Con el pueblo que resiste
El proyecto de reforma neoliberal se desmorona en toda la región y los focos de conflicto en América Latina y El Caribe se multiplican. Los feminismos y diversos movimiento sociales se alzan mientras las viejas estructuras partidarias se resquebrajan y se repiten. Un balance de las victorias, derrotas y empates de los pueblos rebeldes del continente.
Por Redacción Marcha
Nuestra América arde. Hace unos meses nos sorprendimos con la rebelión del pueblo en Puerto Rico y ya en las últimas semanas se ponen sobre la mesa las diferentes crisis que atraviesan Haití, Honduras, Perú, Ecuador, Chile, pero también el dinamismo que diversas luchas sectoriales toman vuelo en Costa Rica, Panamá y Uruguay. Esta “brisa bolivariana”, como osaron definir algunos sectores de la derecha continental, y que incluso la Organización de los Estados Americanos (OEA) adjudica a las “dictaduras bolivarianas y cubana (…) a través del financiamiento de movimientos políticos y sociales ha distorsionado las dinámicas políticas en las Américas”, no es ni más ni menos que la evidencia de que en América Latina sigue existiendo una reserva popular de lucha y organización en estado latente.
Durante la últimas semanas, los conflictos y levantamientos populares contra las políticas neoliberales se convirtieron en un tema difícil de evitar en los medios de comunicación y redes sociales, si bien luego reconvirtieron sus estrategias de control y censura para favorecer a los poderes corporativos. En tan sólo 15 días la población mundial no tuvo otra que reconocer las situaciones políticas y económicas que atravesaban distintos países. Ecuador, Chile, Hong Kong, Catalunya, Haití, Honduras, Panamá y Costa Rica, fueron algunos de los focos que demostraron colectivamente su sensación de hartazgo a las políticas de muerte.
Bajo método conocido en Argentina como “piquete” y “cacerolazo”, los pueblos salieron a cortar las rutas, evadir el pago de metros, tomar -y hasta incendiar- instituciones públicas y copar las avenidas, entre otras acciones. La barricada se convirtió en la respuesta unificada a las cotidianas agresiones neoliberales contra la vida.
Un octubre rojo que comenzó con un inesperado Ecuador en llamas tras la aplicación del “paquetazo” económico de Lenin Moreno, mandatado por el FMI. A continuación fue Honduras, donde se cortaban todos los accesos a las ciudades principales tras la difusión de la evidencia que demostraba la complicidad del presidente Juan Orlando Hernández con redes de narcotráfico y corrupción. Mientras, las y los estudiantes comenzaban a proponer prácticas políticas y colectivas de evasión al aumento desproporcionado de las tarifas en Chile. A su vez, contra distintas legislaciones y políticas, hoy nos encontramos con focos organizados de manifestaciones en Uruguay, Costa Rica, Haití y Panamá que dan cuenta de un proceso regional.
La insurrección recorre Nuestra América
Hace algunos años la derecha se reconfiguraba y posicionaba en la región. Varias interpretaciones pueden aportar al análisis de esta causa. Un ascenso del conservadurismo en Europa que como viento de cola traccionaba a nuestro continente, las crisis sociales, económicas y políticas que los progresismos no supieron saldar, un desgaste de la población sobre la casta política, entre varios puntos más. También es posible que, como la historia del Capitalismo demostró, una nueva crisis integral del sistema atravesó nuestras tierras y la falta de alternativas que canalicen ese descontento popular concluyó en un crecimiento de la reacción política.
La crisis sistémica desatada en 2008 llegó a nuestra región sembrando dudas que ayudaron a re-instalar el neoliberalismo que llegaba con la intención de quedarse. Pero tal como demuestran los recientes acontecimientos regionales, las historias de nuestras luchas están grabadas en el rígido de nuestros cuerpos que ya no soportan más intentos de sometimiento y despiertan frente a los espejismos que propone esta versión del capitalismo inhumano.
Aunque vigente, el neoliberalismo atraviesa un estado de inestabilidad profundo. Sin poder avanzar hondamente en sus programas de reformas y ajuste, los gobiernos que los encarnan comenzaron a perder legitimidad que se expresa en las calles y en las urnas. Sin embargo, no hay que obviar el elemento sustancial de esta caracterización: la inmensa movilización popular que en cada lugar enfrentó la represión en defensa de conquistas e, incluso, en algunos casos o sectores, con programas de salida.
Argentina no ha sido la excepción. A pesar del triunfo de Mauricio Macri y la alianza institucional que tejió con algunos sectores de la oposición, sus planes tuvieron resistencia que fue escalando en conflictividad. Desde la defensa de los despidos en el Estado, la ocupación de fábricas cerradas, las movilizaciones educativas por paritarias y contra cierres de institutos de formación, diversos paros generales, las movilizaciones contra el 2×1 a los genocidas, hasta llegar a las luchas frontales (y masivas) por la reforma de la Ley Previsional que atacaba a las y los jubilados, que encontró a miles de personas enfrentando la represión en las históricas jornadas del 14 y 18 de diciembre de 2017, marcando un punto de inflexión en nuestro país. Aquellas jornadas se dieron pocos meses después del triunfo electoral de medio término de Cambiemos y, a partir de aquel diciembre, el gobierno inició un derrotero constante. Así, siguió la lucha por el presupuesto a mitad de año, el dinamismo del movimiento de mujeres y disidencias impulsando planes de suma radicalidad, la contención al impulso de la reforma laboral, etcétera.
Cuando pasaron las primarias varios sectores obreros no abandonaron las calles ante cada reclamo.
Brasil es otro gran ejemplo. Los últimos tiempos de gestión de Dilma Rousseff estuvieron cargados de políticas que afectaban a las y los trabajadores. Más allá del desarrollo institucional para impulsar el golpe que terminó con Temer en el poder, las y los brasileros confrontaron al gobierno e incluso tuvieron un rol destacado ante el ascenso de Jair Bolsonaro, tal vez el personaje más rancio del momento.
En la misma sintonía, aunque con climas de radicalidad ejemplares, Ecuador y Chile llevaron adelante rebeliones que pusieron en jaque los planes de los gobiernos y el FMI, haciendo retroceder las políticas de ajuste e incluso conquistando nuevas reivindicaciones. Y, cruzando el océano, nos encontramos con las masivas manifestaciones independentistas en Catalunya o las luchas de liberación en Medio Oriente, como es el caso del pueblo kurdo contra la política de invasión turca avalada recientemente por la OTAN como así también directamente por Trump.
Este balance da cuenta rápidamente de que los pueblos están dispuestos a luchar contra cualquier tipo de política de muerte. Sí, el vacío político que se expresa en la ausencia de estrategias organizacionales que tengan el protagonismo de las y los trabajadores, es lo que no detiene la rueda. Que no se quebrante tal institucionalidad y que los partidos patronales (aunque no sean precisamente de derecha), continuen siendo la opción más viable en las urnas para resolver estas crisis en el mediano/largo plazo son otro punto para el diagnóstico.
“Ahora que sí nos ven”
Los últimos dos años en la región -solo por realizar un recorte antojadizo- estuvieron marcados por la irrupción en las calles, en los parlamentos y en las redes sociales, de los movimientos feministas que se organizaron con la estrategia de la construcción de una unidad transversal para evidenciar a la sociedad política, interpelar a los poderes patriarcales y para exigir a las instituciones de los Estados capitalistas-neoliberales-extractivistas, demandas coyunturales y de reivindicaciones históricas. Estamos ante la emergencia de nuevas protagonistas de las historias recientes, que reclaman desde cumplimientos de responsabilidades institucionales que se traduzcan en políticas públicas para la protección de las vidas, hasta la exigencia del reconocimiento de la soberanía y la autonomía política sobre nuestros cuerpos-territorios con la concreción de estrategias de visibilidad masivas en marchas, concentraciones y manifestaciones ciudadanas.
La lucha feminista recorre Nuestra América, y se levanta -con múltiples argumentos- como opción ante los poderes tradicionales y los fascismos y conservadurismos que amenazan con retroceder en los derechos que hemos conquistado. Es un movimiento de mujeres, lesbianas, bisexuales, travestis y trans que no tiene orgánicas ni programas que lo enmarcan -porque se inquieta ante las fronteras-, pero que interviene en cada espacio de la vida social con sus posicionamientos. El feminismo en la región convierte reformas en revoluciones y consignas en banderas de liberación. El feminismo está re- caracterizando las formas de hacer política y es el que hoy -octubre de 2019- convoca a las huelgas y marchas de insurrección en Chile -articulando movimiento estudiantil, obrero y anti AFPs-; o el que se rebeló, en agosto pasado, ante el secuestro de una niña en manos de policías afirmando en México que “no nos cuidan, nos violan”.
El feminismo es el movimiento capaz de afirmar que “estamos haciendo historia” ante el debate parlamentario de una Ley que convirtió en demanda fundamental: “Aborto Legal Ya”, como sucedió entre marzo y agosto de 2018 en Argentina. Y que mientras se debate cómo acompañar las luchas indígenas, de identidades negras y afros y de migrantes en estallidos como el que interrumpió la pretendida normalidad hace días en Ecuador.
A pesar de que “ahora sí nos ven” en la arena de discusión política, el poder del movimiento feminista reside en sus capacidades para formular propuestas para la vida digna y en ser un movimiento de liberación que no se conforma con “más feministas en las listas” o en los puestos de decisión. Se constituye, por sus formas de deliberación y de distribución de la palabra, en una asamblea permanente por los derechos de las mujeres y las personas del colectivo LGBTTIQ+. Propone, además, la elaboración de estrategias urgentes para la reacción colectiva y de soluciones que toman en cuenta las subjetividades olvidadas. Es un movimiento que irrumpe con una mística propia que no reconoce treguas y que desafía a propias y ajenos en nombre de los siglos en los que quisieron acallarnos: es el grito que va de norte a sur con la sabiduría de las zapatistas y de las feministas comunitarias, hermanando a las mapuches con las negras faveladas. Es la memoria y el pedido de justicia de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y las resistencias permanentes de las Feministas del Abya Yala. El movimiento de liberación feminista es una síntesis de los aprendizajes populares. Y se predispone a liderar los procesos de cambio en la región.
Argentina en compás de espera
Mientras que en distintos países se produjo una serie de protestas callejeras sincronizadas, en respuesta a distintas medidas de gobiernos neoliberales, en otros se resolvió (como es el caso de Bolivia) o se está por resolver (como en Argentina y Uruguay) un nuevo ciclo presidencial por los próximos años.
La Argentina vivió durante los últimos cuatro años un sin fin de momentos que parecen no poder darle unidad a este ciclo. El gobierno electo de derecha, que fue impulsado por consenso por todos los sectores de poder del país, llegó a su apogeo de aprobación en la elección de medio término de 2017, para luego precipitarse en caída libre.
El golpe electoral que le puso fecha de vencimiento al experimento rompió de una vez por todas con la estrategia de los grandes medios de sostener la imagen de Cambiemos, más allá de toda evidencia. Los tiempos vividos no fueron calmos. La protesta fue un factor permanente durante este gobierno. Sin embargo, las calles midieron indignación a la vez que no necesariamente ganaban siempre la pulseada. El macrismo significó un retroceso de derechos en todos los ámbitos, y muchos de ellos incluso formaban parte de la estructura vital de nuestro Estado. La degradación de los Ministerios de Salud y de Trabajo, la implementación de la reforma previsional o la anulación de las Paritarias Nacionales docentes son algunos ejemplos de las batallas históricas perdidas. En el otro extremo de la cuenta, podemos mencionar la anulación del 2×1 para genocidas, y la imposibilidad de que se implementara la reforma laboral, tan ansiada por el establishment. Esta última quedó apenas como expresión de deseo debido al deterioro de la aprobación del gobierno y de su pérdida de poder real.
El sorpresivo resultado de las PASO, que dió inicio a un extraño período de inter regno para el partido amarillo, permitió demostrar en la región que la receta neoliberal no se sostiene por sí sola. No alcanza con tener a todos los monopolios mediáticos negando la realidad. La caja boba y la publicidad estilizada duranbarbista ya no bastan como única estrategia. Tal vez el macrismo sea el ejemplo acelerado del fracaso de los gobiernos neoliberales: generan pobreza, destruyen el sostén de las capas medias y populares, endeudan al país y echan la culpa de todo a otros gobiernos. Y tal vez, no solo sea el ejemplo acelerado, sino también una de sus versiones más ineficaces. La derecha, que tanto tiempo deambuló sobrevolando los gobiernos emergentes de América Latina de comienzos de siglo, y que no lograba gestar a su candidato, deberá rearmarse nuevamente en nuestro país.
Mientras, una pregunta aletea imperceptible en el aire, cuando tantos países hermanos arden en llamas.
¿Qué herramientas de movilización construimos en los últimos años? ¿Cuáles fueron los mecanismos para evitar los abusos de los gobiernos (posibles incluso con estrategias legales) en períodos democráticos? ¿Cuán lejos estamos de los últimos regímenes dictatoriales, de los múltiples estados de excepción que se abren, como pozos ciegos, en nuestros endebles sistemas democráticos?
Acaso sea necesario revisar el papel de viejos y nuevos agentes. Mientras los movimientos sociales tradicionales se fracturan hasta el infinito, y las representaciones sindicales entran en crisis, el feminismo supo engrosar las calles como una bestia sin cabeza. El macrismo también contribuyó a mostrar la mezquindad de sindicalistas y referentes que siempre optaron por negociar, y que funcionaron como garantes de la “paz”, cuando la crisis comenzaba a hambrear en los barrios.
Sería aconsejable no endulzarnos (o no conformarnos) con la derrota electoral del macrismo. Y seguir haciéndonos esta pregunta incómoda: cómo enfrentamos al neoliberalismo en nuestro país. Con los logros, con lo que faltó, con lo que pudo ser mejor. Con la experiencia de lo que demostró ser genuino y vital. Para no convertirnos en burócratas de la protesta, y potenciar sí los espacios vitales de rebelión. Hoy, más que nunca, avancemos en la reflexión.
*Por Redacción Marcha.