¿Qué está pasando en Nuestra América?
Repensar la política y las relaciones de poder en una América Latina cruzada por tensiones, rebeliones y la espada del neoliberalismo que sigue amenazando a los pueblos.
Por Francisco René Santucho para La tinta
“Los Estados Unidos parecen destinados por la providencia
para plagar la América de miseria en nombre de la libertad”
(Simón Bolívar)
No es Haití, no es Puerto Rico, no es Colombia, no es Venezuela, no es Brasil, no es Ecuador, no es Argentina, no es Chile; es América Latina que está inmersa en un brutal y criminal saqueo. Sometida a constantes mutilaciones, producto de enormes negociados cuyo capital, siempre enajenado, es transferido y acumulado en los grandes centros del poder mundial. Esa constante mantiene abiertas las venas por donde secularmente se desangra.
Hace 48 años, Eduardo Galeano, en su ensayo canónico Las venas abiertas de América Latina, aseveraba que “la perpetuación del actual orden de cosas es la perpetuación del crimen”; décadas después, esa afirmación sigue vigente.
Un planificado funcionamiento de un orden sistémico encuentra variadas formas de aplicación y con similitudes en cada uno de los países, que se ajusta a una única estrategia destinada a la transferencia de riquezas hacia los grupos concentrados del capital. En este tablero, el Estado, esa estructura de relaciones políticas, no se mantiene ausente -aunque a veces lo aparente-, sino que, precisamente, ha sido su activa presencia, fundamental garantía para el latrocinio. La Justicia, gran parte de la clase política, sus intelectuales apologistas del statu quo, el sistema financiero y sus bancos, los poderosos medios de comunicación operadores del establishment, todo un montaje impuesto y sostenido por fuerza de la mentira y el miedo, son parte de esa conformación del sistema de coerción y de relaciones políticas de dominación, laxo con los poderes externos y organismos financieros internacionales, e implacablemente feroces con el propio pueblo. Ha sido este un comportamiento predominante a lo largo de la historia, gracias a la prolija obediencia de las burguesías cuya subjetividad colonizada bajo la órbita de Washington avalan un entramado de gobiernos neocoloniales. El Grupo Lima constituye un claro ejemplo de esa lógica de subordinación.
América Latina, metáfora de un tiempo
Pensar la situación en América es un imperativo. Pensar el conflicto, lo es más. Sobre todo, cuando nuevas ideas se tornan fuerza en la esfera de lo político. El pendular carácter de las movilizaciones -pareciera- viene marcando un sentido ascendente en el espíritu y conciencia de lucha. Asumiendo la calle como lugar de disputa contra el poder y como tracción de un pensar en movimiento. Con la movilización plebeya desbordando decididamente los límites y condiciones imperantes de los dispositivos de coerción pública, es decir, haciendo ejercicio del legítimo derecho a la desobediencia ante las relaciones políticas de dominación y opresión, a partir de un resurgir de la esperanza en la propia fuerza y re-posicionamiento en la conciencia de clase.
Las “tensiones creativas”, como dice Álvaro García Linera para referirse a una de las fases de la revolución en Bolivia, revisten fundamental importancia en la movilización popular como el factor de dinamización de las contradicciones existentes. Otros pensadores del campo popular aseveran también que las sociedades son más producto de los conflictos que de los consensos. Las crisis, profundas como las actuales, y no solo en los países de Nuestra América, sino también las emergentes en otras coordenadas del planeta, algunas cuya manifestación del conflicto es otro, avizoran la apertura de un nuevo ciclo de luchas. La indignación, en algunos casos, transita cierta radicalidad de la protesta y asume nuevas formas de resistencia, por la misma razón que las crisis se imponen con extrema brutalidad, lo que provoca un trasvasamiento de la subjetividad del conflicto y el origen de este, y pasa del descontento del “modelo” (neoliberal) para cuestionar directamente al capitalismo y su andamiaje neo-colonial. Los pueblos quieren la paz, pero con dignidad.
Las crisis
De las masivas movilizaciones que acontecen en América Latina, subyace otra dimensión y expansión política, económica y social. Un viraje en espacio-tiempo que, por efecto de los actuales fenómenos sociales, cobra especial atención en los cambios en la geopolítica regional. Estas sublevaciones son más virulentas, asumen un carácter insurreccional de la protesta llegando a cuestionamientos de tipo estructural, cultural, como se ve en Ecuador, Haití y Chile. Asimismo, sería falso pensar que la superación o resolución de las causas de estas manifestaciones de sesgo insurreccional se dé cuando la sofocación de la protesta o ante una disminución en la intensidad. Es justamente por eso, porque estas crisis son profundas, que los cambios debieran ser también más importantes; de lo contrario, y la historia da cuenta de ello, permanecerán subrepticiamente latiendo.
¿No será que nos encontramos ante la particularidad histórica, cuyo adagio “la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer”, esgrimida por el poeta alemán Bertold Brecht, sea la más nítida descripción de estos tiempos? ¿Será que, en ese paréntesis, en ese ir y venir de temporalidad y velocidad política, triunfa lo viejo que se recicla y se aplaca lo nuevo que no logra emerger? ¿Será el miedo o será la demora en lo pensable por construir lo nuevo? “En ese claroscuro, surgen los monstruos”, decía el intelectual revolucionario Antonio Gramsci. ¿Será, entonces, ese terror que somete al pueblo, el que apaga la rebelión ante la tiranía? Claramente, los dispositivos coercitivos atacan allí, donde se despliega el sentido real y profundo de una verdadera democracia, en tanto y en cuanto ejercicio de una práctica de participación activa y proceso de concienciación en el momento mismo de la defensa y en la lucha por la ampliación de derechos. O también aparece el otro costado, el manotazo recurrente al Partido del Orden para descomprimir la potenciación de lo plebeyo y desplazar de la calle la verdadera democracia. Como también trasladar la responsabilidad de la violencia hacia los indignados, a los de abajo, al desasosiego de un pueblo que se rebela, y no a quien tiene y hace uso del monopolio de la violencia, el Estado y los gobiernos que deciden políticas a espaldas del pueblo.
La velocidad política que transita en un escenario de tensiones muestra más claramente los efectos inmediatos de la mala política, devela las maniobras de sus ejecutores que, decididamente, montan argucias para mantener, como sea, el comando del poder. En esas mismas tensiones, se ponen en cuestión las estructuras opresivas, las falsas noticias propaladas por los medios y a una dirigencia política cómodamente atrincherada en la retórica de la institucionalidad y gobernabilidad. A la vez, el reverso de esta cara muestra cómo esa misma tirantez despliega la potencia de una política (praxis) creadora, de un plebeyismo que se construye soberano, nuevas subjetividades que abren nuevos horizontes, con cuerpos rebosados de alegría y felicidad a pesar del sufrimiento, y convierte a los territorios en el Ágora de los nuevos tiempos.
El reverso
Las crisis de estos gobiernos neoliberales, que van explosionando uno tras otro, configuran la magnitud de lo que, más temprano que tarde, provocaría la llegada de presidentes con ideas y esquemas neo-coloniales. La responsabilidad es absolutamente de una dirigencia política inescrupulosa y facinerosa, beneficiada con privilegios en el “modo” neoliberalismo, a sabiendas del gran daño ambiental y la consecuente devastación que esto ocasiona. Por lo tanto, deberíamos llamarlo por su propio nombre: capitalismo, a secas.
Hay un pulso social que da cuenta de las erosionadas estructuras. Resignificar el sentido de democracia, de soberanía, para que germine la nueva política que florezca desde abajo. La democracia y un gobierno edificado de abajo hacia arriba. Que produzca la apertura de horizontes, como así también nuevas y más posibilidades de derechos. Las democracias deben ser repensadas desde las micro-prácticas del quehacer político. La disputa de derechos llega a la demanda por la democratización de la función social del Estado. La conflictividad, producto de las tensiones que atraviesan las sociedades por imperio de gobiernos antipopulares, represivos, saqueadores, nos obliga de modo urgente a pensarnos desde nosotros, asumirnos y construirnos desde un Nosotros y no desde un Ellos. Los gobiernos antipopulares diseñan las políticas donde el pueblo se mantiene enajenado y los derechos sociales y laborales se mercantilizan para los trabajadores y el pueblo. Son las falsas democracias que, mediante engañifas, promueven -cual deidad- las elecciones como culto y pulcro de la democracia, la gobernabilidad y la institucionalidad como meras formalidades. Es ese extremismo reduccionista de llevar la democracia a su más estrecha expresión para subordinarla al imperio del mercado y del orden financiero.
Nuevos horizontes o posibilidades a partir de lo popular movilizado, como hemos visto últimamente, abren y hacen resurgir esperanzas de construir algo distinto. Reinventarnos desde las crisis. Nuevas políticas que contemplen al amplio campo de lo popular.
Estas nuevas politizaciones generadas desde la movilización social, sin duda, deben ser pensadas y proyectadas desde la pertenencia a un continente y su cultura, desde la composición histórica más profunda, como auténticos pilares donde se asiente sólidamente la emancipación de nuestros pueblos. En diálogo permanente con la historia y la cultura, entre nuestro pasado y presente, merece ineludiblemente conversaciones con los legados de María Remedios del Valle, Juana Azurduy, el pensamiento de José Martí, de José Carlos Mariátegui, el legado del Che Guevara y de tantas mujeres y hombres que lucharon por una verdadera liberación. La perspectiva que se abre es pensar un horizonte humano, el pensarnos desde América, para lo cual Rodolfo Kusch nos interpela y recuerda que “en el fondo de todo, no estoy yo, sino que estamos nosotros” y es ese el fundamento para la reformulación de un proyecto político y cultural en Argentina, pero, fundamentalmente, en toda Indoamérica.
*Por Francisco René Santucho para La titna