España: mantas en cuarentena

España: mantas en cuarentena
11 mayo, 2020 por Tercer Mundo

Los migrantes senegaleses en España suman a su lucha por que se respeten sus derechos básicos en la crisis de la pandemia de coronavirus.

Por Juan Muñoz y Marc Talens, desde España, para La tinta 

Hijos e hijas de la incertidumbre 

Aventureros involuntarios. 

Entrada la tarde, por Carrer d’En Roig, una puerta de madera roída anticipaba la imagen de costureros y costureras en un pequeño salón. Allí, estaba Lamine, quien nos reconoció a través del cristal y, con una sonrisa, nos hizo pasar. No era un taller clandestino: era el taller de Top Manta y el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes (SPVA), el resultado de la lucha por identidad y legalización que comenzó en 2015 con cinco camisetas y cero euros. Es abril, hay una pandemia y, en realidad, no hemos salido de casa. Recordamos el taller por el vídeo que nos envió Emma, la gestora de prensa de Top Manta, y por la videoconferencia que tuvimos con Lamine Bathily, inmigrante senegalés y uno de los fundadores del sindicato. 

Dicen que en tiempos de encierro 

Así sobrevive el periodismo.

Jara Esbert ha trabajado en el Servicio de Atención a Inmigrantes, Emigrantes y Refugiados del Ayuntamiento de Barcelona (SAIER), y, desde 2019, trabaja como técnica de Inmigración en la Secretaria de Igualdad, Migraciones y Ciudadanía de la Generalitat de Cataluña. Cuenta que España es uno de los países con las regularizaciones más flexibles de Europa. Concretamente, en Barcelona, “se ofrecen servicios por igual a personas en situación regular e irregular. Sin embargo, en la legislación actual española, la principal forma de regularización requiere que se justifique tres años de residencia legal. Y en estos tres años, las personas se ven abocadas a trabajar en el mercado informal”. Sin embargo, Lamine tardó 14 años en legalizar su estancia y la historia no es diferente para inmigrantes de otros lugares. Por ejemplo, Abid Hussain, vendedor ambulante en el Park Güell, tardó ocho años para conseguirlos. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), para el 2019, había alrededor de 11.000 inmigrantes senegaleses y cerca de 43.000 pakistaníes en Barcelona, pero no hay datos que indiquen cuántos de ellos han podido completar la legalización de sus papeles o cuántos viven de la venta ambulante.

Fantasmas para las cifras

El papel los materializa.

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Tanto Abid como Lamine coinciden en que la ayuda de sus paisanos es fundamental para sobrevivir frente a gobiernos que no les han garantizado apoyo. “La cuarentena nos impide vender en las calles, no tenemos dinero y tenemos que pagar el alquiler, el agua, el gas, la electricidad”, cuenta Abid. En un piso del Carmel, vive con sus compañeros manteros de Bahwilpur: Muhammad Sarfaraz y Kashif Raza, todos indocumentados. Dicen que, normalmente, lo comparten con cinco o seis personas, a veces, más.


Desde el Raval, Lamine se queja de que, en Senegal, “venden una imagen de Europa, nos obligan a hablar francés y nunca nos hablan de nuestra historia. Lo que se nos muestra es que todo en Europa está guay, fresh, sin crisis de nada. Mucha gente coge la patera, porque creen que aquí pueden sobrevivir. Pero se encuentran con otra realidad que no esperaban. No sabes que no podrás conseguir los papeles. Si hubiéramos sabido que no habían papeles, no hubiéramos venido”. Escuchamos que Barcelona es de los destinos que más decepciona a los turistas y también decepciona a los migrantes.


Un camino expectante

Deja a su paso fantasmas.

Lamine pasó nueve días en el Mediterráneo, tan solo era un adolescente. En la patera, no tenían agua ni comida, el mar era una incertidumbre agobiante. Entre titubeos, dice que “todos sobrevivimos, pero nadie va a aconsejar que hagan lo mismo, nadie quiere coger la patera de nuevo”. Si no hubiera sido por un salvamento marítimo que los rescató cerca de Las Palmas, no habrían terminado el viaje. Ahora, el mar se ha transformado en asfalto y la patera en manta. La definición más sincera de “inmigrante” no está en la RAE, está en la experiencia: “El migrante es una persona que busca sobrevivir y pasa por dificultades que no se imagina. Cuando eres sin papeles, te puede agarrar la policía, eso siempre lo llevas en la mente. No somos manteros porque queremos, sino porque no hay otra opción. Hay manteros porque hay leyes que te empujan hacia la venta ambulante”, sentencia Lamine.

Sin papel, saben cuándo se van

Pero no si volverán.

En el marco de la pandemia de la Covid-19, la incertidumbre crece. A la falta de apoyo estatal, el sindicato realizó una campaña para crear un banco de alimentos. “Empezamos a recibir muchos apoyos a través de la gente. Hemos ayudado a 400 familias de manteros, también a otra gente que no lo es, pero que lo necesitan”, dice Lamine.

En aquel cuartelito del Raval, producen mascarillas y batas para el Hospital de Granollers. Recuerda un tuit del presidente de la Generalitat, Quim Torra, que aplaudía la labor de Top Manta. No es un tuit fácil de encontrar, quizás ya no esté publicado, porque saben que “este reconocimiento debe ir acompañado de algo más” y los manteros no están seguros si la situación cambiará para ayudarlos.

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No hay futuro claro

Solo tienen presente.

Los inmigrantes sin papeles carecen de servicios básicos, por lo que se encuentran en especial vulnerabilidad. El impacto de la crisis no será igual para todos. Para aquellos que no tienen un domicilio fijo, Nora Falconi, de la organización Papeles para todos y todas, cuenta que “el Ayuntamiento de Barcelona margina a la población inmigrante sin padrón, los mantienen invisibilizados, sin apoyos de los servicios, sin guarderías, sin becas para los comedores de las escuelas, sin tarjeta sanitaria”. Además de la falta de ingresos, el mantero vive con el miedo de ser detenido por su irregularidad administrativa, incluso los trámites del Ayuntamiento se encuentran paralizados. A raíz de la situación, vale preguntarse: ¿hasta qué punto el aislamiento es viable para sectores que sus economías dependen de ingresos diarios?

Encerrados

Solo el presente los tiene.

En el marco normativo, las leyes de extranjería deben tener una armonía con el Derecho Internacional de los Derechos Humanos; en especial, el artículo 13 destaca la libre circulación y residencia de todo ser humano, el derecho a salir y regresar a cualquier país. Particularmente, Jara señala en su texto Irregularidad administrativa. Proceso Migratorios, que “el Ayuntamiento no tiene competencias para decidir sobre el estatus jurídico de las personas extranjeras, pero sí tiene la responsabilidad de elaborar políticas sociales para todos sus vecinos, independientemente de su situación administrativa”. En este caso, el Sindicato de Vendedores Ambulantes denuncia que la Ley de Extranjería tiene componentes racistas y discriminatorios, porque “deja fuera a las personas que sufren vulnerabilidad. Estas leyes son redactadas sin tomar en cuenta la realidad de todas las personas que vivimos en España”. Las medidas de distanciamiento y cuarentena no están pensadas para manteros, porque “desde el inicio del decreto de estado de alarma, venimos denunciando que las medidas adoptadas son insuficientes, cortoplacistas e instrumentales”, añaden.

No sabían del papel 

Abandonados por la ley.

“El ‘top manta” causa pérdidas por más de 130 millones en Barcelona”, “Ofensiva contra el top manta”, “El conceller de Interior vincula a ‘Top Manta’ con la inseguridad”. Son titulares que reflejan que la lucha de Top Manta no es solo contra la legislación y el racismo, sino también contra la opinión pública. Un titular puede flaquear frente a la voz individual. Lamine se siente parte de este país: “Llevo 15 años sin volver a Senegal. Cuando compro comida, estoy pagando impuestos. Pago una renta. Pagamos multas. ¿A dónde va ese dinero?”. Jara lo complementa: “No pienso en beneficios o pérdidas económicas. Pienso en personas que necesitan buscarse la vida de alguna manera”.

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Siguen su camino

Impuestos se han ido.

Lamine imagina que “todos estamos en el mismo barco, todos formamos parte de este país. Si nos quedamos, nos legalizan a todos, si nos deportan, nos deportan a todos. Cuando lo escuchamos, sabemos que es difícil imaginar. Todo podría ser diferente en el contexto de crisis, pero sus palabras hacen que la imaginación se desplome. Jara tiene esperanza en un cambio que mejore el futuro de los inmigrantes. Sin embargo, Lamine confiesa que, para él, solo queda una cosa. Abid confiesa que, para él, solo queda una cosa. El mar, la calle y el encierro confiesan que, para el mantero, solo queda una cosa. A los periodistas, solo nos queda una cosa.

Incertidumbre. 

Hijos e hijas de la incertidumbre.

*Por Juan Muñoz y Marc Talens para La tinta / Foto de portada: Jordi Cotrina – El Periódico

Palabras claves: coronavirus, España, migrantes

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