España: Crónica de una cuarentena
El corresponsal de La tinta en España relata en primera persona sus días en cuarentena en un país recluido en sus casas y asolado por el coronavirus.
Por Lucas Gatica, desde España, para La tinta
Hace poco más de una semana, el domingo de las manifestaciones del 8M, todo parecía normal y lo que ocurría con el virus estaba afuera, en Italia, China o Irán. Desde ese domingo, las cosas se precipitaron. En la noche del 8M, se contabilizaban 600 infectados y 17 muertos por el coronavirus. Nada de qué alarmarse si se comparaban esos datos con los que mostraban otros países. Menos de una semana después, el sábado 14 de marzo, España acusaba la cifra de 193 muertes y más de 6.400 infectados. Ayer, 17 de marzo, se cuenta la friolera de 491 muertes y 11.178 afectados.
El jueves 12 fue el día D: se saturan los hospitales madrileños y de otras ciudades, comienzan a escasear materiales hospitalarios y los trabajadores de la salud no dan abasto. Se buscan enfermeros y médicos para reforzar el sistema, y se llega a ofrecer hasta 1.000 euros por semana laboral. Es ese día cuando el alcalde y la presidenta de la Comunidad de Madrid recomiendan a sus ciudadanos que no salgan de sus hogares; comienza a circular el hashtag #Yomequedoencasa. A partir de allí, no hay vuelta atrás, se limitan ciertas circulaciones, se cancelan aglomeraciones, espectáculos deportivos y culturales, eventos tan significativos simbólicamente como la Semana Santa de Sevilla y las Fallas de Valencia, algo que no sucedía desde la Guerra Civil. Se decreta el estado de alarma y nos confinamos.
Así, esta última semana que pasó fue la del salto a la vorágine del coronavirus. De a poco, se fueron cerrando colegios, primero, en Madrid y el País Vasco, luego, a nivel nacional. Mientras tanto, parte la población hacía vida normal: algunos se tomaban unas minivacaciones, otros aprovechaban el buen tiempo para tomar algo en los bares al aire libre o, simplemente, dar algún paseo. Con el paso de los días, esa primera sensación de libertad mudó en ansiedad y espera.
El gran termómetro de las precauciones y preocupaciones por el virus es la calle. Hay fotos de Madrid completamente vacía, lugares que, habitualmente, están abarrotados de turistas y locales, hoy, están desérticos. Mientras escribo esto, miro por la ventana y solo veo a una persona sentada en un parque, disfrutando del sol. Un patrullero policial pasa recordando la obligación de permanecer en los hogares. Con los bares y las tiendas cerradas, y la obligación de permanecer encerrado, la vida social se reduce a cero.
El golpe a la economía será duro. Las tiendas enfrentan estos días de cierre total con pesimismo y perspectivas de desolación. Quedará para el recuerdo y la anécdota la obsesión por el papel higiénico. Este se ha convertido en el bien más preciado en España, de norte a sur, de este a oeste. La gente se ha agolpado en los supermercados para comprarlo. Aunque las autoridades han reiterado que hay stock y que los supermercados seguirán abiertos, la gente ha salido en masa para hacerse de una buena cantidad de este producto de baño. Muchos se han sentido avergonzados por este y otros tipos de comportamientos por parte de una minoría. Comportamientos, vale decir, empujados por circunstancias sociales particulares que nos vuelven irreflexivos.
Contra el sentido común, el parón más fuerte se lo están llevando los repartidores de comida. Si antes lo normal era que un repartidor realizase entre 12 y 25 repartos diarios, estos últimos días, apenas pueden hacer tres o cuatro viajes. Los guías turísticos están igual de desesperados porque no hay gente; los taxistas, lo mismo, y así sucesivamente.
La vida ha cambiado. Las rutinas se han quebrado. De un momento para el otro, y sin estar muy preparados, aunque sabiendo que es temporal. Eso creemos.
Somos gregarios por naturaleza, animales sociales; sin el contacto con otros, nos volvemos irascibles. Las tecnologías ayudan para ver y hablar con familiares y amigos, pero no es lo mismo, falta el calor humano.
#Yomequedoencasa es el hashtag del momento. Para algunos, esto es una bendición; para otros, algo indeseado. En mi caso, ahora estoy solo, mis compañeros de piso se fueron a sus pueblos, el entorno en el que vivo es amable, la casa es espaciosa, tengo un balcón que da a una plaza, entra luz por los ventanales. Me gusta la soledad y aprovecho estos días para relajarme. Saqué libros de la biblioteca y tengo buena conexión a internet. En ese contexto, para mí, estar en casa no es algo que sufra, pero no todos pueden decir lo mismo. Algunos tienen que trabajar virtualmente, pero no tienen un espacio preparado para ello; otros comparten piso con cuatro o cinco personas, y quedarse encerrados todos juntos tanto tiempo puede crear conflictos; personas que necesitan salir para no sufrir depresión; familiares que no se pueden ver; gente que no podrá trabajar y no se les pagará. Las situaciones son diversas y casi infinitas. Si existía precariedad sociolaboral, ahora, se agravará.
Las películas y series ayudan a entretenerse. Voy y vengo de las noticias a Netflix, y viceversa. No soy un fanático de las series, pero, estos últimos días, he visto varias: BoJack Horseman, un documental sobre Miles Davis y otro sobre Hillary Clinton, Los asesinatos de Valhala, Zero Zero Zero y más. El otro día, entré a Netflix y me recomendaba la serie Pandemia. Vendría muy bien una consola de juegos, pero no tengo y tampoco me divierten tanto como cuando era adolescente. La lectura, las películas, la música y la paciencia ahora son el refugio.
Con la cuarentena como única herramienta para frenar el virus, más de 47 millones de personas solo podrán salir, según el decreto presidencial, para trabajar y comprar comida, medicamentos o artículos básicos. En mi caso, solo salgo para hacer las compras. Una caminata de tres minutos de ida, otra de tres minutos de vuelta. Compro lo esencial y con el propósito de que lo que traigo dure, al menos, tres días.
Así, llegamos al día de hoy con todo el país parado, en estado de alarma y con ciudades fantasmalmente vacías. A esperar que no se alargue mucho, que los contagiados se recuperen y volvamos a las calles.
*Por Lucas Gatica para La tinta / Foto de portada: Fernado Villar / EFE