Insomnio, un acto de resistencia 

Insomnio, un acto de resistencia 
20 mayo, 2020 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Insomnio es una novela de la escritora y periodista Marina Benjamin, publicada en el año 2018. En el libro, la autora norteamericana expone su trastorno para dormir y reflexiona sobre la escritura. A través de estas memorias, se instala en el corazón del desvelo y lo habita para atravesar su dimensión de patología y falta. El insomnio propio es tratado con mecanismos de la literatura: la narradora conecta referencias, citas y autores. Las lecturas de Proust, Lacan y Oliver Sacks junto a las pruebas neurológicas, las hierbas, especialistas y gurúes; rodean la vida de Benjamin que encuentra también en el insomnio un acto de resistencia. 

insomnio-marina-benjamin“En la dimensión de terciopelo de mi vida insomne soy un fantasma de pies pesados que se mueve de una habitación a otra, plomizo, fatigado, presente pero a la vez ausente. Leo durante una hora, me hago una taza de té y me quedo sentada al lado del perro. Nos miramos el uno al otro con grandes ojos vacunos y me maravillo ante esa facilidad animal para dormir. Acurrucado al lado mío en el sofá, se apaga en cuestión de minutos y queda con las piernas extendidas, como una gaita, mientras su pequeño cuerpo tibio se eleva y se hunde. Ante el más mínimo movimiento se despierta pero sin alarmarse, simplemente me dirige esos ojos marrones húmedos queriendo saber si el mundo permanece inalterado. En noches como esas dejo un rastro para que sea descubierto al día siguiente: mis lentes para leer volteados sobre la mesa ratona, tirados ahí sin cuidado como un par de zapatos de fiesta, un libro abierto boca abajo sobre una silla, migas en la mesada de la cocina.  Consumida por el cansancio, me quedo parada en la luz polvorienta del living apretándome la bata contra el cuerpo, tratando de descifrar las pistas para reconstruir los eventos de la noche anterior., pero mi mente sigue en blanco.  La mise-en-scéne de las estrellas matutinas se parece a la escena de un crimen. Lo único que falta es el contorno de una figura dibujado en el piso: el cuerpo ausente, despierto cuando debería estar dormido. También hay noches claras, iluminadas  por la luna, noches espeluznantes en que todo parece agudizado y me despierto de golpe con la conciencia inquieta y la mente acelerada. Presa de una manía enervante, bajo haciendo crujir las escaleras y prendo la computadora para buscar malas noticias de lugares donde reina la luz del día: la explosión de una bomba, una masacre humana, inundaciones, incendios, ataques terroristas. Desastres habituales. Me agito y me desespero, exaltada de emoción ante noticias lejanas. Me dejo retener por la noche porque estoy convencida de que el misterio secreto de nuestra existencia podría estar en sus entrañas. Busco una revelación, algún dato valioso para llevar conmigo cuando cruce la frontera entre la noche y el día”.

Insomnio de Marina Benjamin, en Argentina, está editado por Chai y traducido por Florencia Parodi. El libro se suma a una tradición de insomnes ilustres, cargada de figuras de renombre, como Marcel Proust, Stephen King, Paul Valéry, Fernando Pessoa y Virginia Woolf, entre otros. 

La autora cuenta que, durante su vida adulta, comenzó a padecer trastornos en el sueño. Su vida se había convertido en una niebla. Ahí, se dio cuenta de que el insomnio cambia a una persona en todos los aspectos de su vida. La mañana se convierte en la noche, la noche es una prolongación del día. 

Benjamin, a lo largo de las páginas, sugiere que, si pudiéramos aprender a estar atentos en ese estado de umbral en el cual los pensamientos se niegan a seguir una línea, podríamos liberarnos de los intrincados caminos mentales y abrirnos a nuevas posibilidades.

“Cuando Zzz y yo empezamos a compartir cama regularmente, después de esa primera noche intranquila, nuestros sueños se ensamblaron en un acorde perfecto. Fue armónico. Éramos como la antigua masa de tierra de Pangea, estábamos fusionados en un solo ser.  Luego, lenta y progresivamente, se puso en marcha una deriva continental y nuestros cuerpos empezaron a separarse, primero imperceptiblemente  –uno se quejó del calor, otro necesitó una almohada propia-  y sin darnos cuenta, Zzz y yo nos convertimos en dos continentes de pleno derecho: entidades tectónicas en miniatura, separadas por una franja de noche.  De vez en cuando le doy un vistazo a la figura durmiente de Zzz, fundida en la oscuridad de la noche, integrada a la inmaterialidad virtual, y me dan ganas de comprar un boleto para navegar hasta su continente, alejarme de Vigilia Soporífera y de Agitación Nerviosa hacia la tierra de Sueño Pacífico. Exploradora intrépida como soy, estaría dispuesta a desafiar las más turbulentas aguas con tal de llegar. De buena gana me lanzaría a lo desconocido, sin preocuparme por mis pasos vacilantes. Con mucho gusto perdería el conocimiento. Lo único que tendría que hacer es ofrecer una mano tendida. Es una oferta simple. Pero te sorprenderías si supieras cuántas veces me tropiezo antes de poder hacerla: incapaz de relajarme en la habilidad que tiene la noche para hacerme compañía, me veo obligada a patrullar mis propias fronteras. Es como si mi voluntad hubiera sido incautada. O sujetada y limitada por un bloqueo burocrático de orden superior. Esta frustración enloquecedora me hace acordar a esos estados aterradores en que estás suficientemente despierto como para saber que hay un mosquito zumbándote en el oído, pero eres incapaz de matarlo porque te lo impide una parálisis que te aplasta, que empuja hacia abajo cada parte de tu cuerpo y te mantiene clavado en la cama. La parte equivocada de ti está durmiendo, la parte equivocada despierta. En estados así es demasiado fácil volverte loco, sentir que tu cabeza es una olla a presión y tu pobre voluntad llena de pánico es el vapor que hacer vibrar la tapa desde adentro. Tu centro de comando está enredado en el conflicto interno. Y para coronar todo esto, durante esos minutos agitándote en la campana de cristal mientras se agota el oxígeno del libre albedrío, estás a merced del maldito insecto chupasangre”.

El libro de Benjamin es atrapante y se encuadra dentro de lo que se conoce como “literatura del yo”

Para la autora, la noche es un territorio en donde las acciones reservadas para el día encuentran un modo dilatado de realización y su puesta en práctica, es sobre la pantalla de la computadora. Esta abolición del tiempo no está determinada por el huso horario, sino por el insomne, que, al tener algo pendiente en una lista infinita que mentalmente va tachando, se instala en el día siguiente, una y otra vez, noche a noche.

Zzz y yo tuvimos que lidiar con un montón de cosas feas últimamente. Amigos que murieron inesperadamente, parientes mayores afectados por la enfermedad, y las broncas y los traumas de las conmociones familiares que nos han forzado a una flexibilidad que no sabíamos que teníamos. Esto nos unió.  Nos enseñó lo inútil que es levantar defensas contra el dolor que provoca simplemente vivir. En la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad.  Estos son los votos matrimoniales que Zzz y yo nunca quisimos hacer, otra versión de aceptar tanto lo bello como lo feo. Nos pareció suficiente poder tener un lecho matrimonial donde enraizarnos. Como podrán imaginar, hubo una cama real, concreta: la que compró Zzz para darme la bienvenida cuando atravesé el umbral de su soledad. Me dijo orgulloso que venía con un colchón Sealy de seiscientos dólares (que por ese entonces era una suma considerable). La cama ocupó la mitad del monoambiente que había alquilado Zzz en Palo Alto después de un matrimonio que no prosperó. Yo dormía profundamente ahí, pero él no. Hasta ese momento llevábamos adelante nuestra relación de a ráfagas, disfrutábamos estar juntos durante algunas semanas intensas pero espaciadas cada dos o tres meses, cuando alguno de los dos cruzaba el Atlántico para sumergirse en el mundo del otro. Entonces un día, con un gran cargamento de libros y cuadros, dos para sentirme más como en casa (mi reloj confiable, una máquina de café medio destruida que para mí tenía ´personalidad´ y algunas de mis mantas favoritas), llegué de Londres para quedarme. El orden de las cosas había sido desbaratado y Zzz no estaba del todo seguro de que la nueva configuración fuera adecuada para él”.

Insomnio de Marina Benjamin es una novela en la que, de alguna manera, su autora, logra escribir una carta de amor a su padecimiento para tratar de entenderlo. Y es, además, un manifiesto en donde, desde la asociación libre propia del insomnio, se busca liberar nuevos caminos. 

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Sobre la autora

Marina Benjamin es escritora, periodista y editora. Sus últimos libros, The Middlepause y Rocket Dreams, han sido finalistas de varios premios. Actualmente, es la editora principal de la revista digital Aeon.

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Insomnio, literatura, Marina Benjamin, Novelas para leer

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