Las aventuras de la China Iron, fundar un mundo libre 

Las aventuras de la China Iron, fundar un mundo libre 
4 marzo, 2020 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Las aventuras de la China Iron es una novela de la escritora Gabriela Cabezón Cámara, publicada en el año 2017. La historia está ambientada e influida por la literatura gauchesca: la protagonista se desprende de La ida de El gaucho Martín Fierro y adquiere vida propia. En el poema de José Hernández, la china no tiene nombre. En cambio, en la novela de Cabezón Cámara, se llama China (con mayúscula), Josephine Star Iron o Tararira, nombre que se da a sí misma cuando decide cambiar radicalmente su vida.

La novela está estructurada en tres partes y narra el viaje y las peripecias de la China Iron y su perro Estreya, junto a Liz, una inglesa que va tras su marido llevado por la leva.

Es original y atrapante desde la primera página porque propone una singular relectura de un clásico como el Martín Fierro, desde la perspectiva de la mujer del protagonista de la obra de José Hernández y lejos de los cánones machistas. La China Iron busca fundar un mundo libre, en donde todas las criaturas se abracen por deseo y no se sientan solas jamás. 

cabezon-camaraEs difícil saber qué se recuerda, si lo que fue vivido o el relato que se hizo y se rehízo y se pulió como una gema a lo largo de los años, quiero decir lo que resplandece pero está muerto como muerta está una piedra. Si no fuera por los sueños, por esas pesadillas donde soy otra vez una niña sucia y sin zapatos, dueña sólo de dos trapos y un perrito como un cielo, si no fuera por el golpe que siento acá en el pecho, por eso que me angosta la garganta las pocas veces que voy a la ciudad y veo a una criatura flaca, despeinada y casi ausente, si no fuera por, en fin, los sueños y los estremecimientos de este cuerpo, no sabría si es verdad lo que les cuento. Quién sabe qué intemperie hizo reflejo en Elizabeth. Tal vez la soledad. Tenía dos misiones por delante: rescatar al Gringo y hacerse cargo de la estancia que debía administrar. Le iba a venir bien que la tradujeran, contar con lenguaraz en la carreta. Algo de eso hubo aunque creo que hubo más. Yo recuerdo su mirada de ese día, vi la luz en esos ojos, me abrió la puerta al mundo.  Ella tenía las riendas en la mano, se iba sin saber bien para dónde en ese carro que tenía adentro cama y sábanas y tazas y tetera y cubiertos y enaguas y tantas cosas que yo no conocía.  Me paré y la miré desde abajo con la confianza con que Estreya me miraba cada tanto cuando caminábamos juntos a lo largo de los campos o del campo; cómo saber de esa planicie toda igual cuándo usar el plural y el singular, se dirimió un poco después: se empezó a contar cuando el alambre y los patrones. Entonces no, la estancia del patrón era todo un universo sin patrón, caminábamos por el campo y a veces nos mirábamos mi perrito y yo y en él había esa confianza de los animales, encontraba Estreya en mí una certeza, un hogar, algo que le confirmaba que lo suyo no sería la intemperie. Así la miré yo a Liz, como un cachorro, con la certeza loca de que si me devolvía afirmativa la mirada ya no habría nada que temer. Hubo un sí en esa mujer de pelo rojo, esa mujer tan transparente que se le veía pasar la sangre por las venas cuando algo la alegraba o la enojaba. Después vería su sangre congelada por el miedo, burbujeando de deseo o haciéndole hervir la cara de odio”. 

Las aventuras de la China Iron tiene el estilo particular e inconfundible de Cabezón Cámara. La escritora despliega toda su originalidad a través de la potencia de sus personajes.

La China escapa y, en su viaje de exploración, descubre sonidos y palabras nuevas. Primero, en un desierto lleno de perros, cardos y polvo; y, luego, en un fortín, que es un experimento social que busca transformar a una masa de criollos brutos y analfabetos en ciudadanos industriosos que pide la Nación. En ese recorrido, están las coordenadas de una especie de revuelta histórica generada por quien fuera la mujer de Martín Fierro. 

“Apenas  nos cruzamos con un río con orilla, paró la gringa bueyes y caballos y carreta y nos sonrió a los dos. Estreya le daba vueltas alrededor ondeandosé de la cola a la cabeza, el amor y la alegría le brotan en bailecitos a mi perro. Nos sonrió Elizabeth, se metió adentro de la carreta, yo todavía esperaba permiso para entrar, no me lo dio, salió inmediatamente con un cepillo y un jabón, y sonriendo y con gestos cariñosos, me sacó a mí mis trapos, se sacó los de ella, lo agarró a Estreya y a los dos nos metió en el río, que no era tan marrón como el único que yo había visto hasta ese día. Se bañó ella misma, esa piel tan pálida y pecosa que tiene, el pubis naranja, los pezones rosas, parecía una garza, un fantasma hecho de carne. Me pasó el jabón por la cabeza, me ardieron los ojos, me reí, nos reímos mucho, yo bañé del mismo modo a Estreya y ya limpios nos quedamos chapoteando. Liz salió antes, me envolvió con una tela blanca, me peinó, me puso una enagüita y un vestido y al final apareció con un espejo y ahí me vi. Yo nunca me había visto más que en el agua medio quieta de la laguna, un reflejo atravesado de peces y de juncos y cangrejos. Me vi y parecía ella, una señora, little lady dijo Liz, y yo empecé a portarme como una, y aunque nunca monté de costadito y muy pronto estaría usando las bombachas que el Gringo había dejado en la carreta, ese día me hice la lady para siempre, aun galopeando en pelo como un indio y degollando una vaca a facón puro. La cuestión de los nombres fue resuelta también esa tarde de bautismos. `Yo Elizabeth´, dijo ella muchas veces y en algún momento lo aprendí, Elizabeth, Liz, Eli, Elizabeta, Elisa, `Liz´, me cortó Liz, y así quedamos. `¿Y nombre vos?´, me preguntó en ese españo tan pobrecito que tenía entonces. “La China”, contesté; “that’s not a name”, me dijo Liz. “China”, me emperré y tenía razón, así me llamaba a puro grito aquella Negra a quien luego mi vestía enviudaría y así me llamaba él cuando solía, cantó luego, irse `en brazos del amor a dormir como la gente´. Y también cuando quería la comida o las bombachas o que le cebara un mate o lo que fuera. Yo era La China. Liz me dijo que ahí donde yo vivía toda hembra era una china pero además tenía un nombre. Yo no. No entendí en ese momento su emoción, por qué se le mojaron los ojitos celestes casi blancos, me dijo eso podemos arreglarlo, en qué lengua me lo habrá dicho, cómo fue que la entendí, y empezó a caminar a alrededor de Estreya saltándole a los pies, dio otra vuelta y volvió a mirarme a la cara: `¿Vos querrías llamarte Josefina?´. Me gustó: La China Josefina es china fina. La China Josefina arremolina. La China Josefina estaba bien.  China Josephine Iron, me nombró, decidiendo que, a falta de otro, bien estaría que usara el nombre de la bestia de mi marido; yo dije que quería llevar más bien el nombre de Estreya, China Josephine Star Iron entonces; me dio un beso en la mejilla, la abracé, emprendí el complejo desafió de hacer el fuego y el asado sin quemar ni ensuciar mi vestidito y lo logré.  Esa noche dormí adentro en la carreta. Era un rancho mejor que mi tapera, tenía whisky, ropero, jamones, galletas, biblioteca, bacon, unas lámparas de alcohol, me fue enseñando Liz el nombre de cada cosa. Y lo mejor, lo mejor a juicio de muchacha solitaria, dos escopetas y tres cajones repletos de cartuchos”.

La novela es otra lectura del clásico Martín Fierro y tiene un delirio muy interesante. Piensa a la literatura desde un proceso de inversión: ahí donde hay un hombre quebrado, hay una mujer feliz. Donde había sometimiento, opresión y consolidación de un modelo de país latifundista y extractivista, hay otra propuesta, otra idea. A su vez, lo de Cabezón Cámara es revolucionario porque pone a la mujer como protagonista, con peso y densidad propia, en géneros con una fuerte impronta masculina y machista (como el policial o el gauchesco).

“Estreya nos traía sus hallazgos: dejaba caer huesos a nuestros pies y se sentaba moviendo la cola, orgulloso, como si nos estuviera entregando oro.  Le acariciábamos la cabeza estremecidos, pensando que nuestros propios esqueletos podían correr la misma suerte, nos abrazábamos, nos queríamos aún más en el hedor a muerte de las cercanías del fortín, el amor se nos consolidaba ante la percepción de la precariedad que somos, nos deseábamos en nuestras fragilidades, nos empezamos a dormir todos juntos alrededor de la fogata en el intento de hacer guardias permanentes que se volvían más difíciles en la medida en que pasaba el tiempo: las noches eran cada vez más largas, como las sombras durante el día.  Tenía títulos Liz que certificaban la propiedad de la tierra que iba, cartas selladas del Lord que la mandaba, una escritura porteña que las refrendaba pero how could you be sure si esos salvajes del ejército argentino sabrían leer, se preguntaba, and even if they know, tampoco podíamos estar seguros de que no le robaran los títulos y nos mataran. Estreya empezó a aullar una madrugada. Nos despertamos con miedo, Rosa y yo fuimos a ver lo que el perrito mostraba. Era seis cuerpos de indios recién muertos y unos seis mil chimangos picotéandolos y picotéandose en el afán de conseguir mejor bocado. Como fuera, cuatro hombres, la mujer y el niño ya casi no eran más que restos de carroña de ave. No nos detuvimos mucho en la contemplación. Liz empezó a mandar con fuerza: que no nos podían sorprender, que además de ser hay que parecer, que éramos una delegación inglesa y tendríamos que respetar sus protocolos. Nos mandó a cambiarnos: Liz de señora, yo de varón inglés, Rosa de siervo con librea, hasta eso había en la carreta, uniformes para cada estamento de la estancia según los habían imaginado el Lord y sus mayordomos, Liz y Oscar. Eramos un conjunto vistoso, creo yo, ahí avanzando en ese comedero de chimangos yo con mi levita, Liz con su vestido, Rosa con su uniforme, mucho más lujoso que cualquiera de los que veríamos luego”. 

Las aventuras de la China Iron de Gabriela Cabezón Cámara es una novela que tiene una relectura y una reescritura de un clásico de la literatura argentina desde una perspectiva feminista. La escritora reanima su pertinaz aventura literaria: crear un mundo libre e igualitario. 

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(Imagen: Pablo José Rey)

Sobre la autora

Gabriela Cabezón Cámara es autora de la novela La Virgen Cabeza (2009), publicada también en el Reino Unido, de las nouvelles Le viste la cara a Dios (2011) y Romance de la Negra Rubia (2014); de las novelas gráficas Beya (Le viste la cara a Dios) (2011) e Y su despojo fue una muchedumbre (2015) -ilustradas por Iñaki Echeverría-, y de los relatos Sacrificios (2015). 

Estudió Letras en la UBA. En 2013, fue escritora residente en la Universidad de California en Berkeley, California. Desde entonces, coordina talleres y clínicas de escritura. Trabajó como editora cultural de Clarín y ha colaborado con el blog de Eterna Cadencia y la revista Anfibia. Actualmente, ejerce el periodismo de manera independiente en Página/12 y Fierro.

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Gabriela Cabezón Cámara, Las aventuras de la China Iron, literatura, Novelas para leer

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