Diego y Maradona: el retiro que no fue

Diego y Maradona: el retiro que no fue
30 octubre, 2019 por Redacción La tinta

En 1981, Diego quiso dejar el fútbol. Era octubre, a días de cumplir 21 años. En tan solo un lustro, había pasado del anonimato y la miseria de Villa Fiorito a ser recibido en Costa de Marfil por miles de fanáticos. “Quiero dejar el fútbol”, le dijo a su padre y al periodista Guillermo Blanco. Antes de caer al abismo de la fama total, Diego tuvo vértigo. Se quiso bajar. Pero ya era Maradona.

Por Gonzalo Reyes para La tinta

«Quiero dejar el fútbol, lo maduré durante la gira», le dijo Diego al periodista Guillermo Blanco, en el avión que lo traía de vuelta a la Argentina. A días de cumplir 21 años, Diego fantaseaba con el retiro a solo cinco años de haber debutado.

¿Tantas cosas atravesaban al joven Maradona para soñar con un final tan prematuro? ¿Acaso habrá sido el último grito de auxilio antes de tomar vuelo definitivamente? ¿Vuelo o caída libre? «Yo aprendí que uno era Diego y otro era Maradona. Diego era un chico que tenía inseguridades y un pibe maravilloso. Maradona era el personaje que se tuvo que inventar para estar a la altura de las exigencias del negocio del fútbol y de los medios de comunicación», dice Fernando Signorini, preparador físico histórico del 10 y amigo personal. Su idea atraviesa transversalmente el último documental dirigido por Asif Kapadia.

En octubre de 1981, a poco menos de un mes de cumplir 21 años, Diego y el plantel de Boca Juniors cruzaron el Atlántico para llegar a suelo africano. Por entonces, el club xeneize organizaba partidos amistosos en cualquier punto del planeta para poder recaudar el dinero necesario con el que se le debía pagar al Pibe de Oro.


Fue al regreso de ese viaje que Diego confiesa un sueño. Dejar todo. Volver al potrero. ¿Qué ocurrió en esa visita a África? Su sueño ya se había cumplido: sacar a su familia de Villa Fiorito. El resto sería una aventura desconocida.


«A mediados de octubre de 1981, aterrizamos en el aeropuerto de Abidján, Costa de Marfil, después de una escala en Dakar. Nunca había visto una cosa igual hasta ese momento y creo que no la volví a vivir en toda mi carrera: los negritos pasaban por encima de los policías con machetes y se me colgaban, me decían: ¡Die-gó, Die-gó!», relata el propio Maradona en su autobiografía «Yo soy el Diego».

Tantas cosas habían pasado desde su debut en la primera de Argentinos Juniors. En cinco años, pasó del anonimato y la miseria de Villa Fiorito a jugar en Boca, ser pretendido por Europa y ser celebrado en Costa de Marfil. El ascensor subía. Mirar hacia abajo puede dar vértigo.

Diego junto a jugadores del Stade Abidjan de Costa de Marfil.

«Y después, cuando nos fuimos a almorzar, en el hotel, se me acercaron unos veinte y uno de ellos me saludó y me dijo: Pelusa… ¡Pelusa, me dijo! ¡Un negrito de Costa de Marfil!». Con 25 mil personas en el estadio Houphouet -Boigny, Boca goleó 5-2 al Stade Abidján, equipo de la primera división de Costa de Marfil. El Pelusa metió dos goles.

África conmovió a Diego. En tiempos sin internet ni redes sociales, ya movilizaba muchedumbres en lugares que apenas podía identificar en un mapa. África fue la última advertencia de todo lo que llegaría luego. Ahora, el sueño empezaría a ser volver a los 16 años. Pero nadie vuelve nunca a ningún lugar ni a ningún tiempo. Ni siquiera Diego Maradona.

«El recibimiento de los negritos me había hecho pensar, me había hecho pensar mucho. afuera me trataban como a un rey; adentro, en la Argentina, mejor ni hablar… Fue en aquel viaje que se me cruzó por la cabeza dejar el fútbol. En serio lo pensé. Lo hablé con mi viejo, con Jorge, con mis amigos. Claro, en Argentina, se estaba hablando de que me iban a mandar preso porque no le pagaba a la DGI, que en lo único que pensaba era en la plata. Mi sueño, en aquel momento, era muy loco: jugar un partido con pibes, contra pibes, con pibes en las tribunas, con pibes de porteros, con pibes de policías… Sólo con pibes. Inocentes. No soportaba la presión. No quería saber más nada. Los miraba a Escudero, a Passucci, a cualquiera de mis compañeros, caminando tranquilos por ahí, sin que nadie los molestara, y los envidiaba… ¡Cómo los envidiaba! Íntimamente, sabía que lo mío ya no tenía retorno. Que mi vida iba a ser eso. Me sentí un poquito preso de la fama, la verdad. Pero pensé en el negrito diciéndome Pelusa y le agradecí a Dios. Ellos me habían recibido como nunca en mi vida. Ellos me habían demostrado que me querían. Más allá de todo».

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Diego y el sueño de jugar entre pibes.

En la entrevista a Blanco, 20 años antes de escribir su autobiografía, Diego expone exactamente esa idea y ese sueño alocado: volver a ser. «A veces, escucho que tengo que hacer 1000 goles como Pelé y no lo entiendo. ¿Eso me va a dar paz y tranquilidad? ¿Me va a permitir andar sin problemas por la calle?”. No. La respuesta era obvia, pero quizá necesaria.

Paz y tranquilidad ya nunca tendría. «Quiero que la gente se olvide de Maradona, que los diarios no hablen más. El último invento fue eso del yate. Salieron a decir que me había comprado uno. Vino el Lalo, mi hermano, y me lo preguntó. Le contesté que no y me respondió: ¡Cómo que no, si acá dice hasta el nombre del tipo que lo va a cuidar! Agarré el diario y decía eso».

El futuro había llegado. Pocos meses más tarde, ya en 1982, Barcelona se lo llevaría a España por ocho millones de dólares, una fortuna en aquella época. Allí empezaría también el consumo de cocaína, tal como él lo ha contado. Diego, el pibe de barrio, empezaba a convivir con Maradona, la estrella mundial.

“Maradona no se podía permitir ninguna debilidad”, dice Signorini en el documental de Kapadia. “Un día, le dije que con Diego iría hasta el fin del mundo. Pero con Maradona, no daría un paso. Me dijo: Sí, pero si no hubiera sido por Maradona, todavía estaría en Villa Fiorito».

*Por Gonzalo Reyes para La tinta

Palabras claves: Diego Maradona, Fernando Signorini

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