El negocio oscuro de la migración
El problema de los refugiados en Europa es un drama, pero también tiene su otra cara: una fuente de negocios millonarios para empresas y mediadores.
Por Lucas Gatica, desde España, para La tinta
La migración es inseparable de la humanidad, somos inherentemente migrantes. Es un fenómeno que ha existido siempre y seguirá existiendo. Querer frenarla de nada vale. Actualmente, alrededor del 4 por ciento de la población mundial es migrante. Sin embargo, algunas políticas de la Unión Europea (UE) intentan parar o, a lo sumo, controlar la llegada de inmigrantes, sobre todo, la inmigración procedente de los países denominados del sur.
En ese escenario, y con el objetivo de frenar los flujos migratorios, según un informe del Overseas Development Institute, la UE gastó 17.000 millones de euros solo entre 2014 y 2016. La Agencia Europea de Fronteras (Frontex), sistema de gestión y control fronterizo dedicado al área continental, pasó de poseer un presupuesto de seis millones de euros en 2005 a contar con unos 254 millones en 2017. Esos datos muestran el cambio de lógica que la UE viene adoptando desde hace unas décadas en materia de política migratoria. El bloque está obsesionado en lo securitario y en el control de las fronteras externas.
Como respuesta, y en paralelo a este cambio de foco, ha crecido un mercado para empresas que diseñan, producen y suministran tecnologías de seguridad y vigilancia fronteriza. Un negocio rentable y jugoso. De acuerdo con el informe Security for sale, realizado por un grupo de periodistas, estas empresas de vigilancia superan los 30.000 millones de euros anuales en ingresos. Según otros cálculos, realizados por Theodore Baird, investigador en la Universidad de Ámsterdam, el mercado global de la seguridad fronteriza superará los 50.000 millones de euros en 2022.
Después de Berlín
A más de tres décadas de la caída del Muro de Berlín, se levantan nuevas barreras sobre Europa. Ya no para separar dos modelos de sociedad, dos ideologías o proyectos de humanidad, sino para separar a personas que pueden entrar a un territorio de otras que lo tienen denegado. Lo insólito es que las mercaderías gozan de mayores facilidades que los seres humanos para traspasar esos muros. Muros que se levantan por tierra y mar, pero también en el ámbito digital como, por ejemplo, la vigilancia e identificación electrónica.
Estas barreras actuales se erigen con el único objetivo de frenar la llegada de migrantes y refugiados, y, en parte, son consecuencia de la crisis migratoria de 2015, que empujó a muchos gobiernos europeos a tomar medidas defensivas. Desde 1990, los países de la UE han levantado 1.000 kilómetros de muros terrestres, el equivalente a seis muros de Berlín, para frenar la llegada de personas desplazadas desde distintos puntos.
Según un informe elaborado por el Centre Delàs d’Estudis per la Pau y Stop Wapenhandel, desde el final de la Guerra Fría, se destinaron, al menos, 900 millones de euros en muros y vallas terrestres, casi 700 millones en operaciones marítimas y 1000 millones de euros en muros virtuales. Toda esa millonada de dinero queda en pocas manos. Son un número pequeño de empresas las que destacan: la francesa Thales, especializada en sistemas de radar y sensores; la italiana Leonardo, que fabrica helicópteros para la seguridad de fronteras, y la paneuropea Airbus, que también facilita los helicópteros para patrullar las fronteras marítimas y terrestres. Este círculo de grandes empresas está organizado en asociaciones -la Organización Europea para la Seguridad (EOS) y la Asociación Europea de Biometría- que se reúne de forma constante con grupos de presión en torno a la Comisión Europea (CE). Según algunos medios, en esas reuniones, los representantes de la industria se presentan como expertos en seguridad de fronteras y como los únicos que pueden garantizar, a través de sus productos, las soluciones a las amenazas de seguridad que causan los inmigrantes.
Lo migratorio como positivo
Los estudios sobre migración vienen apuntando algunas cuestiones ya consolidadas y que pueden considerarse básicas. Para los expertos, las migraciones son de índole positiva, ya no solo para el que deja un país, sino para la sociedad de acogida y para el país que se deja atrás. Por ejemplo, las remesas son una fuente de ingreso importante para muchos ciudadanos africanos. Pero no solo en lo económico están los efectos positivos, también las dimensiones sociales y culturales de ambas sociedades se benefician.
Otra de las cuestiones evidentes del fenómeno migratorio es que no migra el que no tiene nada, el más pobre, sino que migra el que tiene algo: las clases medias que pueden permitirse un pasaje de avión, barco o autobús. Para viajar y migrar, se necesitan recursos. Por tanto, enviar dinero o ayudas a países en desarrollo -como hace la UE- no frena las migraciones, sino que las propicia y alienta.
También suele señalarse que las migraciones tienen tantas causas posibles como personas que se mueven; no hay una única forma de ser migrante ni causa que la produzca. Las migraciones generan más dinero del que cuestan: esto es, los migrantes consumen menos servicios públicos -como la sanidad- en comparación con lo que contribuyen al desarrollo de la economía local; no hay datos que avalen que los inmigrantes suponen una amenaza para la seguridad.
Más allá de eso, lo cierto es que la gestión de los flujos migratorios se ha convertido en una oportunidad de rentabilidad y negocio, avalada por buena parte de los gobiernos europeos.
*Por Lucas Gatica, desde España, para La tinta