Reeducar el deseo
Reeducar el deseo. Compartirle lo que aprehendí.
Y lo que tuve que desaprender.
Contarle que mi único fin ya no es bajar de peso, sino sentirme bien conmigo y aunque muches crean lo contrario eso no pasa por un par de números en la balanza.
Reeducar el deseo. Explicarle que lo erótico no culmina en un cuerpo hegemónico, que puedo vivir un presente, que puedo ser y estar aquí y ahora.
Que puedo gozar,
que puedo disfrutar,
que puedo desear y me pueden desear así, como soy.
Que no ‘tengo que’ cambiar para que eso suceda.
Que entienda que no ‘tengo que’ ser un fetiche u objeto para excitar a alguien.
Que puedo vivir en esta cuerpa desbordante,
que tengo un lugar,
que no estoy sola,
que mi sufrimiento no es un caso aislado,
que existe una matriz de que legitima toda la violencia y opresión.
Que si no me he querido antes o no logro quererme ahora no es puramente mi responsabilidad.
Que no es mi culpa.
Porque llegar a amarme es como ganar una carrera mientras multitudes corren a la inversa.
Reeducar el deseo.
Que aprenda. Que no juzgue. Que sea en libertad.
Que sienta placer.
Que acepte estos pliegues, que acepte estas marcas, estas huellas, que las bese. Que acaricie cada vértice. Cada estría, cada celulitis, cada rollo.
Que aprenda a desear desde la grasa, hacia la grasa. Desde la monstruosidad hacia lo monstruoso.
Que la grasa le resulte sujeto de deseo.
Que caliente,
que excite.
Que se incendie.
Hay que reeducar el deseo.
Enseñarle a ser sin prejuicio.
Ser en libertad.
Por Sofi Recchiuto en @lagrimagorda / Collage: Erika Armada.