera fila –ella era especialmente buena para atravesar multitudes y siempre, siempre, quedar junto a la baranda de contención con una chica de la mano, alguna chica menudita y desesperada que lloraba todo el tiempo-. A esas fans humanas debían convencerlas de muchas cosas: de decorar su habitación con la fotos de los ídolos, de tatuarse sus nombres o sus logos, de jurar fidelidad, de robar dinero para ir a los shows –a los padres, a cualquiera-, de comprar todo el merchandising y conseguir cada nueva versión, cada video, cada foto, de pasar diez, doce horas online trabajando, reblogueando, subiendo fotos, vídeos, comentando y rastreando. El trabajo se había vuelto enloquecedor en estos años digitales, porque los videos las fotos las canciones spotify twitter facebook tumblr youtube instagram no se terminaba nunca, completar una colección era imposible, verlo todo era imposible. Muchas compañeras habían decidido desaparecer, agotadas; bastaba con que dejaran de moverse, con detenerse un tiempo largo y se desvanecían. Helena no cuestionaba su forma de vida, pero sabía que podía tener otra. Por eso había seguido en movimiento incluso cuando el cansancio la hacía temblar. Quería conocer la Costa. Quería dejar de ser Enjambre, virus; quería saber su origen, quería ir a la Casa. Y eso solamente se lograba, lo había visto durante todos sus años de zumbido y movimiento, trabajando bien. Había que destacar a una Estrella por sobre las demás, hacerla brillar y brillar, barnizada de lágrimas y humedad. Y entonces una podía convertir a esa Estrella en Leyenda y así elevarse, mutar en Luminosa, llegar a la Costa. Y para eso, creía, hacía falta un sacrificio; esa chica de piernas gordas sentada sobre el césped de una plaza de Santiago de Chile iba a ser el suyo. Nunca se daban cuenta, las fans reales. Nadie sabía del Enjambre. No podían imaginar que muchas de esas chicas que también se arañaban la cara y amaban con locura no eran humanas. Que estaban ahí desde siempre, ni ellas sabían desde hacía cuánto tiempo, presentes como ejemplos para imitar, obligando a venerar y desear, a enloquecer de entrega. Siempre la sorprendía tanta credulidad, tanta inocencia, lo desprotegidas que estaban las chicas reales”.
Mariana Enriquez crea un universo a partir de la fusión de dos mitologías: la clásica y la del rock. Hay hadas, mezcla de musas y destructoras, encargadas de producir Leyendas. También inframundos donde conviven seres que han complotado para que Kurt Cobain, Sid Vicious y Jim Morrison mueran repentinamente y pasen a la historia.
“-Me enviaron a seguir a Kurt cuando él era muy joven –decía Violeta, el cabello teñido de fucsia, zapatillas altas negras y delgadez de varón-. Decidí que le doliera el estómago. No recuerdo bien por qué. Es posible intentar cosas y después abandonarlas, si no funcionan. –Yo intenté de todo, ¡pero el idiota no se moría! –interrumpió Gina, la única que siempre gritaba y tomaba alcohol, aunque el alcohol no tenía ningún efecto sobre ellas y solamente lo consumían cuando debían imitar a los humanos. Gina había hecho Leyenda a Sid Vicious. Violeta la ignoró. –Funcionó. Sufría tanto que consumía heroína y otras drogas para calmar el dolor; por lo menos al principio: después ya se hizo adicto y todo fue más fácil. Cada vez que intentaba rehabilitarse, yo le enviaba un poco más de dolor. Está todo en los libros, las biografías, las entrevistas, en su diario: ningún médico pudo jamás diagnosticar el origen del dolor. Quiero que escuches bien esto: podría haberlo dejado morir de sobredosis. Pero, en su caso, no era suficiente. Helena, nosotras necesitamos una Estrella, no un cadáver. Dejé que intentaran salvarlo cada vez. Dejé que lo internaran, que le inyectaran naloxona para sacarlo de las sobredosis. Dejé que lo mandaran a un centro de rehabilitación. Y ahí intervine. Lo ayudé a escapar. Le dije que era fácil saltar la valla, pero era mentira, imposible saltarla. Lo hizo con mi ayuda. Le conseguí dinero para un taxi y para un avión hasta Seatle. Estuvimos en su casa una semana. Entonces todo estaba inmóvil, vas a sentirlo cuando suceda: no se puede cambiar nada. Eso es lo que debés conseguir, Helena: lo inevitable. La familia no pudo encontrarlo, un investigador privado no pudo encontrarlo, ¡y estaba en su propia casa! Hay un momento en que los atraemos a nuestro mundo y las reglas son las nuestras. Ellos ya no tienen poder. –Es maravilloso –suspiró Marianne con su camisa de seda, sus sandalias y sus collares de caracoles que anunciaban sus movimientos con el tintineo de pulseras y brazaletes que brillaban bajo el sol. Se sentó en uno de los amplios sillones del enorme balcón. Ella había hecho Leyenda a Jim Morrison-. Ese momento, cuando se entregan… -Kurt nunca se entregó. Quería matarse. –Eso es mentira. ¡Si le inyectaste la heroína con tus propias manos! ¡Si le diste la escopeta! ¿Qué sentiste cuando le estabas dando muerte? ¿No era hermoso ver la muerte en sus ojos? En esos ojos de tantos tonos de azul… Todos se entregan, de alguna manera, porque saben en qué se convertirán después y nosotras los llevamos hasta ahí, de la mano. –Sid no se entregó, tampoco –dijo Gina. –Sid era un imbécil –dijo Marianne. –Es verdad –dijo Gina, sin ofenderse. Nunca se dio cuenta de nada. Helena las miraba atenta y tímida, pero finalmente se atrevió a hablar: -¿Cómo hiciste Leyenda a Morrison? Marianne le sonrió y desvió la mirada hacia el mar. Desde el balcón se veía azul, veteado de gris. –Eso, hermosa, te lo voy a decir cuando consigas tu propia Estrella. ¡No voy a regalarte el secreto tan fácil! Gina tiró una lata de cerveza por sobre la baranda y enseguida se escuchó un grito de reprobación de Marianne. La Casa les pertenecía desde hacía siglos, aunque había cambiado de forma con el tiempo: toda esa colina junto al mar era propiedad de las Luminosas”.
Helena, la protagonista de esta historia, quiere ser una de estas musas: formar parte de las Luminosas. Lo que no sabe es que la locura masiva, violenta y fanática por las estrellas de rock está llegando a su fin. A ella le toca producir la última Leyenda: James Evans. Pero aquí está la magia de Mariana Enriquez, que rompe con el estereotipo, ya que James, el último rock star, no responde al típico estándar que suele asociarse a estos. Evans, a diferencia de sus predecesores, carece de talento musical, pero es infinitamente más humano, llena un vacío en el corazón de sus fans y sus colegas, despierta otras emociones en las multitudes. Y en momentos íntimos con Helena, le cuenta su trágica historia familiar que trata de no recordar.
“No podía recordar ninguna pelea seria, apenas días de malhumor o problemas técnicos en los shows que habían terminado en gritos. Por eso también era el momento de hacer Leyenda a James, porque nadie iba a tener algo malo que decir sobre él. A Helena le costaba entender la tristeza del final de la gira. Ella no sentía más que satisfacción esa noche. Veía claramente lo que iba a suceder si James continuaba, si seguía existiendo. Los shows donde todos saltaban cuando él gritaba <<toquen el cielo>> -miles y miles de chicas y chicos en todo el mundo con los brazos en alto haciendo temblar la tierra- iban a convertirse en clases de gimnasia, en un chiste aeróbico. Tim, el fiel protector, el que se decía que podía matar o hacerse matar por James, iba a empezar a pedir más dinero, iba a robar dinero, robar drogas, conseguir drogas de dudosa calidad, elegir amigos, controlar con cruel placer a su estrella aislada. Le habían propuesto a James hacer la fiesta por los 350 shows en alguna de las mansiones de alquiler de Los Ángeles o en el hotel Sous la Nuit, cuya dueña, una rica heredera pelirroja con ojos de demonio, le hubiera regalado el edificio a James. Pero él prefirió la casa que alquilaba en Laurel Canyon, vacía y blanca, con la piscina iluminada y un parque hermosísimo falsamente descuidado, con escaleras de piedra medio escondidas entre el pasto y bancos que aparecían misteriosamente detrás de los árboles. Helena decidió perder forma y flotar levemente entre los árboles, como un hilo de humo. Pensó en lo que Vashti le había dicho: debía estar presente, pero no tenía por qué mostrarse todo el tiempo. Desde los árboles podía ver a James aunque él estuviera dentro de la casa. Para los ojos de Helena no existían las paredes. Tuvo un recuerdo que no pudo precisar y que se desvaneció enseguida: el silbido de una flecha. Huesos. Un recuerdo de caza. Siempre le pasaba en ese jardín de plantas altas que parecía un bosque. Vashti le había enseñado a dejar pasar los recuerdos. <<Somos viejas>>, le había explicado, <<muy viejas, y tenemos el mismo problema que los humanos: olvidamos. Y, como somos mucho más viejas que el más anciano de los humanos, es mucho lo que hemos olvidado>>. Todos estaban cansados, eufóricos y muchos se emocionaban, lloraban, se abrazaban. Helena se dejaba abrazar y humedecía sus ojos también, pero no alcanzaba a comprender lo que significaba para ellos cerrar todo ese tiempo y todo ese movimiento juntos. Entendía, claro, que Fallen terminaba dos años de gira casi sin días libres, sin vacaciones; comprendía que una gira de 350 shows era de escala épica y sabía que se trataba de una especie de milagro que todos, desde la vestuarista hasta Daniel, pasando por los ingenieros de sonido, managers de gira y ella misma, se hubieran llevado tan bien durante tanto tiempo. La fiesta era casi tranquila, pero Helena ya sabía que solamente sería así al principio. James estaba bailando una canción que hablaba de incendiar una cama y Helena se dio cuenta de que estaba aburrido. Lo conocía bien, sabía distinguir cuando su sonrisa tenía un brillo falso. <<Acá>>, susurró y rodeó el árbol con su forma de niebla, como si fuera una enredadera gris. Diez minutos después, James se desprendía de una mujer con un beso suave y con una caricia la dejaba en brazos de Morgan, cantante de Sucubus, un hombre casi tan atractivo como James, pero que no iba a ser una Leyenda ni una Estrella. Era injusto, pensaba Helena, y era perfecto”.
Éste es el mar de Mariana Enriquez es una novela que, con algo de mitológico y algo de realidad, nos trae un interesante universo paralelo de musas hermosas y terribles del siglo XXI, llenas de amor y críticas a lo establecido.
Sobre la autora
Mariana Enriquez nació en 1973 en Buenos Aires. Es licenciada en Periodismo y Comunicación Social, trabaja como subeditora del suplemento Radar del diario Página 12 y es docente de la Universidad Nacional de La Plata. Publicó las novelas Bajar es lo peor (1995; 2013) y Cómo desaparecer completamente (2004); las colecciones de cuentos Los peligros de fumar en la cama (2009; 2017), Cuando hablábamos con los muertos (Chile, 2013) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016); la nouvelle Chicos que vuelven (2010); los relatos de viajes Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios (2013) y el perfil La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo (Ediciones UDP, Chile, 2014).
*Por Manuel Allasino para La tinta.