Chile: el receso de verano en que la lucha no cesó
Marzo llegó y, con ello, el esperado tiempo en que se prevé que las calles de Chile volverán a arder en contra del gobierno de Sebastián Piñera.
Por Gonzalo Pehuen, desde Chile, para La tinta
Llega marzo, tras el final del receso de verano, y las calles vuelven a llenarse. Llega marzo y el panorama en el centro de Santiago vuelve a ser similar al que era meses atrás, antes de que el impasse veraniego y el mes de febrero sacaran a mucha gente de la ciudad en búsqueda de descanso en lugares más plácidos que los que provee la capital del país y su cemento. Pero, aunque festivales y la concurrencia en lugares turísticos quieran dar la apariencia de calma, en el territorio chileno, la supuesta tranquilidad solo es la antesala de una batalla. Aunque el centro pareciera vaciarse, el resto del territorio se encuentra en llamas, como nunca dejó de estarlo.
Cambio de año, seguimos luchando
31 de diciembre del 2019. Promediaban la seis de la tarde y ya los gases comenzaban a hacerse sentir a apenas una cuadra de Plaza de la Dignidad. En la resignificada plaza céntrica, la bien mancillada estatua del genocida Manuel Baquedano observaba cómo miles de personas comenzaban a congregarse para despedir el año y recibir el 2020. El resto de esa tarde-noche, y hasta la mañana siguiente, aquel punto neurálgico sería escenario de un festejo muy distinto a cualquier otro, donde personas encapuchadas y con máscaras de gases (en muchos casos) compartían la cena con gente “bien arreglada” para la fiesta, a la par que, a una cuadra, se daba pelea a Carabineros, en la esquina, justamente, “Carabineros de Chile” con Ramón Corvalán, lugar donde, durante 12 horas, se resistió sin dar tregua.
Y no era para menos. Apenas tres días atrás, la represión estatal se había cobrado una nueva víctima fatal. El 27 de diciembre, Mauricio Fredes cayó en un pozo al huir de Carabineros y murió ahogado por el agua del guanaco (carro hidrante), aunque los peritos no dejaran determinar las causas. Y fue allí, en esa esquina de la Alameda Bernardo O’Higgins (la “Alameda”) con el pasaje Ramón Corvalán, donde fue levantado un memorial al cual diversas personas se encargan de cuidar de la destrucción de los pacos.
Diciembre había sido un mes álgido, al igual que octubre y noviembre. El año terminaba igual y el pueblo, en la calle, daba cuenta de que el calendario gregoriano es simplemente una “weá” impuesta: nadie gritó “Feliz año nuevo” o algo parecido. “El pueblo unido jamás será vencido”, brotó de las garganta mientras los relojes marcaban las 12 de la noche.
Esa noche, la resistencia fue ardua.
Matías Catrileo: un nuevo aniversario a fuego
Fue 12 años atrás, el 3 de enero de 2008. El cabo segundo de Carabineros, Walter Ramírez, mataba de un disparo de subametralladora Uzi al joven mapuche Matías Catrileo, en un fundo en recuperación en la zona de la Araucanía. El por entonces gobierno de Michelle Bachelet amparaba el accionar criminal de las fuerzas represivas mediante la Ley Antiterrorista. En 2020, al igual que cada año, las calles ardieron en conmemoración por su asesinato. En esta ocasión, al ser viernes, en Santiago, el escenario de la acción se trasladó al centro de la ciudad.
Era una tarde de calor, como todas. Mientras en la plaza muchxs simplemente “carreteaban” (tomaban birra y cantaban), en la calle Carabineros de Chile, la multitud que daba cara a los pacos que avanzaban como nunca, al punto de encontrarse ambos frentes de batalla: las líneas que cargaban sobre la calle céntrica y la que cada tarde avanzaba sobre el memorial que Pinochet le dedicó a Carabineros tras el 11 de septiembre, ubicado en Alameda, entre Ramón Corvalán y Portugal.
Allí, donde la iglesia de San Francisco de Borja se emplaza (junto al parque del mismo nombre), ambas líneas de ataque se encontraron tras haber sido liberada la zona por efectivos de Fuerzas Especiales de Carabineros.
Instantáneamente, lxs más precavidxs guardaron sus celulares y terminaron de tapar cualquier cosa que les identificara. Aquella iglesia donde los pacos son velados (es decir, la iglesia de los pacos) fue sometida a un justo ataque, en represalia por tanta vejaciones cometidas por ambas instituciones, por tantxs ancestrxs asesinadxs a lo largo de los siglos. Las bancas y las cruces ardieron en una barricada, mientras vidrios y estatuas eran destruidos. Imágenes que más de unx habíamos soñado, esa tarde, se contemplaron en un ritual simbólico tan exorcizador cuyo valor cultural es innegable, por más que historiadores hegemónicos acostumbraran a negarlo (como Cristóbal García Huidobro lo hizo en televisión). Solo la feroz carga de Carabineros pudo terminar con aquella fiesta, al igual que solo quienes se rezagaban apedreando pacos permitieron la retirada de lxs manifestantes.
Al día siguiente, los medios hablaban de vandalismo mientras, en el seno de la multitud que copaba las calles, se sentía una suerte de placer, de liviandad frente a otro símbolo de la conquista mancillado.
No más PSU
El movimiento estudiantil había comenzado todo con las evasiones masivas en el Metro durante octubre; y el mismo no podía ser menos durante el verano. Demostrando que, para luchar por los derechos, no hay rutinas ni calendarios, lxs estudiantes secundarios nuevamente se organizaron durante enero para boicotear la realización de la Prueba de Selección Universitaria (PSU), examen obligatorio para quien quiera realizar estudios universitarios, y que intensifica la brecha marcada por el modelo económico.
Fue por eso que, la semana del 6 de enero, estudiantes secundarios tomaron los liceos e impidieron la realización de la prueba pese al férreo operativo represivo impuesto, que incluyó tanto a Carabineros como a efectivos de la Policía de Investigaciones. El resultado fue de 86 locales de rendición afectados, donde se suspendió la realización de los exámenes, contando heridos y detenidos en las distintas manifestaciones, hechos que llevaron a más manifestaciones en repudio a la represión. Sin ir más lejos, el mismo martes 7 de enero, en la comuna santiaguina de Pudahuel, un estudiante fue atropellado por una camioneta de Carabineros, hecho que devino en la movilización de gran parte de la comuna. El resto de esa semana, ese sector de la ciudad (famoso por su historia combativa) ardió en llamas por los enfrentamientos con las fuerzas represivas, que militarizaron la zona lanzando gases a las casas por las noches y llenando de tanquetas los pasajes de las poblas.
A pesar de la represión, la prueba se logró suspender y pasarse para la última semana del mes. Pudahuel resistió la represión y demostró que no hay aparato represivo que pudiera doblegarla.
Brigadas bajo el ojo de los pacos
Las veíamos ya desde las primeras semanas. Los cascos y escudos con cruces identificaban a las brigadas de primeros auxilios. Formadas en su mayoría por voluntarixs, con sus puntos fijos emplazados a lo largo de toda el área de conflicto (la llamada “zona cero” y alrededores), las brigadas se ganaron el respeto de lxs manifestantes al salvar a más de unx, incluso de ser detenidxs. Las asfixias, los perdigones, las lacrimógenas lanzadas al cuerpo (con casos de personas con lesión cerebral al darles de lleno en el rostro), todo esto enfrentaron las brigadas, que salvaron a un incontable número de personas.
Y ahí existe otro ámbito donde se demuestra, a las claras, que al gobierno no le interesa para nada la integridad física y psicológica del pueblo. Los ataques a las mismas brigadas no se hicieron esperar y no llevaba un mes de protestas cuando sus puntos fijos fueron blancos de gases y disparos de perdigones, incluso durante la atención de heridos. Esto causó la muerte del joven maipucino Abel Acuña, el 15 de noviembre, frente a la ex estación del metro “Baquedano”, cuando rescatistas y personal médico intentaban reanimarlo de un paro cardíaco bajo el ataque de Carabineros.
Entre todo esto, a mediados de enero, “Lxs Cascos Rojos” difundieron un comunicado público denunciando los apremios sufridos por parte de efectivos de Fuerzas Especiales el día 10 de enero. Tras semanas viendo cómo los uniformados se apostaban para reprimir (y reprimían de facto) junto a su punto fijo, de ser gaseados y rociados por el carro lanza aguas en incontables ocasiones, aquel viernes, varixs de sus miembrxs fueron atacadxs con golpes de luma, puños y patadas por “un grupo aproximado de 25 efectivos de Fuerzas Especiales de Carabineros de Chile”, tal y como rezaba el texto. Todo estos sucedía mientras trasladaban a un herido en el sector de Plaza de la Dignidad, a la vez que recibían insultos y se les instaba a dejar al herido (hecho que presenciamos al encontrarnos cubriendo su labor).
En aquel momento, la presencia de un individuo de civil junto a los efectivos agresores -que, momentos antes, rondara a la brigada (que, luego, apareciera en el punto fijo supuestamente con un golpe en su cabeza a pesar de haber registro de cómo caminaba junto a los pacos tranquilamente tras hacerles una seña)-, levantó la sospecha de que las brigadas estaban siendo “sapeadas” (vigiladas) por las fuerzas represivas.
Semanas más tarde, se constataría que el intento por aunar las brigadas bajo una única dirección tenía como fin ponerlas bajo la directiva de un funcionario de salud que, en verdad, era un miembro de Carabineros.
Verano a puro fuego
Febrero es el mes en que las ciudades se vacían. Santiago parecía un eterno domingo, sin embargo, el centro y las poblas seguían prendidos fuego. Antofagasta dio un ejemplo de resistencia y, al cumplirse cuatro meses de revuelta, la marcha convocada culminó en enfrentamientos con Carabineros. Sin embargo, cada viernes, los alrededores de Plaza de la Dignidad fueron escenarios de batallas. El memorial a Carabineros fue recubierto por un muro de contención de hormigón, pero cada viernes se luchó y se logró tirar abajo algunos fragmentos del paredón. La supuesta calma, de todas formas, no era más que una suerte de impasse para marzo. El número de convocatoria a marchar casi diarias, sumado a lxs heridxs y presxs, conllevó a la necesidad de dar un descanso a lxs cuerpxs, descentralizar las luchas y redireccionar los esfuerzos. Actividades de difusión y en apoyo a lxs presxs se dieron a lo largo de todo el verano, y el inicio del Festival de Viña del Mar estuvo marcado por los enfrentamientos entre quienes rechazaban su realización en el contexto de crisis actual y quienes custodiaban la Quinta Vergara y el show que pretendía dar una apariencia de “normalidad”, aun cuando más de un participante se expresó alguna consigna al respecto.
Febrero no era realmente el mes calmado que se pretendía, como no lo había sido enero. La transición de un mes al otro había estado marcada por un nuevo boicot a la PSU (no del todo logrado por el operativo represivo y la asignaciones de sedes de rendición con distancias monumentales) y el asesinato por parte de Carabineros de Jorge Mora (el Neko), barrista del Colo Colo, atropellado por un carro de asalto a la salida del Estadio Monumental, ubicado en la comuna de La Florida, en Santiago. Tras su asesinato el martes 28 de enero, la semana fue una seguidilla de enfrentamientos a lo largo de todo el país, incluyendo el funeral en la comuna de Maipú (donde se ubica el cementerio donde descansan sus restos), que intentó ser atacado por las fuerzas represivas nomás llegar el cortejo fúnebre al cementerio e interceptado por lxs mismxs asistentes al entierro. Otra víctima fatal se sumó al finalizar la semana, producto de las protestas por el asesinato del barra colocolino: Ariel Moreno murió el 1 de febrero tras haber recibido un impacto de bala en su cabeza dos días antes, frente a la comisaría en Padre Hurtado, en la comuna de Maipú.
Aun cuando los ánimos parecen haber decaído, no hay ámbito en que la contingencia actual no sea tema de conversación. El inicio de clases está signado por las protestas estudiantiles. Las regiones se llenaron de veraneantes atravesadxs por las protestas, cuerpxs heridxs reposando para retomar las calles de un año que se prevé álgido. La rotación de personas en las ciudades se ve también en las protestas: lxs ciclistas no dejaron nunca las rutas, dando recorridos por las diferentes poblas de la ciudad. En cada camping o lugar de relajo, se debatía el devenir de los hechos, incluso del otro lado de la cordillera. Algunas comunas del sur del país terminaron de prenderse a la marea que, como un tsunami que barre todo el territorio, comenzaron a realizarse cabildos y pequeñas concentraciones en las plazas de diferentes pueblos. Las paredes de todo el país hablan y se refieren al proceso constitucional y al terrorismo del Estado.
Mientras el ejército está siendo entrenado en prácticas antidisturbios, preparándose -según el gobierno- para proteger infraestructura crítica, la población también se prepara para resistir los embates asesinos del Estado. El próximo 8 de marzo no será como ningún otro, tras la sistemática política de violencia sexual perpetrada por agentes de las fuerzas represivas contra manifestantes. El calendario de este mes está plagado de convocatorias casi diarias, cada una llamada por los diferentes movimientos que toman las calles, así como aquellas fechas surgidas por el espontáneo movimiento actual: cada lunes y viernes está marcado como día de lucha, todo esto como previa del ya icónico “Día del Joven Combatiente”, el 29 de marzo.
El plebiscito de abril se acerca cada vez más. La derecha se organiza para rechazar la nueva Constitución, conformando grupos paramilitares civiles que quieren imitar a los grupos de manifestantes que enfrentan a Carabineros, aunque protegidos por los uniformados, mientras llevan a cabo sus ataques a grupos antifascistas o a favor de la nueva Constitución. Los sectores más acomodados de la sociedad tiemblan, mientras buena parte del pueblo pareciera inclinarse por aprobar la Carta Magna. Aunque muchxs proclaman no dejar las calles ni siquiera después de concluida la tarea de la futura Asamblea Constituyente.
El gobierno persigue al pueblo con métodos cada día más sofisticados y macabros. Los organismos de derechos humanos, en muchos casos, han decidido atarse las manos y realizar denuncias con resultados nimios. La visita del ex juez español Baltasar Garzón fue puro humo y fetichización de la llamada Primera Línea, instancia del enfrentamiento que medios progresistas buscan, por todos lados, estandarizar y cosificar, sin entender las vicisitudes de lo que implica.
La experiencia adquirida en estos meses de lucha ha hecho más grande a un movimiento que, por momentos, pareciera haber decaído, pero que, a su vez, aprendió que los números no importan cuando se tienen convicciones. Octubre pareciera haber ocurrido en un tiempo lejano. La identidad de la población cambió en muchos aspectos y no hay ataque que pueda hacerla dar marcha atrás. El año comenzó luchando y no hay nada que indique que continúe de otra manera. Chile ya no solo despertó, sino que comenzó a caminar hacia un futuro que va a dejar obsoleto el modelo económico impuesto por la dictadura y los gobiernos acólitos. Chile ya no solo despertó, ahora pelea y trabaja por otra forma de vida.
*Por Gonzalo Pehuen para La tinta