Reflexiones feministas en tiempos de cuarentena
Por Paula Satta para L’ombelico del Mondo
Estoy actualmente estudiando un Máster en estudios de género en la Universidad de Bologna. Aquí se suspendieron las clases en la escuela y en la universidad hace tres semanas, parte de las primeras medidas de prevención al coronavirus en las zonas que comenzaron a tener casos positivos. Hoy ya están prohibidas también las actividades deportivas y recreativas de todo tipo, está prohibido manifestarse y realizar paros sindicales, no se puede salir para ir a visitar amigxs o caminar sin motivo aparente, no está recomendado abrazarse, saludarse con la mano o con un beso y está prohibida cualquier actividad que reúna un gran número de personas a menos de un metro de distancia.
Muchxs me preguntan cómo es mi cotidianidad. Creo que es importante describirla como una forma de desmitificar el “estás encerrada en tu casa”. No es cierto que no podemos salir de nuestras casas, pero ahora también hay multas a quienes no respeten la cuarentena, por lo que el “estar encerradx en casa” es una realidad que se hace cada vez más concreta dadas las últimas medidas del gobierno italiano ante el crecimiento exponencial de los casos de Covid-19 en los últimos días. El fin de semana pasado, 14 provincias y la región entera de Lombardía fueron declaradas “zona roja”. Esto quiere decir que se cierran sus fronteras y que se extreman las medidas para evitar el contagio lo que implica mayores controles policiales para que las medidas se cumplan. El martes, el primer ministro, Giuseppe Conte, declaró a todo el país “zona roja”[1], lo que implica la prohibición de todos los movimientos dentro y fuera de Italia: ciudades y regiones enteras aisladas, y solo se conceden permisos para moverse a quienes lo hacen por razones laborales o de salud. Funerales, misas y bodas suspendidas, el cierre de bares y restaurantes desde las 18 h. En determinados lugares, los supermercados están abriendo con horario reducido. Anoche salí caminar y se escuchaba el silencio, un oxímoron digno de una novela distópica. Siento la ciudad pesada, densa; la ansiedad y el enojo son moneda corriente.
Quienes trabajan en dependencias públicas comenzaron a trabajar en la modalidad “home office”, trabajar desde sus casas en todos los casos en los que sea posible, porque el trabajo productivo no se ha suspendido y quienes trabajan en el sector privado aún cumplen horario laboral bajo la restricción de la distancia de un metro en el establecimiento de trabajo. Podemos preguntarnos ¿qué medidas respetan la salud de la población si una parte aún sigue expuesta a contagiar y/o ser contagiada? ¿Se pueden extrapolar estas medidas a otros territorios? ¿Qué concepción de salud está primando cuando se desvincula a las personas como forma de evitar una enfermedad? La realidad es compleja y comprende muchas aristas, una lectura univariable nunca podrá representar la diversidad de factores que intervienen en un problema social, la importancia de abrir preguntas y poder entrever las distintas problemáticas que se presentan al mismo tiempo es una gran tarea pendiente.
Es necesario que seamos cuidadosxs en las formas de comunicar. No es el virus lo que se crea para “tapar” un sinfín de otros problemas sociales e infecciones endémicas, el coronavirus existe y negarlo es irresponsable con nosotrxs mismxs. No “pertenece” siquiera a un país o a un gobierno –se está investigando aún las causas de su nacimiento–, pero son las medidas que se toman para evitar el contagio y las formas en que los medios y grupos de poder desinforman, creando visiones apocalípticas y sensacionalistas, las que desvían la atención de otros problemas actuales como el aumento de lxs contagiadxs por dengue en Argentina[2]. Incluso cuando se declara la emergencia del sistema económico mundial a causa de esta pandemia, se continúan reproduciendo estereotipos del “otro contagioso”, que continúan a debilitar los vínculos de un entramado social individualista, machista y racista; las formas de dominación capitalista y patriarcal no desaparecen, en muchos casos se refuerzan.
El virus se llama Sars-CoV-2, la enfermedad que produce se llama Covid-19. Actualmente, en Italia hay 8.514 casos positivos[3], de los cuales solo una pequeña parte necesita atención hospitalaria, mientras que otra parte no presenta síntomas. Son 1004 los casos de personas curadas y 631 las víctimas fatales. Los últimos tres días fueron los peores, ya que hubo un aumento de más de 1000 casos respecto al día siguiente, por eso la cuarentena: lxs expertxs dicen que estamos en el período pico de contagio. Los hospitales de Lombardía, la región más afectada en Italia, está pidiendo colaboración a otras regiones por los problemas para acoger a la población que necesita atención de terapia intensiva.
Hay que partir del hecho de que el contagio no se puede evitar en un mundo globalizado. Lo que se puede hacer es prevenir y evitar que se expanda a un mayor número de casos antes de que se encuentre una cura. Las limitaciones al movimiento no solo individual sino también colectivo, como medidas de prevención al contagio, deberían hacernos reflexionar sobre las formas de vivir en este mundo dado que bien sabemos que no todxs nos movemos en libertad, incluso sin coronavirus. Como dijimos lxs transfeministas ante la imposibilidad de realizar el paro este 8 y 9 de marzo en Italia, no queremos volver a la “normalidad” porque esa normalidad ya es injusta y desigual, racista y heteropatriarcal.
La paranoia y el control social recaen de forma desigual sobre las personas que vivimos en esta sociedad. Las medidas que no tienen en cuenta la desigual redistribución de los cuidados en condiciones “normales” –sin coronavirus– agudizan la desigualdad en momentos de crisis y siguen impactando sobre las mujeres, que son quienes cargan con la mayoría del trabajo reproductivo en esta sociedad. En el caso de las mujeres migrantes, o aquellas con trabajos precarios o informales como aquellxs ligados a la salud o a la limpieza, esta situación empeora incluso porque deben continuar trabajando bajo condiciones que las exponen al contagio del virus.
Otro de los grandes problemas en este momento es que las niñeces no tienen clases porque las escuelas están cerradas. ¿Quiénes cuidan de ellxs en este momento en el que muchxs adultxs no han dejado de trabajar? ¿Cómo se piensa este problema a nivel colectivo? ¿No es este el momento de reconocer que el acceso a los cuidados es un problema social? ¿Estamos esperando un nuevo virus para repensar las formas de organización social, quiénes y en qué condiciones materiales cuidan y son cuidadxs? Muchas mujeres madres de mi entorno debieron pedirse el día en el trabajo para cuidar a sus hijxs en el horario en que normalmente se encuentran en la escuela. Esto es insostenible por más de uno o dos días, mucho menos si se mantiene durante varias semanas. Estamos ante un problema estructural.
Además, no todas las personas podrán pedirse licencia o dejar de trabajar, por el riesgo de no cobrar su sueldo y un número mucho menor tendrá recursos para pagar una niñera. Sin hablar de lo que implica esta problemática cuando ya estamos ante una situación desesperante en términos de salud mental y, sin soluciones que tengan en cuenta esta perspectiva, aumenta la llamada “carga mental” que sufren las mujeres cotidianamente por ser quienes gestionan mayoritariamente la organización de los cuidados.
En este punto, creo importante hacer una aclaración. Una lectura feminista de esta situación debería aportar herramientas para complejizar las variables de análisis y estar atentxs a las relaciones de poder que se intersectan en los efectos de las medidas para evitar el contagio. Las consignas que hacen comparaciones entre la cantidad de femicidios y las muertes por coronavirus pueden ser contraproducentes, no porque no sirvan para visibilizar que algunos temas tienen alcance global, difusión y recursos económicos y simbólicos porque son funcionales a determinados intereses[4], sino porque informar sobre los efectos y la gravedad de una pandemia no debería “competir” con problemas sociales como los femicidios.
En primer lugar, porque los femicidios no son una enfermedad como el coronavirus. Hacer esta comparación refuerza la idea del femicidio como un asesinato causado por varones “enfermos” y los confina a una cuestión individual. Hace años ya que el movimiento feminista en todo el mundo ha logrado instalarlos como un problema social, visibilizando los diversos tipos de la violencia de género que son parte de una estructura de dominación, legitimados por un sistema social económico, político y simbólico heteropatriarcal. En segundo lugar, porque la asociación de los femicidios al coronavirus reduce el virus a los casos de muerte por el virus, cuando no todas las personas que se contagian de Covid-19 mueren. Este dato es importante para no seguir expandiendo el miedo y llevar calma a la población en un momento donde es clave frenar la paranoia social. La gravedad de los casos que llegan a la muerte tiene que ver con el riesgo que implica para personas que tienen deficiencias en su sistema inmunológico, sea por su edad o por poseer ya una o más patologías genérico-degenerativas.
A mis compañeras y amigas de Non Una Di Meno Bologna agradezco fundamentalmente porque son mi hogar aquí. Sin ellas, estas reflexiones serían imposibles, no solo porque son fruto de asambleas y discusiones amorosas, sino porque sin la red amorosa y de cuidados aquí en Bologna sería imposible evitar que se me nublen las ideas ante tanto pánico circundante. Visibilizar la importancia de los afectos y los encuentros es fundamental en tiempos de aislamiento y psicosis colectiva. Hablo desde mi experiencia personal-política, desde mi deseo de responder a mis amigxs en Argentina, desde la intención sociológica de esbozar un análisis más complejo que aquellos sensacionalistas –de aquí y de allá, desde mi cotidianeidad interrumpida por la suspensión de clases en la universidad y la ansiedad que me genera tener clases y exámenes virtuales. Intento no debilitarme física, mental y energéticamente ante esta situación, que por momentos se torna inabarcable. No obstante, escribo desde una posición privilegiada.
Soy estudiante universitaria y estoy becada para dedicarme full time a esta formación de postgrado en Bologna, lo que me permite tener el tiempo y el espacio físico para sentarme a leer y escribir. No intento dar una versión “verdadera” de lo que sucede, sino más bien compartir algunas reflexiones, alquimizar las formas del miedo. El reconocimiento de mis privilegios no implica negar mis emociones. En algunos momentos, y gracias a herramientas de trabajo interno como el yoga, la terapia transpersonal, la meditación y a las voces amigas que acompañan en sus diversas formas, logro estados de calma, puedo reírme e ironizar sobre lo que pasa. Sin embargo, en estos últimos días es difícil lidiar con la ansiedad, la paranoia colectiva, no enredarse en la sensación de estar limitada en los movimientos. Hay momentos en los que me siento encerrada, abrumada por el bombardeo mediático y la incertidumbre, como cualquier otra persona que vive o transita el suelo italiano en este momento.
Esto implica reconocer las distintas formas de percibir la enfermedad y el impacto diferencial sobre los grupos sociales en una estructura social desigual. Es necesario saber reconocer las limitaciones que este momento histórico imponen a las teorías y experiencias vividas para no repetir discursos capacitistas, estigmatizantes e individualizantes. No subestimar o desvalorizar la vida de aquellas personas adultas de entre 62 a 95 años de edad, que es el rango etario del 82% de las personas han muerto por el virus[5], o de las personas con inmunodeficiencia, porque equivale a decir que algunas vidas importan y otras no, reproducir acríticamente discursos que banalicen problemas sociales que tienen que ver no solo con la salud, sino con la vida de las personas adultas en general.
Este momento es una invitación a pensar la salud y los cuidados en otros términos, más integrales y colectivos, dejar de normativizar los cuerpos y pensar políticas que se adapten a nuestras vidas pluridiversas. Es un momento para reflexionar sobre nuestra condición humana, qué sucede cuando no podemos controlar situaciones que se nos presentan como inesperadas, que están relacionadas con nuestras formas occidentales de relacionarnos con la muerte y con nuestra posibilidad de aceptar la finitud de nuestras vidas.
En este sentido, el coronavirus es un gran desafío para una sociedad acostumbrada a vivir en los tiempos capitalistas de la productividad y el éxito. Ya no hay forma de negar que vivimos interconectadxs, esto se puede pensar desde distintas perspectivas geopolíticas, eco holísticas, transfeministas, de solidaridad internacionalista, ambientalistas. El mayor desafío hoy es reflexionar sobre aquellas personas que están en situaciones menos privilegiadas y cómo impacta no solo el virus, sino el miedo y los efectos de políticas que aumentan el individualismo, profundizan la precariedad de la vida y agudizan las tareas de cuidado feminizadas, por ello desvalorizadas y/o mal remuneradas.
Hacer una lectura integral de esta pandemia, ¿qué consecuencias a corto y largo plazo tendrá en nosotrxs el aislamiento, el control apremiante de nuestra necesidad de vinculación y la virtualidad compulsiva? Se necesita mucha honestidad y consciencia de la importancia que tiene en este momento no seguir tomando decisiones personales y colectivas desde el miedo, sino desde la posibilidad de conexión con nuestra condición humana y la colectivización de los cuidados.
* Por Paula Satta para L’ombelico del Mondo / Imagen de tapa: Barry Lewis – Getty Images.
[1] https://gazzettadelsud.it/articoli/cronaca/2020/03/09/coronavirus-zona-rossa-estesa-a-tutta-italia-28b7ae14-3444-49ce-bb6a-f1908cb0066d/ [2] En el último Boletín epidemiológico emitido por el Ministerio de Salud, en el país se registran casi 750 casos positivos de dengue y más de 40 mil se encuentran en estudio. [3] Sin contar lxs muertxs ni lxs curadxs. Datos oficiales del 11/03/2019. https://www.open.online/2020/03/11/coronavirus-ultime-notizie-11-marzo/ [4] En Argentina, la situación actual es alarmante: en lo que va del año, hubo 75 femicidios y 11 travesticidios. [5] Datos de la Protezione Civile de Italia.